martes, 1 de abril de 2014

Un día como hoy

Justo hace 75 años, hoy 1 de abril, que acabó una guerra a tiro limpio y empezó otra a tiro sucio. Se pasó de matar los cuerpos a matarse las almas, hasta el alma matadora moría junto a su víctima como una kamikaze. Se moría de tristeza y de venganza. De cutrez afectiva. Se pasó del ardor guerrero al odio mutuo, al miedo recíproco, a fastidiar la vida de los distintos. Del fuego, las bombas y las ametralladoras, al recochineo de una legalidad ilegítima y éticamente ilícita. Tal día como éste, comenzó a pudrirse en vida la España en que nací ocho años más tarde y me ha acompañado hasta hoy. Los niños de la posguerra vivimos en blanco, negro y sepia nuestra infancia. Los colores eran cosa nuestra y de aquellos lápices Alpino con que dábamos vida a nuestra imaginación, pintando casas hermosas y monigotes graciosos, flores, libélulas, mariquitas y mariposas, abejas y árboles...castillos con princesas cabezonas y rubias y príncipes azules y escuchimizados, que venían a ser el relato gráfico del raquitismo que machacaba a los niños por hambre y escasez de leche, proteínas y vitaminas. Sólo el pan podía comerse sin tanta escasez, aunque sin abundancia. Eso lo sabíamos por los relatos de la lavandera o de la chica que servía como "cuerpo de casa"  por cuatro perras, el techo, la comida, la bata, los delantales  y la cama. Si además se la trataba bien, ya era una privilegiada y sólo se iba para casarse si es que le había salido novio superviviente a todas las atrocidades "del frente", porque todos habían ido a la guerra, de cualquiera de los dos bandos; algunos habían sido prisioneros y luego, habían salido de la cárcel, pero ya no eran los mismos. Se les había encallecido el alma y el frío les había matado la ternura.

Cuando con los años llegué al Instituto y leí por primera vez en el Libro Verde de Falange el parte de guerra de este día final, 1 de abril de 1939, mi primer impulso fue corregir la sintaxis de aquel documento tan mal redactado e inexpresivo. Y tuve el profundo convencimiento de que esa guerra la había ganado un palurdo que no sabía redactar. Así lo fui descubriendo. Mi madre, que era maestra de Primaria, se había esmerado en enseñarme que el lenguaje era el signo humano por antonomasia porque nos permite comunicar con los demás, poner palabras a las ideas y crear realidades con esa unidad. Y cuando le comentaba lo del parte de guerra me reñía. El caudillo era intocable y que no se me ocurriera decirle a nadie lo que me parecía su parte de guerra porque podría ser una catástrofe, que a ella estuvieron a punto de matarla a los 14 años, junto a mi abuela, por haber saludado por la calle con un "adiós", palabra que estaba prohibidísima y sustituida por "salud"  y que las había salvado del fusilamiento un comisario político comunista al que mis abuelos habían ayudado a sobrevivir con su familia numerosa, cuando estaba sin trabajo y desesperado y al que mi abuelo salvó de ser fusilado al final de la guerra y le encontró trabajo como conserje del cementerio. Venía cada navidad a recordar los viejos tiempos junto al abuelo y ritualmente se fumaban dos puros habanos para celebrar la mutua ayuda. 
Eran historias que me emocionaban y me mostraban el lado bueno de la humanidad en aquella España gris y casposa, tan triste como la llegada a la estación de los repatriados de la División Azul, cojos, con muletas, sin un brazo, con un ojo tapado como los piratas...con ropas muy gastadas y viejas, y las miradas rotas, de abandono total sin poder llorar porque las lágrimas se mueren con el alma. Y yo subida en los hombros de mi padre contemplaba aquellas escenas que de mayor, en mis visitas al Museo del Prado me recordaban a la estética de Goya y sus fusilamientos del 2 de mayo. Los ojos vacíos por el miedo y la rabia. Los gestos sin vida. Y la oscuridad como telón de fondo.

Hoy es otro 1 de abril, y aunque España está machacada por una tragedia social, no la veo gris como la de mi infancia, sigue teniendo colores y ganas de vivir. Hay solidaridad, mucha más que entonces, cuando los pobres acudían ordenadamente adjudicados. Uno cada día de la semana. Hay hasta alegría. La gente se mueve, busca y cuando encuentra comparte ese gozo del "tengo trabajo, no es lo mío, pero bueno está", "gano muy poco, pero vamos tirando, ahora no puedo ir al bar a pasar la tarde con los colegas, pero me lo paso muy bien con mi mujer y el chiquillo, vamos al parque y es como si lo estuviera descubriendo todo de otra manera", no se oía ese tipo de comentario con tanta frecuencia. Y pienso en la España dura, vieja, adusta, derruida, la que coloreábamos los niños con los lápices Alpino, allá por los 50. Y, a pesar de todas las calamidades, reconozco que sí hay cambios de sensibilidad  muy importantes .
En el día de hoy el pueblo español con toda su riqueza y su energía, unido y animado, está tratando de vencer sobre su propia leyenda negra heredada y de ganar la batalla a la injusticia, a las desigualdades y al caos económico. Al desamor. A la indiferencia y  a la pasividad. También venciendo la barrera del rencor enquistado por generaciones de sufrimiento, y no lo hace despreciando ni atacando sino comprendiendo que todas nuestras víctimas son de todos y duelen por igual. Lo mismo el tío  abuelo Joan desaparecido en la batalla del Ebro, a sus 33 años, dejando viuda y un niño de un año en el bando republicano, que el tío José, falangista, estudiante a sus 18 por el lado nacional. Por eso quieren que se recupere la memoria de los olvidados y sepultados en el olvido, porque sin ellos la historia de la dignidad nunca estará completa. La sociedad lo está haciendo sin odio, sin miedo y sin violencia, aunque superando tensiones y a pesar de que hay violentos que intentan envenenar el proceso porque aún no lo comprenden. Pero no podrán detener la fuerza de la evolución, con la que el ser humano supera todo lo peor. Siempre.

                                  










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