Decir República, decir hoy,
por Luis Gracía Montero
Abril es un mes republicano. Hablar en España de
República significa de forma inevitable asumir una meditación histórica.
El golpe de Estado de 1936 abrió un proceso de manipulaciones, olvidos y
reescrituras que convirtió la historia en una versión enfermiza de la
mentira. Al pasado se le negaron sus derechos como a una víctima más de
la represión franquista. Fue humillado de paredón en paredón, de cárcel
en cárcel, de discurso en discurso.
Cuando murió el dictador con un heredero designado, la historia
tampoco tuvo mucha suerte. Las leyendas del franquismo fueron
sustituidas por los mitos del consenso al amparo de un espíritu que
volvió a necesitar del olvido y la manipulación. Las élites económicas y
políticas de la dictadura borraron su hoja de servicios con yugos y
flechas para vestirse de padres de la democracia. La oposición
clandestina aceptó perder la memoria, o suavizar sus recuerdos, para
tranquilizar los ánimos y facilitar la llegada de las libertades. Así se
fundó una democracia sin raíces, incompleta, heredera de la dictadura,
en la que las deficiencias sociales estuvieron siempre acompañadas por
las lagunas en el conocimiento del pasado.
El espíritu de la Transición, que como su propio nombre indica
debería haber sido una ética transitoria, quiso instalarse después como
horizonte único, como consigna para fijar el futuro en la renuncia. Si
la solución de conflictos invita en una sociedad decente a la verdad, la
justicia y la reparación, aquí nos acostumbramos a confundir la España
del consenso con la mentira, la impunidad y el desamparo. La España que
se niega hoy a aceptar los convenios internacionales y la justicia
universal es en el fondo la misma que desatiende los derechos de las
víctimas del franquismo y que falsifica la historia de la Segunda
República y de la Guerra Civil con un cóctel de silencios,
equidistancias, malabarismos, calumnias y fraudes. Es también la España
que se acostumbra a convivir con la corrupción. La España que no conoce
la palabra dimisión.
Hay muchas distancias entre la España real y la España oficial. Oír
al presidente de Gobierno hablar de economía o de política tiene poco
que ver con la experiencia de la gente. Son mundos paralelos. Uno de los
abismos más grandes y más significativos de esa separación entre lo
real y lo oficial está en la distancia abierta entre los datos objetivos
del pasado que investigan los historiadores y la versión parlamentaria
del franquismo.
Por eso hablar de la República supone de forma inevitable asumir una
tarea de conocimiento y verdad histórica. Y por eso supone también una
meditación sobre el presente. Este abril republicano de 2014 es una
urgencia, una llamada a la realidad inmediata, un compromiso para
devolver a los ciudadanos su orgullo y su capacidad de autogobierno. Se
trata de devolverle la política a sus propietarios legítimos.
Ser republicano significa tomarse en serio la democracia en una
Europa que le ha hurtado a la política las decisiones sobre el futuro
para regalárselas a la sangre azul del dinero. La política está muerta
en una sociedad en la que los poderes financieros se imponen a la
soberanía de los parlamentos. La política está muerta cuando un partido
designa a sus candidatos sin discusión de sus órganos, reduciendo la
democracia al dedo masturbatorio del jefe. La política también está
muerta cuando un país renuncia a la elección de su Jefe de Estado. La
política está muerta cuando abandona la palabra socialismo en la bandeja
de un rey o en la mesa de un banquero. El consenso con las hipotecas de
la banca no es política, sino liquidación por derribo.
Ser republicano supone respeto a las leyes, porque son el principal
espacio público de la convivencia. Pero no olvidemos que el respeto es
siempre un viaje de ida y vuelta. Respetar la ley exige en primer lugar
su cumplimiento. Y cuando los derechos de la realidad y de la
legitimidad democrática no encuentran solución dentro de la ley, el
respeto exige un cambio de la legalidad, su acomodo a la justicia. Ese
viaje de ida y vuelta vale tanto para la organización territorial como
para la defensa de la justicia social. En este abril republicano de
2014, las formas del Estado son también inseparables de la voluntad de
conseguir una democracia económica que detenga el empobrecimiento de la
mayoría de la población. La cicatriz aguda de la brecha social debe
quedar fuera de la ley.
Ser republicano es defender la virtud pública y el pudor democrático.
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