miércoles, 11 de julio de 2018

Hay bellísimas playas desiertas y desoladores desiertos en los mogollones. Quienes no saben encontrar silencio en su interior no pueden escuchar al Otro. Sólo le oyen. Sin silencio íntimo no hay escucha posible. Si la mente no calla, las palabras de los demás se pierden en el vacío de la no-escucha. El silencio interior es el idioma del conocimiento. Quien no conoce el silencio está cerrado por dentro. Y es como esos miopes que no van al oculista porque ni siquiera saben que no ven bien. Nacieron así y ven todo desenfocado e impreciso hasta que se ponen las gafas adecuadas. El poeta Tagore lo explica en su autobiografía. Muy recomendable. Sin silencio interior no hay escucha posible sino un burdo remedo del diálogo o del debate. Un barullo en el guirigay sin posibilidad de entenderse

No te fíes de quienes ven desiertos donde solo hay playas

“Esa gente cuyo único argumento es no dejar hablar a los demás”.

Hay muchas cosas que nos distinguen del resto de los animales, pero las dos mejores son la capacidad de hablar y la de reír. Se dice que eso sólo lo podemos hacer nosotros. También se ha dicho que la ventaja de los animales es que como no hablan, se entienden, pero es una frase tan ingeniosa como fácil de rebatir. Más sensato es pensar que si renunciamos al lenguaje, perdemos nuestra condición humana, y no hay nada que lo demuestre con más claridad que el grito, que es una huida del idioma, una extinción de la inteligencia: cuando pasamos de tener voz a dar voces, entre nuestros gritos y los rugidos de una fiera salvaje, hay muy poca diferencia.

Los defensores del silencio resultan peligrosos. Donde alguien se calla, otros siembran veneno. Donde alguien no dice lo que piensa, hay quienes instauran una dictadura de la opinión, una corriente de miedo a decir lo que se piensa. Y eso que vale para todo lo demás, también tiene que servir para la política, supuestamente basada en la discusión civilizada, en la defensa de las teorías propias y, cuando hablamos de sistemas democráticos, en el respeto de las ajenas. “Detesto cada una de sus ideas, pero daría mi vida por defender su derecho a expresarlas”, dijo Voltaire, y nadie ha pronunciado una frase más hermosa que esa en este planeta.

En Cataluña hay gente que quiere imponer sus principios por las malas, y pretenderlo ha llevado al país al borde del abismo, que es lo que son todos los callejones sin salida. En el Gobierno de España ha habido también, hasta hace un rato, dirigentes que pensaban que la mano dura lo solucionaba todo. Pero no es verdad, eso no ha funcionado, solo sirvió para dar forma a la imagen del choque de trenes, y poco más. Que ahora viva en La Moncloa alguien que, de entrada, piensa que hablando se entiende la gente, es de agradecer y es de pura lógica. Que sus rivales mantengan a capa y espada que hay que seguir sin dirigirse la palabra, resulta inexplicable. Escuchar no es asentir. Tratar de entenderse no es ceder, no es rendirse, no es claudicar. Oír lo que quieren aquellos con los que no estás de acuerdo, es un acto de cortesía y ayuda a tomar decisiones desde el respeto. Y nada más.

A mí, me apetece recordar este poema, que escribí en su momento para expresar lo que sentía y a la vez lo que percibía a mi alrededor, entre la gente que sigue creyendo que el diálogo es lo primero y tener la boca cerrada o hablar exclusivamente en los discursos y para los titulares de los medios de comunicación, debiera ser lo último.
 
HABLEMOS
Hablemos sin cuchillos en las manos.
Hablemos sin quemarnos las banderas;
Con razones, sin sangre en las aceras;
Con libertad, sin ira, como hermanos.

Hablemos de palabras, no de idiomas.
Digamos "te respeto", "no te vayas";
Sin ver puntos finales donde hay comas;
Sin ver desiertos donde solo hay playas.

La justicia consiste en ser iguales;
La igualdad, en poder ser diferentes;
La esperanza, en querer mover montañas.

Que aprendan a pensar en nuestra gente,
a abrir ventanas sin romper cristales.
Hay sitio para todos en España.

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