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Estoy de acuerdo en muchas de las razones que se expresan en este análisis, y en la obra comentada, pero creo que a esta concepción meramente intelectual de la política le falta ventilarse un poco y salir del círculo vicioso de las definiciones absolutas, en las que se determina en plan laboratorio científico lo que es socialista y lo que es populista. Hay que recuperar la esencia de humanidad en crecimiento evolutivo imparable, y por ello imposible de colocar en compartimentos estancos perfectamente ordenados y clasificados para poder manejarlos y darles el sentido que cada grupo ideológico considera el adecuado, sin entrar jamás en la esencia compleja y connatural al ser humano. Para comprender la realidad manifiesta de lo humano en los movimientos políticos hay que contar con un ingrediente básico sobre el que la mayoría de los analistas suelen pasar de puntillas, o de espaldas, o de lado, o ni siquiera pasar, y es que al parecer no se plantean afrontar la realidad política sin sacarla de su contexto humanizador y humanizante. Y acaban por tratar los temas más delicados y fundamentales, como se trata un estudio fisiológico del esqueleto o de los aparatos, órganos y funciones del cuerpo biológico. Son incapaces de apreciar el fenómeno humano sin considerarlo material antropológico de archivo científico. A trozos, mirados al microscopio, y por ello, exentos de vida, de praxis dinámica y sobre todo de un elemento que cada vez es más necesario y evidente: la conciencia, no como abstracción "de clase" sino como herramienta básica, individual y colectiva para realizarnos como seres humanos conectados entre sí por esa misma conciencia que nos hace reconocernos en privado y en común como un mismo oleaje del mar esencial que somos en conjunto. Humanidad, sin más.
Uno de los más grandes retos del momento actual es el aprendizaje, ya urgente, de descubrir nuestra propia esencia activa en cambio y mutación constante, como ya percibía Heráclito de Éfeso en la época presocrática. Somos fluído vital, fluído intelectivo, cognitivo, sensible, emocional, racional, biológico, y algo, que a la izquierda tradicional le suena horrible: espiritual. Un plano que hasta esta época de la historia solo era terreno especulativo, religioso o esotérico, y un poco pallá, que dirían los más cerrados al crecimiento interno de una humanidad primitiva y limitada solo a la subsistencia meramente material: comer, dormir, moverse, vestirse, reproducirse, pelear, batallar, ganar y perder, controlar y ser controlados, nacer y morir. En una palabra: vegetar animalmente con la mayor dignidad posible y cerrando toda posibilidad a crecer de un modo que no sea dependiente del poder y del dinero, de un orden social siempre impuesto desde fuera de la individualidad, que en semejante contexto solo es personalidad, máscara, apariencia, ego figurón o acomplejado por lo mucho o por lo poco. Y en ese contexto se presenta la inevitable relación social, el roce, el entramado del contacto con lo que se percibe como "los otros". Y esa convocatoria natural se llama sociedad y su organización funcional y necesaria, se llama política. Sus normas para organizarse en las necesidades imprescindibles se llama economía. No ideología. No dogma. No creencia. No comida de tarro publicitaria. No oferta comercial ni redes sociales para exhibición pavorealista y/o manipulación cada vez menos subliminal y más agresiva y descarada.
Esa convocatoria especialmente humana y libre es la política. Un tejido social formado por la politeia, la ciudadanía, que está a su vez constituida por los politoi, ciudadanos. Ese conjunto también se llama demos cuando utiliza su grupalidad para organizarse como conjunto. Demos en griego, populus en latín. Hay que reconocer que en la antigüedad el lenguaje era una herramienta importante para comprender, ahora con demasiada frecuencia, es más bien un juego palabrero y demagógico para confundir. A veces a posta, otras sin querer, debido al vicio adquirido de manipular, como al hábito impremeditado de la banalización.
Pues bien, partiendo de estas simples consideraciones, hay que empezar a valorar el rol imprescindible de la conciencia como herramienta fundamental para reconocernos como individuos y como colectividad. No es posible que una sociedad funcione para bien si no hay una toma natural de conciencia desde la infancia y a lo largo de la vida. Es decir, si además de un listado de comportamientos impuestos por la educación, no hay en paralelo un despertar personal a la autopercepción del sí mismos como individuos insertos en un tejido que se comparte desde el sentimiento y la proximidad. Y si no se tienen paradigmas visibles de comportamientos adecuados a esas funciones. Por ejemplo: se considera muy importante educar en la verdad en vez de en la mentira, en casa como en la escuela, nos dicen que mentir es una falta despreciable de respeto al engañado y hasta en la justicia la mentira puede ser delito. Pero de repente, suena el teléfono y el niño lo coge y dice: "papá es tu amigo Paco", y papá suelta: "Qué plasta, ¡otra vez él!, dile que no estoy". ¿Qué mensaje le queda al niño? ¿Cuál es el valor de lo que le están enseñando, si a la hora de la verdad, la mentira es tan natural como respirar? Pues bien, extendamos esa situación a la relación entre política e ideologías. Y tendremos el menú servido para la demagogia perfecta y el abuso manipulador incluído en el pack.
La política,como pedagogía social, no puede sostenerse en el alambre de la teoría, se plasma en las conductas que nos educan porque es lo que vemos y tocamos, lo que nos pasa, lo que vivimos, no lo que nos cuentan, es decir, teorías y especulaciones, que sí, venden mucho en las librerías, en las tertulias y circunloquios, pero a la hora de la verdad lo que nos marca, educa y deseduca, es lo que vemos realizar o la ausencia de realización responsable que debería estar presente y no lo está.
Ahora va a resultar que esa necesidad de aprendizaje, esa reclamación de ejemplos válidos, por parte del demos o populus, ha dejado de ser la conciencia ejecutiva del pueblo, la democrathía, el poder realizador del demos, porque a los teóricos se les han cruzado los cables del olvido y le han dejado de llamar democracia para llamarlo populismo, pueblo en la inopia que necesita hegemones exhibicionistas que hagan de su servicio público una carrera y un negocio, como hacían los sofistas siempre dispuestos a ganarse la vida a base de manipular situaciones con más retranca y ambición colocadora de oficio, que otra cosa. Pero no es así, la energía necesaria para gestionar lo común, se llama conciencia activa, se llama responsabilidad civil, solidaridad, empatía, cooperación, iniciativa, capacidad para asumir la responsabilidad que sus presuntos representantes tantas veces no son capaces de gestionar y acaban por montar pollos estériles en vez de conseguir los resultados adecuados y requeridos para cada situación.
Por favor, el demos, el populus, estaría encantado y feliz si en vez de marear tanta perdiz teóricamente y vender libros a costa suya, sobre su sufrimiento y sus agobios ocasionados por el poder especulador, esos "políticos profesionales", esos filósofos del mercado librero, esos cuentacuentos que tan poco tienen que hacer, se dedicasen a conocerse por dentro, a despertar y a autoanlaizarse, en vez de estudiar lo que no entienden por más que hablen sobre ello, les falta el contacto directo, el roce de la piel, el codo con codo diario, la empatía para ponerse en el lugar de sus hermanos más jodidos y fastidiados por ese sistema que a ellos les llena los bolsillos a cambio de su culta y encantadora literatura mercantil.
El demos, el populus, no necesita lectores de Tarot político, en cambio necesita más que nunca compromiso, remangados vivientes no especulantes. Que no le quieran tanto como tema de cháchara y que le quieran más como abrazo y cuidado compartido, como hermano con la misma genética fraterna. La igualdad y la justicia. Las dos caras más necesarias e imprescindibles del amor inteligente. Unidas inseparablemente en la maternidad de la Conciencia.