sábado, 11 de agosto de 2018

No se puede jugar con fuego

Decidir sobre la continuidad o interrupción del embarazo es una alternativa que únicamente puede planteársele al 50 % de la población
Es Europa y no Argentina el espejo en el que España debe mirarse. La Iglesia Católica debería tener mucho cuidado y no jugar con fuego



Nueva manifestación contra la ley del aborto recorrerá Madrid el 8 de febrero Manifestación Madrid a favor del aborto libre EFE

Decidir sobre la continuidad o interrupción del embarazo es una alternativa que únicamente puede planteársele al 50% de la población. El demos que constituye la voluntad general mediante la aprobación de la ley está integrado por un 50% de mujeres y un 50% de hombres. ¿Puede el 50% del demos al que no puede planteársele jamás dicha alternativa condicionar con su manifestación de voluntad la decisión del 50% al que si puede planteársele? ¿Tienen los hombres algo que decir sobre la decisión de las mujeres acerca de continuar o interrumpir el embarazo?
La democracia como forma política presupone la vigencia del principio de igualdad. La voluntad general se constituye a partir de las manifestaciones de voluntades individuales en condiciones de igualdad mediante el ejercicio del derecho de sufragio, independientemente de que esas voluntades sean femeninas o masculinas.  ¿Puede constituirse una voluntad general en estos términos sobre la interrupción del embarazo que solo puede afectar al 50% de la población?


Desde una perspectiva procesal, desde la democracia considerada como un procedimiento para la adopción de las decisiones políticas y de las normas jurídicas por los propios ciudadanos/ciudadanas directamente o a través de representantes democráticamente elegidos, la interrupción del embarazo no puede tener respuesta. Es imposible que los hombres y las mujeres se encuentren en posición de igualdad en lo que al embarazo se refiere. Las mujeres tendrían que soportar que, sobre un problema que únicamente a ellas les afecta, contribuyeran a la formación de la voluntad general los hombres y, además, en proporción similar a como ellas lo hacen.
Jurídicamente es absurdo. Políticamente también. En su “núcleo esencial”, es decir, en la decisión sobre continuar o interrumpir el embarazo, la sociedad no tiene nada que decir. Es imposible justificar que desde el exterior se interfiera en la adopción de una decisión que, por decirlo con palabras del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, es la “decisión más íntima y personal” que puede tomar un ser humano. No hay ninguna otra que pueda equiparársele. Ningún varón podrá encontrarse jamás ante una alternativa comparable y no puede, en consecuencia, ponerse jamás en el lugar de la mujer. Justamente por eso, es imposible encontrar, en lo que al “núcleo esencial” se refiere, un derecho más absoluto que el de la mujer embarazada a continuar o interrumpir el embarazo.
Ahora bien, tanto en el supuesto de que decida continuar o interrumpir el embarazo, la mujer tiene derecho a que la sociedad le asista en cualquiera de ambas alternativas. La mujer tiene que tener derecho a ser asistida tanto para que el embarazo llegue a buen fin, como para la interrupción del mismo.
Desde esta perspectiva asistencial la sociedad sí tiene que decir. Todas las circunstancias que rodean tanto la continuidad como la interrupción del embarazo tienen que ser contempladas por la sociedad y tiene que tomar decisiones sobre ellas. En la cultura político-jurídica europea del Estado social y democrático de Derecho es obvio que la continuidad o interrupción del embarazo tienen que estar incluidas entre las prestaciones del sistema de seguridad social.
Es en esta perspectiva asistencial donde encuentra justificación la “ley de plazos”, es decir, el reconocimiento de la interrupción del embarazo como derecho constitucional de la mujer embarazada, condicionado a que dicha interrupción se produzca dentro de los plazos establecidos por la ley.
Esta es la respuesta “europea”, pacíficamente admitida en todo el continente. España no es diferente. La interrupción del embarazo no es en este momento un problema para la sociedad española. Únicamente lo es para una minoría significativa, pero muy minoritaria. No hay forma de justificar democráticamente una quiebra con lo que viene siendo una solución muy mayoritaria.
Es Europa y no Argentina el espejo en el que España debe mirarse. La Iglesia Católica debería tener mucho cuidado y no jugar con fuego. 

