lunes, 10 de mayo de 2021

El pp en su esencia es una auténtica contradictio in terminis, un baile de carnaval constante, un juego de miras muy cortas, porque ellos mismos son el plumero que pretenden ocultar. Lo más preocupante y grave en ese mugriento y torpe recochineo -el máximo nivel que pueden alcanzar- es que tanta gente les tome en serio. Eso no significa que la izquierda no sepa 'derrotarles', es algo mucho peor: que una mayoría se identifique con la barbarie, el destarifo, la mentira, la corrupción normalizada, la hipocresía, la banalidad, el sinsentido, el miedo al cambio necesario para crecer y evolucionar, el odio a lo diverso y la soberbia como himno coral. Un fariseísmo social masivo que se acepta encantados si da prebendas y esclavitud perenne en lo general disfrazada de libertad oportunista y a lo loco en lo parcial . La mentira como poder absoluto manipulador. La perversión de la vida misma como renta per capita. Ahora, toca, como conciencia colectiva, que la ciudadanía se quede un rato largo en el rincón de pensar y recuerde que ese panorama solo es posible que gobierne si se lo permiten nuestros votos. La pregunta es: ¿Hay suficiente ciudadanía en este país de países, dispuesta a pensar en algo más que en la satisfacción inmediata de sus intereses, humores cambiantes y apetencias, si para empezar ni siquiera se distingue la diferencia entre instintos, emociones, razón, ideas y sentimientos? En ese plan, hasta el ridículo más obtuso puede llegar a la presidencia de cualquier comunidad o gobierno central y a la jefatura del estado, si así lo quieren todxs, porque así se lo pasan de muerte... democrática, ética y cívica, de los auténticos derechos y deberes, que en el caos no tienen espacio ni tiempo que desarrollar y compartir. En corrales, cuadras, cochiqueras, establos, plazas de toros, rebaños y manadas es lo que hay. La celebración demencial masiva de ayer mismo como si el virus no existiese, en plena pandemia , lo deja cristalino. Quienes no cuidan de sí mismos si eso incluye privarse de hacer lo que les da gana, ¿cómo van a entender el bien común? Una cosa es entenderles y respetarles, otra ser sus palmeros cómplices y animarles a que sigan en ese plan, porque tienen todo el derecho del mundo y ninguna responsabilidad. No hay derechos sin deberes. Ni deberes sin derechos. El ridículo absoluto y socialmente suicida es trabajar en la política, en el estado, en las leyes o en los medios de información y creer que eso nada tiene que ver con la ética y la conciencia, dos invitadas de piedra en el banquete español. Una verdadera aporía.


Dominio público

Casado, el PP y el sentido del ridículo

Los barones del PP: de izquierda a derecha, Alfonso Fernández Mañueco (presidente de Castilla y León), Isabel Díaz Ayuso (presidenta de Madrid), Alberto Núñez Feijóo (Galicia), Pablo Casado (líder del partido) y Juan Manuel Moreno (Andalucía). - EFE / LAVANDEIRA JR
Los barones del PP: de izquierda a derecha, Alfonso Fernández Mañueco (presidente de Castilla y León), Isabel Díaz Ayuso (presidenta de Madrid), Alberto Núñez Feijóo (Galicia), Pablo Casado (líder del partido) y Juan Manuel Moreno (Andalucía). /
EFE / LAVANDEIRA JR

En la extenuante campaña de Madrid, hemos asistido a la caída en picado del prestigio de la frase del president Tarradellas, tan aclamada y manoseada siempre por políticos y periodistas (me incluyo): "En política se puede hacer de todo menos el ridículo". No es cierto. Ya no. Ahora se puede hacer el ridículo en cualquier acción política si el objetivo final es despistar al electorado. Mientras entono un "¡Vivan las cañas de España!" en una happy campaña electoral convocada por sorpresa (y la colaboración nunca suficientemente agradecida del adversario), te deslizo un programa en blanco para hacer lo que me dé la gana cuando tenga tus votos. No obstante, el ridículo como estrategia electoral puede funcionar un tiempo por novedosa (qué risa con los memes de Trump y de Ayuso), pero con el tiempo habrá de modernizarse. ¿Qué será lo próximo? Quién sabe, pero nunca den por agotado el ingenio de los planificadores de campañas ni su existencia misma como colectivo tan amado como odiado.

