sábado, 18 de junio de 2016

Palabras, solo palabras

Querido Monedero, la razón y el sentido de la realidad siempre deben dirigir los impulsos instintivos y primarios de la lengua; cuando es la lengua la directora de escena en nuestras relaciones personales, sociales y políticas, se nos va de las manos el autocontrol cognitivo, que si funciona nos hace verdaderamente libres y facilita que no sean necesarios medios amenazantes o punitivos para obligarnos a hacer las cosas justas, el autocontrol nos libera de los demás poderes de este mundo, porque su código ético los supera. O sea, el autocontrol, el autogobierno, es el que nos convierte en anarquistas, que es el estado más evolucionado a que puede aspirar el ser humano, aplicándose a sí mismo el imperativo categórico de Kant, que suena muy solemne y filosófico dicho así, pero que es una norma íntima imprescindible para poder vivir como seres humanos y no como primates. La anarjhía consiste en  no tener necesidad, para regular nuestras conductas, de un poder externo que nos supla en el control interno de nosotros mismos, no es la excusa ideológica que potencia el caos y la charanga destarifada de los instintos a su bola que destrozan la convivencia y merman  y empobrecen los recursos de la inteligencia colectiva. En España, especialmente, tenemos una educación llena de letanías y prejuicios heredados que nos impiden comprender y aplicar a los conceptos las palabras adecuadas, porque ya las heredamos contaminadas de basura semántica. Por ejemplo eso nos pasa con términos como anarquía, república, comunismo, libertario, colectivizar, bien común, nacionalizar, gente, ciudadanía, pueblo, masas populares, etc...No nos paramos a reflexionar ni a investigar acerca de la correspondencia real entre lo que expresamos y el contenido etimológico de lo que queremos decir con esa expresión. Estoy segura, completamente, de que nada más lejos de tu intención que soltar el insulto provocador que los jueces han entendido en tu discurso, como lo estoy de que tampoco te quedaste ni un duro de los dineros por los que te multaron. Es una lástima que tu candidez natural no vea lo delicado que es asumir la portavocía de un colectivo político  en campaña electoral. 

Se supone que un político como tú, que además es docente universitario, debería tener muy claro ese punto esencial. Un maestro, un profesor, vale más como ejemplo de aplicación viva y palpable del conocimiento que enseña, que por la teoría que explica, que se puede encontrar en libros, publicaciones y archivos. Lo mismo vale para un político: su forma de actuar en la vida diaria, su sabiduría ética, su ejemplo personal, sus actitudes, valen mucho más que su oratoria o sus principios teóricos, si en lo que hace contradice lo que afirma o niega en sus discursos. Aplícate el cuento y piensa, si puedes, antes de que tu lengua se dispare y diga cosas que tu inteligencia no diría. Sobre todo cuando estás participando en un proceso tan delicado, cambiante y frágil como es una campaña electoral de la que depende el futuro de millones de españoles y en la que la emocionalidad descontrolada de nuestro mundo subjetivo, puede hacer verdaderos estragos. 
A veces el silencio de los sabios es más fértil y  eficaz que los discursos de los que no somos sabios todavía, aunque nos gustaría estar en  ello. 

Y recuerda, J.C., si te parece bien, antes de hablar en los medios o en los mítines, que por la boca muere el pez y que no hay mejor levadura de la inteligencia ni mejor linterna interior que la palabra que se queda por decir, porque  decidimos no pronunciarla sino convertirla directamente en acción.

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