miércoles, 29 de junio de 2016

Por qué fracasó el sorpasso


Pablo Iglesias y los dirigentes de Unidos Podemos en la noche del 26J.
Pablo Iglesias y los dirigentes de Unidos Podemos en la noche del 26J.


Los datos son bastante claros. La coalición de Unidos Podemos ha perdido más de un millón de votos respecto al 20 de diciembre, uno de cada seis. Mantiene los escaños porque la ley electoral ahora no juega en contra, pero ni logra sobrepasar al PSOE ni aleja a Mariano Rajoy de La Moncloa ni tiene hoy la fuerza parlamentaria para condicionar otro tipo de Gobierno que tuvo hace unos meses. No hay otro conclusión posible: la estrategia del sorpasso ha fracasado. ¿Las causas? En mi opinión, hay que analizar al menos estas seis claves.

1. El deterioro en la imagen de Pablo Iglesias

Los méritos de Pablo Iglesias al frente de Podemos son indudables. Sin él, no existiría este partido; para perder un millón de votos antes tienes que ganarlos. Quedarse en ‘solo’ cinco millones y ‘solo’ 71 escaños no es el tipo de fracaso que nadie hubiese imaginado hace solo dos años.
Desde la nada, Iglesias ha sido capaz de liderar un nuevo partido que en sus primeras elecciones tenía su cara como logo y hoy es la tercera fuerza parlamentaria. Pero una parte importante del reciente retroceso de Podemos tiene que ver con sus errores y con su imagen actual, que está mucho más deteriorada que otras caras de su coalición: que Ada Colau, Iñigo Errejón, Mónica Oltra o el propio Alberto Garzón.
La actitud, la personalidad y el discurso de Iglesias le han pasado factura. Hace tiempo que el líder de Podemos tiene en las encuestas una mala valoración, inferior a la de sus propias siglas. Hace meses que Iglesias es uno de los líderes peor valorados, solo por encima del propio Mariano Rajoy. Ese deterioro en su imagen, incluso entre votantes de Podemos, se ha notado.
En el desgaste en la imagen de Iglesias influye ser el blanco principal de todas las críticas, ser la cabeza que se lleva todos los golpes. Pero también sus propios errores, que le han creado entre una parte importante de la sociedad –también entre una parte de sus votantes, aunque no los más forofos– una imagen de soberbia, de agresividad y de excesivo tacticismo.
En Podemos han sido conscientes de este deterioro en la valoración de Pablo Iglesias: por eso  el cartel electoral también ha utilizado las caras de los demás líderes de la coalición para transmitir una imagen coral. El intento era bueno, pero es difícil esconder a tu candidato a presidente del Gobierno.

2. Los giros

Pablo Iglesias ha viajado demasiadas veces en demasiado poco tiempo de la radicalidad a la moderación, del puño en alto a la sonrisa. La táctica del poli bueno y el poli malo está muy bien para negociar, pero necesita de dos personas y Pablo Iglesias ha interpretado ambos papeles. En el paralelismo de Podemos como el PSOE de los 80 en esta nueva transición, Iglesias ha ejercido al mismo tiempo de Felipe González, el estadista, y de Alfonso Guerra, el que daba caña en los mítines. El primer viaje sumó nuevos votantes. La posterior ida y vuelta los ha restado.
Si Podemos logró pasar en poco más de medio año del 14% de las autonómicas, del 13% que le daban las encuestas en septiembre y del desastroso 8,9% de las catalanas hasta el 20,7% de las generales de diciembre fue, en parte, gracias al primer viaje a la moderación de Pablo Iglesias en la anterior campaña electoral; gracias a su apelación a la sonrisa, "que sí se puede" y a su discurso menos agresivo.
La campaña de diciembre movió a una parte importante de ese votante urbano, históricamente socialdemócrata, de más de 40 años y situación económica menos golpeada por la crisis; ese electorado que en Madrid apoyó a Manuela Carmena como alcaldesa pero en las autonómicas votó al PSOE de Ángel Gabilondo.
Tras las elecciones, durante la negociación, llegó otra vez el Pablo Iglesias más agresivo: el de "la cal viva" en el discurso de investidura –que el propio Iglesias después admitió como un error–, o el de esa rueda de prensa donde ofrecía su apoyo a la presidencia de Pedro Sánchez al mismo tiempo que lo ridiculizaba. Esos gestos no dañaron el núcleo duro del votante de Podemos –que en gran medida comparte tanto el tono como el fondo de esas críticas–, pero sí le alejó de una parte de sus votantes de diciembre.
Iglesias, en la última campaña, volvió a la moderación y la sonrisa: a los elogios a Zapatero y a presentarse como “socialdemócrata”. Pero su credibilidad se ha resentido con tanto giro. El traje de moderación no funcionó esta vez entre ese votante de izquierda moderada que es imprescindible para cualquier candidato progresista que quiera asaltar los cielos. Al mismo tiempo, los discursos de la moderación probablemente defraudaron a otra parte de sus votantes más de izquierdas.

