miércoles, 15 de agosto de 2018

Sí, es un trabajo social y pedagógico que debería haber empezado con la transición evitando que si la Constitución define España como estado laico eso no sea posible en realidad

Opinion · Dominio público

Manuela Carmena y la Virgen de la Paloma: otra vulneración de la laicidad institucional

Miembros de la Junta Directiva de Europa Laica
Miembros del Cuerpo de Bomberos de Madrid descuelgan la imagen de su patrona, la Virgen de la Paloma. Foto: Ayuntamiento de Madrid
Miembros del Cuerpo de Bomberos de Madrid descuelgan la imagen de su patrona, la Virgen de la Paloma. Foto: Ayuntamiento de Madrid
A Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid, le encantan los boatos y celebraciones que organizan las confesiones religiosas, en particular la iglesia católica. Se vuelca en ello y participa de forma activa, en ocasiones acompañada por su admirado Arzobispo de Madrid Carlo Osoro, en todos los ritos y liturgias religiosas que proliferan en nuestro calendario festivo ya sea en los actos de la Virgen de la Almudena, en los de San Isidro, en los de la Virgen de la Paloma, y en otros similares. También, desde que llegó a la alcaldía, está persiguiendo un posado de fotos con el Papa Francisco y con el más devaluado Dalai Lama; en Navidad organiza cenas para pobres, al estilo de las películas de Berlanga, con el líder indiscutible del marketing caritativo español, el transversal Padre Ángel, quien ha ido desde oficiar misas a Franco hasta participar en charlas con líderes de la izquierda.
Pero no solamente es la alcaldesa de Madrid la que participa en las liturgias católicas; este país está repleto de cargos públicos, de todo color político y a todos los niveles, sea en alcaldías, concejalías, diputados/as autonómicos, representación de instituciones y un largo etcétera que durante todo el año, y especialmente en el periodo estival, participan en centenas de procesiones, rogativas, imposición de medallas a vírgenes, otorgar varas de mando y nombrar alcaldesas perpetuas, misas y otros ritos religiosos, muchos de ellos acompañados por funcionarios de cuerpos diversos de la administraciones, bomberos, policías, bandas municipales, incluso del estamento militar y otros, como en Madrid, el 15 de agosto, con  el curiosísimo y estrafalario descenso del lienzo de la Virgen de la Paloma.
En otros lugares, como en Cantabria, se ha llegado al ridículo de fomentar peregrinaciones que estaban totalmente en decadencia, como el llamado Año Santo Lebaniego, donde incluso se han creado sociedades públicas para gestionar estos eventos ya que, todo este boato católico, tiene su derivada en los costes que suponen su celebración al erario público. El ridículo mayor lo hizo Miguel Ángel Revilla, que llevó a Santander, el año pasado, para promocionar el Año Santo Lebaniego, a Enrique Iglesias y todavía los santanderinos están esperando saber cuánto costó esta patochada y si hubo comisiones de por medio.
Ante esta situación, cuando los representantes públicos participan, sin el menor rubor, en estas liturgias, seguir afirmando que estamos en un Estado aconfesional es, cuando menos, contradictorio.
Muchos de estos cargos públicos, para justificar lo injustificable, disfrazan su participación y el de la institución que representan como una obligación de presencia en una tradición popular o por considerar que tales eventos tienen un carácter cultural y no religioso. En general, si se estudian estas liturgias y celebraciones religioso-festivas, veremos que la mayoría no tiene más allá de dos siglos y generalmente están unidas a la creación de un imaginario social ultra reaccionario frente al avance del liberalismo y la modernidad. Es el caso de la Virgen del Paloma, una imagen de devoción popular y siempre muy protegida por la monárquica católica española,   que en sus orígenes es escondida por miedo, primero, al liberalismo y la ilustración, después a Napoleón y finalmente a los republicanos. Por eso, la escenificación de colgar y descolgar el lienzo de la Virgen conlleva un significado de protección. Se descuelga el lienzo y se esconde entre el pueblo, como medida de precaución cuando llegan las olas de progresismo, liberalismo o republicanismo para, después, cuando se producen las restauraciones monárquicas, tradicionalistas y católicas, volver a colocarlo en la basílica.
La asistencia y participación activa por parte de Manuela Carmena y otros cargos públicos en estas liturgias católicas tiene mucho de populismo buscando réditos electorales.
En contraposición a estas actitudes, hay un número significativo de nuevos alcaldes y alcaldesas que intentan impulsar el laicismo en las instituciones públicas. Es el caso del alcalde de Santiago de Compostela, Martiño Noriega, del grupo político de En Marea, que nunca ha asistido a la fiesta patronal del apóstol patrón de España, manteniéndose en su postura pese a las presiones que le llegan desde todos lados. O en otros muchos Ayuntamientos, como los de Valencia, Gijón, Rivas-Vaciamadrid, etc. que han suscrito acuerdos para adherirse a la Red de Municipios por un Estado Laico. O muchísimos otros cargos públicos que, en coherencia con los idearios de sus partidos políticos, promueven el laicismo institucional y la libertad de conciencia. No está siendo este el caso del Ayuntamiento de Madrid, ni por parte del equipo de gobierno de Ahora Madrid ni por su alcaldesa Manuela Carmela, que siguen participando en un sinfín de actos confesionales en nombre de todos los madrileños en clara contradicción con su propio compromiso electoral cuando de forma explícita, la alcaldesa afirmó, en la campaña electoral, que no asistiría a ningún acto confesional.
Algunos pensarán que todo esto es solo algo simbólico, que no tiene tanta importancia, pero la adopción institucional de una simbología religiosa, principalmente católica, suele ir también unida a la defensa y no cuestionamiento del statu-quo dominante en la ciudad en ámbitos como la economía, el urbanismo o los servicios públicos.

