Mal andamos. Muy mal. En lo que se refiere a valores y a ética sobre todo. Escuchar hoy comentarios en los medios, que consideran extraordinario el hecho de que el rey pida disculpas por su real metedura de pata y cadera, es muy preocupante. No es extraordinario, si no una soldadura de emergencia en el reventón de la tubería principal que mantiene como puede el abastecimiento moral en este país maltrecho y maltratado principalmente por sus habitantes y jerifaltes, mano a mano. No es extraordinario; es lo mínimo. Y sólo porque esta vez se ha sabido lo que ha estado pasando desde siempre. Porque respondiendo a la hipocresía social "normal", lo malo sólo es malo cuando se hace público. Como la corrupción política. Como la pederastia. Como el fraude fiscal. El mal no es el hecho en sí, sino la constancia pública del hecho y que los demás se enteren.
Que el rey no tiene conciencia de la gravedad de lo que hace mal y que sólo lo comprende cuando los ciudadanos, los medios y el mundo entero se quedan a cuadros por sus gestas inapropiadas y peligrosos, no sólo para él, sino para la crisis de su país y la biodiversidad, es más que evidente. Que el rey sólo ve que se equivoca, no cuando lo hace, sino cuando sus actos provocan un escándalo y un rechazo de sus soberanos caprichos y la ciudadanía y la prensa empiezan a hablar insistentemente de abdicación, de referéndum y de tercera república. ¿Eso tiene algo de extraordinario? Sí, desde luego. Es extraordianria la estupidez social y política, más propia de un rebaño que de una ciudadanía, que lleva permitiendo este estado de cosas durante más de tres décadas, con el inconscien-so de este país, tan baqueteado históricamente, tan democráticamente mutilado y humillado por el caciquismo real, bancario, político, religioso y chulesco, que ya hasta unas excusas por algo tan bochornoso como para merecer una abdicación automática, se conviertan en algo extraordinario. Eso es lo único de especial y de raro que tiene el caso.
Que González Márquez no fuese imputado en el caso GAL, ni en la corrupción urbi et orbe que padecimos con él, que Aznar ande tan pancho sin dar cuenta a la justicia por "su guerra" de Irak y la masacre de Atocha, que Camps, Carlos Fabra, Zaplana, Rita Barberá, y toda la gürtelandia en pleno, anden por ahí como héroes, y el juez Garzón condenado a no poder ejercer nunca más, sea el pan nuestro de cada día, no convierte las excusas del rey en algo virtuoso. Es que el rey tiene mucho más que perder que todo ese retablo de las maravillas corruptas. Las disculpas del rey tendrían valor si sobre todo fuesen motivadas por el saqueo de su hija y de su yerno, con permiso y sugerencias de papá. Y viniesen acompañadas de la devolución íntegra del botín y con la invitación por real decreto a que todos los corruptos del reino hiciesen lo mismo. Así como someterse a los recortes y congelación del sueldo, con el mismo rigor que todos los funcionarios expoliados por el tijeretazo PPero. Eso, más que extraordinario debería ser lo natural, lo lógico, lo decente, lo honesto, lo respetuoso y lo justo.
Lo dicho, qué mal, qué requetemal, está una sociedad que no distingue la indecencia, la irresponsabilidad y el interés personal, de la excelencia. Y que intenta pasar página como si tal cosa, corriendo el tupido velo de la disculpa sobre un hecho de una trascendencia enorme.
Un Jefe de Estado no puede reaccionar como un niño al que sorprenden en la despensa pegando un mordisco a una chocolatina antes de comer y se cae de la silla en la que se ha subido. Un rey debe saber responsablemente lo que puede y debe hacer y lo que no, sin que nadie le controle ni le vigile ni le guíe. Para ser Jefe de Estado debe ser imprescindible tener una conciencia moral formada y no andar jugando al pilla-pilla con el dinero, los privilegios o el cargo que ostenta porque una Constitución votada democráticamente por ciudadanos libres, le permite ocupar y ocuparse de la responsabilidad más alta y visible de un Estado. Porque un rey con más corona que cabeza, sólo tiene dos salidas o le aumenta el volumen de la cabeza -cosa imposible- o deja de ponerse la corona, que es lo idóneo.
Claro, que si a base de estar tan familarizados con la desvergüenza político- parlamentaria, autonómica, eclesiástica, ejecutiva, senatorial, judicial, edilicia, empresarial y bancaria, todo abuso se convierte en los más naturales pecata minuta, no es nada extraño que resulte extraordinario e inusual que un Jefe de Estado pillado con las manos en la masa y con el prestigio real por los suelos, pida excusas como un naúfrago del Titanic pediría un salvavidas.
Después de todo lo soportado y sufrido, los ciudadanos resistentes y con algo de valores aún, se han vuelto agnósticos en el credo monárquico, tanto como en la secta pseudopolítica al uso, en las instituciones que deberían protegerles y les están esquilmando, para que a doña majestad le germinen los yernos listos, las operaciones de lujo y las aventuras del arrepentimiento en la senda de los elefantes.
Querido Iñaki, siento decirte que tu video de hoy no se corresponde con el estado de la opinión ni de la indignación, no ya general, sino capitán general, por lo menos; más que nada para hacer juego con el desafortunado evento que está soportando, porque sí. Porque no queda otra.
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