3. Las negociaciones frustradas

¿De quién ha sido la culpa de la repetición electoral? ¿Por qué el anterior Parlamento fue incapaz de entenderse? La pregunta ha sido letal tanto para Pablo Iglesias como para Pedro Sánchez porque el único inocente frente a sus votantes ha sido Mariano Rajoy. En la izquierda, hay reparto de culpas para todos.
Una parte importante del electorado de izquierda responsabiliza al PSOE. Había otro gobierno posible sin pasar por Ciudadanos, y así lo asumió después en campaña el propio Pedro Sánchez: “Yo hoy podría ser presidente del Gobierno si hubiera aceptado el trágala y la vicepresidencia todopoderosa de Pablo Iglesias y mi presidencia honorífica”, aseguró el candidato socialista en una entrevista en eldiario.es. En su respuesta está implícito algo: que los números del anterior Parlamento permitían esa investidura de Pedro Sánchez con el apoyo de Podemos y la abstención de los independentistas. Que no era cierta la tesis del PSOE de que el único gobierno posible era el que ofrecía Sánchez con Ciudadanos en el pacto y con Podemos de convidado de piedra.
Al tiempo, otra parte de la izquierda culpa a Podemos del fracaso de la repetición electoral y responsabiliza a este partido de revivir a Mariano Rajoy. Había gobierno posible con los independentistas pero no iba a ser el Gobierno de la izquierda: tan de derechas es Convergencia como Ciudadanos. Y tampoco está claro que Sánchez tuviese el margen de maniobra necesario en su partido para pactar una investidura así sin que una parte del PSOE se rebelase, sin que algunos diputados socialistas votasen en contra.
Además, el PSOE tenía argumentos para dudar de la voluntad real de Pablo Iglesias de llegar a un pacto porque el líder de Podemos se los daba con el tono de sus intervenciones públicas. La forma en que Iglesias ofreció el acuerdo a Sánchez no fue una mano tendida. Lo hizo escogiendo el peor momento para el PSOE: en una rueda de prensa urgente mientras Pedro Sánchez estaba reunido con el rey (una forma de obligar al líder socialista a pronunciarse de forma inmediata y a ciegas, porque tenía convocatoria con los medios prevista tras la visita a Felipe de Borbón). Y lo hizo despreciando al candidato socialista con esa “sonrisa del destino” que le iba a permitir, casi de carambola, llegar a La Moncloa.
La conclusión –como se aprecia en el resultado electoral o en cualquier conversación con amigos– es que tanto unos como otros tenían trastos que tirarse a la cabeza para responsabilizar al contrario del fracaso de la legislatura más corta de la democracia. Y que estas culpas calaron de forma transversal, tanto en el electorado de Podemos como en el del PSOE –que tampoco está para brindar, por mucho que haya derrotado a las encuestas: tiene especial mérito que tu rival más directo pierda más de un millón de votos y tú no subas–.
Todos pagaron el pato menos Mariano Rajoy, que también por eso es el que más votos ha ganado. Porque la frustración fue en la izquierda, como el reparto de las culpas.

