Esta mañana he participado en el
foro Nueva Comunicación, esas famosas e influyentes conferencias que se
celebran en el Hotel Ritz y en las que participan políticos,
periodistas, empresarios... He hablado de periodismo y de eldiario.es.
Espero que os interese. Os dejo el texto que preparé para mi discurso y
el vídeo de mi intervención.
Agradezco a los
políticos que, a pesar de la campaña, han querido venir. Espero que el
rato os merezca la pena. Pero creo que uno de los problemas que ha
tenido la prensa española en las últimas décadas ha sido precisamente
este: la enorme cercanía al poder político y su distancia cada día mayor
de los lectores; de la sociedad a la que nos debemos y a la que
informamos.
Marty Baron, el actual director del
Washington Post, y hoy uno de los directores de periódicos más de moda
–es uno de los protagonistas de la película Spotlight– tiene una
definición sobre mi oficio que a mí me gusta especialmente. “Periodismo
es pedir cuentas al poder”. Es una buena definición porque es breve y
porque es directa. Porque se entiende, y que te entiendan es parte vital
de mi oficio.
En esta charla hoy yo también quiero
ser breve y directo, para que se me entienda. No pienso callarme nada. Y
quiero hablar de periodismo. Como decimos en eldiario.es, de periodismo
a pesar de todo.
Mi oficio no ha tenido una edad de
oro en España. No lo fueron los años 40, 50 y 60, las décadas en la que
los grandes diarios europeos multiplicaron sus tiradas y se
consolidaron. Aquí eso no pasó, porque en esos años el periodismo en
España estaba sometido a la censura.
Fueron mucho
mejores para la prensa española la década de los 70 y los 80, el
periodismo de la transición. Es en esos años y después, en los 90,
cuando el periodismo español sin duda florece y vive sus mejores años.
Yo aprendí a leer con esos periódicos, con el diario El País,
fundamentalmente, que ha sido con mucha diferencia el mejor periódico
jamás publicado en España; la institución periodística española más
sólida, veraz y creíble de todas las que ha creado mi oficio en este
país. Un diario en el que hoy no me reconozco.
En la
transición, nacen las mejores virtudes del periodismo en España, pero
también sus principales defectos; unos vicios que entonces eran
sobradamente compensados con las ventajas de aquella prensa pero que,
con los años, se van haciendo más grandes. A todos nos pasa: la edad
suele agravar nuestros defectos. A veces compensa la experiencia que
ganas con los años. En otras ocasiones, se confunde la sabiduría con la
soberbia.
El pecado original de ese periodismo de los
años 70 y 80 –insisto, tan exitoso– está en su enorme cercanía con el
poder político y económico. En ausencia de una sociedad civil
organizada, durante la Transición, la prensa ocupó un lugar mayor del
que le correspondía y se articuló como un poder más, no como un
contrapoder.
Ahí nace ese periodismo que cree que su
papel es mandar, en vez de fiscalizar a los que mandan. Que concibe el
periodismo como otra manera de hacer política sin pasar por las urnas y
sin asumir después las responsabilidades. Que piensa que nuestro trabajo
consiste en quitar y poner presidentes, ministros o líderes de la
oposición. Que presume de “responsabilidad de Estado”, mientras trata a
los ciudadanos como si fueran menores de edad.
Yo no
creo en esa prensa. La función del periodismo es informar, no mandar.
Nuestros clientes son los lectores, no las élites políticas o
económicas. Nuestros valores, por nobles que sean, no pueden estar por
delante del valor fundamental para la prensa: el del respeto por la
verdad.
Los debates profesionales sobre la
objetividad, la honestidad, el rigor… están muy bien. Pero la norma más
básica de mi oficio aparece ya en uno de los códigos éticos más antiguos
que existen, en los diez mandamientos. El octavo: No mentirás.
Hace unos días, la Universidad de Oxford y el Instituto Reuters publicaron su último informe anual sobre el periodismo en el mundo.
