lunes, 20 de junio de 2016

En defensa de los refugiados



En la fosa común del Mediterráneo no solo naufragan miles de refugiados que huyen de la guerra y la miseria. También se ahogan los valores de una Unión Europea que se construyó sobre las cenizas de dos guerras mundiales y que hoy traiciona su memoria, la de esos refugiados que antes fueron nuestros abuelos.
Las alambradas y muros tras los que se esconde esta Europa empequeñecida y cobarde no solo dejan fuera a las víctimas de unas políticas en Oriente Medio y África de las que como poco fuimos cómplices por omisión. También sirven para desterrar gran parte de nuestros propios tratados internacionales, el Convenio Europeo de Derechos Humanos, la Directiva sobre Protección Temporal, la Convención de Ginebra, la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En ese acuerdo indecente firmado con Turquía no solo subcontratamos el trabajo sucio a cambio de 6.000 millones de euros. También pagamos con nuestra decencia como sociedad, comprando al Gobierno de un país al que consideramos no lo demasiado respetuoso con los derechos humanos como para formar parte de nuestra Europa, pero sí lo suficiente como para que sea nuestro matón en la frontera.
Europa, esta Europa que con razón presume de ser la cuna de la libertad, la igualdad y la fraternidad, se comporta ante la última ola de refugiados con avaricia y miedo. Con cicatería, al plantear que la Europa más rica de la historia no puede permitirse acoger proporcionalmente ni a una ridícula parte de los refugiados que ya reciben países infinitamente más pequeños y pobres, como Líbano –allí los refugiados ya alcanzan el 25% de la población, mientras que acoger en UE a la mitad de toda la población siria supondría un crecimiento demográfico de apenas el 2%–. Con demagogia, por la forma en que se relaciona a los refugiados con el terrorismo yihadista, cuando ellos también son sus víctimas. Con cobardía, porque los Gobiernos –empezando por el alemán, que al menos sí lo intentó en un primer momento– se han rendido ante la presión de grupos xenófobos minoritarios pero organizados, a pesar de que una mayoría de la población aceptaría ser más solidaria.
La crisis de los refugiados sirios forma parte de un proceso mayor, de un problema más grave que seguirá existiendo cuando la guerra en Siria haya terminado. La diferencia entre un emigrante político y uno económico es relevante a efectos legales, pero no tanto en términos humanos. Hablamos de lo mismo; de personas intentando huir del dolor y la miseria, sea esa miseria el hambre, la total ausencia de oportunidades o una guerra o una tiranía de segunda división, de las que no reconocemos como tal en Occidente aunque pisotee igual que el ISIS los derechos humanos. Nadie abandona su tierra y su familia por mero antojo. Nadie se juega la vida a cara o cruz por simple capricho.
La globalización es una realidad construida sobre un artificio: las fronteras. Son marcos legales levantados en el aire, en la abstracción de las leyes, pero también sobre el muy real alambre de espino. Son bordes de dureza variable por los que circula con libertad el capital, pero no así las personas.
En eldiario.es, hemos decidido dedicar esta revista a los refugiados a pesar de que su tragedia ya no copa tantos titulares. Precisamente por eso sacamos este monográfico: porque creemos que el periodismo también consiste en no olvidar, en no dejarse llevar, en seguir explicando las cosas. En defender a los más débiles, aunque se hayan pasado de moda.

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