4. El miedo

Venezuela, Brexit, Cuba, Corea del Norte o incluso la China comunista. Los argumentos del miedo han sido permanentes y al final han calado, como demuestra el aumento en votos de la derecha. También han hecho mella en una parte del votante de Podemos.
Desde la propia dirección de Podemos creen que una de las razones del voto perdido hay que buscarla ahí: en el miedo, un miedo azuzado por la posibilidad, que parecía real en las encuestas, de que Pablo Iglesias llegase a convertirse en presidente del Gobierno. Según esa interpretación de Podemos, una parte de sus votantes se asustó ante esa posibilidad. Para ese millón perdido, era más fácil votar a Podemos como voto de protesta, o como una vía para girar al PSOE hacia la izquierda, que como una alternativa real de Gobierno.
También es probable que haya influído el derecho a la autodeterminación: Unidos Podemos cae menos en las comunidades menos centralistas –especialmente Catalunya y País Vasco–y más en aquellas que son menos partidarias a un referéndum en Catalunya. En este tema, la posición de esta coalición no ha cambiado. Pero en los últimos meses, tras las elecciones, ese debate ha estado mucho más presente en la vida pública de lo que estaba hasta ahora.

5. La alianza con Izquierda Unida

¿Restó votos la coalición entre Podemos e IU en lugar de sumarlos? Es el análisis más directo pero no creo que sea el acertado. Probablemente el resultado habría sido mucho peor para ambos de haber ido en solitario; si mantienen sus escaños, en vez de caer, es gracias a esta alianza. Pero la manera en la que se desarrolló la coalición no ha sido tampoco la óptima. Además, existe una relación llamativa: en aquellas provincias donde IU era más fuerte en votos, la caída de Unidos Podemos ha sido más pronunciada, como explica Ignacio Sánchez Cuenca en Infolibre y también profundizan Ignacio Jurado y Lluis Orriols en Piedras de Papel.
El pacto arrancó con muchas cuentas pendientes entre ambos bandos. Las críticas y desprecios de hace apenas un año fueron durísimas y esas heridas no estaban cicatrizadas. Un sector de los dirigentes y los votantes de IU odiaban y siguen odiando a Podemos, y viceversa. No hay más que escuchar el simbólico discurso de despedida como coordinador general de Izquierda Unida de hace unas semanas. “Me va a costar votar en estas elecciones, pero voy a votar”, decía Cayo Lara, que no solo hablaba por su boca sino que representaba también a un sector no irrelevante de la histórica militancia de IU.
No creo, sin embargo, que la alianza con Izquierda Unida haya añadido radicalidad a la imagen de Podemos. Al contrario: en algunos casos la ha moderado. IU en Andalucía es bastante más moderado que el Podemos de Teresa Rodríguez. También tiene una imagen y un discurso más moderado el “comunista” Alberto Garzón que el “socialdemócrata” Pablo Iglesias. Y en la actual dirección de Podemos, tras el golpe interno que destronó a Sergio Pascual y arrinconó a Iñigo Errejón, quien ha ganado poder son políticos como Irene Montero o Rafael Mayoral, que vienen del PCE y fueron claves en la alianza con IU. Son ellos, y no Alberto Garzón, quienes ahora pinchan en los mítines cánticos revolucionarios de los 70 en vez de Vetusta Morla, según se quejan los errejonistas.