En la edición anterior, la prensa española aparecía como la menos
creíble de los once países analizados en Europa. En esta edición, los
resultados no son tan catastróficos y sitúan a la prensa española en la
media europea: mejor que la griega, la turca o la italiana; peor que la
alemana, la holandesa o la inglesa.
Sin embargo,
cuando se bucea en los cuadros de este informe del Instituto Reuters
aparecen algunos datos muy reveladores. El más llamativo: que existe en
España una enorme brecha generacional también en la confianza de la
prensa. Cuanto más mayores son los lectores, más se fían de la prensa.
Cuanto más jóvenes, menos confianza nos otorgan. Y entre los españoles
menores de 45 años, y especialmente entre los menores de 35, la
credibilidad de la prensa se hunde. Casi el 70% de los jóvenes no confía
en los medios de comunicación españoles. Y si los jóvenes no creen en
la prensa, ¿qué futuro le espera a la prensa?
Este
sesgo de edad coincide con otra brecha generacional hoy muy presente: la
que existe entre los votantes españoles. La división entre nueva y
vieja política está muy presente en el CIS y en todas las encuestas. Por
debajo de 40 años, según las encuestas, es difícil encontrar a votantes
del PP y del PSOE. Por encima de 50, apenas hay votantes de Podemos y
Ciudadanos.
No creo que esto sea una coincidencia. A
la prensa en papel española, a sus cabeceras históricas, les ha pasado
algo muy similar a lo que le ha ocurrido a la política tradicional en
España. No han querido darse cuenta de que la sociedad española estaba
cambiando mucho más rápido que ellos. Se han creído que bastaba con
ignorar esa realidad en sus portadas para que España no cambiase. Es un
truco que tal vez funcionase antes, pero que ahora ya no cuela porque la
prensa ha perdido el monopolio de la opinión pública. La realidad ya no
es solo aquello que publican los periódicos.
La
prensa impresa en España hace años que está muy lejos de la sociedad
española. Un noruego que intentase analizar este país en función de lo
que publican en papel los diarios no entendería absolutamente nada,
porque la distancia entre lo que se publica y lo que pasa no puede ser
mayor. ¿Cómo explicar que en este país, que en el CIS se declara
sociológicamente de izquierdas, tenga una prensa impresa que se mueve
entre la derecha monárquica, la derecha liberal, la derecha clerical y
el centro izquierda muy muy moderado? ¿Qué lee toda la gente que ha
hecho de Manuela Carmena alcaldesa de Madrid –y me refiero no solo a los
votantes de Ahora Madrid, también a los del PSOE, que apoya a Carmena
en el Ayuntamiento?
La gran mayoría de la prensa
española ha ignorado la noticia política más importante de la última
década en España: la del fin del bipartidismo. Pasó por delante de sus
narices y ni la olieron.
La prensa cerró sus ojos a
la crisis del sistema político y económico español. No supo adelantarse a
la aparición de nuevos actores políticos ni creía que el sistema
necesitaba reformas profundas hasta que tuvo que rendirse a la
evidencia.
En la interpretación más benevolente (para
la prensa), se puede decir que no se dio cuenta de lo que estaba
pasando por error, por incompetencia. En el peor, y más probable, lo que
les pasó fue otra cosa. Que no quisieron hablar de estos temas porque a
sus editores no les gustan.
Y la razón por la que a
sus editores no les gustan estos temas es porque la crisis económica de
la prensa de los últimos años se ha transformado en otra crisis mucho
peor: En una pérdida vital de independencia que después ha provocado una
crisis de credibilidad, especialmente entre los lectores del futuro.
Decía Jesús Polanco que la mejor garantía de la independencia de un
medio de comunicación residía en su cuenta de resultados. En sus
beneficios. Tenía toda la razón, y por eso cuando las pérdidas han
entrado por la puerta de muchos periódicos, su independencia ha saltado
por la ventana.
