sábado, 14 de abril de 2012

LA TESIS DE ALBERTO

¿Cómo olvidar la divertidísima e ingeniosa novela de R. J. Sénder, que se convirtió poco a poco en una saga y que se titula La tesis de Nancy?, que hasta en las aulas de la universidad, en los años 70, se convirtió en texto de análisis crítico de la sociedad española, camuflado de novelita intranscendente y jocosa. Para quienes no la hayan leído, vale recordar que merece la pena hacerlo. El autor en plena dictadura y desde su exilio de San Diego, California, donde enseñaba literatura, hace una crítica a la sociedad española de la época, mojigata, palurda y cerradísima, beata y tremendista, parecida  a la técnica cervantina de denuncia camuflada como sucedió con el Quijote en el Siglo de Oro.
Cuando los inquisidores asfixian la lucidez, los autores ingeniosos, se las componen a base de ironía, sátira y sentido del humor surrealista muy por encima de las entendederas de la censura y así pueden dejar el testimonio escrito de un tiempo de mordazas, no sólo políticas, sino sobre todo, mentales. Pues, bien, ahora las tornas se han cambiado. Ya no hay que rizar el rizo del ingenio para que el esperpento instalado en los plenos poderes, escriba por sí mismo la crónica del destarifo y se ponga él solito en evidencia, sin necesidad de que los escritores patrios tengan que desperdiciar su talento en nimierías para denunciar vicios profundos y demasiado sutiles, porque los achaques profundos de la sociedad española, ya han dado fruto abundante y lo siguen dando cada día. Así que parafraseando a Sénder, aquí tenemos una nueva adquisición literaria que se presenta en todo su esplendor y en la prensa nacional con un  "¡va por uhtedeh!". Y ya tenemos en pie La tesis de Alberto. Nuestro ínclito y sorprendente ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, que cada día nos da un motivo nuevo para descubrir sus capacidades ocultas y hasta ahora discretamente eclipsadas porque no le habían dejado espacio suficiente para dar impulso y publicidad adecuada al cargo y a la responsabilidad ministerial. Ya se contuvo muchísimo siendo alcalde de Madrid para no sacar los pies del plato ni entorpecer su futuro con tracas anticipadas, en este país nuestro tan aficionado a la cultura de la "mascletá" por sorpresa, a tiempo y a destiempo.
Siguiendo la estela de las tesis marcianas, aquí tenemos la de Alberto, ministro en prácticas. Ni corto ni perezoso se ha encaramado en la tribuna del Congreso y, hecho un Cicerón, se ha explayado con su premisa filosófica antiabortista, como en una arenga inflamada por el ardor partero: "Las mujeres que no son madres, no son mujeres. Porque sólo la maternidad convierte a las - no se sabe qué eran antes del evento obstetricio- , en mujeres". Y se ha quedado descansando. A gusto. Como manda la santa madre iglesia, que debe ser tan madre como aficionada a las paridas.
No sé como se habrán sentido su mujer, sus hermanas o sus hijas si las tiene, ni como se habrían sentido los dos, su mujer y él,  en el caso de haber resultado estériles para procrear. En tal caso, ¿se habrían metido en un convento, -bueno, en dos, claro, faltaría mas!-? ¿Habrían pedido la nulidad a la Sacra Rota? ¿La habrían conseguido alegando como causa un "monio" sin " matri"? ¿Y una vez conseguida la anulación se habrían vuelto a matrimoniar con otro y otra para conseguir el certificado de feminidad e hijos ad hoc? En tal caso ¿cuál fue el motivo por el que se casaron? ¿Se amaban, estaban enamorados o simplemente buscaban que la esposa obtuviese el certificado de mujer, como daban el del Servicio Social? ¿Y el certificado de hombre dónde y como se obtiene?, porque está claro que una mujer que pare es una madre, pero ¿quién  puede asegurar si el padre es el que lo parece solamente? A lo mejor no es nada más que un padre putativo, como San José. Y bueno, ¿San José habría sido un hombre o simplemente una tapadera sin certificar?
¿Y qué sustancia genérica tienen las monjas si no pueden sacar el certificado de feminidad competente? ¿y qué hace la iglesia que nos las pone a parir a todas, para que sean mujeres de verdad y no objetos litúrgicos con faldas y a lo santo?
Y si ser madre es lo más importante y lo que convierte en mujer a los posibles viragos ¿qué hacemos con Sor-aya S d S, , la vicepresidenta recién parida, que ni es sor ni es aya, pero pasa más horas en el Congreso y reunida, que con el hijo que acaba de parir, renunciando a ese derecho natural  e intransferible del periodo de baja por maternidad, muy responsablemente como jerifalte política, pero irresponsable absoluta como madre?
Cuando se ha sacado el certificado de maternidad, ¿ya se puede una dedicar en cuerpo y alma al poder y dejar que el niño se las apañe como Dios le dé a entender, bambando entre niñeras y tatas de mano en mano como la "la falsa monea" de la copla o es  el padre, sin certificado acreditativo de masculinidad, el que habrá pedido la baja por paternidad para que la criatura sea atendida como manda el dios todopoderoso e implacable del PP ¿o no? ¿o es que a ese dios le basta con el show del paritorio para dar el visto bueno a las paridoras amujeradas aunque nunca sean verdaderas madres en lo más importante y fundamental, que no es parir sino educar, alimentar, velar, acompañar, jugar, corregir, estimular, estar presente? Si de parir se trata también las perras, las gatas, las yeguas y las gallinas cluecas, están a la misma altura para obtención del certificado de feminidad animal, que es por lo visto, la única premisa válida para este ministro amateur y diletante.

En fin, las objeciones de conciencia a la tesis de Alberto son infinitas, podríamos estar especulando meses sobre ellas sin agotar los argumentos antitéticos, ilógicos y aberrantes, y deberían constituir en sí mismas una verdadera tesis doctoral digna de Sigmund Freud. Después de ver en lo que está derivando el gobierno actual, no estaría demás que la Constitución incluyese el deber de que todo aspirante a un cargo en el ejecutivo pase un test de salud mental y de madurez psicoemocional, donde un equipo de psiquiatras valore las capacidades, no sólo pensantes, memorísticas y archivadoras de códigos, leyes y teorías, sino la aptitud intelectiva, coordinadora, analítica, asociativa y reflexiva, organizadora del pensamiento y la praxis, para que por lo menos, antes de dar un discurso, los ministros y presidentes fuesen capaces de aportar lo que necesita la sociedad, no según ellos, sino según la sociedad misma lo pide y lo exige. Tampoco estaría demás que la misma "flexibilidad" de empleo y contrato que se aplica a cualquier trabajador a sueldo, se aplicase a los políticos, sometiéndoles los seis primeros meses de gobierno a un periodo de prácticas, donde demuestren sus aptitudes, capacidades organizativas, creatividad, acierto, aptitudes para el consenso, honestidad, y sentido de la responsabilidad por lo menos. Y si no pasasen la prueba serían sustituidos por personas más capaces y ellos se irían al paro con el sueldo base. Y si fuese el gobierno en pleno el que no alcanzase el listón de la democracia y la inteligencia combinadas, pasaría a gobernar la oposición. Eso es democracia. Lo demás es tan ridículo, inoportuno, desafortunado y patético como la tesis de Alberto.

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