6. Las encuestas

La dirección de Podemos, igual que casi todos, confió en las encuestas y por eso apostó por una campaña conservadora donde lo importante era no meter la pata. Sin informacion no hay estrategia y con mala información hay una estrategia equivocada.
Fiándose de las encuestas, Podemos entró en campaña con el freno de mano puesto. Nada como creerte el ganador para jugar a empatar y acabar perdiendo. Les faltó esa épica que sí emplearon en diciembre y, viéndose sobrados, fueron más conservadores en su campaña.
La información errónea de las encuestas probablemente también influyó en los ciudadanos. Como en el principio de indeterminación de Heisenberg, la medición acabó modificando el resultado: las encuestas cambiaron el voto. Qué Unidos Podemos apareciese tan cerca del PP, y tan claramente por encima del PSOE, provocó un voto a la contra: el de amplios sectores conservadores, que no votaron a favor de Marino Rajoy y la corrupción del PP sino contra Pablo Iglesias. Y el de una parte del electorado socialista, que tampoco votó a favor de Pedro Sánchez sino en contra del sorpasso.

Las consecuencias internas

Hace unas horas, Pablo Echenique, el secretario de organización de Podemos, envió un mensaje al grupo de Telegram del Consejo Ciudadano Estatal, el órgano que aglutina a los principales dirigentes del partido. El mensaje es el siguiente:
“Ya sabéis que yo soy mucho de amor y eso, pero no me resisto a añadir algo también necesario para este momento. Ante cualquier conflicto interno, desde la Secretaría de Organización se buscará en un primer momento la solución mediada, amorosa, consensuada y de sentido común. En caso de que la vía del amor y los cuidados se demuestre inútil, se actuará de manera contundente, decidida, concreta y grave contra quienes no comprendan (hablo en general; no de este órgano) que las guerras internas nos desangran, nos queman y nos hartan. Para que crezca el amor no sólo hay que regarlo sino también extirpar las malas hierbas de las violencias enquistadas. Sé que no hará falta, pero siempre es bueno tener un plan B cuando el amor no gana.” 

La advertencia de Echenique es una demostración de cómo está el patio en Podemos. Por mucho que los más sensatos en el partido –y Echenique lo es– intenten pacificar el jardín, la guerra interna ya está larvada y probablemente acabe aflorando a final de año: tras las elecciones gallegas y vascas. Siguiendo la metáfora fundacional de Podemos, si realmente esa guerra estalla, será “los de abajo” contra “la izquierda”. O los partidarios de Íñigo Errejón contra los de Pablo Iglesias.

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Muy buen análisis, Nacho Escolar. Me parece oportuno añadir un comentario al respecto de la idea obsesiva del sorpasso instrumental para arrasar a otro partido que, (pensando en el bien común más que en las siglas)  debería ser aliado de confianza y no enemigo irreconciliable. Sobre todo si se está presumiendo de aspirar a ser los gestores de un verdadero cambio político y no a repetir la fotocopia retórica de las frustraciones añejas. Una nueva política para tiempos tan imprevisibles no puede estar basada en la debilitadora y extenuante guerra partidista de siempre, sino en el logro de un consenso que armonice las diferencias más ásperas y obsesivas y consiga unir esfuerzos para derrotar al enemigo común y verdadero: el dogma de la desigualdad, de la injusticia, de la corrupción  y la crueldad del maltrato social como signo de poder al servicio de intereses privados. El concepto de sorpasso ya es prehistoria política en "la nueva razón del mundo" (conviene leer este ensayo lucidísimo de los anticapitalistas franceses, los profesores Laval y Dardot).


De momento ni el Psoe ni la Izquierda añeja concentrada y resumida en Podemos han conseguido sorpassar su arcaica idea de Estado y tampoco  ofrecen los instrumentos necesarios para la construcción de lo que ahora necesitamos, porque en vez de comprender el nuevo rumbo antropológico del cambio se empeñan en aplicar a la nueva energía moldes y cauces que ya no sirven, aunque sí sirvieron en otro momento de la historia que no era éste.