Cuando una empresa que pierde dinero
cada año sigue abierta, hay que preguntarse quién paga esa fiesta y por
qué. Más aún si es un sector que cae un 15% en ventas cada año y que
todos los pronósticos dan por finiquitado: que no es una empresa que
aguante porque confíe en que la situación vaya a mejorar con los años.
Esto es lo que pasa con muchos periódicos en España, que siguen saliendo
cada día a pesar de que pierden dinero cada día.
Si
los periódicos fabricasen tornillos en vez de opinión pública, gran
parte de ellos ya estarían cerrados. No lo están porque fabricar opinión
pública tiene unos beneficios indirectos que van mucho más allá de la
cuenta de resultados de los propios medios.
Cuando un
diario está en pérdidas y sigue saliendo cada día, su beneficio hay que
buscarlo otro lado. En la influencia política que consigue su dueño, y
que rentabiliza por otra vía: con una recalificación, con una
adjudicación pública, con una licencia de radio o de televisión, con
otro tipo de favores de los poderes políticos. Cuando un diario está en
pérdidas y sigue en el kiosco, sus lectores ya no son los clientes. Sus
lectores son la mercancía y ese diario ya no es un negocio de
periodismo. Es un negocio de propaganda o, en el mejor de los casos, un
negocio de relaciones públicas.
No conozco un solo
periódico en el mundo que no se califique a sí mismo como
“independiente”. No hay nadie que confiese ser “el diario al servicio de
la banca” o “el periódico a sueldo del Gobierno”. Pero hay varios
indicadores para medir el grado de independencia de un medio de
comunicación.
El primero ya lo he dicho: su
rentabilidad. Sus beneficios. Cuando un diario entra en pérdidas, su
capacidad para soportar las presiones se debilita enormemente.
El segundo está en su propiedad. En qué intereses empresariales ajenos a
la información tengan sus dueños. Es difícil que un periódico editado
por un constructor que está pendiente de una recalificación sea
independiente. Es improbable también que ser independiente sea su
objetivo.
Les pongo un ejemplo, que conozco bien. El
de mi ciudad: Burgos. Hay dos periódicos en papel. Uno es de un
constructor, condenado por corrupción urbanística y que está entre los
promotores del famoso bulevar de Gamonal que levantó a todo el barrio en
su contra. El otro es de otro constructor, un imputado en la Gürtel.
Ambos son rivales en Burgos pero socios en la televisión autonómica de
Castilla y León, que paga el Gobierno de la Junta, en manos del PP.
Esa es la independencia de los medios de mi ciudad natal y no se distingue mucho a lo que pasa en otras ciudades.
El tercer indicador de la indepedencia de un medio de comunicación está
en su modelo de ingresos. En cómo se financia. Por ejemplo, es muy
difícil que un periódico que obtiene más de la mitad de sus ingresos de
instituciones públicas gobernadas por tal o cual partido sea
independiente. Quien paga manda, o así lo entienden gran parte de los
administradores del sector público, que consideran que la publicidad
institucional es su cortijo.
La publicidad
institucional en España, la forma en que se ha gestionado, se ha
convertido en una de las mayores amenazas a la independencia de la
prensa. Se reparte de forma opaca y arbitraria, como se demuestra cada
vez que se publican datos concretos.
Hace poco se publicaron algunos,
sobre el reparto de la publicidad institucional del Canal de Isabel II
durante los gobiernos de Esperanza Aguirre e Ignacio González, esos supuestos “liberales” que gestionaron el dinero público con criterios completamente intervencionistas.
El Canal, una empresa pública, se gastó en la última década 55 millones
de euros en publicidad, que se repartió a dedo entre los medios afines
al aguirrismo. A ver si se creen que la buena prensa de Esperanza
Aguirre salía gratis.
Por poner un ejemplo: el
desconocido portal de información Nuevatelevisión.com se llevó medio
millón de euros del Canal. En el mismo periodo, elconfidencial.com , el
líder de la prensa digital en España, obtuvo 60.000 euros y eldiario.es
apenas 7.000 euros en tres años.
