lunes, 16 de julio de 2018

No es un juicio de valor, señor Borrell


Para el ministro, el Tribunal alemán no motiva jurídicamente su decisión, sino que la hace descansar en un “juicio de valor”
Una de dos: o el señor Borrell no ha leído la decisión en su integridad o la ha leído pero no la ha entendido
Borrell dice que el "Brexit" es una "comedia" para que Cameron "pare" a euroescépticos
Josep Borrell EFE
En una entrevista publicada ayer domingo en El País, el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, respondía a la pregunta acerca de su opinión sobre la decisión adoptada por el Tribunal Superior de Schleswig-Holstein respecto de la euroorden cursada en su día por el Juez Pablo Llarena, que por supuesto que acataba la decisión, pero reivindicaba al mismo tiempo su derecho a decir que no estaba de acuerdo con ella y a expresar su crítica.
Obviamente no hay nada que objetar a dicha respuesta. Las resoluciones judiciales en cuanto actos de un poder del Estado pueden y deben ser criticadas. Todas. Sean del país que sean.
Ahora bien, la crítica tiene que ser una crítica que atienda a lo que la decisión judicial dice, sin leerla de manera fragmentada y parcial. La crítica tiene que ser honesta, sin desvirtuar la fundamentación jurídica en la que descansa la decisión.
Esto ese lo que, en mi opinión, el señor Borrell no hace. Para el ministro, el tribunal alemán no motiva jurídicamente su decisión, sino que la hace descansar en un “juicio de valor”. Reconoce que hubo violencia, pero no la violencia necesaria para que la conducta de Carles Puigdemont pudiera ser calificada como constitutiva del delito de rebelión. Esa es la argumentación del tribunal, según el ministro.
Una de dos: o el señor Borrell no ha leído la decisión en su integridad o la ha leído, pero no la ha entendido. El argumento central del tribunal alemán es el de que la calificación que hace el Juez Instructor del delito de rebelión en sus autos, confirmados por el Tribunal Supremo, es radicalmente incompatible con la democracia como forma política. En la actuación del juez instructor y de la Sala de Apelaciones hay un atentado contra la democracia tal como es entendida esta forma política en el “espacio jurídico común de la Unión Europea”.
No se trata de un poquito más o un poquito menos de violencia, sino de que la calificación del delito de rebelión por el juez instructor y la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo imposibilita el ejercicio de derechos fundamentales, como los derechos de reunión y manifestación, sin los cuales no es reconocible la democracia en la Europa del siglo XXI. Esta es la razón de fondo en la que, desde el primer momento el Tribunal Superior de Schleswig-Holstein fundamentó la decisión de no atender la euroorden en los términos en que había sido formulada. Por eso no tuvo la más mínima duda en rechazarla inmediatamente después de recibirla. No es un argumento de tipo procesal, sino sustantivo. No se puede dar luz verde a un atentado a la democracia. Y eso es lo que salta a la vista de manera inmediata con la lectura de los autos del juez Llarrena.
La actuación tanto de la Audiencia Nacional como del Tribunal Supremo en la persecución penal del nacionalismo catalán está siendo disparatada, constitucionalmente disparatada, con múltiples vulneraciones de derechos fundamentales, a los que ya he hecho referencia en artículos anteriores: el derecho al juez ordinario predeterminado por la ley, el derecho a la doble instancia, el derecho de sufragio activo y pasivo en el proceso de investidura del president de la Generalitat, el derecho a la legalidad penal, el derecho a la libertad personal, ya que hay varios políticos nacionalistas que están en prisión por un delito imaginario y, además, por la decisión de un juez que no debía estar entendiendo de su conducta. Constitucionalmente es terrible lo que se está haciendo.
Con su decisión de esta pasada semana, el Tribunal Superior de Schleswig-Holstein le ha hecho un favor a la democracia española en general y al Tribunal Supremo en particular. Si no le hubiera impedido juzgar a Carles Puigdemont y, como consecuencia de ello, a todos los demás querellados, por el delito de rebelión, la sentencia final de la justicia europea sería demoledora para el prestigio de la justicia española. Gracias al Tribunal alemán el Tribunal Supremo se va a librar de hacer el ridículo urbi et orbi.
Hay que reflexionar antes de hablar de lo que no se sabe. Obviamente, el señor Borrell tiene derecho a decir lo que le parezca oportuno. El derecho al disparate es uno de los derechos fundamentales. Pero el disparate no deja de ser disparate porque se tenga derecho a decirlo. Y un ministro de Asuntos Exteriores debe procurar no decir disparates y menos en un asunto tan delicado como este.

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Por supuesto que  vivimos en un estado del disparate. Es más evidente a cada momento que pasa. Pero, ¿cómo van a entender estos razonamientos de cajón institucional y jurídico que se fundamentan en una base tan lógica, como ética y democrática, quienes están de acuerdo, y ven como cosa normal desde hace cuarenta años, que la Justicia sea rehén del poder político, que el Tribunal Supremo - lleno de "queridas Conchas" y galápagos transformers--,esté sometido al interés ideológico de los partidos que llegan al poder (¿ya se han olvidado del mejunje de las falsas acusaciones al Psoe por el incendio de Guadalajara, en el que nurieron 11 personas, querellas promovidas por 'querida Concha', acusaciones sin fundamento que se quedaron en agua de borrajas porque las pruebas dieron con la verdad: lo provocó una barbacoa y no Zapatero? y el falso merengue costó un ojo de la cara en investigaciones sin fuste, trámites y molestias inútiles y de lo que  hasta ahora nadie ha pedido cuentas a los queridos Conchos de Génova 13 y señorías adjuntas al merder, por semejante manipulación?) y para colmo otro marrón incontestable con que el fundamento represivo del Tribunal de Orden Público del fanquismo se haya perpetuado en la Audiencia Nacional (nacional, claro, nunca 'republicana'-roja,  of course!) 
Con semejantes antecedentes en vigor, imaginar o suponer que esa cuadrilla de corralón va a entender los dictámenes de una justicia como la europea, o sea, del siglo XXI, pertenece al reino de Alice in Wonderland. Donde al parecer nuestro querido y brillante ministro de Exteriores, señor Borrell, se ha quedado enganchado entre el conejo loco y la reina del dispparate alucinógeno. Es lo que tiene hacerse una transición en plan selfie y pretender que sea real y no sólo una foto de recuerdo. Si ni se han cambiado las conciencias ni la manera de entender la realidad con la realidad misma, si después de haber consentido en que, en plan Tancredi gattopardista, parezca que todo cambia para que todo siga igual...Ése es el drama de raíz. Que para colmo quienes tienen la responsabilidad de hacer un cambio institucional y constitucional indispensable, estén convencidos de que todo funciona perfectamente y de que pretender esos cambios a vida o muerte demcorática es inadecuado porque ya han llegado al poder los suyos y no hay nada que cambiar, sino seguir lo mismo con distintos disfraces.

De todos modos la batalla de la Historia la han perdido hace tiempo todos aquellos que se aferran a los fiambres podridos y los convierten en causa perdida de antemano. La vida y su realidad les dejan en evidencia cada día con más basura en catarata que les deja en cueros ante los hechos inocultables, que indudablemente, caen sobre ellos con mucho más ímpetu y persistencia que en cualquier otro tiempo pasado. Así queriendo evitar el fin de su mundo, lo potencian y lo aceleran, algo, por cierto, muy de agradecer.

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