La cena de los idiotas
por David Torres
Una sofisticada comedia francesa nos enseñó que la
costumbre en las reuniones de alto copete es invitar a un idiota a la
cena; uno por lo menos, si es posible dos. Los idiotas dan mucho juego y
alegran con sus idioteces la aburrida charla protocolaria; compiten
entre ellos sin saberlo y al final al mejor de todos le dan una medalla.
No es lo común pero en ocasiones no queda claro cuál es el más idiota
del guateque y hay que declarar desierto el premio.
En Bruselas se ha organizado una manduca espectacular entre los
dirigentes de ventitantos países europeos y los dirigentes de cincuenta y
tantos países africanos. En principio no se descartaba que no se
acabaran comiendo unos a otros porque había más de un caníbal sentado a
la mesa, y no nos referimos precisamente a meriendas de negros ni a
antropófagos certificados por debajo de la línea de Ecuador. Merkel, por
ejemplo, venía con hambre atrasada a pesar de que ya ha almorzado el
menú griego y nos está devorando a españoles, italianos y portugueses
por las patas.
En esas cenas con tanta gente siempre está el problema de dónde
sentar a cada uno, siempre hay un vecino incómodo con el que nadie
quiere compartir cubiertos y mucho menos conversación. Al presidente
español, por razones lingüísticas y de cercanía colonial, le tocaba al
lado de Obiang, que ejercía el papel de cuñado oficial de la reunión. Al
final Mariano prefirió hacer régimen porque ya se veía venir los
chistes que le iban a hacer los otros comensales: “Pregúntale a Obiang
si paga en dinero negro”, “Agáchate que te ha dejado un sobre debajo de
la silla”. Y todo así.
Hizo bien Mariano en rajarse porque esas cenas multitudinarias se
sabe cómo empieza pero no cómo acaban. Antes del primer plato te puedes
quedar sin país y después lo mismo te nombran idiota oficial. A lo mejor
cuando Merkel u Hollande presumieran un poco de cómo sofocar una
manifestación, Obiang podría levantarse y explicar entre carcajadas cómo
su tío Macias aplastó literalmente a cientos de opositores con ayuda de
unas cuantas apisonadoras. Si la cosa fuese subiendo de tono y alguno
vacilase de un ligue con una secretaria, Obiang golpearía con la cuchara
en la copa y se pondría a contar cómo iba violando una detrás de otra a
las mujeres de sus ministros. Y todo así.
El caso es que Obiang, por desgracia, era sólo uno de los muchos
negreros africanos sentados a la mesa en Bruselas. Si a los comensales
les dio por ponerse estupendos aquello, más que en cena de idiotas pudo
acabar degenerando en maratón de cuñados. Cómo estaría la cosa que se
comenta que hubo una rifa entre líderes por sentarse al lado de Merkel y
que más de uno se había estudiado el Marca para poder hablar con
Mariano. Por suerte sabemos que la diplomacia se impone y que los
políticos, por desalmados que sean, no suelen exponer sus vergüenzas en
público. Esas cosas no se dicen: se hacen. No es saludable masticar
mientras recuerdas que el tipo de enfrente está engullendo el PIB entero
de su país, entonces la digestión suele sentar mal. A los postres, los
cuñados ya se habían soltado el cinturón mientras los idiotas
esperábamos todos fuera, bajo la lluvia, dispuestos a pagar la cena, el
baile, el guardarropa, la factura del taxi y los platos rotos.
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