Entenderán estas
cifras mejor si les explico que el desconocido diario digital
Nuevatelevisión.com fue fundado por el exsecretario de Comunicación de
José María Aznar, Miguel Ángel Rodríguez. Mamandurrias.
Además, de la rentabilidad, de la propiedad y de los ingresos, Y el
cuarto indicador que sirve para medir tu independencia está en las
deudas. En cuánto dinero debes y a quién se lo debes.
La deuda es clave para explicar la situación de muchos de los grupos de
medios españoles que, en los años buenos, como le pasó a muchas otras
empresas españolas, se endeudaron hasta la camisa. Y cuando la burbuja
del crédito barato estalló, han visto cómo su independencia estallaba
con ella. Hoy la banca, a través de la deuda, es el principal editor de
prensa en España. Y es difícil que un periódico en manos del sector
financiero pueda pedir cuentas al poder, como decía Marty Baron. Por
poner un ejemplo más concreto: que El País diese una cobertura tan
superflua sobre la lista Falciani o que no publicase prácticamente nada
de los SwissLeaks se entiende mejor cuando explicas que el banco suizo
HSBC era uno de los principales acreedores del grupo Prisa, y que
después, a través de la deuda, se ha convertido en uno de sus
principales accionistas.
Cuatro indicadores: la
rentabilidad, la propiedad, el modelo de ingresos y la deuda. La
independencia se resume en cuatro preguntas. ¿Eres rentable? ¿Quién es
tu dueño? ¿Quién te paga? ¿A quién le debes dinero?
En eldiario.es presumimos de independencia porque podemos contestar a estas cuatro preguntas con la cabeza bien alta.
Somos un medio rentable desde hace ya tres años, y aún no hemos
cumplido cuatro años desde nuestra fundación, en septiembre de 2012. En
este tiempo, nos hemos cambiado cuatro veces de oficina.
Empezamos en un ‘coworking’ en Gran Vía 16, en una mesa de 4 personas.
De ahí saltamos a Gran Vía 55, a un pequeño piso de 70 metros cuadrados
desde donde lanzamos eldiario.es en septiembre de 2012. Entonces éramos
solo 12 personas.
En septiembre de 2013, nos mudamos a
Gran Vía 60, a una oficina de algo más de 200 metros cuadrados en la
que llegamos a ser 24 personas; nos mudamos cuando estábamos a punto de
incumplir la legislación laboral porque ya no cabíamos.
Desde el verano pasado estamos en el Palacio de la Prensa de Madrid, en
Gran Vía 46. En una redacción de más de 600 metros cuadrados frente a
la plaza de Callao donde ya estamos a punto de llegar a los 60
trabajadores. Además, contamos con otros 40 periodistas repartidos entre
13 ediciones autonómicas que están asociadas con eldiario.es.
Seguimos contratando periodistas, programadores, diseñadores,
realizadores... porque somos rentables. Porque nos hemos convertido en
uno de los diez diarios escritos (que no impresos) de información
general más leídos en España. Según el último informe de Reuters que antes citaba,
somos la séptima web de información más seguida, por detrás de El País,
El Mundo, Antena 3, 20 Minutos, El Confidencial y Marca. Es una
posición similar a la que nos da Comscore, que en las últimas olas nos
certifica entre 5 y 6 millones de lectores mensuales.
Somos un medio leído y también influyente. Logramos unos datos de
audiencia tan altos a pesar de que no tenemos secciones dedicadas al
“corazón” o a los vídeos de gatitos. Nuestro menú informativo no hace
concesiones a la audiencia a cualquier precio. Esto también se nota en
redes sociales, donde somos prescriptores. En las anteriores elecciones
generales, un estudio nos situó como el medio de comunicación más
tuiteado por los candidatos de los principales partidos.