 En cambio la base social, en la vanguardia de la experiencia directa, sí ha creado nuevos cauces, acoplados a cada problema por resolver y dispone de una creatividad no condicionada por cánones teóricos impuestos que organizan más desde la ideología que desde la necesidad práctica. Y esa necesidad práctica no divide a las personas entre credos sino que las une por problemáticas sin resolver, ya sea por justicia, por ética, por educación, sanidad, derechos, feminismo, igualdad de géneros, animalismo, ecologismo, fin de los malos tratos, economía sostenible, apoyo mutuo, pensiones, desempleo, prestaciones, no-violencia, y con una  solidaridad que no discrimina.


La ciudadanía, ya en el 15M demostró ir muy por delante de partidos, religiones, credos y dogmas que hasta hace unos años era los pilares teóricos y también ya caducados, de una sociedad enferma sin saber de qué. En el 15M se hizo la revisión y el diagnóstico y comenzó la investigación para ir dando cuerpo al tratamiento. Paso a paso, las comisiones cívicas se convirtieron en observatorios municipales, en asistencia sanitaria o asesoría legal gratuitas, en inmobiliarias gratuitas de barrio, en pequeñas asociaciones de agricultura limpia y ecológica como el FACA, en comercio justo cooperativo, en escoletas maternales alternativas de barrio con madres y padres en el paro que se turnan en los cuidados de los niños de la zona, vuelta al pequeño comercio cooperativo con redes alternativas como "La Colmena", o cine en la plaza, ahora en verano con debate y cena de bocadillo entre familias no necesariamente del mismo barrio, que es una casa con las puertas abiertas. En fin, un rollo tan distinto, tan limpio, tan directo y tan eficaz, que supera con creces la concepción todopoderosa y caciquil del "poder político" al que estamos acostumbrados.

Un ejemplo: Hace unos días un grupo de la PAH de Valencia, el mismo que fue registrado, amenazado y despojado por la policía y los seguratas del pp, de mochilas y bolsos, solo por estar en la calle manifestando las urgencias de los desahucios constantes, frente al Parque de Cabecera donde Rajoy participaba en el cierre de su campaña, sacó a la luz y a la calle la amenaza urgente de desahucio de un ciudadano ya pensionista, por una situación ilegal que no era culpa del inquilino sino de un enredo municipal desde hacía años. Y fue el lunes tras "perder" la izquierda las elecciones, cuando se convocó una asamblea en la plaza del Ayuntamiento, asamblea que  empezó con media docena de personas y acabó sumando a todo el ciudadano/a que se interesaba por preguntar y se quedaba incorporado y participando en el proceso. Se expuso el problema por parte del vecino afectado, se votaron propuestas y se decidió, por medio centenar de votantes, más o menos, que desde allí mismo, con la documentación adecuada, una comisión de vecinos entrase en el Ayuntamiento acompañando al afectado, solicitó audiencia urgente a la concejala de vivienda que los recibió sin ningún problema y el martes, al día siguiente, el alcalde Ribó convocó una reunión con afectados y gestores del asunto en cuestión. El problema quedó claro y resuelto. El equipo gestor municipal es el tripartito, Compromís, Psoe, València en Comú. ¿Qué quiere decir esto? Pues que por muy de izquierdas y estupendo que sea un ayuntamiento o un gobierno, sin una ciudadanía comprometida sectorialmente y sensibilizada por la ética, la igualdad y la justicia, las instituciones se reducen a meras oficinas del vacío, y ese vacío lo llenan la inercia, la ineficacia y la corrupción que se deriva de ellas. También hay que añadir que esto no habría sido tan fácil si los votos de los valencianos/as hubiesen elegido una alcaldesa como Rita Barberá. Y eso es el ejercicio del poder soberano de los pueblos: salir del concepto masa-rebaño para reconocerse como ciudadanía poseedora de inteligencia colectiva. Y eso no es populismo, es democracia que no excluye a nadie que no desee eutoexcluirse.

