10. Sobran populismos y faltan proyectos
José Antonio Pérez Tapias
Campaña electoral
La boca del logo
La boca del logo
18 de
Junio de
2016
Ya estamos otra vez en el
tejemaneje de las cuentas. Unos escaños pactados por aquí, otros que se
abstienen por allá, los que voten “no” puede que no sean muchos… y
presidente habemus. Ni más ni menos que variantes parlamentarias del cuento de la lechera. ¿A quién se le romperá antes el cántaro?
Entre ensoñaciones y cálculos, es verdad que las
candidaturas a las próximas elecciones generales del 26 de junio en
algunos casos se presentan como antagónicas, mientras que en otros se
disputan ese lugar tan concurrido que es el centro, lugar por otra parte
mal descrito puesto que lo cierto es que el llamado centro está en la
derecha. Pero tan verdadero como eso es que, a pesar de diferencias y
distancias, los protagonistas por arriba de esta carrera
electoral compiten por ganar votos utilizando en algunos casos fórmulas
similares que vienen a compartir. Una de ellas, que se usa por todos
hasta la saciedad, es la consistente en apelar a la gente. Se
insiste una y otra vez en que hay que resolver los problemas de la
gente, escuchar a la gente, potenciar las capacidades para emprender de
la gente… ¡Siempre la gente! Es decir, todos igualmente populistas al
reutilizar el concepto de gente reduciéndolo a un “significante
vacío” –en verdad, un significante vaciado--, es decir, a un
significante expuesto a que su significado se reconfigure a partir de
las circunstancias transmutando su carga semántica a conveniencia.
A poco que se piense parece mentira que vengamos de
etapas recientes en las que se había diagnosticado como patología
política la crisis de representación que padecíamos en nuestra sociedad.
Antes, la representación política –dejadas a salvo las opciones
individuales-- se estructuraba de manera general conforme a realidades
demográficas, es decir, conforme al hecho de las clases sociales
existentes, por más que siempre hubiera individuos dispuestos a romper
con lo previsto y a salir de los carriles políticamente diseñados. Esa
vinculación, aunque fuera tenue, daba un mapa electoral bastante
previsible pues, con la fidelidad propia de quienes hacen un pacto de
por vida, permitía correlaciones notables entre lugar social y espacio político. Eso
es lo que ahora está totalmente descoyuntado. En consecuencia, un
Partido Socialista, por ejemplo, que ya no cuenta con la correlación
entre clase obrera y partido político (obrero) se ve abocado a actuar
intentando molestar lo menos posible con fórmulas genéricas que no sean
muy necesitadas de inteligencia de izquierda. Ese afán por no molestar,
pero no sólo en sentido físico, sino en el sentido sociopolítico más
estricto que supone no molestar a los poderes de quienes efectivamente
mandan, aunque no hayan pasado por las urnas, es lo que hace que los
partidos políticos, interclasistas por la imposibilidad de ser lo
contrario, se refieran al conjunto de la ciudadanía como la gente.
Todos hablan, pues, de la gente…, ¡aunque
estén escasos de gente! Y ese hablar de la gente se torna deriva a lo
desconocido a no ser que entre tantos interrogantes se tenga claro a qué
gente nos referimos, a qué gente se dirige un candidato. La verdad es
que no se tiene tal respuesta clara y el concepto de “gente” se utiliza
como reclamo para una sociedad respecto a la cual se eclipsan sus
desigualdades, neutralizando determinadas demandas una vez que se
subsumen todas en el saco común de lo que supuestamente necesita la
gente en general, todos y en verdad nadie determinado. Es por eso que el
vocablo “gente” se utiliza a discreción adornando tal uso mediante el
discurso de la transversalidad.
Se impone así una nueva manera de entender la sociedad como sociedad de la gente. Al parecer hemos pasado a ella dejando atrás la sociedad de masas. Lo
malo, sin embargo, es que los individuos no se ven tratados en los
mensajes políticos como ciudadanos y ciudadanas, con derechos y
expectativas, sino sólo como gente que, a lo sumo, se ve integrada en
una colectividad gracias a la pertenencia a una realidad nacional. La
conciencia nacional, como bien sabe la derecha que tanto la explota, ya
se encarga de borrar todo contenido inconveniente. Identificando a la
gente con la nación, el discurso político queda ya puesto en bandeja
para derivar hacia planteamientos populistas, sean de derecha o de menos
derecha, pues difícil es –mis disculpas a Chantal Mouffe-- defender la
no contradicción de un populismo de izquierda. Con lo cual, estamos en
que, aun con sus respectivos acentos, populistas son todos, lo cual no
es para echar las campanas al vuelo.
¿Qué acompaña al populismo en el contexto de la actual
campaña electoral en la que en España estamos metidos? Una notable
carencia de proyecto político en los distintos partidos. Todos tienen su
repertorio de medidas programáticas, pero más bien ensartadas unas
junto a otras que articuladas en lo que en cada caso debiera ser un
proyecto político, marco de propuestas concretas y referencia para la
acción política. No son series de medidas simplemente yuxtapuestas, a
veces contradictorias, las que concitan adhesión o entusiasmo a raíz del
discurso de un candidato o de un partido. De ahí que se constate una
situación de déficit en las propuestas a la hora de pedir el voto, pues
la carencia de proyecto no se suple solo con medidas formales o de
nuevos procedimientos (para combatir la corrupción, por ejemplo, o para
reformar la ley electoral). ¿Adónde se pretende que España se encamine?
No hay respuestas consistentes a dicha cuestión. Y ese vacío tampoco lo
colma un refuerzo de emociones políticas o de encumbramiento de
líderes.
