sábado, 21 de julio de 2018

¿El derecho a la información debe tener un precio o es un bien público?


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En este mundo-mercadillo se ha llegado a un punto degradante de miseria social y de prostitución política en el que se le ha puesto precio a cualquier necesidad y servicio público sin tener en cuenta que poner precio a elementos y servicios básicos que nutren la sustancia de la dignidad humana, desactiva  y destruye los mismos principios de la igualdad, la libertad y la fraternidad que  en teoría se petenden conseguir. Es decir, el fundamento de la misma democracia que tanto defienden esos políticos que cuando gobiernan implementan un sistema opuesto a sus afirmaciones y promesas previas al triunfo electoral. 

Es notorio lo que sucede con el derecho a la sanidad, a las pensiones, a la educación, a las ayudas y subsidios por precariedad, por dependencia y por justicia,  y a todo lo que rodea a un estado de derecho y democracia, que tiende a recortarse al máximo y a considerarse como anomalía y despilfarro desde una insolidaridad creciente y dañina para la condición humana.

Especialmente hay un sector que se columpia sobrevolando los demás sectores: el derecho a la información que desde siempre ha sido un negocio importante en mundo liberal del egoísmo sin fronteras. Si la información sin tijeras ni mordazas es un derecho cívico debería ser un bien público, pero no es así. 
La información, en especial española,  es un chollo y un negocio para quienes la manejan y cada vez un poder más codiciado por políticos y grandes estructuras financiero-manipuladoras. En ese vaivén de intereses sigue siendo la ciudadanía el chivo expiatorio, como si los siglos de aplastamiento y ninguneo no contasen. Se supone que es esa politeia, la que mayoritariamente paga un precio por ser informada. Y si no lo puede pagar porque gana al mes trescientos euros de una pensión no contributiva o 420 del paro,- o ya ni eso-, con los que debe hacer el pino para comer, pagar un techo, luz, agua y el IVA de todo ello, ¿dónde queda, entonces, su derecho a informarse de verdad? En ningún sitio. Desaparece sin  más.
El estado dispone de una radio televisión públicas, es cierto sobre el papel, pero está demostrado que  es una información a favor descarado del partido que gobierna en cada legistaltura, que lo primero que hace al llegar a la Moncloa es ocuparse de colocar a sus esbirros como cancerberos controladores de una información que cacarea lo que interesa al poder y silencia la verdad cuando ésta es un peligro para los negocios y las urnas, que son el negocio más cotizado para todo inversor de tronío. Sólo en el gobierno Zapatero tuvimos por primera y única vez unos medios públicos  e independientes de verdad, que informaban con más transparecia y equidad que los medios privados, que se fundamentan para su mantenimiento en inversiones de capital privado y en las empresas de publicidad. 

La llegada de la tecnología informática ha terminado prácticamente con el negocio de la prensa en papel, que también había que pagar, por supuesto. Y entonces surge la prensa on line, como pequeñas sectas de opinión y de copago, naturalmente. Al principio, y en apariencia,  mucho más libre y accesible para la ciudadanía que no podía acceder normalmente a pagarse un diario cada día y mucho menos en fin de semana y ahora puede conocer la actualidad desde un ordenador en cualquier centro público municipal, por ejemplo. Los kioscos de prensa también están dejando de ser un modo de vida para convertirse en un fósil empapelado por publicaciones especializadas en forma de revistas, pero muy poca prensa fresca. ¿Estamos seguros de que este uso de la informática, como el de las telefonías-pegamento indeleble, son signos de una mayor libertad o más bien de un mayor control solapado? Un wifhi, como una batería de móvil en activo es un busca que señala en todo momento donde estamos, y  Google Maps puede dar detalles hasta de nuestras casas por dentro, aunque el teléfono esté apagado, porque conectado, además, funciona hasta como micrófono si se conecta a propósito. A veces por los altavoces del ordenador me han salido conversaciones privadas de personas desconocidas. Y eso, sin querer controlar nada...Ya podemos imaginar lo que harán los que controlan.


¿Dónde queda el derecho a la libertad y a la privacidad si para estar informados tenemos que dar pelos y señales por internet a los editores de los periódicos on line, y dar el número de la cuenta corriente para pagar el precio de nuestra avidez cotilla? Sí, cotilla, porque la actitud general que provoca ese estado de temblores y sobresaltos constantes, tiene más de curiosidad chismosa que de germen dinámico para organizar una contrapartida a los manejos que se propagan en la prensa y que en realidad no nos permiten cambiar nada, si la misma información ya nos bloquea, nos embarulla y nos desestructura, sutilmente, la voluntad y el pensamiento con su constante bombardeo que despiensa por nosotros
¿Vale la pena estar tan 'informadas' a cambio de dejar de ser libres para poder asumir y materializar en acciones lo que nos comunican sin que nos impliquemos casi nunca porque no hay capacidad ni tiempo para asumir, analizar, ni mucho menos canalizar? ¿De qué sirve saber qué pasa en todo momento en cualquier lugar si el precio que pagamos es estar totalmente controlados en plan Big Brother orwelliano o en plan Mundo Feliz  de A. Huxley?