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Lo paradójico es que España se autoproclame estado de derecho, libertades y democracia y que el estado sea el primer incumplidor de esa definición , al imponer un credo religioso no por ley sino por no tener el valor coherente de actuar con libertad y  educando conciencias con el ejemplo en vez de predicar   devociones supersticiosas con la rutina emocional intervenida de las tradiciones y no mediante el conocimiento y el convivir con la lucidez y el respeto a la diferencia, religiones a la fuerza que están hasta siendo incoherentes con la vida espiritual que las mismas religiones cacarean y no entienden pero  manipulan para no desaparecer. 

Si Carmena es creyente, en el ámbito privado, tiene todo el derecho a practicar su religión, pero precisamente por ser la responsable del gobierno muinicipal en un estado laico constitucionalmente, no debería exhibirse en actos de ningún credo religioso, ni en fiestas de iglesias. La vida interior espiritual es un terreno sagrado y privadísimo, nunca una feria llena de procesiones y teatro devoto, que invade las calles de todos, cierra comercios de todos, paraliza el ritmo de todos, con los  ritos de unos cuantos, que si fueran de verdad fieles al espíritu, harían como él: ser lo más invisibles que puedan. No molestar, no perseguir, no juzgar ni rechazar, ni condenar, ni hacerse los amos de la calle o de las fiestas o de los altos cargo de la sociedad y sus exhibicionismos que rompen la igualdad y crean separaciones entre los prebostes y el resto de personas. 

Hay cosas como por ejemplo, que un día de fiesta en que la mayoría de la población está dándose un festín confortablemente en sus casas para celebrar una fiesta religiosa o ya social, como el pastiche de la Navidad, haya mendigos por la calle helándose de frío y sin comer nada caliente, el hecho de que un ayuntamiento caiga en la cuenta y  dé una cena o una comida para quienes están tirados, me parece mejor que no hacerlo, no por la fiesta sino por la situación anímica y fisiológica de los abandonados,más marginados que nunca en esa situación en que se celebra nada menos que el amor universal de los seres humanos, que son familia los 365 das del año. Otra cosa más práctica sería calcular cuántos días normales podrían comer y calentarse esas personas con el dinero del gasto navideño y llegar a acuerdos con albergues de acogida que con la ayuda muncipal pudiesen acoger diariamente a los que están tirados y no encuentran cobijo. 

