lunes, 17 de mayo de 2021

Una invitación reflexiva muy interesante, a través de la Historia y sus secuelas. Gracias, Javier Aroca y eldiario.es!


Equivalencias y equidistancias

Cuando empezó la reconstrucción alemana, nadie recordaba haber votado o aplaudido a Hitler.

Escribía Manuel Vicent en El País recientemente y reflexionaba sobre la equidistancia y la vida cotidiana. Tenía razón, uno no sabe si su panadero es de extrema derecha, si el fontanero es rojo, si el cura es del PP, si el camarero que nos sirve la caña o la cena es de extrema izquierda o un nazi, unos son creyentes, otros ateos o lo que sea. Y así convivimos, sin preguntarnos lo que somos.

Esto viene de antiguo. En la Sevilla del siglo XII, algo así como un juez, en todo caso, una alta autoridad de los tiempos de gobierno musulmán, publicaba el Tratado de Ibn Abdun, que así lo conocemos hoy.

En aquel Tratado, una especie de ordenanza o regla de comportamiento ciudadano, se prohibía a los musulmanes dar masajes a cristianos y judíos, atender sus caballerías, se prohibía a los barqueros transportar a los menos creyentes a Triana a beber vino o a traer vino de Triana. También, entre otras cosas, se prohibía tañer las campanas de las iglesias y a las mujeres musulmanas se les impedía acudir a las iglesias solas, por el temor a los curas que se suponían célibes pero sin perder la afición. A estos se les pedía que se casaran.

Por supuesto que ni los barqueros, ni los taberneros trianeros, las mujeres, los curas, los masajistas se preguntaban quiénes eran los otros o se hacían los locos. Vendían y bebían vino, daban masajes y los recibían, los barqueros hacían su agosto sin meterse en líos, los curas hacían lo que podían y así se pasaba la vida.

Se convivía. Luego llegaron los cristianos. Aun así, los reyes cristianos tenían a cargo de su tesoro a almorajifes judíos; con ellos, los mejores, se hacían ricos y los almojarifes, de camino, también. A veces les costaba el pescuezo. También tenían a su servicio a los mejores alarifes mudéjares para construir sus palacios y los de los cristianos ricos e iglesias para los curas. Para nada valía la condición de judío o musulmán.

Hasta que un día todo se truncó. El Arcediano de Écija comenzó el Progromo de Sevilla de 1391 –se extendió–, que costó la vida a miles de sevillanos judíos con la complicidad o, al menos, inacción del resto de la población. Luego vinieron las expulsiones: primero de judíos, luego de moriscos y la temida Inquisición. Y ya nadie conocía a nadie, ni a su panadero ni a su tabernero, ni al médico, ni al masajista, la convivencia que traía equivalencia se transformó en equidistancia. Las víctimas se quedaron solas.

En la noche de los Cristales Rotos, los alemanes tampoco apenas notaron nada. Era pronto, decían luego. Los judíos que durante siglos habían pasado inadvertidos por su integración pasaron a ser muy visibles, la equidistancia también y la convivencia se transformó en odio.

De los Cristales Rotos, las tiendas, negocios y librerías asaltadas y las dignidades rotas, con convivientes equidistantes, se pasó a los campos de exterminio. Aquellos vecinos, panaderos, fontaneros, médicos, cirujanos, libreros, barqueros, masajistas, curas o rabinos pasaron de no ser conocidos ni notados a visualizarse, señalados, estigmatizados, exterminados.

Cuando terminó la II Guerra Mundial y los aliados llegaron al primer campo de exterminio, las autoridades militares aliadas se empeñaron en que aquel horror fuera fotografiado, grabado. Sabían, como ocurrió, que después de la equidistancia venía el negacionismo. Gracias a ello, hoy conocemos la maldad nazi. Además de las fotos y películas, los americanos hicieron desfilar a los vecinos alemanes de los pueblos cercanos ante los montones de cadáveres y los pocos que quedaron vivos, respirando aún el fétido olor de la muerte chamuscada o gaseada.