9. La paradoja de una mayoría no mayoritaria
Las paradojas tienen su encanto. Tensionando el lenguaje,
son retos para nuestro intelecto. Por eso mismo hay que manejarlas con
cuidado. Quien formula una propuesta sirviéndose de una paradoja puede
que no salga airoso del reto que él mismo se haya planteado. En tal
caso, por el contrario, puede ocurrir que el atrevimiento retórico
provoque un mayor hundimiento en las contradicciones de las que se
quería salir con una propuesta paradójica que pretendía ser como una
cuña de la misma madera. Me temo que una situación así es la que puede
tener que afrontar la dirección del PSOE y, concretamente, su portavoz a
estos efectos, el reputado economista Jordi Sevilla, cuando lanza el
mensaje de que “para evitar terceras elecciones, si no hay mayorías,
debería dejarse gobernar al candidato que consiga mayor apoyo
parlamentario”. Salta a la vista que está planteando de manera explícita
la hipótesis consistente en que, de hecho, se reconozca políticamente,
con la correspondiente traducción en comportamiento parlamentario, una
mayoría que no se tiene. ¿Qué decir, pues, ante esta aparente solución
para salir de todo posible bloqueo en un nuevo proceso de investidura de
un candidato para la presidencia del Gobierno de España?
Hay que conceder, por una parte, que una fórmula como la
propuesta se hace valer recordando al Partido Popular la obviedad,
respecto a la cual son tan interesadamente olvidadizos, de que en España
tenemos un sistema parlamentario. Por ello, la ciudadanía elige a sus
representantes en las cámaras legislativas, siendo éstos los que
después, en el Congreso de los Diputados, han de conformar la mayoría
necesaria para investir a un candidato como presidente del Ejecutivo. No
hay, por tanto, elección directa de un presidente que de suyo es un
primer ministro. De nada sirve invocar sin más el hecho de la lista más
votada para reivindicar que automáticamente sea presidente quien la
haya encabezado, tratando así de legitimar apelando al voto de los
electores algo que tales votantes de suyo no han elegido. Los electores
sólo dan su voto para quienes han de representarlos en la sede del poder
legislativo, entrando en sus funciones el apoyo a una candidatura
presidencial en base a una mayoría parlamentaria que, si de entrada
ningún partido cuenta con ella en términos de mayoría absoluta, ha de
conformarse mediante pactos hasta lograr la mayoría suficiente
legalmente exigida. No obstante, a pesar de ser así las cosas en la
democracia que en nuestro Estado tenemos, la derecha, esa que tanto
invoca la Constitución cuando le interesa, seguirá dando la lata con el
tan recurrente mensaje engañoso de que se traiciona la voluntad de la
ciudadanía si no se inviste presidente al candidato del partido con más
votos. Es una intencionada falsedad a la que podemos atribuir voluntad
de engaño.
Dicho lo anterior, es obligado señalar, por otra parte,
los problemas que encierra la propuesta de desbloqueo parlamentario
comunicada por Jordi Sevilla, la cual recoge formulaciones de Pedro
Sánchez en otros momentos, así como se hace eco de la reiterada
indicación hecha desde mucho tiempo atrás por Felipe González acerca de
que se deje gobernar, mediante abstención por parte de PP o PSOE, a
quien tenga cierta mayoría, sea PSOE o PP, aunque no llegue a la mayoría
que debiera haber de no contar con abstenciones. Hay que señalar
primeramente que una fórmula así de ninguna manera puede sostenerse en
el vacío, sino que implica algún tipo de acuerdo, presentado incluso
como de cortesía parlamentaria, para que los implicados en una situación
como la que se quiere abordar acepten la solución. Es decir, es
insoslayable reconocer que para que esa vía de desbloqueo funcione tiene
que haber alguna suerte de acuerdo entre PP y PSOE. ¿Supondría tal
acuerdo una forma “elegante” de dejar paso al PP hacia el gobierno, en
el caso de que fuera el partido que aglutinara más apoyos seguros? Y, de
otro lado, ¿entrañaría tal acuerdo una confirmada anuencia del PP en el
caso de que fuera el PSOE el que pudiera ostentar más apoyos
confirmados? Una respuesta positiva a ambos interrogantes conlleva
alguna forma de acuerdo del PSOE con el PP, y tal cosa no debe eludirse
ante la opinión pública.
Una segunda cuestión ineludible es la relativa a la
mayoría que pueda o quiera conseguirse, lo cual para el PSOE es cuestión
crucial. Desde el campo socialista, el asunto no puede limitarse a
pedir a la derecha, e indirectamente también a la izquierda o a
nacionalistas que no entren en la mayoría que se conforme, que den vía
libre a una supuesta mayoría de diputados, confiando en la abstención de
quienes no la integren para cumplir los exigentes requisitos para
mayoría suficiente. El quid de la cuestión radica en dónde se
pone el límite de la mayoría que se quiere hacer valer y, por supuesto,
con quién se suma para lograrla. En otros términos, ¿vale recabar apoyo
para una mayoría no mayoritaria cuando se ha desechado intentar
un pacto más amplio o de otra índole que permitiera una mayoría
suficiente, es decir -–con perdón por la redundancia--, una “mayoría (en
verdad) mayoritaria”?