Salvo el diario Público, -que también tiene un sector de pago voluntario para cooperar y no para comprar lectores porque no vende información-, los demás medios reservan sus informaciones sin  molestias ni bloqueos por la publicidad, exclusivamente para sus compradores. 
Poderoso caballero es Don Dinero, decía Quevedo, que ya veía  en el horizonte un futuro muy parecido a su presente. De hecho, su poema  es un retrato clavado de nuestra actualidad mercachifle, en la que tener un precio es tan  conditio sine qua non  como  un puticlub normalizado: si no pagas no te enteras, si no te enteras no vales un pimiento, si no vales un pimiento nadie te hará ni caso, como a cualquier putón verbenero si no váis con la pasta por delante, desgraciaos, mindundis...que aquí no hay don sin din, capite, sciocchi?

El funcionamiento es idéntico  al de las cloacas del estado, - de las que , curiosamente, abominan a la hora de informar- donde el dinero en forma de privilegios y chantajes, hace lo mismo. O te apuntas o no esperes medrar, obedeces o la llevas clara en tus ascensos, o me das lo que quiero o me chivo a los medios que te van a crucificar como no me complazcas...
El código ético de la sociedad española es como el mocho de una fregona del Paleolítico que nunca se recambia: por donde pasa moja o más bien, pringa, si el agua no es transparente porque de tanto roce con la mierda, siglo tras siglo, está hecha una pena. Y como ya está tan normalizada, ni se ve ni se nota, ni se huele.

En un plan de tan míseras perspectivas, lo que termina por dominar el panorama de la supuesta libertad informativa son los capitales de inversión ya publictaria, ya política, ya ideológica. Una cosa sería que voluntariamente los lectores aportasen una ayuda, como en una ONG y otra muy distinta es vender la información al mejor postor sea quien sea porque del derecho a la información se ha hecho un negocio, huyendo pardójicamente de publicaciones dependientes de empresas y negocios de cualquier laya o especie. Por ejemplo: empresas interesadas en controlar la política, como el Ibex35. O directamente, partidos políticos que están al servicio "ensobrado" de las empresas patrocinadoras de sus campañas electorales, de las vacaciones de sus políticos y ministros o de las bodas de sus hijas...que tampoco son moco de pavo ni cartílago de gamba...
Por ejemplo, si un modesto y bien intencionado medio digital recibiese una subvención estupenda de laboratorios farmacéuticos interesados en eliminar la homeopatía que según ellos "ni es científica ni cura nada", ¿investigaría acerca de la verdad sobre el tema, visto desde otros puntos de vista científicos y casuísticos, europeos además de españoles, o seguiría la corriente mirando para otro lado y poniendo el cazo, si nadie se va a enterar del lance ni va a caer en la cuenta del trueque? o si un partido político les ofreciese el contrato exclusivo de su publicidad electoral, a cambio de que nunca hablen mal de él ni critiquen con dureza y sin sordina sus mejunjes y tejemanejes, pero que pongan sus éxitos en modo bombo y platillo, y se ensañen con sus enemigos parlamentarios y electorales, relegándolos a noticias casi invisibles que desaparecen de los titulares en un par de horas para perderse en la nada inencontrable ¿podrían rechazar ofertas tan sabrosas como poco limpias y poco perceptibles, pero tan rentables para el  modesto negocio de ese periodismo libre  que sólo se casa con quien le paga la dote adecuadamente?

No lo digo por nada en  concreto, lo digo por la inevitable tendencia que en España es verdadero trendig topic social, sobre todo desde que las redes son la reinas del chant-ex-claire  y pueden hacer en dez minutos lo que a Hitler le costó dos décadas: destrozar lo que pillan por medio, como el caballo de Atila, sin tener en cuenta lo que detrozan por el camino de su glamour patrocinado por la oligocracia controlator  a la que le viene de perlas aprovechar el marchamo de libertad e independencia ajenas para conseguir el crédito que sus manejos le han quitado desde hace tiempo. Por lo menos desde 2011.

No soy anti prensa sui generis, ni mucho menos, no soy anti nada ni anti nadie, al contrario, es bueno que existan variedades de todo tipo para poder valorar todos los modelos informativos y elegir el que nos parezca más justo y sano, pero también creo imprescindible que haya un modelo de prensa pública libre  del control político, ideológico y financiero, al alcance de la gratuidad igualitaria, donde se pueda reconocer la soberanía de la inteligencia colectiva sin megreos adyecentes de ningún tipo.

Todo esto no sería tan escandaloso, descontrolado, mísero, tan poco ético  e hipócrita, casposo, e incluso antiestético y hortera intelectual, si pudiéramos conseguir unos medios públicos de comunicación que nos proporcionasen unas cuotas de credibilidad fidedigna, sin filtros ni recortes ni transmutaciones raras, con unos debates públicos  como los de La Clave, por ejemplo, una pedagogía decente con la que coeducarnos constantemente. Sobre todo, teniendo en cuenta que con los impuestos aportamos al estado una cuota de pago más que suficiente para sostener una información pública honesta, independiente y gratuita para quienes no la pueden comprar, y, por fin,  digna de un estado de derecho en una democracia del siglo XXI. Y que de una vez  dejásemos de ser la España de El Lazarillo de Tormes, la  de Torquemada, Monipodio, Isabel & Fernando, Cisneros, El BuscónFray Gerundio de Campazas alias Zote y, cómo no, del pitufo torturador Paquito Medallas, el inexhumable rey del matarile en  las cunetas por excelencia. 
Ains!

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