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Como en todos lo asuntos vitales, la clave está en la conciencia, tanto de las mujeres en especial como de la conciencia colectiva en general. Estos dilemas se presentan tan virulentos porque en realidad dejan al aire la miseria moral de nuestra cultura, la necesidad de imponer normas donde las normas solo las puede poner la conciencia del individuo. Ya lo puso Shakespeare en boca de Hamlet: elegir entre ser o no ser. Ésa es la pregunta. Entre hacerse responsables de las consecuencias de nuestras elecciones y de cómo asumir las circunstancias que nos toca vivir, muchas veces a pesar nuestro, y los vínculos y relaciones en red que lleva consigo todo lo que vivimos, pues practicamente todo está conectado mediante el sistema causa-efecto. Y por encima de todo, asumiendo nuestra responsabilidad en el convivir independientemente de cómo opinen e incluso de como actúen los demás.  Así es la libertad de conciencia. Pero, ¿es posible que exista la liberdad sin conciencia? o ¿en caso de conciencia  missing el libre albedrío se convierte en otra cosa, como por ejemplo, considerar el interés propio un derecho inalienable aunque las consecuencias de los hechos propios sean indeseables y lesivas para otros seres que dependen de la libre decisión de quienes tal vez no distinguen lo propio de lo ajeno ni el hacer bien  del hacer daño y/o sólo tienen como objetivo su propio beneficio?

El aborto, como tantas encrucijadas vitales suele presentarse como una opción muy difícil para las mujeres. Es cierto que nosotras decidimos, pero también es cierto que un embarazo, en la especie humana, de momento, es cosa de dos (salvo cuando se trata de un embarazo provocado por una violación en manada, claro) y del entorno familiar y social que rodea el hecho. 

Lo cierto es que la mujer no está sola para engendrar pero sí se queda sola a la hora de decidir qué hacer ante lo engendrado. ¿Lo puede asumir como futuro hijo por el sólo hecho de haberlo concebido, sin ese propósito, sino por accidente? ¿Puede concebirse una vida humana en todo su significado por mera chamba, tan poco valemos, que sólo dependemos del hilo de la casualidad o puede que haya una corriente de vida ilimitada, cuántica, que se agarre a la existencia como puede y por eso nos nace, como una comadrona, la corriente vital  sin pedirnos permiso previamente o tal vez, quién sabe si lo elegimos en un estado gaseoso e inmaterial pero consciente anímico y luego lo olvidamos para empezar de cero y sin referencias ni prejuicios y así llegamos a este tipo de vida y a este mundo? 

Sinceramente, no veo por ningún sitio un delito en el aborto voluntario para el que está claro que hay motivos, si la madre no quiere serlo, ni tampoco una virtud en un embarazo que se cumple rigurosamente hasta el fin con el nacimiento de un nuevo ser, porque eso es pura mecánica biológica en la que sólo puede intervenir la gestante como cooperadora en un proceso que una vez comenzado seguirá adelante con su gozo o con su carga, dependiendo de ella. Todo el asunto está en cómo vive cada mujer su relación consigo misma, con el sujeto con quien ha compartido la procreación y con su voluntad de cooperación o de no aceptar una responsabilidad que no quiere o no puede asumir. Si no quiere en realidad no debería aceptar ser madre. Por su bien y por el del pobre nasciturus, al que con semejante progenie le tocará una existencia nada recomendable.
En nuestra cultura se ha divinizado la vida como un premio de la lotería, pero la realidad es otra para quienes nacen en circunstancias de rechazo, de irresponsabilidad o de patologías, obsesiones reproductoras varias al precio que sea, por parte de los padres y madres, que de todo hemos visto en este mundo, a estas alturas. 
Tener hijos porque no queda otra como cuando no había anticonceptivos o  porque te han dicho que por ahí hay un dios empeñado en que crezcas y te multipliques, quieras o no (y eso que te hizo libre) sin explicarte para qué, no tiene el menor sentido. Es decir, que además, le quita a la existencia ese sentido que supuestamente tú has venido a descubrir y a construir con los demás, entonces ¿para qué hacer nada si ya eres como un pollo de granja desde el principio, sin más finalidad que acabar servido en la mesa del creador granjero al fin de tu tiempo? 
¿Tiene sentido obligar por ley a gestar y a parir lo que no se quiere amar porque no se puede amar lo que se teme o se desprecia y horroriza? ¿Acaso una criatura concebida, gestada y parida a través de una violación, no sólo sin amor, sino impregnada de odio, de violencia y terror, podrá soportar la vida sin destarifarse y sin sufrir marginación endógena, sólo porque su madre tuvo que  cumplir unas normas sin amor, sin empatía y sin compasión como madre  forzada? ¿Eso es justo, eso lo puede querer dios? ¿Qué dios? ¿ Y si se llega al embarazo por pura inconsciencia, ignorancia o seducción de un abusador que finge amor o es un mequetrefe sin fuste unido por casualidad a una mentecata (que también las hay por mucho feminsimo que ahora se reconozca), hay que obligar al ser que aún es sólo un óvulo fecundado, a asumir semejante genética y disposición para el resto de una vida que no ha podido elegir?

Lo cierto es que la vida humana vale mucho más que estos rifirrafes especulativos. Que es un camino increíble, que no es posible poner entre paréntesis constantemente sin que se arruine con tanto triquitraque y tanto afán de control y con tan poca capacidad para maravillarse y sorprenderse por todo lo que lleva consigo en todos los aspectos y con todo ello, crecer de verdad.
Dice Jesús de Nazaret que "no juzques y no serás juzgado, que no condenes y no serás condenado, porque en la medida en que midas serás medido" y no será cuando te mueras, sino ya mismo, cuando empiezan las mediciones vitales expresadan en los resultados infelices y miserable de todo cuanto haces, y no porque haya un dios condenador ni juzgón que de amor no le quedan ni las migas, sino porque tú mismo/a cuando juzgas y cuando no lo haces, estás condenándote o absolviéndote a ti misma/o. Y eso se traduce en tu estado de felicidad coherente, en tu capacidad para comprender y gestionar la vida y orientarte hacia la luz y el quilibrio que comienzan a brillar desde dentro, pase lo que pase. Quienes lo viven lo saben muy bien.

Imagino qué haría Jesús el carpintero de Galilea si se encontrase hora ante una mujer que no quiere ser madre y desea abortar. La escucharía sin prejuicios ni sermones, la bendeciría y le diría que hiciese lo que su corazón le dictase y que él la seguiría queriendo, respetando y ayudando sin pedirle el cambio y respetando, fuese cual fuese su elección, que él no ha venido al mundo para condenarlo, sino para amarlo y ayudarle a ser mejor y más feliz, que la vida es eterna y no depende del capricho ni de la necesidad de aceptar o no un embarazo, que si ella no quiere o no puede, otra madre lo será por ella más adelante y la energía vital seguirá su curso. Y quién dice Jesús, dice Buda o cualquier ser humano con conciencia suficiente para enteder que el amor es más fuerte y resistente que un aborto. 

La sociedad del siglo XXI tiene que superar el juicio y la condena como píldora de Benito (por lo menos, Mussolini, según está el patio); a la vista está lo poquísimo que nos ha servido semejante comedia entogada y codificada a lo largo de la Historia. Es un paripé no una solución, un postergar lo definitivo que depende de cada uno y del todo a la vez; mientras la educación no nos facilite el despertar de la conciencia en sus aspectos individual y colectivo, por encima de las leyes, estaremos en la miseria absoluta, aunque ganemos oro molido y lo repartamos por la calle a manos llenas. Nunca sería suficiente para rellenar el agujero infernal que dejan la ausencia de un alma inexistente, la perversión de corazones sin sentimientos y mentes sociópatas sin gota de empatía. 

Argentina debería sacar el aborto del Parlamento y llevarlo a la calle, a las casas, a los centros de atención médica y educativos. Pero no sólo para gritar pidiendo una aprobación que no vale nada cuando no hay conciencia, sino para ejercer la desobediencia civil desde la compasión y la ética comunitarias en los hospitales y en las casas de acogida, entre los vecinos y los compañeros, entre la familia y los conocidos y amigos, y en las iglesias que de verdad saben de qué va eso que llaman Dios. Haciendo lo que a todo el pueblo le pide la inteligencia del corazón: amar sin condiciones ni juicios ni rechazo. Todo lo demás llega por sí mismo, como llega el alba cuando la noche se disuelve en el aire porque ha llegado el turno de la mañana.
Quienes practican en ese gimnasio del espíritu lo saben muy bien. Pero son tan pocos y el amor nunca es noticia porque no causa problemas y encima no se echa incienso ni se pavonea de unos éxitos que no considera 'suyos'.En fin. Hay tanto por descubrir como por compartir...

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