
Los cuatro candidatos a la presidencia en el debate
EFE
De tanto repetir que Mariano Rajoy salió vivo del
debate acabaremos proclamando que lo ganó. Y no, no lo ganó. Lo perdió y
además de manera clara y rotunda. Las cosas se definen por las palabras
que usamos para nombrarlas y Rajoy ha probado su maestría para poner
nombres tan difíciles a la derrota que cualquier cosa parece una
victoria. Que las expectativas fueran bajas no convierte en virtud sus
pésimas prestaciones en el debate a 4.
Lo primero que
hay que decir es que salir vivo no supone ningún éxito. Es lo normal.
No era una ejecución. Se trataba de un debate. Con ese formato tan
envarado, rígido, lleno de turnos, tiempos y moderadores que hagan de
comodines resulta imposible que el presidente del Gobierno salga muerto.
Se parece a una reunión de la comunidad de vecinos. El administrador
siempre gana porque controla el orden del día.
Sobrevivir podría considerarse un mérito si, como
vaticinaban las previsiones, hubiéramos asistido a un debate de todos
contra Rajoy. Pero se pareció más a una lluvia entre fuego cruzado y
fuego a discreción. La torpeza de sus adversarios, la ayuda entusiasta
de un Rivera armado con Grecia o Venezuela y el empeño machacón de
Sánchez en aplicarle la pinza a Iglesias le proporcionaron múltiples
ocasiones para pasar al ataque y hacer daño sus rivales.
Pero Rajoy se mostró lento, inseguro y despojado por completo de la
fina ironía que le ha convertido en un parlamentario temible. Rajoy
falló el lunes donde siempre ha resultado letal: matar a sus rivales
cuando ellos creen que vienen a matarle a él. Ser el peligro cuando
todos los demás le creen en peligro.
Rajoy manejó mal
los datos y desperdicio la bola extra que le concedieron en el bloque
económico, titubeó al hablar de recortes y se enredó disertando sobre
impuestos, se mostró pueril al descubrirnos que gobernar es muy difícil y
prepotente al decir que sus rivales no sabían de qué hablaban sin poner
un solo ejemplo de tanta ignorancia, se quedó en blanco posicionándose
ante la corrupción y sólo supo salir balbuceando, repitió que su mejor
política social fue no pedir el rescate que sí pidió y agotó todo el
repertorio de tics y muecas de su catálogo... La pregunta parece obvia.
¿Qué más tiene que pasar para que en España podamos decir que Rajoy ha
perdido un debate? Estamos ante un candidato que falla al hablar de
recortes, impuestos, política social o corrupción. No se trata de una
cabra en un garaje. Salir vivo no basta.
Todos
salieron a empatar. El formato estaba tan pensado para la sucesión de
monólogos y para evitar el debate que las pocas veces que se saltaban
las reglas degeneraba inevitablemente en riña doméstica. Según las
encuestas disponibles (barómetro la Sexta), Sánchez y Rivera parece que
se quedaron más o menos como estaban y convencieron a sus votantes.
Iglesias se ganó a más gente de la que piensa ir a votarle pero no logró
imponerse como se esperaba en un candidato que lo ha fiado todo a la
televisión. Mariano Rajoy no ha convencido a casi la tercera parte de
sus votantes. Por eso lo ha perdido. Porque iba a empatar y ni eso.
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