domingo, 9 de mayo de 2021

¡Por supuesto, que se puede y se debe ejercer la crítica al votante! Precisamente de la decisión de los votantes depende la existencia misma de la democracia. La impunidad amoral masiva no puede convertirse en paradigma que nos exonere de la responsabilidad y nos trate como a niños chicos for ever. Nos gobierna lo que elegimos o lo que no hemos elegido por omisión, o hemos elegido mal. Quitar reponsabilidad a la ciudadanía es demagogia y muy perverso para la propia democracia. Si votamos o permitimos con la abstención que gobierne lo que nos destroza o solo nos beneficia en plan particular, solo caben dos posibilidades: o somos inmaduros sociales o somos idiotas; recordemos que idiota ("ídiótes", en griego original) no significa "tonto", sino estar limitado egóticamente y más ciegos que topos, solo a lo personal, sin reconocer el valor ineludible y básico del nivel colectivo, o sea, tipo "le voto porque me cae bien o no le voto porque me cae mal o no voto porque ninguno me mola", al margen de cómo se gestione la realidad colectiva. Con ese grado de irresponsablidad solo se consigue aniquilar esa democracia que no es solo un concepto, sino el motor de la propia sociedad civilizada, que tanta sangre, sudor y lágrimas ha costado y aun sigue costando a la humanidad.

 

TECETIPO

¿Se puede criticar a los votantes?

Ser el único de la plaza de toros que piensa que lo que le hacen al animal es tortura no te quita razón, aunque a tu alrededor todos saquen un pañuelo. La democracia no va de aceptar que la mayoría tiene razón

Gerardo Tecé 7/05/2021

Público 

A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete!

¿Se puede criticar a los votantes? Es la pregunta en la que anda enredada estos días la izquierda. A falta de mejores cosas que hacer, como gestionar poder político, no me parece mal hobby. Una primera pensada rápida sobre el asunto nos lleva a intuir algo obvio: en la fila de la ventanilla para la crítica, uno siempre debe estar unos cuantos turnos por delante de los demás. Parte de la izquierda, sin embargo, generosa como siempre, ha decidido cederle el paso al resto y quedarse mirando la ventanilla de lejos. Lanzándose al cuello del currante que vota trumpismo de cercanía. Sin caer en la cuenta de que, si a Díaz Ayuso le ha funcionado plantear una guerra estúpida entre alternativas imaginarias –comunismo o libertad–, es quizá porque la izquierda no ha planteado una guerra seria entre alternativas reales. Tal vez con una derecha enfurecida por culpa de una valiente reforma laboral a la izquierda le hubiera ido mejor que llevándose las manos a la cabeza por las ocurrencias de Ayuso. Si el pulso por lo material no ocupa el espacio central del debate, gana quien controla los medios de comunicación. Y esa no es precisamente la izquierda.

Una vez ha desfilado uno mismo por la ventanilla de la crítica, ¿por qué no van a pasar por ella los demás? ¿Por qué no se puede decir que los madrileños han votado mayoritariamente políticas que son objetivamente irresponsables y letales para lo público? ¿Por qué un gran número de votos iban a ocultar que Ayuso, como decía estos días el bolivariano Financial Times, ha triunfado gracias a una estrategia grosera por lo infantil? ¿Por qué criticar lo votado iba a ser un ataque a la democracia? En este debate que tiene tan entretenida a la izquierda, parte de ella repite estos días algo que, aunque suena muy bien en las tertulias generalistas, quizá no sea del todo cierto: al votante no se le puede reñir como a un niño que se equivoca por haber votado a Ayuso. ¿Y si fuera justo al contrario? ¿Y si tratar como un niño al votante fuese en realidad observarlo como ser de luz sin responsabilidad y ajeno a la política? ¿No será tratar como un niño al votante presentarlo como un actor externo al día a día de la democracia que, de vez en cuando, es llamado a ponerle nota a la política? ¿No será el votante en parte culpable de los errores de la democracia? Julio Anguita, tan venerado como ignorado, pedía ya hace décadas cambiar el foco. Usted no es ajeno a esto, le decía Anguita al votante. “Yo le miro a usted a la cara y le digo que, si vota corruptos, usted tiene responsabilidad en la corrupción”. Creo que tratar al votante como adulto sería más bien eso.