Pienso, como muchos ciudadanos y ciudadanas, que el PSOE
debe aclarar al máximo la índole y el alcance de su propuesta, no sea
que bajo una alambicada fórmula de sabor parlamentario se suministre el
amargo trago de un pacto por la derecha, con Ciudadanos, por ejemplo, en
vez de un pacto por la izquierda, quizá desechado ya cuando la misma
fórmula se hace pública cual bálsamo de Fierabrás para evitar las
tremendas calenturas que puede originar un nuevo retraso en formar
gobierno o la hipótesis que nadie quiere contemplar de una tercera
convocatoria electoral. Hace falta una fórmula magistral, ciertamente,
pero somos muchos los que esgrimimos razones para que en su composición
no se excluya un pacto por la izquierda que, aun con sus paradojas,
puede ser la vía para no quedar hundidos en contradicciones
insalvables.
8. Desde los “cristianos viejos” a los españoles buenos
Ya lo dejó escrito Cervantes en las primeras líneas de su magna obra, El Quijote:
“duelos y quebrantos los sábados”. Es decir, indicación de menú bajo la
cual se recoge la autoritaria orden de que “den morcilla” o plato de
huevos con tocino o chorizo, en sábado –¡repárese bien!--, para que
ningún cristiano nuevo, siempre bajo sospecha de seguir siendo
judaizante, escapara a la prueba que ha de pasar si quiere ver expedita
la puerta para la integración social entre los cristianos viejos.
Y en ésas seguimos, cuatro siglos después. Para algunos, no todos
somos iguales. Piensan ellos que a los suyos, esto es, a ellos mismos
les corresponde, por la naturaleza de las cosas, el poder, porque han de
mandar los que tienen la pureza de sangre necesaria para ordenar los
asuntos de la patria –identificados con los de su clase-- y velar por lo
que ha de ser su incorruptible esencia –como incorruptible era el brazo
de Santa Teresa que esgrimía el dictador de cuyo nombre no quiero
acordarme, para legitimar con los restos de tan egregia doctora de la
Iglesia, aunque fuera de ascendencia judía, el nacionalcatolicismo con
el que legitimaba su criminal régimen--. Tal es el fondo telúrico de la
derecha española, conservadora hasta las cachas, hoy entregada al
neoliberalismo rampante que ha dominado la escena mundial y, por
supuesto, el patio nacional, en los últimos tiempos.
¿Y a qué viene esto? Es interrogante al que cualquiera
puede responder acogiéndose, según preferencias, o a la poesía de
Bécquer o a la antipoesía del chileno Nicanor Parra: “¿Y tú me lo
preguntas, amor mío?”. La respuesta está clara: la derecha española se
mantiene en su imaginario carpetovetónico a piñón fijo. Y para prueba,
un botón electoral, el que arrebatamos a Rajoy, desprendiéndolo de su
chaqueta, la que lucía en el mirador de san Nicolás, en el Albayzín
granadino, cuando, haciendo alarde de derroche de desparpajo antiplasma,
se soltó su repeinada cabellera para decir: "Los mejores somos los
españoles. Bueno, hay algunos un poco malos, pero son los menos, y los
vamos a derrotar el 26 de junio, a todos". Claro, ¿verdad? Y dicho sin
mayores problemas en un mitin del PP, después de la victoria de la
selección española de fútbol, ganadora gracias a un gol de Piqué,
independentista catalán fuera del estadio, pero cuyo gol, sirviendo lo
mismo para un roto que para un descosido, es lo que más se parece al
brazo incorrupto de la Santa de Ávila en manos de una derecha
españolista posmoderna, a pesar de no haber sido moderna en ningún
momento de su historia.
Si alguien piensa que esto es sacar demasiada punta a lo
que no da para ello, que haga su inmersión en el psicoanálisis freudiano
para adentrarse por los vericuetos donde circula lo reprimido en
chistes, lapsus y actos fallidos. Tras la apariencia de ingeniosa broma
electoralista, el candidato del Partido Popular juega con la vetusta
diferenciación entre españoles de bien –“los mejores”-- y “los malos”,
ésos de las izquierdas que, para el caso, tanto son los de un PSOE al
borde de un ataque de nervios, como los de Podemos en la fantasiosa
aventura de asaltar los cielos. El esquema de fondo no ha variado un
ápice: los españoles de orden –del orden dominante-- y esos otros, los
“jaraneros y alborotadores”, como dejó escrito Roberto Mesa en texto que
no debiera ser olvidado. Apelación, pues, al imaginario colectivo, en
este caso de la derecha más rancia, la cual es la que se permite dividir
a los partidos políticos del momento presente en “constitucionalistas” y
“no constitucionalistas”, habida cuenta de que es esa misma derecha con
sus intereses sistémicos la que da o quita credenciales de lealtad a la
Constitución, según la medida de dichos intereses. Está clara, pues, la
jugada de un Rajoy que, con su currículum político, no debía de llegar
de nuevo jamás a ser presidente del gobierno. El PSOE, por cierto,
debería no dejarse enredar en ese perverso juego de clasificaciones
discriminatorias entre constitucionalistas y no constitucionalistas.
Sabe demasiado a etiquetas excluyentes como “españoles de bien”, “gente
de orden” y “cristianos viejos”.
7. Sobredosis de 'marketing' electoral. Miércoles 15 de junio.
¿Qué candidato presenta mejor imagen? ¿Qué partido vende
mejor su programa? ¿Cuáles son los mejores mensajes en una campaña para
captar votantes en el mercado del conjunto de los electores? ¿Cómo
vencer a la competencia electoral de otros partidos en la disputa por el
voto? ¿Cómo hacer que para ello funcionen bien los agentes electorales?
¿Cómo lograr una propaganda eficaz en los medios de comunicación?...
