"Es importante señalar, sin embargo, que ha habido otro proceso
electoral en Europa, que se ha celebrado este domingo, que también tiene
relevancia para España, y del cual se ha hablado muy poco. Me estoy
refiriendo a las elecciones en Suecia, unas elecciones que tienen un
gran significado para la Unión Europea (de la cual Suecia es miembro) y
en particular para España.
En teoría, el gobierno sueco, que es una coalición de partidos
conservadores y liberales, no debería haber tenido mayores problemas
para salir reelegido. Según los indicadores tradicionales que la mayoría
de analistas económicos utilizan para evaluar la labor de un gobierno
(y que se utilizan mas en los medios de comunicación), la economía sueca
está yendo pero que muy bien y aparece como un gran éxito. La
recuperación económica ha sido de las más rápidas y acentuadas entre los
países de la Unión Europea, alcanzando un crecimiento de su PIB de casi
un 2% anual, uno de los más altos de la OCDE. Es más, la bajada de
impuestos del gobierno sueco durante su mandato (una de las mayores
bajadas impositivas en la UE) ha conseguido que la capacidad adquisitiva
del ciudadano sueco haya aumentado, alcanzando en 2012 el equivalente a
un mes más del sueldo que tenía en 2006. Por otra parte, el sistema
financiero nunca había sido tan fuerte y la economía había estado tan
boyante. Hoy, empresas suecas (tales como Ikea, H&M, Spotify y
muchas otras) están por todas partes del mundo. Y la industria
inmobiliaria está en plena forma. En cierta manera, Suecia se había
convertido por los rotativos de persuasión neoliberal, como The Economist,
en su punto de referencia. Y, sin embargo, todas las encuestas ya
señalaban durante estos meses previos a las elecciones, que la coalición
gobernante estaba perdiendo popularidad, hasta tal punto que perdería
frente a una coalición de izquierdas que incluye al Partido
Socialdemócrata, al Partido Verde y al ex Partido Comunista (llamado
Partido de la Izquierda). Todas las encuestas anunciaban una victoria de
esta coalición. Y así ha sido, creando una gran sorpresa en los fórums
económicos de sensibilidad liberal, incluyendo The Economist que ha acusado a los ciudadanos suecos de ser “desagradecidos”.
Las semejanzas con el gobierno Rajoy
El interés de este acontecimiento y su relevancia para España es
que, en general, el gobierno conservador-liberal sueco desarrolla
políticas públicas muy semejantes a las que ha estado llevando a cabo el
gobierno conservador liberal presidido por el Sr. Rajoy. De ahí que sea
de gran interés que se analice el porqué el electorado ha mostrado un
rechazo tan contundente a un gobierno considerado responsable de una
economía tan supuestamente exitosa. Y los datos, fáciles de adquirir,
pero raramente presentados en los medios de comunicación, muestran
claramente las causas de este rechazo: la enorme impopularidad de las
políticas sociales y económicas del gobierno conservador-liberal,
caracterizada por tres tipos de intervenciones.
Una es la privatización de los servicios públicos, que ha afectado
muy negativamente a la calidad de los servicios privatizados, tales como
educación y servicios sanitarios, privatización que ha ido acompañada
de la comercialización de tales servicios. Estas privatizaciones (más en
la gestión que en la financiación de los servicios, dando cabida a
empresas con afán de lucro en la gestión de la educación y de la
sanidad) han sido muy impopulares, al beneficiar a algunos sectores de
la población (y muy en particular a las clases populares). Un ejemplo es
el sistema público educativo, que estaba entre los mejor valorados en
el mundo (según la OCDE, ocupaba el noveno lugar en el año 2000), que
–consecuencia de su privatización y comercialización- se ha deteriorado
marcadamente (pasando a ocupar el puesto veintiséis en 2012). Algo
parecido ha ocurrido en la privatización de la sanidad pública y de los
servicios domiciliarios a las personas con dependencia, donde ha habido
incluso casos de escándalo en la gestión, que han alcanzado a la
población. El conflicto entre el intento de optimizar los beneficios
empresariales a costa de la calidad de los servicios (un riesgo
inherente en la comercialización de tales servicios públicos) ha creado
un rechazo popular hacia la introducción de empresas comerciales en los
servicios públicos.
Los recortes de gasto público social
La otra intervención ha sido la reducción de los beneficios sociales,
resultado de reducción del gasto público en los servicios públicos del
Estado del Bienestar. Las grandes reducciones de impuestos se hicieron a
costa de una reducción muy notable del gasto público social, que
tuvieron un impacto negativo en la calidad y disponibilidad de tales
servicios, empeorando el bienestar de la población ya afectada por un
desempleo del 8% (y del 21% entre los jóvenes), niveles de desocupación
muy altos por los estándares suecos. Este empobrecimiento de los
derechos sociales y laborales iba acompañado con un enriquecimiento a
nivel personal, resultado de la bajada de impuestos, que aumentó, como
indiqué antes, la capacidad adquisitiva de la población, provocando un
gran boom inmobiliario que ha generado también una deuda privada
considerable que, aun cuando beneficiosa para el sistema bancario, crea
cierta ansiedad por sus posibles consecuencias negativas en la
estabilidad financiera (facilitada por un enorme crecimiento del precio
de la vivienda y de los alquileres), que ha afectado negativamente, de
nuevo, a las clases populares que, además de tener que endeudarse más y
más, encuentran dificultades en encontrar viviendas accesibles, problema
particularmente llamativo entre las familias jóvenes. Todos estos
indicadores muestran el error de la estrategia económica neoliberal, que
asume que la transferencia de fondos del sector público al privado
favorece el crecimiento económico que beneficia a todos los sectores de
la población por igual. La evidencia sueca muestra que beneficia a unos
pocos a costa de perjudicar a todos los demás.