La riqueza que nos ha aportado el 15M es fundamental para canalizar adecuadamente la energía política. La solución que necesitamos no es ideológica tal y como nos la venden los partidos clásicos, es sectorial y ciudadana; un trabajo de base que exige y construye unas portavocías elegidas no por los miembros de un aparato de partido, sino por asambleas municipales y barriales, que enviarán a los portavoces elegidos a los debates centrales de una red federal. Es otro concepto de Estado que ya ha empezado a funcionar desde la base social, pero que no ha cristalizado aún en un instrumento concreto institucional, está repartido en colectivos como Mareas, ILPs, Plataformas y propuestas puntuales que pueden ponerse en marcha según las necesidades de un momento o problema determinado. Algunos partidos con sensibilidad social como IU/UP, Compromís, la CUP y los nacionalistas "rompe-españas", como Bildu,  BNGA o ERC, ya comienzan a practicar esta nueva comprensión de la eficacia ética, -por el conocimiento práctico que da lo próximo-, del municipalismo y la territorialidad, una visión descentralizadora del poder, plural, diversa y a la vez solidaria, de apoyo mutuo y cooperación.
De ahí sí se puede construir un nuevo modelo  de Estado plural  federado, de acuerdo con la historia que nos toca vivir, no diseñado por nuestros tatarabuelos que vivieron circunstancias  acopladas a moldes culturales y políticos o religiosos, impensables ya para nosotros a día de hoy.

 Así funcionan Alemania, Suiza o los EEUU, y no son precisamente modelos de inestabilidad "rompepatrias", todo lo contrario, funcionan entre ellos mucho mejor que nosotros. Las cosas grandes, paradójicamente, no se solucionan nunca desde el vértice, sino desde una sana, empoderada, respetada y bien tratada estabilidad de la base.
Un iceberg, por ejemplo, no es poderoso por lo que asoma en la superficie del agua sino por el volumen de materia que no se ve a simple vista. Lo mismo pasa con los volcanes: su poder es la lava que solo se ve en las erupciones, y sin ella el volcán está muerto. Pues pasemos la analogía al poder ejecutivo que tendrían la punta del iceberg o el cráter del volcán, si no formasen parte de la misma fuerza que los mantiene y se empeñasen en maltratarla hasta hacerla desaparecer bajo una hipotética fuerza, que sin la energía fundamental que pretenden aniquilar, paralizar y silenciar, no son nada. El vértice debe ser la sustancia de la misma base con visión más amplia, simplemente porque al estar designado para gestionar lo común en asuntos en donde no caben millones de personas, ese vértice debe ser simplemente la voz colectiva, el cráter o el blaffle que dispone de más tiempo liberado para ejercer el mismo servicio en que coopera cuando no está en el vértice sino en la base.

El problema es que la concepción fósil y la estructura funcional de partido político que se mantiene aún no coinciden con la realidad sociopolítica que vivimos. Cuestión ecológica: flexible e inteligente adaptación al medio. Y en ese sentido es evidente que todo está por hacer. Si no fuese así el pp sería una reliquia histórica en los archivos del ministerio del olvido y las CUPs serían mayoría absoluta.

La carencia de soluciones ciudadanas respetadas y llevadas al Parlamento y al Senado, con responsabilidad y compromiso social de la política, es el vacío que mientras no se consiga un poder reconocido para los ciudadanos y ciudadanas, llena el pp o llenará cualquier otra formación rígida y manipuladora que solo quiera votos de los que han perdido el norte o no lo han encontrado aún, porque no hay un espacio creado en las instituciones para que la ciudadanía se haga oír, pueda preguntar y recibir respuestas directas en comisiones parlamentarias y asociaciones cívicas encargadas de llevar al Parlamento directamente la realidad de la calle. Eso no quita que el régimen de  partidos tradicionales siga existiendo para los ciudadanos que aún los consideren necesarios. No toda la ciudadanía está en el mismo grado de evolución. Y es justo que el espectro de un Parlamento  democrático lo refleje. Y que el biparty, propio del siglo XIX deje de ser el único recurso excluyente que permita la gobernabilidad de un país, cuya complejidad multinacional y multicultural es incapaz de coordinar sin pisotear derechos y economías, culturas y leguas.

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