Cuestiones como las señaladas permiten constatar cómo a la
terminología procedente del campo militar con la que los partidos
políticos se entienden a sí mismos se sobrepone, especialmente en
tiempos de campaña electoral, la terminología proveniente del campo
económico, concretamente de las técnicas de venta que suelen reunirse
bajo el rótulo de marketing, eludiendo, por lo demás, palabras de la órbita del castellano, como “mercadotecnia”. Lo de marketing
parece que queda mejor y, además de permitir un rápido trasplante del
campo económico al ámbito político, no deja de recoger ese
neocolonialismo cultural del mundo anglo al que estamos sometidos,
siendo, sin duda, uno de los actuales “signos de los tiempos”, como
diría alguno.
Nada hay que objetar, sino todo lo contrario, a que en el
campo económico y, más concretamente, en el mundo empresarial, se preste
mucha atención a lo que señalan las teorías de marketing –seguiremos
adelante con el término en cuestión, ya consolidado entre nosotros--,
con el objetivo de explicar y, mediando explicaciones contrastadas con
la realidad, potenciar las ventas de los muy diferentes productos con
los que las empresas concurren al mercado pretendiendo ganar clientes,
vender y obtener el máximo de beneficio. Sabemos además que tales
teorías no cuentan solamente con ingredientes puramente económicos, sino
que tienen en cuenta factores psicológicos decisivos respecto al
comportamiento de los consumidores, así como otras muchas informaciones
relevantes, desde las relativas a pautas culturalmente asentadas hasta
las atinentes a datos demográficos relevantes sobre la población a la
que se dirigen las campañas de venta. Un buen diseño de éstas es crucial
para la competitividad, sin la cual se acaba sucumbiendo en esa guerra económica despiadada que supone la competencia en medio de todos los rigores del mercado.
Los diferentes ámbitos de nuestra realidad sociocultural
no se hallan, por fortuna, separados por fronteras impermeables que
hagan de ellos compartimentos absolutamente estancos. Mas siendo así,
también es cierto que en nuestras sociedades, herederas de la
modernidad, se han ido constituyendo distintas esferas, cada una con
valores determinantes de sus propias dinámicas y con una lógica de
funcionamiento en cada caso propia. Maquiavelo, por ejemplo, tuvo el
indiscutible mérito de poner de relieve las peculiaridades de la esfera
política, con la autonomía que le es propia –incluso estando
económicamente condicionada, como señaló Marx--. Resulta ser, por tanto,
un elemento distorsionante de la realidad el trasplantar sin más
criterios y pautas propios de un ámbito a otro distinto. Si tal
operación se consuma se confirma cómo desde un ámbito queda colonizado
otro en el marco del mundo que comparten. Es decir, si la política se
rige por pautas y criterios extraídos del campo de la economía, es que
ésta domina a la política. Si ello se produce en tiempos de hegemonía
del neoliberalismo, los hechos refuerzan el mismo sometimiento del
Estado al mercado que desde dicha ideología se propugna.
Así, llega la hora de un debate electoral y los candidatos
convocados al mismo están más preocupados por colocar mensajes
prefabricados que por presentar el propio programa, están más atentos a
cuidar la imagen con la que “venderse” que a comprometerse con sus
propias propuestas, o se hallan más pendientes de los ecos mediáticos
que de la palabra propiamente política. Lo volvimos a ver el otro día en
el último, por único, debate electoral de los cuatro candidatos a la
presidencia del Gobierno presentados por los partidos de ámbito estatal:
PP, PSOE, Ciudadanos y la coalición Unidos Podemos. Visto todo, bien
viene que todos recuerden que los ciudadanos no somos meros
consumidores, que un votante no es un cliente, que el propio partido de
cada cual no es una mera empresa, que un programa de gobierno no es un
catálogo de ofertas y que el preciado bien del voto no es una mercancía.
Está bien aprender de la economía, pero teniendo muy presente que la
dignidad de la ciudadanía exige que la política no se vea sometida a
ningún reduccionismo economicista. La política nunca puede ser –no debe
ser-- mero mercadeo, en ninguna de sus variantes.
6. No fue un duelo de titanes. Martes 14 de junio.
Terminó el tan anunciado debate a cuatro, publicitado como
acto estelar en esta campaña para las elecciones del 26 de junio, y cada
uno de los candidatos se retiró con los suyos para comprobar en cada
caso que habían recitado bien las lecciones aprendidas. No hubo momento
alguno que fuera especialmente vibrante. No se alcanzó ese clímax de
intercambio de argumentos sólidos que cabe esperar de un debate de
verdad, incluso electoral. El guión, por tanto, es decir, los guiones
que traían los respectivos líderes, elaborados por sus correspondientes
equipos, se siguieron conforme a lo previsto. Sin apenas intercambio de
razones, cada cual se dirigía a los suyos, de camino tratando de sacar
ventaja a su competidor inmediato –Rajoy pugnando con Rivera y Sánchez
con Iglesias-- para lograr arrancar algún voto de la gran bolsa de los
indecisos o de los electores situados en riesgo de abstención. Hay que
temer que poco se habrá alterado por ahí el panorama que los sondeos
demoscópicos nos han dado a conocer.
Ante los temas delicados, todo fue pasar de puntillas. El
candidato del PP eludió pronunciarse claramente sobre la negociación con
Bruselas para ganar mayor plazo de cara a reducción del déficit. El
candidato socialista no quiso insistir en un problema grave: la
sostenibilidad del sistema de pensiones, para asegurar la cual propone
un impuesto a grandes fortunas, pero sin que eso llegara a ser cuestión
en la que abundara. El líder de Ciudadanos se lanzó inicialmente
defendiendo la idea del contrato único, mas sin detallar más armas en la
lucha contra el paro. No tuvo fuertes críticas a tal propuesta,
enmarcada como viene en contexto neoliberal. Desde Podemos, su cabeza de
lista no bajó a detalles respecto a cómo concretar eso del cambio de
modelo productivo.
