jueves, 12 de julio de 2018

Una clase concentrada de alfabetización política imprescindible


La ley de hierro del PP y también de los otros

Gaspar Llamazares

Las primarias del PP no solo suponen una ruptura, si bien tardía, con la tradición de un partido clásico de la derecha, a medio camino entre la maquinaria electoral y el modelo centralizador, jerárquico y de cooptación, sino que puede servir como reflexión general sobre la crisis de la forma partido en la actualidad. Es lo que intentaré apuntar en estas líneas. Una crisis diagnosticada en el siglo pasado, primero por Robert Michels con la famosa "ley de hierro de la oligarquía en los partidos políticos", y más recientemente por el politólogo irlandés Peter Mair.
La tesis central que plantea Mair, desde la década de 1990, es que las instituciones políticas de la sociedad occidental han entrado en una "profunda crisis que podría resumirse en tres frentes: crisis política, de la democracia y de los partidos políticos", que juntas y combinadas han formado un cóctel explosivo y letal para la vida política de la sociedad contemporánea, colocándola justo donde está ahora, en una profunda crisis institucional.
Desde esta temprana hipótesis se han producido sucesivas crisis de la globalización neoliberal y agravado sus consecuencias de malestar social y desconfianza en las instituciones y, por extensión, en la democracia, que junto a la influencia de las nuevas formas -es cierto que ambivalentes- de participación e intervención política a través de las redes sociales, parecen ratificarla.
La principal pregunta, aún sin respuesta, sobre estas primarias del PP es si una crisis provocada por la corrupción del partido como institución y no, como afirma su propaganda de argumentario, en los aledaños del partido, se soluciona con un cambio de presidente o presidenta y de su procedimiento de cooptación o será finalmente un cierre en falso que se volverá inútil con el rosario de los casos de corrupción que aún quedan pendientes de juicio. Sobre todo, una vez abierta la compuerta de escape de confianza, votos y militantes al nuevo competidor que representa Ciudadanos en el espacio de la derecha. O si más bien lo que requiere la derecha es no ya una refundación, como la propugnada por Aznar para volver a 'sus' orígenes más conservadores, sino una verdadera y radical catarsis ética y política. Algo que, por extensión, afecta, con mayor o menor intensidad, a las organizaciones políticas y civiles.
En el ámbito de las instituciones democráticas, la dialéctica inquisitorial y el castigo penal predominantes hasta hoy tampoco son suficientes. Es urgente la adopción de medidas preventivas en la financiación pública de los partidos, en los canales de denuncia, la transparencia, las incompatibilidades de los cargos públicos y en la efectiva división de poderes. Pero, aunque en este preciso momento el debate sea entre el sistema de elección directa en la primera vuelta y la legitimidad de su posible alteración por el voto indirecto de los compromisarios en la segunda vuelta, y con ello el choque de legitimidades de los sistemas mixtos de elección, lo cierto es que estas primarias han suscitado otros problemas partidarios de fondo, más allá del PP, que tienen que ver con la ya larga crisis de la forma partido.
En un primer momento, la renuncia por parte del presidente saliente a la clásica designación o cooptación del nuevo o nueva presidenta ha sido toda una novedad en la derecha, y no solo en la derecha, independientemente de si lo ha sido o no forzada por las circunstancias. Finalmente, la causa de la renuncia a la candidatura por parte del heredero Feijóo se ha debido a la compleja situación interna, a las difíciles perspectivas electorales o al techo de cristal de su pasado político. Lo cierto es que la contestación al establishment o a la oligarquía se abre camino en el seno de los partidos provocando, no ya como debiera el incremento de los controles internos, sino, paradójicamente, el fortalecimiento del personalismo y la recentralización frente al pluralismo, la dirección colectiva y sus organizaciones intermedias en las comunidades autónomas y localidades. La tan denostada oligarquía de los partidos se condensa y se fortalece simultáneamente. El oligopolio se transforma así en monopolio político no solo dentro, también entre los partidos y en su relación con las instituciones. La precaria democracia deliberativa, lejos de profundizarse, retrocede hacia un modelo plebiscitario, y el diálogo y la negociación política dejan paso a las posiciones de principio y a la polarización del electorado.
Otro de los problemas detectados en estas primarias ha sido la ficción del partido de masas, reducida al final a un partido de escasos afiliados políticos y, por tanto, de financiación pública, cuando no degenerada en forma de colusión público-privada, corrupción y puertas giratorias del declinante modelo bipartidista. Una realidad no por conocida menos sorprendente por su dimensión y no muy diferente a la de otros partidos políticos clásicos desde los años 90, pero también presente entre los nuevos partidos, que han visto en pocos años cómo se  desinflaban sus censos internos y externos en cada convocatoria. En este sentido, la burbuja de la escasa participación militante y la volatilidad de la misma son otras de las características de esta larga crisis. La anemia militante corre pareja a la atonía en la participación política, social y electoral que en España, salvo en momentos críticos, era particularmente baja, pero que hoy se reduce aún más.
En el otro extremo, el de las características de la campaña interna previa al Congreso de partido, se muestra la deriva personalista de las primarias del PP, con un papel secundario, o como mucho implícito, del programa político y del modelo de dirección que propugnaría cada candidato. Una deriva personalista y plebiscitaria que también sería generalizable a buena parte de los nuevos mecanismos de democracia participativa o directa incorporados por los partidos políticos a raíz de su última crisis de credibilidad, desde el “no nos representan” del 15M.
Una participación que es bienvenida, pero muchas veces empobrecida a la mera ratificación de decisiones previamente precocinadas por los dirigentes convocantes, cuando no utilizada como mecanismo de uniformización de los propios y exclusión de disconformes. Es cierto que el PP, también en materia de democracia directa, ha sido muy conservador. Se ha limitado al voto de los afiliados inscritos y al voto presencial. Sin embargo, el voto electrónico de simpatizantes, salvo la ampliación del censo que ha supuesto, evoluciona a la baja como la participación interna, pierde credibilidad con el exceso de uso y no ha supuesto gran cambio en la participación política ni en la revitalización de los partidos.
Afirmaba Robert Michels en su famosa ley de hierro de los partidos políticos:
En casos de crisis política, la lejanía de la llamada “clase política” con respecto a la masa de la ciudadanía produce rechazo en esta, lo que provoca el surgimiento de grupos que denuncian a la oligarquía de turno y a la democracia como imperfecta o incluso inexistente porque no se sienten representados. Esos grupos están integrados por una número relativamente pequeño de personas, que son las interesadas en política, y luchan de manera organizada por llegar al poder, adquiriendo a su vez rasgos oligárquicos, y cuando alcanzan el poder lo hacen generalmente mezclándose con la anterior oligarquía hasta confundirse con ella…
A estas alturas no deberíamos darle la razón a Michels, transcurrido casi un siglo de sus reflexiones. Existe suficiente experiencia desde entonces para renovar profundamente la forma partido, reforzando la transparencia, el pluralismo y la responsabilidad en la democracia interna, haciéndolos compatibles con los nuevos instrumentos de democracia participativa, además facilitados por las nuevas tecnologías. Una renovación que debiera extenderse a las organizaciones civiles y a las instituciones. Porque los partidos no son muy diferentes al resto de la sociedad. El problema es que no sean mejores como instituciones de organización de ideas, de representación y mediación. El futuro está tan lejos de las oligarquías de hierro como del monopolio de la agitación.

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