Cuando empezó la reconstrucción alemana y muchos de los acomodados del régimen nazi ya habían huido o se habían disfrazado de equivalentes, los alemanes que se quedaron perdieron la memoria. Nadie recordaba haber votado a Adolf Hitler en aquellas elecciones que ganó en 1933 ni de haberlo aplaudido en sus desfiles y mítines patrióticos. Nadie recordaba haber tenido un vecino judío, gitano, homosexual, tullido o combatiente demócrata exterminado. En aquellos tiempos, la equidistancia y equivalencia se pudo visualizar como lo que fue, una auténtica cobardía. 


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Comentario del blogg:


La  historia como lección también puede superarse con un despertar de la conciencia colectiva e individual. Es el caso de Alemania, que tras asumir una derrota más que merecida, despertó sin más, por la fuerza de los hechos y en ello sigue. 

Desde que la evidencia imborrable del horror en la propia casa y el Tribunal Internacional de Nuremberg aclaró causas, efectos y responsabilidades haciendo limpieza general, los alemanes asumieron por mayoría como sociedad y como estado, la realidad inocultable de su historia y en vez de disfrazarla de un repugnante y cínico "todo vale en una guerra", "eso no lo hicimos nosotros que somos buenísimos" o "todo son infundios del enemigo contra la patria", evolucionaron y consiguieron cambiar las "esencias" por la decencia tan necesaria como el respirar para el equilibrio y el ordenamiento activo de cualquier sociedad sana y eficaz en su funcionamiento. Y por esa razón crítica de la ética kantiana llevada a la práctica, ahora, la inmensa mayoría de los alemanes y alemanas rechazan de plano y por completo, totalmente abochornados y sin poner jamás una excusa, las negruras de su propia historia; se avergüenzan como pueblo autoengañado e irresponsable en tiempos convulsos ya desechados como modelo social, cómplices de una absoluta banalidad del mal que no admite disculpas. Tanto, como para haber convertido en delito la propaganda y la "normalización" de cualquier expresión o actitud pronazi, racista y discriminadora, como violencia social penalizada por las leyes. 

Ya quisiéramos eso mismo por estos pagos y cobros de las híspidas Hispanias, ains! Una historia asumida con responsabilidad que se enseña desde la posguerra mundial, en las escuelas, en las aulas y en las calles, para que nunca más vuelva a repetirse. Pueden visitarse los campos de exterminio junto a guías del estado que explican la historia sin tachones ni manos de pintura y camuflaje. 

Si eso se hubiese hecho durante las cuatro primeras legislaturas del Psoe en España, -del 82 al 96- o con Zapatero desde el 2004 al 2011, a estas alturas no existirían ni el PP, ni VOX ni C's y la monarquía sería historia superada con creces por una república federal/municipalista de los pueblos ibéricos.

Lo que choca muchísimo es que ese comportamiento responsable y coherente desde la ética y la democracia, no lo asuman como propio los alemanes que proceden de la antigua Alemania socialista,la que construyó el muro del Berlín,  quienes actualmente son el semillero social de la una ultradrecha filocapitalista inexplicable en su propio contexto. Viniendo del socialismo es un disparate semejante resultado pedagógico. 

¿Será que al final nada es lo que parece, porque todo depende de lo que se hace y cómo se entiende y gestiona ciclo a ciclo lo que se vive y se ha vivido dependiendo  del modo en que se aprende, se reproduce o se supera, se mejora, o  se empeora si se olvida y por ello se reproducen autómata y patológicamente los peores y más devastadores aspectos del pasado? 

Perdonar y arrepentirse no puede significar el olvido de las causas que provocaron los daños que la inteligencia consciente debe superar, perdonar y evitar constantemente para poder corregirse a sí misma, en interés de la propia salud cívica y personal, sobre todo para no atascarse en el fango de una recurrencia infinita y bastante idiopática. Un verdadero agujero negro enfermizo del que solo se sale despertando a un mejor y más amplio  nivel de comprensión y por ello, de conciencia. 





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