El domingo leí con mucho interés la entrevista de Juanma Lamet en El Mundo al presidente del PP, Pablo Casado, encumbrado (literal -fotografiado por Carlos García Pozo- y figuradamente, en su sonrisa exultante) en una azotea sobre los tejados de Madrid, comiéndose a bocados la capital porque para el líder conservador, Madrid sí es España, y la victoria de Isabel Díaz Ayuso el pasado martes es el comienzo de la remontada en todo el país. Absolutamente convencido de ello, Casado va desgranando su teoría sobre por qué el socialcomunismo de Pedro Sánchez y Unidas Podemos está acabado. Hay muchas causas, explica Casado, también la aguerrida lealtad de socialdemócratas como Joaquín Leguina y Nicolás Redondo jr., exsocio de Jaime Mayor Oreja en las elecciones de Euskadi (2001) con nulo éxito, y que ya practicaron esa misma lealtad con José Luis Rodríguez Zapatero al frente del PSOE, no sé si recuerdan, justamente cuando se fueron quedando sin responsabilidades y cargos.

Más allá de la querencia por el transfuguismo o sucedáneos, la mejor parte de la entrevista viene de la mano del estado de alarma, que se acabó este sábado a medianoche con una exhibición de incivismo e insolidaridad -de libertad- de demasiadas personas, que lo celebraron con botellones multitudinarios, sin distancias de seguridad ni mascarillas, en Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao. Comparar las fotos de estas juergas de jóvenes (y no tanto) con las de los aplausos a los sanitarios durante el primer confinamiento hace perder la fe en el ser humano. Además, las respuestas de Casado al periodista en la citada entrevista nos reafirman en la tesis de este texto: el sentido del ridículo se ha perdido definitivamente en política. Todo vale, incluso lo fácilmente desmontable. Y si cuela, cuela.

Deben leer la entrevista, pero les resumo muy brevemente lo de Casado y el estado de alarma. El tira y afloja de entrevistador y entrevistado empieza así:


"P: Algunas comunidades del PP plantearon la posibilidad de ampliar el estado de alarma, como mal menor. ¿Por qué Génova les hace oposición en esto?

R: No, no. Ninguna de las autonomías del PP ha considerado aumentar el estado de alarma". 

Una se queda atónita con la contundencia de la respuesta. No hace falta escarbar en lo mas recóndito de la deep web para saber que Alberto Núñez Feijóo, desde Galicia, y Juanma Moreno, desde Andalucía, entre otros, pidieron al Gobierno que prorrogase el estado del alarma para no dejar jurídicamente desamparadas a las autonomías. Da lo mismo. El periodista repregunta hasta dos veces y la respuesta es igual: cuando se acaba el estado de alarma, estaban todos de acuerdo en que debía acabarse... Y de ahí no lo sacas, pese a las evidencias sonrojantes.


No crean, sin embargo, que el presidente del PP ignora lo que hace -y dice-. Feijóo, Moreno, Fernández Mañueco... querían más estado de alarma hasta que Ayuso -y el propio Casado, en eso también insiste mucho en la entrevista: es una victoria compartida- arrasó en las elecciones del 4 de mayo con su mensaje de libertad con cañas. Ahora ninguno de los tres barones quiere ese estado de alarma en absoluto, y precisamente para decir al presidente de la Junta que Juanma Moreno no se ha enterado de que no quiere el estado de alarma, viajó Casado la pasada semana a Málaga.

Visto y no visto; como Saulo al caer del caballo, Moreno no solo vio la luz y admitió que él no quería el estado del alarma, aunque no lo sabía, sino que hasta abrió las discotecas para superar a Díaz Ayuso en su mensaje de campaña electoral y que la libertad se vea también en las pistas del baile, donde hay de todo menos distancia de seguridad. Y no, claro que no: esto no tiene nada que ver con unas inminentes elecciones en Andalucía donde el PP pretenda arrasar con la estrategia de Ayuso-Madrid-España, qué mal pensadas son ustedes.

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