Salieron de refilón otras cuestiones, pero de nuevo las
prisas, las pinceladas gruesas. Sánchez mencionó la reducción del IVA
cultural, cuestión que retomó Iglesias para decir otro tanto en cuanto a
productos de primera necesidad. Rajoy mostró el lado débil de su no
credibilidad cuando hace esa propuesta tan demagógicamente populista de
bajar los impuestos. No están las arcas públicas para ello –ni los
bruselenses hombres de negro dispuestos a consentirlo--. Una brevísima
alusión mereció el tema de la educación, respecto al cual Sánchez
mencionó una vez más la bienintencionada pretensión de pacto educativo.
Iglesias perdió una oportunidad de abordar a fondo la difícil situación
en que se halla la universidad española.
Pero, aun con todo, fueron desgranándose propuestas, puntos
programáticos de unos y otros, haciendo cada cual lo que podía para
mostrarse fuerte. Rajoy alardeó de capacidad de gestión, faltándole
decir que la veteranía es un grado. Cierto es que su etapa de gobierno
está manchada con la corrupción hasta límites desconocidos hoy por hoy,
cuestión que llevó a Pedro Sánchez a decirle con razón que debía haber
dimitido por ello en su mandato. Pero no se incidió mucho más por ahí.
Fue Rajoy el que se enzarzó de manera ridícula con Rivera acerca de si
había cobrado o no en negro alguna vez. Impresentable el Rajoy que
animaba a Bárcenas, tratando ahora de escabullirse por vía tan fullera.
Salió, claro está, el tema de Cataluña: el referéndum.
Rajoy se situó de inmediato en su encastillada defensa de la unidad de
España, tan encastillada que es posición inoperante por inmovilista. Se
le sumó Rivera, lo que era de esperar. Y Sánchez se fue directo contra
Iglesias para reprochar que Podemos apoyara un referéndum en Cataluña
situándose así contra la unidad de España. No tenía receptividad alguna,
como viene ocurriendo, para siquiera reconocer que Podemos no alienta
secesión alguna de Cataluña respecto de España. Todo queda del lado
socialista en invocar la reforma constitucional con vagas referencias al
federalismo y rehuyendo hablar de plurinacionalidad del Estado.
Con breves comentarios se despacharon cuestiones tan graves
como la crisis de los refugiados en Europa y nada serio sobre política
de seguridad y defensa. Todo se redujo a sacar a relucir el pacto
antiyihadista para acusar a Podemos de no haberlo firmado. Por cierto,
fue repetitivo Pedro Sánchez hasta la saciedad con el mensaje –había que
colocarlo como fuera-- de que Podemos impidió que él fuera investido
presidente del gobierno del cambio al votar “no” a ello junto al PP.
Inútil es pretender ganar votos con eso a estas alturas. Más provechoso
hubiera sido clarificar la política de pactos, al menos las
preferencias, pues a la disyuntiva planteada por Iglesias de que o
habría gobierno del PP o gobierno de Podemos con PSOE, o del PSOE con
Podemos, según quién ganara más que el otro, Sánchez se limitó a una
carcajada que no supo nada bien. Toda su declaración quedaba reducida a
afirmar que con el PSOE está garantizado gobierno de cambio, mas sin
explicitar nada más sobre pactos. Es la indefinición en que el PSOE se
queda encerrado.
La noche siguió avanzando, pero este alicorto debate que no
consiguió más mérito que reunir a los respectivos candidatos del PP,
PSOE, Ciudadanos y Podemos, ni por asomo tuvo nada de duelo de titanes.
Eso sí, acabado el debate…, cada tribu tocó el tam-tam para danzar
alrededor de su jefe porque es "el mejor”. ¡Y usted que lo vote!
5. Lógica ciudadana frente a lógica partidista. Lunes 13 de junio.Cualquier campaña electoral galvaniza la vida de toda sociedad democrática. El tiempo político adquiere una especial densidad en tanto los partidos, con sus candidaturas, se sitúan en ese campo de batalla que es el de la lucha por el voto de ciudadanos y ciudadanas. Así es, como ahora mismo en España, incluso cuando se viene de un largo recorrido de elecciones anteriores que hay que repetir, de precampañas convertidas en campañas permanentes y de sobredosis de electoralismo que con su exceso contamina toda la dinámica política. Las distintas fuerzas, metidas en faena, se aprestan a intensificar la lógica partidista con la que buscan reforzar sus baluartes en todos los frentes para la dura competencia electoral. Ésta, poco menos que como aquella “guerra de posiciones” con la que Gramsci teorizaba la acción política que había que llevar a cabo para consolidar logros en las instituciones, reclama una actividad tan coordinada como disciplinada por parte de los partidos políticos. Pero la cuestión es espinosa, pues esa misma necesidad se puede convertir, no en virtud, sino en vicio.