Creo que se puede ser laicos y aconfesionales y al mismo tiempo cooperar con iniciativas cristianas o  budistas o toístas o sintoístas o musulmanas si se trata de ayudar a nuestros hermanos de especie, vengan de donde vengan y crean en lo que crean o no crean en nada y si el objetivo no es selectivo ni proselitista, sino compasivo, empático y amoroso. 

Otra cosa muy distinta es que una religión sea un estado político que cobra impuestos como el estado laico, que va de pobre y está forrada sin pagar un céntimo por un patrimonio escandaloso que se inmatricula de la mano de los políticos que los compran y cuyos miembros cobran por ser religiosos y no por su trabajo, como todo el mundo. El espíritu no se puede pagar con dinero, eso en el antiguo cristianismo era un pecado de simonía: ponerle precio a la relación con Dios y cobrar por atender espiritualmente a quienes lo necesitan. Los religiosos deberían ser trabajadores asalariados de profesiones y oficios como los demás ciudadanos y no cobrar jamás por rezar, escuchar, atender y ayudar a sanarse espiritualmente  o a morir en paz a quienes lo necesitan. No es posible hacer un negocio de algo tan gratuito como el amor, la solidaridad y la compasión. Por eso en cuanto se cobra por alardear de religión, el esprítu se evapora. Deja de actuar y los ritos y los dogmas se quedan como una corteza seca sobre un fruto muerto e incomestible. Porque el que era uno con todo se ha quedado enganchado en una parte de ese todo, se ha aislado voluntariamente, ha elegido una secesión que le separa del amor sin límites para quedarse en la limitación del ego. 

El espíritu no fuerza nada ni a nadie, es un descubrimiento personal e intransferible, que como Jesús decía "sopla donde quiere y como quiere", nunca por la fuerza ni por el miedo ni la amenaza ni la seducción. Todo lo contrario de lo que venden las religiones y la política. El espíritu desapareció de la iglesia católica cuando ésta se convirtió al imperialismo romano y aceptó ser parte del estado, un poder más al servicio de los apegos, pasiones, alienaciones y pérdida de la libertad, de la conciencia. 
Personalmente me reconozco laica y aconfesional y deseo que algún día nuestro estado alcance ese punto de evolución, pero comprendo que algo así debe ser acordado por mayoría, espontáneo como el pentecostés que relatan los Hechos de los Apóstoles y mientras eso no sea posible, el laicismo y la aconfesionalidad impuestos de ese modo serían otra religión más a machamartillo, tan perjudicial ,perversa y contra natura spiritualis como cualquiera de ellas.  

Quizás el único modo de que las religiones dejen de ser instrumentos nefastos es que desde pequeños se nos haga posible vivir en el espíritu en todo, en la naturaleza, en la respiración, en la belleza, en el trabajo, en la poesía, en la convivencia, en el estudio, en el pensamiento, en la  música, en los problemas, en el descanso, en el despertar y en el dormir...entonces creceríamos libres y dueños de nuestro ser sin dejar de ser con todos...Y no es tan difícil, al contrario, la vida se simplifica y se facilita porque se vive en plenitud y no alienados, estresados y dependientes ansiosos de algo externo que nunca se llega a poseer porque es imposible ser los amos de lo infinito que se es y se comparte con toda normalidad, pase lo que pase, con errores y aciertos, con risa o con llanto, la paz gozosa nunca se va porque ya una misma es parte de y se reconoce en ella.

Hay una carta de Rosa Luxembug que desde la cárcel y helada de frio en medio de la noche, describe ese estado de conciencia con toda claridad. Ella también era laica y aconfesional militante. Como el espíritu.

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