viernes, 4 de abril de 2014

Democracia

La democracia es la forma de estado más deseable. Es el poder ejercido por el pueblo
Pero ¿cómo ejercer ese poder democráticamente? ¿Son las urnas el único instrumento disponible? ¿Qué hacer cuando una mayoría absoluta se equivoca? ¿Es suficiente y justo para sostener la democracia que gobierne solo el grupo más numeroso sin tener en cuenta al resto, que son más numerosos que él, pero repartidos en grupos más pequeños?

Anoche mismo, en el canal 1 de la tv, presencié un debate en el que se comentaba la laicidad aconfesional del Estado definida muy claramente en la Constitución. Sólo un par de periodistas defendían esa definición, el resto afirmó sin sonrojo alguno que España es mayoritariamente católica, como si esa condición estadística, anulase la laicidad del Estado consensuada por nuestros votos en su día y que nos gobierna a todos, invalidando totalmente el contenido democrático del mismo Estado y pasando por encima de los derechos de los no católicos y suponiendo que todos los bautizados al nacer sin que nadie les pregunte, obviamente, se sientan católicos.
 Da la sensación que en los estamentos ideológicos de la derecha el concepto de "mayoría" anulase la misma esencia de la democracia. "Si somos muchos tenemos la razón sobre los pocos, así que ¿para qué escucharles?" Eso no es democracia, eso no es el poder del pueblo, sino la berrea delos ciervos o el relinchar de los caballos, o el ladrido de los perros cuando se pican entre ellos, es el abuso tiránico de una parte numerosa del pueblo, que puede estar equivocando de medio a medio, justo, porque es incapaz de autoanalizarse serenamente, sin intereses particulares en juego, ni de valorar otras posibilidades de las que aprender mejorando y un destrozo del valuarte más señero y definitivo de la democracia: el  bien común, que no es identificable con el bien parcial de un grupo concreto, por muy mayoritario que sea en número, tampoco ser muchos supone que sean cualitativamente los mejores ni que acierten en todas sus decisiones; por esa misma lógica, en un aula, los alumnos tendrían el poder sobre el maestro para hacer lo que les dé la gana y en un manicomio, los locos anularían a los psiquiatras por mayoría absoluta. Lo mismo sucede con el Parlamento. Sería un gasto inútil mantenerlo abierto si la mayoría absoluta decide por su cuenta lo que le parece bien sin escuchar ni hacer ni caso a las sugerencias, razonamientos, argumentos, reclamaciones justas, correcciones, enmiendas y mejoras que los demás pueden y deben aportar para que la sociedad plural y democrática participe legítimamente en la organización legislativa y ejecutiva del Estado .

Está claro que entre izquierdas y derechas, o entre más despiertos y más dormidos hay grandes distancias aún de comprensión y de civismo. No es sólo cosa de ideas, sino de disposición, de apertura mental y emocional. De madurez psíquica y conductual. Porque hay personas de izquierdas teóricas con las que es imposible el diálogo y la amistad si no se piensa como ellas. Igual que ocurre en la derecha. Por eso creo que es más justo y exacto pensar en categorías de apertura y lucidez que en contenidos ideológicos. Son el hombre y la mujer quienes con su conducta dignifican e iluminan las ideas o las denigran y las entenebrecen. 
Hay un lenguaje no verbal que define la capacidad de escucha. La tensión mientras el "contrario" habla. El gesto de fastidio y de suficiencia, el negar con la cabeza el discurso del otro sin mirarle siquiera- Las interrupciones violentas y destempladas que impiden la escucha, la falta de preguntas que indiquen el interés por lo que el otro opina, que es la escucha activa. Hay una perfecta deseducación dialógica en estos penosos espectáculos, que deberían ser una interesante oportunidad para aprender y reflexionar juntos y en cambio se convierten en un ring de boxeo, en una pelea sin interés alguno porque nunca se extrae más conclusión que el caos y el aburrimiento por repetición y falta de conclusiones.

Es muy difícil que una sociedad sea democrática con estos hábitos. Cuando entre seis periodistas sólo dos disciernen lo necesario para definir valores democráticos y los otros cuatro sólo funcionan con las pulsiones viscerales de los automatismos, de las programaciones y las inercias heredades, desde lo irracional,  constantemente estrelladas contra los argumentos de una lógica que no conocen ni entienden.

Sería muy interesante que las cadenas estatales hiciesen el esfuerzo pedagógico de un programa didáctico en el que profesores expertos en dialógica, psicólogos y terapeutas, enseñasen a dialogar y a escuchar con ejercicios prácticos, a los contertulios habituales más gritones y antidemocráticos. Algo así como una Supernanny de la inteligencia comunicadora. Pero me pregunto si los que gobiernan Estado y medios, querrían una ciudadanía dialogante, educada, respetuosa, inteligente y democrática. Y lo que la evidencia me responde no es demasiado optimista. Qué pena!

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