Que el voto, como los trajes de Sergio Ramos o el punto de sal de las croquetas, sean objetos susceptibles de crítica, no nos quita calidad democrática, nos la da. Y no importa que la crítica se realice contra dos votos emitidos o contra dos millones. Ser el único de la plaza de toros que piensa que lo que le hacen al animal es tortura no te quita razón, aunque a tu alrededor todos saquen entusiasmados un pañuelo. La democracia no va de aceptar que la mayoría tiene razón. Las elecciones, el voto de la mayoría, te obliga a aceptar que en el sillón institucional se siente el más votado, pero nada más. Siento caer en la obviedad de Teo descubre la democracia, pero el debate obliga a explicar lo básico.

Hay que persuadir al votante en vez de regañarle, repite instalada frente a la ventanilla de la crítica esa izquierda tan enamorada de flagelarse que bloquea el paso del resto de la fila. Que si quiere bolsa, oiga. Llámenme radical, pero creo que el votante no debería ser un niño al que la izquierda deba persuadir. Para persuadir ya está Díaz Ayuso que, entre sacrificio necesario y Disneylandia, ofrece el castillo de Mickey Mouse. Aunque esto haya supuesto una irresponsabilidad sanitaria, como demuestran los brutales datos del paso de la pandemia por Madrid. La izquierda, como opción política, está obligada a persuadir, claro. Pero nunca en lo importante. En lo importante a la izquierda le toca ser responsable, aunque esto le reste votos. Cosa que no estaría de más que imitase la derecha de vez en cuando. Tiene ejemplos en los memes del móvil. Cuando Churchill le prometió al Reino Unido sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor en una Guerra necesaria contra el nazismo, no persuadió ni hizo cálculo político. Churchill le dijo a su pueblo lo que había y no ofreció la alternativa de seguir con sus vidas como si nada. Eso hubiera persuadido a muchos, seguro. Pero hubiera sido tremendamente irresponsable.

Repetimos hoy con el votante de Ayuso el mismo argumento que ya apareció cuando la extrema derecha llegó a las instituciones. No les diga usted a los votantes del fascismo que están equivocados, enamórelos con argumentos. Años después, aún nadie ha conseguido enamorar con argumentos a quien opina que no hay que rescatar una patera en el mar –pintando de blanco a los pasajeros, ¿tal vez?-, que los homosexuales son enfermos o que el feminismo es un atentado contra el hombre. La política necesita más dosis de responsabilidad y menos de persuasión. Para persuadirnos tenemos ya maravillosos publicistas que nos hacen comprarnos relojes que miden calorías. Ayuso ha hecho una jugada muy inteligente ofreciendo libertad cuando la gente estaba ya harta de restricciones pandémicas, repiten sesudos analistas, incluidos muchos desde la izquierda. Claro. Inteligente es. Inteligentísimo, diría. Tan inteligente como bloquear el gobierno de los jueces porque te beneficia. Tan inteligente como regalarle vivienda pública a un fondo buitre que controla cadenas de televisión que después hablarán bien de ti. Que la derecha es inteligente no debería ser motivo de debate: nadie lo duda.

Que el votante de Madrid ha premiado la irresponsabilidad es algo que no sólo se puede decir, sino que se debe. Y, puestos a hablar del votante como niños, Madrid, reconozcámoslo, sería ese hijo único acostumbrado a ser el centro de atención. El hijo premiado con regalos sin que las notas importen. A Madrid, después de suspender el curso, se le dio a elegir entre quedarse estudiando o irse a Disneylandia como si nada. Y la respuesta fue clara. Escribo esto desde Andalucía. Lugar gobernado por un PP que cerró bares cuando era necesario y arrimó el hombro con el Gobierno central como lo han hecho todas las autonomías independientemente de su color político. Todas, excepto Madrid. Un PP andaluz al que nunca nadie en este tiempo le recriminó que nos hubiera quitado la libertad. En Andalucía, hija de familia numerosa acostumbrada a no ser el centro de atención ni a recibir viajes a Disneylandia, se entendió que era lo que tocaba. Aunque nos guste un bar tanto o más que a cualquier habitante de la sagrada meseta. Pues claro que se puede criticar.

Autor



No hay comentarios: