domingo, 29 de julio de 2018

A veces es muy fácil interpretar la opinión, que es una simple mirada parcial sobre la realidad, como una "verdad" subjetiva con aspiraciones absolutas. El problema no parece que sea intentar poseer o no la verdad, sino el intento de interpretar la verdad como un imperativo absoluto y dogmático que la verdad no puede ser si ciertamente es verdad y no una triste herramienta demagógica, que se usa como arma arrojadiza, con la catapulta de palabras e ideas ajenas y célebres, casi siempre fuera de contexto, pero muy útiles para manipular cuando apariencia y realidad no van juntas y hay que apuntalar con la forma ajena , la falta de consistencia del fondo propio (*)

Prometer, jurar y otras palabras

Luis García Montero

Cuando queremos ser sinceros, no está de más detenerse a pensar y decidir nuestra situación ante la verdad.
No es una tarea fácil, porque vivimos en una época poco favorable a darse tiempo a sí misma y porque el concepto de verdad está muy desacreditado. La historia es larga, pero corta como un cuchillo. Lo sentía Ángel González.

El juramento supone una afirmación de perpetuidad. Las cosas son así y no de otro modo, deben borrarse las dudas, los quizás y el depende. No resulta extraño si recordamos que la afirmación del juramento pone a Dios o a sus criaturas como testigos. La promesa, al contrario, es un acto más bien humano, sin vocación de dogmas ni de esencias inmutables.
La persona que promete asume la voluntad de darse a alguien o adquiere la obligación de hacer algo. Aunque las palabras se las lleve luego el viento, su toma de postura ante la verdad es diferente a la que retumba en las bóvedas del juramento.
La verdad es que da miedo ser devotos de la verdad. Antonio Machado explicó su larga sombra de una forma precisa al abrir su
Juan de Mairena
: "La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Agamenón: conforme. El porquero: no me convence". La verdad de Agamenón sirve para legitimar la esclavitud de su porquero. Ese ha sido el gran eje del pensamiento contemporáneo con Marx, Freud, Nietzsche, el feminismo, la deconstrucción o la mirada anticolonial.
La cultura de la sospecha resulta más que razonable.Pero la soberbia de la sospecha, mientras alimenta la necesaria conciencia crítica, puede caer en la tentación de olvidarse de la creatividad: una voluntad de darse para procurar alternativas. Me temo que en esa corriente navegamos. El neoliberalismo radical transforma la libertad individual en la ley del más fuerte
y la conciencia crítica en el desprestigio de cualquier promesa, ilusión o compromiso colectivo. El cinismo del todo da igual salta con mucha agilidad a la orilla del nada tiene arreglo, una forma de dejar a Agamenón y al porquero en su lugar perpetuo.
El regeneracionismo de Joaquín Costa se encarnó en la famosa consigna "escuela, despensa y doble llave al sepulcro del Cid". Le debo muchas horas de estudio y de alegría a Michel Foucault, pero cada vez siento más la necesidad de decirme o de prometerme para mi uso diario un deseo de "escuela, despensa y doble llave al sepulcro de Foucault". La épica de los antisistema se ha convertido en una buena aliada de los que necesitan liquidar el prestigio de las instituciones públicas y los bienes comunes para desregular el Estado. Los bufones del nuevo Agamenón se visten con los andrajos de la antiverdad.
El mundo anda mal, no es bueno ni justo y todas las noches la luna se mancha de sangre y se escucha aullar al lobo del vacío. No es extraño que nazcan ahora, y desde muy diversas perspectivas, voces que reclaman un nuevo protagonismo de la verdad buscando viejas alianzas con el saber filosófico, los credos religiosos o las identidades nacionales. Todas ellas quieren excluir a la verdad de la curvas y los hitos del relato humano.
Cuando el viento sopla fuerte, los pies cambian sus zapatos por raíces en el deseo de arraigarse. El problema es que aceptar la verdad del juramento implica cerrar con ingenuidad y peligro los conflictos del vivir y del pensar. El no me convence del porquero machadiano es un equipaje imprescindible para regresar al compromiso de las promesas.

El mundo tecnológico ha alimentado con sus aceleraciones y sus borraduras de la memoria la cultura de la posverdad: demagogia que funda realidades falsas, palabras de las que no se responsabiliza nadie debido al torbellino de lo efímero. Una alternativa ética pasa por aceptar las grietas de las esencias para defender verdades modestas, sin las mayúsculas de la perpetuidad, con las que merezca la pena comprometerse. Albert Camus sabía que la tarea del intelectual no es creerse en posesión de la verdad, sino comprometerse a no mentir. Sus verdades se hacen al andar como el camino machadiano. Son verdades colectivas, acordadas y ambiciosas, un verdadero compromiso con el ser de las cosas, aunque se sostengan en el diálogo, en el aprendizaje de la escucha, en la palabra del otro. Quizá sea ese el modo de prometernos a nosotros mismos una nueva relación con las mayúsculas.

Así lo escribió el poeta en uno de sus proverbios: "¿Tu verdad?. No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya guárdatela".

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 (*) Hé aquí un ejemplo prototípico

Cuando la derecha utiliza a intelectuales de izquierdas para reforzar su discurso

Durante la presentación de su candidatura para liderar el PP, Pablo Casado introdujo en su discurso citas de Unamuno y Antonio Machado. Pero esta no es la primera vez que políticos de derechas recurren a referentes históricos de la izquierda para reforzar sus mensajes.  Albert Rivera y Mariano Rajoy han empleado también esta fórmula.

Alejandro Tena (Público)

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A mi modesto entender, la base fidedigna y limpia a la hora de comprender, interpretar, valorar  y aplicar las ilustres palabras ajenas, es la honestidad, o sea la ética analítica y desintersada de las entendederas. Es decir: la conciencia en su más alta y noble expresión.
Por supuesto, que esta afimación no tiene la pretensión de ser lapidaria para nada ni para nadie, por eso la escribo en un blogg (del que ya hace años, tuve que eliminar los comentarios a causa de una invasión de hackers dedicados a insultar, no a mí, sino a los participantes con el claro propósito de impedir y boicotear el diálogo y el debate), y no en libros para adoctrinar y hacer parroquia, (los únicos libros que me han publicado han sido por cuenta ajena, no mía) -aunque he tenido posibilidades de hacerlo-, convertirme en bloggera libre me ha parecido más accesible para quien quiera entrar a leer sin tener que pagar por ello y desde  la total libertad de escribir y leer. Un simple y modesto servicio, a partir de un testimonio práctico y doméstico, con la misma aspiración que la de los gorriones que vienen a visitar la terraza o un zumo fresco de la  propia experiencia vital por si acaso puede ayudar a alguien. Nunca como un armario de axiomas ni de dogmas. Ni mucho menos, pretendiendo poseer 'la verdad' y taladrar al prójimo como a mí misma con ese delicado y a la vez idescriptible e inabarcable tejido existencial del que todas y todos somos los hilos. Escribir como la vida lo hace, en clave proletaria, sin pretensiones ni glamour, pero con determinación biológica indudable. Sólo aspiro, a mis años, -escribo ceativamente desde los 7- a compartir el caudal del tiempo-conciencia y hacerlo por  libre, como siempre, entre escritura y lectura, para quien quiera beber, como en las fuentes de ataño, cuando el agua era de manantial y no llevaba cloro para hacer potable lo imbebible.
Todos y todas bebíamos confiadamente solo porque teníamos sed y nos encantaba la sensación del agua empapándonos como una sopa fresca si bebíamos sin vaso, en el hueco de la mano, que era lo más normal por lo frecuente. Sin más cavilaciones. Disfrutando el momento. La maravilla y la magia  presente, donde el pasado ya no está y el futuro aun no existe. Antonio Machado lo escribió y así yo me alegré muchísimo de esa complicidad, cuando lo leí por primera vez en la adolescencia, de haber  descubierto por mi cuenta aquella sensación del presente liberador, antes de leer al maestro y de que mi hallazgo no fuera solo una alucinación  infantil e imaginaria, sino toda una experiencia intemporal de adultos sin jaula. Capaces de volar más allá de los refranes, consejas, matracas y  mandamientos de toda laya. ¿Será por eso que la verdad nos hace libres? Chi lo sa...
La duda es el rail imprescindible para el  tren de la verdad. Ah, y la transparencia de la honestidad, la locomotora. Sin ambas herramientas no se puede salir de ninguna estación hacia ningún sitio mejor que el de partida. Sólo queda un regreso ficticio, supurando melancolías a tutiplén, al lugar de donde un día se creyó partir, -pero que en realidad es el punto del que ni el veloz Aquiles de pies supersónicos ni la tortuga parmenidesiana, jamás se movieron-, o sea, como dice el tango, un constante volver con la frente marchita y la nieve del tiempo plateando la sien, sentir que es un soplo la vida, que veinte años no es nada...o son quizás demasiado arroz para tan poco pollo.

El camino o el descamino son cosa nuestra, de nuestra perecepción de y relación con la verdad  que es la libertad. Y viceversa. Todo fundido en  el corazón inexpugnable de la conciencia. ¡Cómo no! Y con la cosecha inevitable del Amor, con mayúscula, claro, que suele ser la prueba del nueve en la realidad del viaje. La llegada al Paraíso de Dante. Otro viajero con brújula, luz propia y atlas de interior, ah, y a la hora de la verdad, tan ligero de equipaje, triquiñuelas y componendas como  cualquier poeta sin red. Siempre en manos "dell' Amor que, con toda normalidad cotidiana, como rematan los versos dantescos al final de la  Divina Commedia, siempre, siempre, incansable...   muove il sole e le altre stelle."

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