Casado, el PP y el sentido del ridículo
En la extenuante campaña de Madrid, hemos asistido a la caída en picado del prestigio de la frase del president Tarradellas, tan aclamada y manoseada siempre por políticos y periodistas (me incluyo): "En política se puede hacer de todo menos el ridículo". No es cierto. Ya no. Ahora se puede hacer el ridículo en cualquier acción política si el objetivo final es despistar al electorado. Mientras entono un "¡Vivan las cañas de España!" en una happy campaña electoral convocada por sorpresa (y la colaboración nunca suficientemente agradecida del adversario), te deslizo un programa en blanco para hacer lo que me dé la gana cuando tenga tus votos. No obstante, el ridículo como estrategia electoral puede funcionar un tiempo por novedosa (qué risa con los memes de Trump y de Ayuso), pero con el tiempo habrá de modernizarse. ¿Qué será lo próximo? Quién sabe, pero nunca den por agotado el ingenio de los planificadores de campañas ni su existencia misma como colectivo tan amado como odiado.
El domingo leí con mucho interés la entrevista de Juanma Lamet en El Mundo al presidente del PP, Pablo Casado, encumbrado (literal -fotografiado por Carlos García Pozo- y figuradamente, en su sonrisa exultante) en una azotea sobre los tejados de Madrid, comiéndose a bocados la capital porque para el líder conservador, Madrid sí es España, y la victoria de Isabel Díaz Ayuso el pasado martes es el comienzo de la remontada en todo el país. Absolutamente convencido de ello, Casado va desgranando su teoría sobre por qué el socialcomunismo de Pedro Sánchez y Unidas Podemos está acabado. Hay muchas causas, explica Casado, también la aguerrida lealtad de socialdemócratas como Joaquín Leguina y Nicolás Redondo jr., exsocio de Jaime Mayor Oreja en las elecciones de Euskadi (2001) con nulo éxito, y que ya practicaron esa misma lealtad con José Luis Rodríguez Zapatero al frente del PSOE, no sé si recuerdan, justamente cuando se fueron quedando sin responsabilidades y cargos.
Más allá de la querencia por el transfuguismo o sucedáneos, la mejor parte de la entrevista viene de la mano del estado de alarma, que se acabó este sábado a medianoche con una exhibición de incivismo e insolidaridad -de libertad- de demasiadas personas, que lo celebraron con botellones multitudinarios, sin distancias de seguridad ni mascarillas, en Madrid, Barcelona, Sevilla o Bilbao. Comparar las fotos de estas juergas de jóvenes (y no tanto) con las de los aplausos a los sanitarios durante el primer confinamiento hace perder la fe en el ser humano. Además, las respuestas de Casado al periodista en la citada entrevista nos reafirman en la tesis de este texto: el sentido del ridículo se ha perdido definitivamente en política. Todo vale, incluso lo fácilmente desmontable. Y si cuela, cuela.
Deben leer la entrevista, pero les resumo muy brevemente lo de Casado y el estado de alarma. El tira y afloja de entrevistador y entrevistado empieza así:
"P: Algunas comunidades del PP plantearon la posibilidad de ampliar el estado de alarma, como mal menor. ¿Por qué Génova les hace oposición en esto?
R: No, no. Ninguna de las autonomías del PP ha considerado aumentar el estado de alarma".
Una se queda atónita con la contundencia de la respuesta. No hace falta escarbar en lo mas recóndito de la deep web para saber que Alberto Núñez Feijóo, desde Galicia, y Juanma Moreno, desde Andalucía, entre otros, pidieron al Gobierno que prorrogase el estado del alarma para no dejar jurídicamente desamparadas a las autonomías. Da lo mismo. El periodista repregunta hasta dos veces y la respuesta es igual: cuando se acaba el estado de alarma, estaban todos de acuerdo en que debía acabarse... Y de ahí no lo sacas, pese a las evidencias sonrojantes.
No crean, sin embargo, que el presidente del PP ignora lo que hace -y dice-. Feijóo, Moreno, Fernández Mañueco... querían más estado de alarma hasta que Ayuso -y el propio Casado, en eso también insiste mucho en la entrevista: es una victoria compartida- arrasó en las elecciones del 4 de mayo con su mensaje de libertad con cañas. Ahora ninguno de los tres barones quiere ese estado de alarma en absoluto, y precisamente para decir al presidente de la Junta que Juanma Moreno no se ha enterado de que no quiere el estado de alarma, viajó Casado la pasada semana a Málaga.
Visto y no visto; como Saulo al caer del caballo, Moreno no solo vio la luz y admitió que él no quería el estado del alarma, aunque no lo sabía, sino que hasta abrió las discotecas para superar a Díaz Ayuso en su mensaje de campaña electoral y que la libertad se vea también en las pistas del baile, donde hay de todo menos distancia de seguridad. Y no, claro que no: esto no tiene nada que ver con unas inminentes elecciones en Andalucía donde el PP pretenda arrasar con la estrategia de Ayuso-Madrid-España, qué mal pensadas son ustedes.
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