viernes, 17 de agosto de 2012

DEL PRE-MORTEM AL POST-MORTEM. UN ASUNTO DE PREFIJOS.

No hay mejor receta para el sano carpe diem, que repasar las noticias de prensa; la velocidad de la comunicación y del escarbado veloz e implacable en la basura del mundo es el mejor antídoto contra el engaño y para recuperarnos como seres humanos de verdad, no de burbuja consumista ni de marketing rebobinado. 
La prensa como denuncia constante del descontrol simiesco y enloquecido de nuestra especie tiene el caché de un miércoles de ceniza diario, en plan cuentagotas, y muy serio; algo que trasciende el mero rito. Es una constatación de la evidencia. Memento, homo: pulvis eris et in pulvere reverteris, decían los curas cuando yo era chica, al inicio de la cuaresma, mientras te colocaban un tiznajo ceniciento encima del flequillo y se estudiaban cinco años de latín en el Bachiller de Letras y dos en el de Ciencias, sobre todo para poder entender la jerga litúrgica de cada domingo o fiesta de guardar, por lo demás nadie se interesaba nunca fuera de las aulas en saber lo que escribieron Virgilio, Plauto, Polibio o Cicerón. Recuerda, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás. Ceniza y polvo. Qué porvenir. 
Y una se volvía al aula (el centro convertía el salón de actos en improvisada capilla refrescadora de memorias amenazantes) con una convicción demoledora. Total, para acabar en polvo y ceniza, ¿para qué madrugar tanto, ir al entrenamiento de las 7,30 del equipo de baloncesto, bajo amenaza de suspender la Educación Física, pasar por el aburrimiento y los bostezos de clases infumables o sufrir el vapuleo inmisericorde de los exámenes trimestrales o mensuales o finales y las reválidas y los selectivos? Y luego la Facultad. Total para terminar en el look polvoriento y cenizoso que cabe en un cenicero, en una bayeta impregnada de limpiadores multiusos o en una mopa llena de pelusas. 
Pues esa misma sensación estoica y "esaboría" se nos viene encima cuando las noticias nos dan cada día la oportunidad de reconocernos polvo y ceniza, pero no en lontananza, sino ahora mismito. No porque  la muerte haga nada especial para llamar nuestra atención futurible. Es porque vivir engatusados por una mentira convertida en life's way nos va modelando a su imagen y semejanza. Así, despacito. Sin prisa y sin pausa. En plan gotero, como un miércoles de ceniza habitual, nos recuerda esa condición de pardillos irreciclables biológicos, como el plástico. Tóxicos, como  dioxinas made in ego. Consumidores consumidos por su propio consumo consumado y consumante. Un enunciado previo de lo único que tenemos seguro después de nacer: palmarla irremisiblemente. Pero no de golpe, sino pasito a paso. Pian piano. Con su morbo estilo Agatha Christie. Su intriga y su sorpresa final, cada vez menos  sorprendente y más previsible. Hoy te cuento que lo que te comes como chuletón de Ávila en el mejor restaurante del barrio, es un mezcladillo de bióxidos, benzinoles y extracto de ornitorrinco pasado por la thermomix y congelado hasta que coge cuerpo. Mañana te contaré que la crema que te das por las noches para nutrir los espacios interrugosos de tus patas de gallo es un farmahíbrido entre aceites refritos de pescado y gelatina de huesos de pollo pasado de fecha en mercadona y reivindicado por los sindicalistas andaluces o los mineros leoneses. En cualquier momento/mementohomo, te puedo sorprender con el escalofrío de que los fármacos que te alivian el estreñimiento proceden de las boñigas del ganado caprino licuadas con colibacilos, que son sanísimas para purificarte de cualquier tentación de salud normalizada y encima te sirve de vacuna para cualquier tipo de gripe virtual y extracorpórea, a elegir en el catálogo del abecedario de cada otoño. ¿Quién te dice que mañana no se descubre que el botox que ha desfigurado tantas caras y expresiones, con la peregrina idea de estirar hocicos, morros y labios, frentes y pómulos, no es producto de la mezcla entre escupitajos de abuelo asmático, placenta previa, pegamentoImedio, gelatina de gomaespuma y un toque "maestro"de mojo picón? ¿Quién podría asegurarte que esas alergias y enfermedades raras que te martirizan con regularidad cada vez menos distante, no son la resaca con que tu pobre corpore (todavía) insepulto, trata de defenderse de tanta mierda inoculada y concentrada en ese debilitado organismo, tan dócil a la publicidad como a la ilusión idiota de jugar a un Dorian Gray convertido en videojuego de sí mismo con la esperanza imaginaria de mantener una eterna, patética y espeluznante juventud al margen de la vida, enlatada en sí misma, encorsetada en una iconografía impersonal que sólo tú creerás eficaz y los demás, un desgraciado resultado dermoestético para enmascarar inútilmente la sabia huella del tiempo?

Lo positivo de este destarifo diario y mediático, es el entrenamiento, la posibilidad de aprender a liberarnos de los ensalmos de la cutrez. De su magia boba y alienante. De su tocomocho cotidiano. De su mentira ex cathedra. La recuperación de nuestro albedrío libre, de cómo queremos enfrentarnos al monstruo devorador, si en plan nudo gordiano, o sea, de un tajo firme y directo, o en plan homepático, poquito a poco, hasta que el cuerpo y el alma se sientan la misma cosa y no necesitemos matar el aburrimiento del vacío y del miedo a golpe de transgenesias, playstation, chats, caralibros y twitteres. Mercadillos de amistades irreales, apariencia de laboratorio y cremas milagrosas, tratamientos interestelares y cirugías Barbie fashion o ideologías tea party. 
Lo positivo de este destarifo diario es el hermoso carpe diem de un presente infinito que no está al alcance del hastío ni del cenizo polvoriento, ni del deseo rapaz, ni del miedo a la vejez, a la enfermedad, a la muerte y al olvido de nuestra insignificante grandeur, sino que es pura realización en sí mismo y en todo, que se revela en su esplendor magnético y encantador, compuesto por puntos temporales, a veces enternecedores, a veces estúpidos, dramáticos o ridículos. A veces tan crueles que no resultan reales, sino escenas patológicas de manicomio sonámbulo. Y por ello no creíbles ni posibles para siempre. Como ese presente sin más límite del que nosotros mismos le adjudiquemos. La eternidad depende de nuestro talante y de nuestra imaginación, de nuestra capacidad para mejorar, no la superfice de lo aparente, sino el fondo de lo real. Nos espera para que le demos forma y expansión cósmica. Para entrar en su reino hay que desnudarse de imagen y de imagineros. De tomas y dacas. De pesos muertos y losas santas. De santos sepulcros blanqueados para disimular la desarquitectura de los gusanos y las larvas. Del tufo a rancio y a enfermo de  lo que nunca se ventila porque el miedo a romper la imagen de la mentira nos priva del gozo sublime de la verdad, que es mucho más ecológica, simple, saludable y encantadora.

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