¿Quién es nuestro dueño? En nuestro caso, la propia redacción. Yo no
solo soy el director de eldiario.es. También soy su consejero delegado y
principal accionista. Y cuando me siento cada mañana, a las 10:30, con
mis subdirectores y redactores jefes, que muchos de ellos también son
accionistas, en esa reunión no solo está representada la redacción, sino
también la mayoría de las acciones de Diario de Prensa Digital SL. El
resto de los accionistas –muchos de ellos están en esta sala– son
nuestros compañeros en la gestión administrativa de eldiario.es –como el
presidente José Sanclemente o el gerente, Juan Checa– y algunos amigos,
como Enric Lloveras y Daniel Bilbao. O mi madre. Ni nosotros ni nuestra
empresa editora tenemos más ambición que sacar adelante un diario con
la máxima independencia posible. No tenemos otro interés que servir a
nuestros lectores. Somos unos periodistas que creemos en nuestro oficio,
que creemos en nuestra labor con la sociedad y que queremos cumplir con
nuestro trabajo de la forma más profesional e independiente posible.
¿Quién nos paga? En gran medida, nuestros lectores. eldiario.es se
financia por publicidad y con la ayuda de nuestros socios, suscriptores
que pagan 60 euros al año para garantizar nuestra independencia. Hoy ya
tenemos casi 19.000 socios y son todos suscriptores de verdad: no hay
ventas en bloque a empresas. Son todo lectores que, uno a uno, se han
sumado a nuestro proyecto porque saben que son cruciales para mantener
nuestra independencia.
En total, nuestros socios nos
aportan casi un 40% de nuestros ingresos. El resto viene de la
publicidad. Sin embargo, nuestros lectores son nuestro primer cliente
porque ninguno de nuestros anunciantes, ni siquiera los más grandes, nos
aporta ni la mitad de la mitad que todos nuestros socios juntos. Mandan
los lectores porque pagan los lectores.
¿Y a quien
le debemos dinero? A nadie. Hemos conseguido lanzar eldiario.es y
colocarlo entre los principales diarios españoles sin deber un solo
euro. No tenemos ningún crédito y tampoco debemos favores inconfesables a
ningún poder político ni a ningún partido. El porcentaje de nuestros
ingresos que viene del sector público no llega al 5%. Probablemente
porque no somos muy cómodos a quienes gestionan el sector público.
Pero nuestra independencia no solo se demuestra en la teoría. También
en la práctica, con nuestras exclusivas. Porque en eldiario.es
publicamos cada día noticias que hoy no se pueden leer en otros medios.
Eldiario.es fue el medio que destapó el escándalo de las tarjetas black.
No es que fuésemos los primeros en publicarlo. Es que sin nosotros hoy
no estarían imputados Miguel Blesa, Rodrigo Rato y todos los demás
consejeros black en la Audiencia Nacional.
En diciembre de 2013,
publicamos un correo del secretario del consejo de Caja Madrid donde
detallaba los sueldos de los consejeros y explicaba que, además de las
dietas, existían unas tarjetas “black a efectos fiscales”. Casi ningún
medio se hizo eco de nuestra exclusiva, pero en la actual Bankia sí
prestaron mucha atención a esa noticia. Como ellos mismos han explicado,
a partir de la noticia de eldiario.es iniciaron una auditoría interna,
encontraron las tarjetas black y enviaron toda la información a la
Fiscalía Anticorrupción. Por eso llegó a la Audiencia Nacional y sin
eldiario.es, y si nuestros socios, hoy Rodrigo Rato, Miguel Blesa y
otros tantos no se enfrentarían a acusaciones de cárcel por apropiación
indebida.
Estoy convencido de que el efecto de esta
investigación periodística va mucho más allá de Caja Madrid o su
consejo. Creo que cada vez que la prensa publica un asunto, así, en
algún sitio hay un corrupto en potencia que se lo piensa dos veces antes
de abusar del dinero público, pagando un masaje con final feliz a costa
de los contribuyentes. Nuestro lema es “periodismo a pesar de todo”
pero también podría ser “periodismo para cambiar las cosas”. Porque de
verdad creo que la función social del periodismo es ésta: fiscalizar a
los poderes y combatir sus abusos. Sin prensa independiente, es
imposible que los malos comportamientos tengan consecuencias y que la
democracia funcione.
