El Brexit decantó a los indecisos a favor de la
reconocible estabilidad del bipartidismo. La nueva política se desinfla
víctima de sus contradicciones y de un envejecimiento prematuro
directamente imputable tanto Podemos como Ciudadanos. No ganó el miedo,
ganó la capacidad de Mariano Rajoy para entender qué le importa
realmente a sus votantes. Se impuso lo malo conocido que ofrecía el
Partido Popular frente a la falta de alternativa de una izquierda que se
pasó peleando por ser segunda toda la campaña, que lo primero que hizo
la misma noche electoral fue seguir peleándose y que ahora mismo, a esta
hora, aún continúa peleándose.
Venía el sorpasso pero
llegó la sorpressa. El PSOE ya resulta muy cansino en su continua
culpabilización de Pablo Iglesias. Resulta pasmosa la lectura que llega
desde Podemos, atribuyendo su derrota a la movilización de los viejos a
quienes no les importa la corrupción ¿Y qué pasa con el millón y pico de
votantes de izquierda que no comparecieron? La corrupción ya fue
castigada en diciembre, las fuerzas del cambio tuvieron su oportunidad
de gobernar y la desaprovecharon; es su problema, no de los votantes del
PP ni de ningún otro partido.
Dicho todo esto conviene recordar algo que todo el mundo
parece preferir olvidar. Acabamos de elegir un Parlamento, no un
presidente. Nuestro sistema es parlamentario, no presidencial. El
Congreso elige al presidente. Tiene que gobernar y debe gobernar quien
suma 176 diputados. Si no se suman esos diputados no hay derecho alguno a
gobernar. La facilidad con la que tantos se han entregado a la
hipótesis de que se debe dejar gobernar a Rajoy resulta tan llamativa
como su súbito descubrimiento de su condición de estratega.
Rajoy lo tiene más fácil, pero no es el único que puede sumar los 176
diputados. Las fuerzas del cambio también suman y harían mal en desechar
esa opción dejándose impresionar por la enorme presión política,
económica y mediática que rema a favor de Rajoy. El sentido de Estado es
una cosa, el suicidio político otra muy diferente.
Albert Rivera es el candidato perfecto para humillarse y pagar la enorme
factura de explicarle a sus votantes que les prometió que no votaría a
Rajoy pero tiene que hacerlo por el bien de España. Querer repartir la
culpa con los socialistas no le va a salvar. Le vendría más que bien
abrir una alternativa a la inevitabilidad del marianismo. Pablo Iglesias
no debería mantener su veto porque demostraría que prefiere un gobierno
del PP a un ejecutivo donde no lleve la iniciativa. Pedro Sánchez
debería recordar que la mejor defensa siempre es un ataque. Ofrecer una
alternativa a la opinión pública y a los más diez millones de votos que
suma la izquierda, o a los trece millones y medio de votos que suman las
fuerzas del cambio, sería la mejor manera de protegerse de los amigos,
los enemigos y los compañeros de partido.
Mariano
Rajoy no va a hacer mucho para ganar su investidura, salvo un par de
llamadas y ofrecimientos vacíos. No le hace falta. La presión ambiental
juega complemente a su favor. Sólo ha de esperar a ver quién cede
primero bajo la enorme presión a su favor, si Rivera o Sánchez. No va a
darles ni un vaso de agua, especialmente al líder de Ciudadanos. Hacerle
el trabajo parece bastante estúpido.
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