martes, 14 de agosto de 2012

Recuperamos a J. Mª Castillo


El dinero y el Evangelio (III): "No tengáis miedo"

21.07.12 | 11:10. Archivado en MoralIglesia católica
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  • El miedo tiene mucho que ver con la economía. Por eso ahora, en tiempos de crisis económica, hay demasiada gente que, más que asustada, vive dominada por el miedo. Me refiero, no sólo a quienes han perdido el trabajo o temen perderlo, a los que no pueden pagar la hipoteca o no llegan a fin de mes, etc. Hablo, además, de las personas que no se fían de los bancos, suelen sacar de ellos su dinero y lo ocultan donde pueden o lo ingresan en “paraísos fiscales”. Ya nadie puede contar las asombrosas cantidades de “dinero negro” que circulan por el mundo. Dinero, en definitiva, que no suele ser productivo y que sólo sirve para engrosar más y más los bolsillos de los más ricos.


Aparte otras consideraciones, es importante caer en la cuenta de que el motor, que mueve este repugnante mecanismo de la economía actual, es el miedo. El miedo a perder lo que se tiene. O el miedo a no ganar todo lo que se codicia. Con razón esta economía ha sido denominada “la economía del miedo” (J. Estefanía).
Lo peor del caso es que, por esto precisamente la economía, al menos tal como viene funcionando España, está resultando tan ruinosa. Porque, si un motor importante de nuestra economía es el miedo, deberíamos tener siempre muy presente que el miedo entraña dos consecuencias: 1) paraliza; 2) arruina. Paraliza, porque quien mete su dinero debajo del colchón, con eso, ni él gana nada, ni da trabajo para otros, ni produce beneficios para nadie. Y, además, si el capital se paraliza, eso quiere decir que no produce. Lo que equivale, sin más remedio, a la ruina de un país, de una ciudad, de una familia....
Como es lógico, todo esto resulta inhumano. Sobre todo, cuando semejante ruina se produce en una sociedad en la que hay millones de criaturas que pasan necesidad en las cosas más básicas de la vida. Por eso, sin duda alguna, el Evangelio - que, antes que un libro de “religión”, es un libro de “honradez” y de “dignidad” para la vida - es tan severo cuando afronta el tema del miedo. En los cuatro evangelios, se les dice a determinadas personas (a José, a María, a los pastores, a los apóstoles...): “No tengáis miedo” (Mt 1, 20; 10, 28; 14, 27; 17, 7; 28, 5. 10; Mc 6, 50; Lc 1, 13. 30; 2, 10; 5, 10; 12, 5; Jn 6, 20). Incluso en las situaciones más extrañas, más difíciles, más peligrosas, Jesús insiste: “No tengáis miedo”. Jesús vio claramente que actuar motivados por el miedo es muy peligroso. Tanto ante Dios, como ante cualquier circunstancia que nos pueda presentar la vida.
Y este criterio, que es siempre importante, lo es mucho más cuando se trata de asuntos de dinero. Mucha gente no se imagina que también de esto se ocupó y se preocupó Jesús.Basta leer la parábola de los talentos (Mt 25, 14-30; Lc 19, 11-27) para darse cuenta de la importancia que tiene este asunto. Por supuesto, que esa parábola se puede interpretar en clave de “responsabilidad”. Si se lee desde ese punto de vista, lo que se deduce de la parábola es que Dios nos va a pedir cuentas de lo que cada cual ha producido en su vida, según los dones que ha recibido. Pero, si la enseñanza de la parábola es ésa, la consecuencia que de ella se deduce es inevitable: el Dios que nos reveló Jesús es un Dios exigente y justiciero, que, a fin de cuentas, no es sino el Dios más duro y temible que aparece en algunos pasajes del Antiguo Testamento.
Por eso, la enseñanza de esta parábola se ve claramente cuando se interpreta en clave de “productividad”. Por supuesto, productividad ante Dios. Pero, ¿qué frutos de productividad pueden presentar ante Dios quienes pasan por la vida como zánganos y holgazanes que no dan palo al agua? ¿Qué produce el que vive pensando solamente en hacerse cada día más rico, sin importarle un comino lo que tienen o no tienen los demás?
Pues bien, aquí es donde entra en juego el tema del miedo. Porque, según el relato de la parábola, la perdición del que no produjo nada fue la consecuencia del que se limitó a esconder su dinero exactamente “porque tuvo miedo” (Mt 25, 25; Lc 11, 21). El miedo es lo que le llevó a ocultar lo que tenía. Y el miedo es lo que tuvo como consecuencia la ausencia absoluta de productividad.
Como es lógico, lo primero que enseña la parábola es que quien tiene en su cabeza un Dios que mete miedo, ése termina siendo un desgraciado que va derecho a su propia perdición. Pero eso sólo sirve para quienes tienen creencias religiosas. Para los que las tienen y los que no las tienen, lo más fuerte que enseña este relato es que quien se pasa la vida pensando sólo en no perder, ése es el que se pierde. Y, por desgracia, perdidos y extraviados hay ya demasiados en España. Por eso estamos como estamos. Y por eso, unos más y otros menos, pero, en definitiva, todos somos responsables del extravío de este país. Aunque es evidente que ha sido el extravío de los ricos el que está extraviando a todos los demás.