Cuando publicamos las Black,
casi nadie nos hizo caso. Nos pasa mucho. En las últimas semanas estamos
publicando varias informaciones sobre fraude fiscal en España, los
papeles de la Castellana. Es una filtración de documentos que recibimos a
través del buzón seguro Fíltrala.org y que llevamos meses investigando
Con los Papeles de la Castellana,
estamos contando a diario muchos datos concretos del fraude fiscal en
España. A diferencia de los papeles de Panamá, aquí damos números y
porcentajes: las ridículos cifras que pagaron ante Hacienda muchas de
las grandes fortunas por legalizar sus fortunas ocultas en paraísos
fiscales. No habrán leído casi nada de estas noticias en ningún diario
impreso. Para ellos no es noticia.
Hace unas semanas, sí logramos tomar el kiosco casi al completo. Contamos en primicia que varios importantes futbolistas estaban implicados en el caso Torbe,
acusados por dos testigos protegidas a las que la policía da una gran
veracidad. Al día siguiente, el Marca, el AS, el Mundo Deportivo, el
Sport, el ABC y La Razón abrieron su portada con nuestra noticia. Es la
primera vez que nos pasa y es un poco frustrante. Con las black, o con
los papeles de la Castellana, no nos citaron tanto.
El éxito de eldiario.es no solo se basa en la independencia y la
información propia. También estamos experimentando con nuevas
narrativas, nuevos soportes o nuevos formatos. Con un canal de Telegram. Con periodismo de datos.
eldiario.es nació como un pequeño medio minoritario independiente,
valiente y combativo. Vamos a seguir siendo independientes, valientes y
combativos. Vamos a seguir siendo incómodos, pero no vamos a ser
minoritarios. Ya no lo somos.
En los últimos meses, nos hemos aliado con el mejor diario del mundo, The Guardian, para poner en marcha una sección de internacional, que era uno de nuestras tareas pendientes. También somos ejemplo de innovación para Google.
El modelo de eldiario.es ha sido seleccionado entre cientos de
proyectos europeos y financiarán parte de la tecnología que
desarrollaremos para conectar mejor con nuestra audiencia, con esos
cómplices que creen en el mismo periodismo que nosotros.
Queremos que eldiario.es sea aún más leído, aún más potente, aún más
influyente. Que sea un periódico que sobreviva a sus fundadores.
Estamos lejos de los presupuestos de los grandes medios pero vamos a
ser uno de ellos manteniendo los mismos valores, los mismos principios
con los que nacimos.
En eldiario.es cada día somos
más pero somos los mismos, y nuestro compromiso con los lectores sigue
siendo idéntico al del primer día. Buscando en la hemeroteca, he
encontrado esta primera declaración editorial que hicimos hace casi
cuatro años, en septiembre de 2012.
“Somos un grupo de periodistas con ganas de seguir intentándolo”, decía aquel texto.
“Nos mueve la ambición de comprar nuestra libertad, reivindicar nuestro
oficio, ser dueños de la redacción en la que trabajamos y garantizar
así que la línea editorial sea independiente y no responda a intereses
ocultos”.
“Creemos en un periodismo riguroso,
independiente y también honesto. Estamos con la libertad, con la
justicia, con la solidaridad, con el progreso sostenible de la sociedad y
con el interés general de los ciudadanos. Defendemos los derechos
humanos, la igualdad y una democracia mejor, más transparente y más
abierta”.
Sigue siendo así. Defendemos unos valores
pero no a ninguna sigla, a ningún partido. Somos unos locos convencidos
de que nuestro trabajo sirve para algo, que sirve para cambiar las
cosas, para mejorar la sociedad, para pedir cuentas al poder. Creemos en
el periodismo, en el periodismo a pesar de todo.
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