La alternativa progresista es posible
Dicho rechazo al neoliberalismo ha ido acompañado de una atracción
hacia las propuestas de las izquierdas, que han coincidido en varios
aspectos, permitiéndoles explorar la posibilidad de establecer una
coalición alternativa. Todas ellas ofrecen revertir las reformas que
habían afectado negativamente, disminuyendo su cobertura, su generosidad
y su calidad, al Estado del Bienestar. Otra coincidencia es la
propuesta de aumentar el gasto público en la infraestructura física y
social del país (6.000 millones de euros en el caso del Partido
Socialdemócrata -casi el 2% del PIB sueco de 2013-, lo que equivaldría
en España a unos 21.500 millones de euros), pagando este gasto con un
aumento de los impuestos de los grupos más pudientes, además de revertir
la bajada de impuestos, y establecer un nuevo impuesto a la banca,
causando la alarma del grupo empresarial más importante de Suecia, el
grupo Wallenberg, como señala el artículo sobre Suecia y las elecciones
en el New York Times del 09.09.14). Estos partidos, sin
embargo, no han conseguido la mayoría parlamentaria, consecuencia, en
parte, del surgimiento de un partido feminista que no consiguió alcanzar
el mínimo apoyo electoral para conseguir representación parlamentaria, y
del enorme crecimiento de la ultraderecha xenófoba anti-inmigrante, una
situación altamente preocupante, que no tenía precedente en los países
nórdicos escandinavos, y que está apareciendo con cierta contundencia en
el panorama político de aquellos países, incluyendo Suecia.
Relevancia para España
España está en la Unión Europea en el polo opuesto a Suecia, no solo
geográficamente, sino políticamente. España es uno de los países con uno
de los gastos públicos por habitante más bajos de la UE. En Suecia es
de los más altos, incluso ahora, después de los recortes. Las políticas
neoliberales del gobierno español están creando una situación de euforia
que habla ya de recuperación, detrás de la cual hay una enorme crisis
social, con el enorme empobrecimiento del Estado del Bienestar. ¿Podría
ocurrir algo semejante en España a lo ocurrido en Suecia, donde la
población ha castigado al gobierno conservador liberal debido a sus
políticas neoliberales?
Para contestar a estas preguntas hay que tener en cuenta varias
diferencias entre Suecia y España, incluido el sistema electoral, que es
mucho más proporcional en Suecia que en España, y que permite
establecer gobiernos de coaliciones, sin estar estancado en un
bipartidismo como en España. Ello explica que la socialdemocracia haya
tenido que gobernar durante la mayoría de los años desde la II Guerra
Mundial, en coalición con otros partidos de centroizquierda e izquierda,
situación difícil de que ocurra en España, donde el bipartidismo
permite a los partidos mayoritarios –como el PSOE- gobernar sin tener la
mayoría del apoyo electoral, y sin establecer apoyos y coaliciones con
otros partidos de izquierdas, como IU, discriminados por tal sistema
electoral. Esto no ocurre en Suecia.
Otra gran diferencia es la cultura democrática que existe en el mundo
político sueco, que históricamente ha tenido una relación de
colaboración entre los partidos de izquierda, debido, en parte, a sus
lazos con los sindicatos que representan a sus miembros que constituyen
nada menos que casi el 80% de la población laboral. El candidato del
partido socialdemócrata a la Presidencia no pertenece ni al aparato del
partido ni al grupo parlamentario. Es un sindicalista. Esta relación
privilegiada con el mundo del trabajo facilita el establecimiento de
gobiernos de coalición. En España las izquierdas están sumamente
divididas y atomizadas, con escasa tradición de cultura colaboracionista
y asociativa, y con comportamientos frecuentemente sectarios. En
realidad, un problema grave del sistema democrático español es
precisamente la gran debilidad y división entre las fuerzas
progresistas.
Y por último, la democracia interna de los partidos es mucho mayor en
Suecia que en España. Los aparatos tienen menos peso dentro de los
partidos, aún cuando esta situación está variando, creando tensiones
entre las direcciones y las bases especialmente agudas en el partido
socialdemócrata. La identificación de los partidos con las clases
populares, y muy en particular con la clase trabajadora, es mucho más
acentuada en Suecia que en España, donde el nuevo Secretario General del
PSOE considera que su partido representa los intereses de las clases
media, sin casi citar a las clases trabajadoras, término que no se
utiliza por considerársele anticuado. Durante muchos años, se esperaba
de representantes políticos procedentes de partidos progresistas que no
adquirieran privilegios especiales, exigiéndoles que utilizaran los
mismos servicios públicos que la mayoría de la población. Este y otros
datos acentúan el deseo de evitar la profesionalización de la política y
la distancia entre gobernantes y gobernados en aquel país. Sin embargo,
aunque se están también dando cambios, la distancia entre la cultura
política de las izquierdas en el norte de Europa, incluyendo Suecia, es
muy grande y diferente a la existente en el sur, incluyendo España.
Sería aconsejable que tal distancia se redujera considerablemente, y que
la socialdemocracia, en lugar de inspirarse en el partido demócrata de
EEUU (como algunos de sus dirigentes aconsejaron) se inspirara más en la
experiencia del norte de Europa, observando de cerca lo que están
haciendo sus homólogos en aquella parte del continente. Ni que decir
tiene que deberían ocurrir cambios profundos también allí. Pero en
España estamos tan detrás que sería un buen paso al menos acercarse
hacia una cultura más democrática que la existente en este país.
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