¿Dónde está el quid de la cuestión para que la
necesidad de coordinación y disciplina se convierta en vicio, en vez de
ser virtud? Consideremos cómo funcionan los partidos. Sus respectivos
equipos de campaña se afanan por seguir la estrategia diseñada, atentos a
los cambios tácticos que haya que hacer. Hay que seguir puntualmente
todas las actuaciones de los adversarios para neutralizarlas, hasta el
día de las elecciones, cuando, al abrir las urnas, cada cual recogerá su
merecido botín en términos de votos. Para todo ello, los candidatos
necesitan un buen aparato que se haga cargo de las previsiones de la
campaña, desde los mítines, la presencia en la calle, los debates con
los rivales y la siempre delicada relación con los medios. Y ahora, el
continuo trabajo de las redes sociales, esa nueva ágora social
convertida en concurrido espacio político. La logística para tareas tan
diversificadas y complejas requiere no sólo inteligencia dedicada a
planificar, sino militancia dispuesta al quehacer de apoyo a candidatos y
candidatas, teniendo todos al frente a quien en cada caso sea cabeza de
lista y, en los grandes partidos, al candidato a la presidencia del
gobierno. La militancia, cual ejército de afiliados convertido en tropa
de infantería, asume las consignas de los estrategas y hace suyo el
argumentario en que el programa se resume. Indispensable. La batalla
electoral no permite descuidos; cualquier retroceso puede acarrear una
derrota fatal. Todos a una, por tanto, como si cada partido fuera poco
menos que una gran partida de partisanos –esos que acapararon la
atención de Carl Schmitt a la vez que sentaba cátedra al definir la
esencia de la política según la lógica amigo/enemigo--. Es así como la lógica partidista se
impone con férrea determinación, mas con pie tan forzado que la hace
muy vulnerable en medio de la sociedad actual, con la cultura política
que se va abriendo camino.
El talón de Aquiles de la lógica partidista, impregnada
de una concepción cuasi-militar de las organizaciones políticas –en el
mismo lenguaje se refleja--, es que queda muy lejos de la lógica ciudadana con la que funciona una sociedad adulta, bien informada e institucionalmente organizada. Así, la lógica ciudadana es sensible a la pluralidad, cosa que a la lógica partidista se le suele atragantar; o la lógica ciudadana está abierta al debate y a la crítica, actividades que a la partidista, que
tanto gusta cerrar filas, le resultan peligrosas para su pretendida
cohesión, por lo que acaba primando actitudes dogmáticas. “Con razón o
sin ella, yo con los míos”, suele decir quien está empapado de lógica partidista. “Yo, buscando la verdad con razones que podamos suscribir más allá de fronteras partidarias”, piensa quien ha asumido la lógica ciudadana. Mientras
esas dos lógicas vayan por vías divergentes, la ciudadanía se verá
distante de los partidos políticos. Y éstos, con sus consignas y
argumentarios a cuenta de un interés de parte muy lejano de criterios
universalistas, quedan atrapados en una lógica, con frecuencia ilógica,
que los ciudadanos no comparten y que muchas veces queda tan lejos de la
verdad de los hechos que hasta alimenta el ridículo. Téngase esto
presente a la hora de participar en debates electorales, especialmente
ante ese público de millones de ciudadanos que concita un debate
televisivo.
4. La derecha sabe, pero no contesta. Domingo 12 de junio. Hay que erradicar la corrupción política. ¿Pero qué dice el Partido Popular al respecto? En verdad, nada. Vacuas generalidades sobre el traído y llevado regeneracionismo y, a lo sumo, la declaración de algún lumbrera diciendo que eso de la corrupción depende de la (pecaminosa) naturaleza humana. Así, ante preguntas sobre hechos que tocan cuestión tan importante para la sociedad española y la honorabilidad de sus instituciones, el PP guarda silencio. Es decir, se calla todo lo que sabe, empezando por todo lo que sabe acerca de sí mismo. ¿O es que Luis Bárcenas, que era senador del Reino, además de tesorero del PP, no era conocido por nadie y sus actos quedaban en el más profundo secreto? Y de todo eso que queda bajo los rótulos de “Operación Gürtel” u “Operación Púnica”, ¿no hay nada que decir en serio, asumiendo responsabilidades políticas, que de las otras ya se ocupan los tribunales? No vale, como algunos pretenden, recurrir a fórmula tan usual en demoscopia como “no sabe, no contesta”. Sí saben y, siendo así, no contestan. Es más, saben que todos los demás sabemos y, a pesar de ello, no contestan. Si dicen algo es para evitar respuestas fehacientes ante preguntas tales como las que versan sobre la fianza de más de un millón de euros que el PP tiene que abonar por su presunta implicación en los pagos en negro de su economía sumergida. De escándalo.
El caso es que en medio de esta campaña electoral se ha colado una noticia que obliga al PP, y en especial a su candidato a la presidencia del gobierno, a pronunciarse. Hablamos del informe de la OCDE reconociendo que los ajustes aplicados en Europa, como “política de austeridad”, son negativos: frenan la economía hasta tal punto que impiden el necesario crecimiento para salir de la crisis. Justo lo que se viene diciendo desde hace años desde ese lado, considerado antisistema, en el que nos hemos situado los que hemos sido y somos contrarios a los abusos de la troika, al “gobierno de los banqueros” –Habermas dixit--, a la tiranía de los mercados, a la impotencia de la política y, por encima de todo, al castigo hecho caer sobre las espaldas de trabajadores –incluyendo parados--, pensionistas, mujeres, jóvenes…, todos los que han sufrido los recortes de unas políticas democidas. Sin embargo, aun llegando ese mensaje desde la OCDE, el PP no dice nada, es más, se ratifica en las políticas aplicadas, tan destructivas del Estado de bienestar como perjudiciales para la economía, como si todo lo ocurrido no tuviera nada que ver con el gobierno presidido por Rajoy. De nuevo, saben, y saben que sabemos sobre la culpa de tanto sufrimiento inútil, pero no contestan.