El dinero y el Evangelio: insensibles al sufrimiento

14.07.12 | 12:36. Archivado en Política
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El efecto más perverso que seguramente produce la abundancia de dinero (“chrêma”) (Mc 10, 23; Lc 18, 24) es que, en un número de casos muy alto y muy alarmante, al rico, al que disfruta de patrimonio y fortuna (“hypárchonta”) (Lc 8, 3; 11, 21; 12, 15. 33. 44; 14, 33; 16, 1. 14; 19, 8), lo hace insensible ante el sufrimiento de los demás.
Lo estamos viendo estos días. Y España entera lo sabe. Para recortar 65.000 millones de euros, este año y el que viene, el Gobierno del PP ha tomado una serie de medidas que agravan más el sufrimiento de los que menos tienen y menos ganan, al tiempo que amplía y mejora la ya privilegiada situación de los ricos. Y cuando el presidente Rajoy anuncia sus medidas de ajuste en el Parlamento, la gente de su partido aplaude las decisiones que van a hundir más en la miseria a los que peor lo pasan, sin que faltara el repugnante grito de la elegante rubia: “¡Que se jodan!”. ¿Puede haber mayor insensibilidad ante el sufrimiento ajeno? Como acaba de decir el conocido escritor Juan José Millás, “a la mierda los enfermos, los pobres y los viejos y bienvenidos los chorizos de siempre. ¿Viva Gürtel!”
Se comprende que el Evangelio sea tan duro cuando habla de la insensibilidad ante el sufrimiento de los más desgraciados. El relato más duro sobre este penoso asunto es la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31). El hecho es que Jesús presenta el caso de dos hombres que viven en la misma casa: uno bien instalado en su mansión; el otro en el “portal” (“pylôn”, parte del edificio que está dentro de la puerta) (M. Zerwick). Uno, el rico, vestido con refinamiento y “banqueteando todos los días”; el otro, un pobre, tirado en el portal, y tan rematadamente mal, que estaba “cubierto de llagas” y anhelando poder comer algo de lo que tiraba el rico. Y ni eso se lo daban, Más aún, la miseria de este hombre era tal, que “incluso se le acercaban los perros para lamerle las llagas”.
Una situación así, mantenida durante ni se sabe el tiempo, es el retrato perfecto de una gran canallada: la insensibilidad del rico ante el dolor del pobre. La misma insensibilidad del sacerdote y el levita, que, según la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-35), pasaron de largo cuado vieron al moribundo, robado y apaleado, en la cuneta del camino. En este caso, la insensibilidad que es, no sólo egoísta sino además inconsciente, cuando a la seguridad “egoísta”, que proporciona el dinero, se suma la seguridad, “con buena conciencia”, que nos da la religión. Los observantes, que no tienen problema económico alguno, son la gente seguramente más insensible ante el sufrimiento humillante de los pobres. Su “generosidad” no suele pasar de la limosna, pero manteniendo la desigualdad y la distancia entre el rico y el pobre. Y para eso, la resignación que proporcionan las creencias es un argumento bastante eficaz.
Lo que estamos pasando y sufriendo con esto de la crisis tiene mucho que ver con lainsensibilidad ante el sufrimiento de los pobres. ¿Qué explicación tiene, si no, que los obispos se pongan a hablar del amor familiar cuando hay tanta gente al borde del suicidio? ¿Cómo se explica que la “derecha más religiosa” sea la que ha legislado las medidas más duras contra los pobres, haciendo la vista gorda ante la abundancia de los más ricos? Y nuestros obispos siguen callados. ¿Por qué no se echan ahora a la calle como lo hicieron cuando aquello de los homosexuales? ¿Por qué será que la religión hace a los hombres de Iglesia tan sensibles en unas cosas y tan insensibles en otras? ¡Qué raro es todo esto!


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No me siento católica y considero que las religiones que se olvidan tanto del hombre como del espíritu, aunque prediquen lo contrario, son el timo de la estampita, con toda propiedad. Pero valoro a las personas religiosas,o no, que desde su fe o su creencia sincera y coherente, hacen todo lo que pueden para ayudar a que la conciencia se despierte. La buena gente a la que la religión-poder no ha conseguido destruir ni bloquear ni la ausencia de credo ha conseguido insensibilizar ni tarar con el mismo dogmatismo antirreligioso.
Es el caso de J.Mª Castillo. Tuvo que elimianar su blog libre y abierto, para poder seguir compartiendo lucidez en otro ciberespacio. Le invadió un plaga de trolls ultras. Es decir, la prueba más evidente de lo que acabo de escribir acerca del talibanismo castrador del alma y de la inteligencia. Que a pesar de visitar todas las religiones, no es propietario de una sola, sino de todas, cuando se produce la desconexión con el Nucleo del Espíritu. Que tampoco es propiedad de ningún credo. 
A veces, parafraseando el Evangelio, más vale entrar en el reino con un blog de  menos, que perderse en la popularidad del concubinato infumable, con un desastre de más. Y ahora encontramos la misma voz en distinto escenario bloguero. Nos alegra el reencuentro. Y lo agradecemos.

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