sábado, 11 de agosto de 2018

El hilo y las puntadas de Jorge Riechmann. Siempre una invitación a la construcción de la eutropía. El buen medioambiente, por dentro y por fuera, individual y colectivo. No hay otra salida.

 

nosotros frente a los aspectos monstruosos de lo que somos

He explicado en otros lugares cómo podemos dar por sentada una moralidad del grupo pequeño que cabe explicar a partir de nuestra historia evolutiva. Lo difícil es el paso de esa moral de proximidad a una moral de larga distancia (en el espacio –incluyendo la distancia social- y en el tiempo).[1] El nosotros de la comunidad moral en el endogrupo es un fenómeno humano básico; y sabemos lo fácil que resulta construir un ellos enemigo, a partir de aquel nosotros.
Nosotros frente a ellos es una de las dimensiones esenciales de la tragedia humana, particularmente desde que en los últimos cinco o seis milenios cuajan estructuras de dominación cada vez más poderosas: patriarcado, estado, ejércitos permanentes, imperios… Pero sabemos que, hoy, seguir cohesionando comunidades a partir de autoexpansión y enemigos exteriores lleva a la destrucción del ser humano y la biosfera.
Y entonces ¿nosotros frente a qué? ¿Y si, en vez de buscar chivos expiatorios, intentamos un ejercicio de reflexividad? Nosotros frente a nuestra propia hybris, nuestra propia crueldad, nuestra propia indiferencia, nuestra propia xenofobia; frente a los aspectos monstruosos de lo que nosotros mismos somos. Se trataría de una operación análoga al “dominar nuestra dominación” que en alguna ocasión he propuesto a partir de Walter Benjamin.[2]
La “política del Antropoceno” que necesitamos: construir las instituciones necesarias para la autocontención colectiva igualitaria. O si se quiere decir de otro modo: constricción reciproca al decrecimiento con justicia. Ése es el envite crucial –en el que estamos fracasando de forma clamorosa.

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                                 Resultado de imagen de Ilustraciones sobre la naturaleza  

Reflexionando al aire de estas propuestas de Riechmann, tengo la intuición de que ese estado carencial de empatía colectiva está relacionado con la forma de vivir tan mecánica y autómata, tan programada globalmente por los intereses egocéntricos convertidos en formas de vida, en leyes y normas ideadas por minorías oligócratas, que se han especializado en alimentarse de la energía que produce el resto de seres humanos y de otras especies que no están al mismo nivel especulador y desalmado.
Es un callejón sin salida que esta situación se considere la única forma "normal" de vivir y de funcionar, que, exactamente, es lo que esa minoría ha conseguido a través del tiempo y las circunstancias manejadas en un único sentido "lógico" y "natural", a su manera, claro. 
Para ello se han establecido prototipos religiosos, esquemas mentales y formas sociales y hasta "virtuosas" por lo obedientes sin rechistar, que dificultan e impiden pensar y actuar más allá de lo permitido por el sistema, considerando pecaminoso, delictivo, peligroso y reprobable, cualquier opción o cambio personal y colectivo -especialmente si es para mejorar en calidad integral de vida para la mayoría- que ponga en solfa los métodos de un sistema ideado e implementado para que hasta los aparentes cambios solo sean disfraces del mismo bloqueo de siempre y que, a lo Lampedusa, todo parezca cambiar para que nada cambie en realidad. También es cierto que ese plan es posible porque cuenta con la participación y la aceptación demostrada de una mayoría considerable de individuos que comparten los criterios "sensatos" y rebañiles de los capitostes y su falsa seguridad, que a su vez cuenta como soporte básico con esa masa manejable y fácil de abducir mediante la "seducción" ideológica y emocional (han conseguido hasta maquillar y vestir de gala un término tan manipulador y miserable como "seducción", para adecentarlo y hacerlo deseable social y políticamente mientras en pleno ataque de aporía ¡invocan la virtud de la transparencia!, que es las antípodas de la seducción), y nada lúcida ni inteligente ni empática, sólo simpática, es decir, unida por instintos de conservación manipulados por la memoria de lo perverso, por la desconfianza en todo lo diferente, tal que  el miedo a los cambios aunque sean a mejor, adeptos a la violencia "justa" como ley-castigo, la venganza, el ganar, el tener razón y poder por encima de los otros y al mismo tiempo, mediante el convencimiento de que si no hay una fuerza aplastante capaz de lo que sea por salirse con la suya y dejar en la miseria y sin recursos a quienes no comparten su visión del mundo, no hay forma de gobernar ni de crear prosperidad y trabajo para todos, aunque sea de esclavos, lo importante es que no haya paro, que nada se mueva y todo esté colocado en su sitio, aunque eso signifique sacrificar la misma finalidad esencial que se dice defender.
Es el colmo desear, por comida de tarro mediático, que siga gobernando una minoría de pirañas verborreicas y engatusadoras sin conciencia, cínicas, contradictorias  y estrafalarias en sus comportamientos y determinaciones con secuelas terribles hasta lo inimaginable, algo que solo se explica  porque los manipulados tampoco disponen de una conciencia despierta que les permita ver qué pasa, por qué pasa y qué implicación tienen ellos mismos en lo que les pasa y qué podrían hacer para que lo que les pasa deje de pasarles. Cómo aceptan y viven con normalidad las aberraciones constantes que se suceden a sí mismas sin solución de continuidad mientras todos se divierten, en el sentido literal del término. Se dispersan, se pierden por el camino como Caperucita con el lobo por el sendero más corto para llegar antes al exterminio. Pero eso sí, muy entretenidos y "divertidos". Es tan guay que haya aventuras y poder contarlas en las redes sociales...¿verdad? Con lo aburrido que resulta el anonimato y ser unos don y doñas nadie sin relevancia...

Seguramente a base de descubrir tantas novedades y tantos territorios que conquistar y esquilmar, a lo largo de tantos siglos de despiporre, se han olvidado de descubrir y conquistar con grandeza de miras el continente más importante, el número seis  de la lista: el Continente Conciencia. Imprescindible para que los otros cinco se puedan organizar y tengan sentido, como para sobrevivir al propio instinto devastador desperdigado y a su bola, al servicio de las peores ocurrencias del cortoplacismo y las prisas que mejor paguen por subir como campeones al podium de lo que sea, con tal de ser los héroes de un Instagram tan insostenible como patético donde los escombros del ego cantan victoria sobre el polvo de las ruinas universales que se les caen encima y que ellos en su alucinación perenne califican  como oportunidades fantásticas de progresar adecuadamente en su master interminable del delirium tremens. Y así, mientras el cuerpo y el orgullo aguanten, seguir escribiendo la historia autobiográfica de un manicomio de partículas insignificantes que no aceptan su fecha de caducidad, borrachas de una soberbia inexplicable en una especie tan cenutria, tan empeñada en dejar el planeta en el chasis total como en seguir haciendo estropicios intergalácticos mientras huyen en el esfuerzo pírrico de su propia materia prima: ellas mismas sometidas a sus mecanismos ciegos y sordos pero no mudos, curiosamente. El griterío del caos es atroz.
Honestidad, lucidez, humildad, optimismo razonable en la solidaridad, alegría humanizadora, inmersión en lo más hondo de la esencia naturalmente libre y sanadora y no sólo euforia a ratos, y sobre todo un amor fundante y sin tiquismiquis, que no nace a trompicones del deseo primario ni a golpes de efecto conquistador de presas y ganancias, manipulador y de compreventa, un amor como es él y como todos somos en realidad cuando logramos SER, aquí, ahora, no mañana ni luego, ni dentro de dos años, sin tener que arrebatar un trozo de cielo a cualquier dios de mercadillo que sólo da repelús, un amor sin límites que no convive con el miedo ni con ansias  de poder, de controlar y dominar, que solo puede nacer si hay conciencia sincrónica que nos muestre el camino que aun no está hecho, sino por hacer. En realidad, aunque nos cuenten mil cuentos asombrosos y tecnológicos, todo lo esencial está por hacer. Y mientras creamos que los artilugios que inventamos para alcanzar lo mejor en plan élite, y que esos trastos nos darán la solución, cada vez estaremos más lejos de conseguir lo que buscamos: una estabilidad en lo inestable y el gozo de gestionarla en común con lo mejor de nosotros mismos sin miserias ni corrupciones innecesarias, ridículas para quienes no las necesitan ni las quieren, y, además, tóxicas .
Buscar en el lugar equivocado es consumirse en el empeño y alejarse cada vez más del objetivo porque hemos hecho de los medios un fin que ya no identificamos a base de justificarlos constantemente con una finalidad que hemos perdido por el camino de la di-versión y las seducciones de los egos intercambiables, que en realidad no es un camino sino el agujero negro personal y colectivo al que solo nosotros, uno  a uno y a la vez, podemos poner el fondo, el basta y el límite antes de la disolución final.
Somos libres para elegir si seguimos así o para dar el giro y hacer la bifurcación necesaria y salir de la entropía hacia la construcción de la eutropía.

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