Con todo, no debe escapar al más somero análisis que la OCDE, organización del orden capitalista, al recoger en su informe la evidencia de que la llamada austeridad es contraria a la recuperación económica, no deja de alimentar la propia contradicción consistente en declarar a la vez que los recortes practicados fueron necesarios y, por ende, beneficiosos. Ya el FMI nos agasajó en diversos momentos con mensajes contradictorios de ese tipo, para así salvar la cara de los gobiernos neoliberales. Ahora, además, se hace planteando a la vez que no se apriete a un gobierno como el español con sanciones por incumplimiento de normativa antidéficit. Un regalo compensatorio para el PP en campaña. Una vez desenvuelto, lo que queda es que los demás partidos en liza, y la ciudadanía, desarmen el truco del regalo, desvelen la contradicción de la misma OCDE y exijan al PP que conteste.
3. Socialdemocracia en discusión. Sábado 11 de junio.
Al levantarse por las mañanas, más de un candidato se
planta, con la mejor cara que pueda, y pregunta: “Espejito, espejito,
¿hay alguien más socialdemócrata que yo?”. Y el espejo cobra vida de
repente para partirse de risa.
La ficción no aguanta en serio una disputa como la que se
está planteando en torno a la socialdemocracia. Esa señora lleva en
crisis desde 1914, cuando el SPD votó, contra todo lo que había
sostenido, los presupuestos para que Alemania entrara en la I Guerra
Mundial. Rosa Luxemburg escribió La crisis de la socialdemocracia señalando
contradicciones que hasta el día de hoy no se han superado. No
obstante, pasada la guerra, no ya la Gran Guerra, sino II Guerra
Mundial, la socialdemocracia conoció su esplendor. Fueron años en los
que en el centro y norte de Europa hubo clima propicio para, mediante un
gran pacto social y un pacto político entre la derecha civilizada
(democristiana) y partidos socialdemócratas, construir el Estado de
bienestar impulsando políticas acordes con derechos sociales. Las
posibilidades de pleno empleo –gracias a una economía mixta y a
políticas seriamente redistributivas, así como gracias a una energía
barata-- permitieron que cuajara lo que era un pacto entre democracia y
capitalismo para frenar presiones revolucionarias que pudieran venir de
la órbita comunista.
Ese pasado dejó valiosísima herencia en términos de Estado
social. Las cosas empezaron a cambiar con la crisis del petróleo de los
setenta, encareciendo costes de producción, y después con la “caída del
muro de Berlín” acabando con los regímenes comunistas y dejando el
campo abierto para la expansión mundial del mercado capitalista. La
revolución informacional suministró la base tecnológica para la
globalización. Las coordenadas de la socialdemocracia “clásica” se
disiparon, pues su marco era el Estado nacional. Y el neoliberalismo
ganó la partida hasta el día de hoy. La socialdemocracia claudicó al
aceptar las premisas económicas neoliberales –Tercera Vía--, con la
buena intención de mantener políticas sociales. Pero esa cuenta no sale,
y ahí está atascada la socialdemocracia europea en una crisis que no
remonta.
El PSOE llegó tarde, por las circunstancias de España, a
la construcción del Estado de bienestar. Hizo lo que pudo, que no fue
poco, mas desde confusa amalgama de planteamientos socialdemócratas y
políticas económicas neoliberales. Su debilidad ideológica jugó a favor
de una élite escorada hacia posiciones socioliberales. Después, al hilo
de la crisis, los ropajes socialdemócratas se sacaron del baúl. Iba de
suyo que correspondían a la talla del PSOE. Y en ésas se estaba hasta
que aparece Podemos, atemperando su anterior discurso rupturista con
propuestas de corte socialdemócrata. Después de todo, sería una buena
noticia para la familia, sólo que no es recibida así en plena batalla
electoral. Desde el PSOE se percibe como llegada de intrusos para
quedarse con la herencia del Abuelo; desde Podemos se pugna
para presentar su programa como nueva versión de una socialdemocracia
puesta al día. ¡Pues tengan cuidado por ambas partes! Nadie puede
ostentar el monopolio de la socialdemocracia como planteamiento
ideológico, pero todos deben saber que es una herencia, más allá de las
disputas, que necesita radical renovación. Hay que pensar, más allá de
coyunturas electorales, cómo reconstruir proyecto socialista en este
complejo siglo XXI.
2. El ‘zas’ del CIS. Viernes 10 de junio.
En el día esperado, en la fecha oportuna, llegó el
emisario del CIS y… ¡zas!, con golpe algo violento sobre la mesa,
acaparando la atención de quienes impacientes le esperaban, dejó sobre
ella los datos de su último estudio. Todos se arrojaron sobre ellos,
ansiosos por ver los que afectaban a cada cual, pues si bien cada
partido político contaba con información acerca de sus expectativas de
voto, ahora se trataba del informe del Centro de Investigaciones
Sociológicas, ese organismo “autónomo” que en España depende del
Ministerio de la Presidencia. No había quien se privara de criticar los
aliños de cocina demoscópica con que los datos de esos informes son
tratados, pero en el fondo todos conceden consideración a un análisis
con rigor científico sobre muestras suficientemente cuantiosas y
variadas. El sesgo gubernamental que haya cada cual se lo descuenta
según su criterio. Y ya estaban en ello cuando el susodicho emisario,
antes de despedirse, obligó a los congregados a posar su vista en
algunos datos que, sin excusas, debían tener en cuenta: la situación
económica aparecía valorada como mala o muy mala por un 74,4% de los
encuestados y llegaba hasta el 80,7 el porcentaje de quienes valoraban
mal o muy mal la situación política.
Se trataba de apabullantes datos para reflexionar, debatir
y actuar. Así, cuando cada uno de los allí concitados esperaba que el
“zas” del informe del CIS rebotara sobre la cara de alguno de sus
adversarios, lo cierto es que el metafórico golpe cuya onda se expandía
imparable hizo mella en todos los congregados. Era una advertencia.
Sería políticamente mortal para todos ellos pasar por alto el contexto,
socialmente duro y económicamente hostil, en cuyo marco los partidos
concurrentes a las elecciones debían hilvanar cada uno su texto. Y
ello sin edulcorar el fracaso del que se venía y sin juguetear
frívolamente con una voluntad ciudadana que ya se manifestó cuando votó
en las anteriores elecciones y a la que ahora había que pedirle con sumo
respeto que lo hiciera de nuevo. Y no porque los electores se hubieran
equivocado, sino porque los elegidos malgastaron en errancia culpable el
voto que los llevó al escaño.
Marchó el emisario del CIS no sin detectar, cual mensajero
del zar, malévolas miradas de algunos que hasta quisieran matarle
–-metafóricamente, por supuesto--, sobre todo las de quienes no podían
arrimar los datos de la encuesta a la sardina de sus intereses
electorales. En el sondeo, el PP queda como ganador de las elecciones
–escandaloso borrón y cuenta nueva sobre su corrupción sistémica--,
aunque oscilando entre perder uno o hasta cinco escaños. Ciudadanos,
pagando un evidente escoramiento a la derecha que hace que votantes
suyos se deslicen más a la derecha, aparece con uno o dos diputados
menos. El PSOE, perdido en un mar de indefiniciones sin encontrar el
rumbo a pesar de las buenas medidas puntuales registradas en su cuaderno
de bitácora, aparece dejando atrás en el Congreso en torno a diez o
hasta doce escaños. ¡Ruina! Veremos en qué queda el pronosticado sorpasso
por parte de Unidos Podemos, en cuyas filas brindan con proclamas de
hegemonía y etiquetas recién impresas de “cuarta socialdemocracia” –la nueva--
ante datos que sí favorecen claramente a la formación morada. Atención:
la lucha va a ser agónica, con las miras puestas en quienes desde el
graderío contemplan la batalla. Hay en torno a un 34 por ciento de
abstencionistas que tienen en sus manos el posible voto más preciado. Y
quedan campaña electoral y urnas.
1. Campaña para una política de verdad. Jueves 9 de junio.Meses de campaña electoral permanente nos preceden. No obstante, no faltan los rituales, aunque sean en modo un tanto residual, que marcan la inflexión para entrar de nuevo oficialmente en campaña. El calendario emplaza. Y así se activará al máximo la rueda del acelerado girar de actos, discursos, presencia en medios, dejarse ver en las calles por parte de candidatos y candidatas… Sólo cabe esperar que ese girar no se quede en mera repetición de lo mismo, a modo de remedo de la más baja estofa del eterno retorno a pequeña escala. Mal nos irá a la ciudadanía española si en las semanas que median hasta el próximo 26 de junio todo se reduce a confirmar el dicho de que segundas partes nunca fueron buenas.
Estamos ante una nueva convocatoria electoral, tras una más que efímera legislatura, liquidada por agotamiento de los plazos sin que se pudiera formar gobierno. Todos hablaron de fracaso, y toca ahora convertir lo que significa ese diagnóstico en una nueva posibilidad. Por ello, si los protagonistas más destacados de este proceso reiniciado no marcan distancias respecto a lo que supuso el que condujo a las anteriores elecciones generales, será difícil culminarlo con éxito. Elementos nuevos los hay, y algunos de singular relevancia. La coalición de Podemos e IU bajo la denominación de Unidos Podemos marca novedosamente la situación. En gran parte va a condicionar el debate político. Ya lo está haciendo. Será un error, sin embargo, dejar que la campaña electoral se plantee en los términos de con Podemos o contra Podemos. Tal polarización, extraña a la pluralidad generada desde las circunstancias políticas de España en los últimos tiempos, no beneficiaría ni a la misma formación morada. El pluralismo como valor democrático requiere un tratamiento más fino, como espera la inteligencia del electorado.
Estemos, pues, atentos, como los más interesados espectadores, una vez alzado el telón de un drama electoral en el que ciudadanas y ciudadanos no vamos a dejar de ser participantes. No debemos. Y no sólo por el hecho de ir a votar cuando se abran las urnas. Participar es seguir los debates electorales, reclamarlos, interpelar a los candidatos, exigir claridad a los partidos y, en el caso en que se milite en ellos, entrar de lleno en un juego democrático siendo capaces de mantener la exigencia y autoexigencia de que sea limpio. Y que cada cual responda, desde cómo va a quitarse de encima el PP la corrupción en que ha nadado, hasta cómo va a despejar el PSOE las indefiniciones que le aquejan, por ejemplo, en cuanto a política de alianzas. O desde cómo afrontará Podemos la gestión de sus propuestas programáticas, hasta cómo irá Ciudadanos más allá de medidas de regeneración democrática.
Las crisis serán las que no faltarán, aportando sus recurrentes elementos corales: la lucha contra el paro, la recuperación económica, la restitución de los derechos robados, la reconstrucción del dañado proyecto europeo, la reconfiguración constitucional del Estado… Son las cuestiones cruciales que, como decía el Ortega y Gasset en las páginas iniciales de aquella iniciativa suya que puso bajo El Espectador como rótulo, son las propias de una “vida española que nos obliga a la acción política”. Sabemos aquí y ahora que debe ser política de verdad, verdadera política con la verdad por delante. Queremos elecciones sin publicidad engañosa.
Autor
-
José Antonio Pérez Tapias
Es miembro del Comité Federal del PSOE y profesor decano de Filosofía en la Universidad de Granada. Es autor de Invitación al federalismo. España y las razones para un Estado plurinacional. (Madrid, Trotta, 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario