La excarcelación del preso vasco, convicto y sentenciado como asesino y secuestrador que ahora es enfermo terminal, está poniendo sobre el tapete un conflicto moral de profundas causas, efectos y consideraciones prácticas. Interrogantes y razones. Emociones y sentimientos. ¿Hasta dónde alcanzan las leyes y las sentencias, antes de rayar lo inhumano o lo injusto? ¿Hasta dónde puede alcanzar la paciencia y la capacidad de perdón de unos ciudadanos que se han visto golpeados brutalmente por asesinatos de familiares o de graves heridas e invalidez, o por las secuelas terribles de un secuestro criminal donde por el hecho de ser un funcionario en el servicio de prisiones se ha sido castigado con una crueldad y una perversión sádica patológica? ¿Cuántos inocentes han muerto por causa de seres como éste que hoy está acabando sus días consumido por una grave enfermedad incurable?
Si repasamos la historia fríamente y aplicamos las leyes con idéntica frialdad y luego miramos a una ETA que no quiere disolverse a pesar de sus comunicados mediáticos, puede que mucha gente prefiera aplicar al secuestrador sin piedad, una dosis terminal de su propia medicina dejándole pagar hasta el último suspiro todo el mal que ha causado, pero también es verdad, que esa actitud, a parte de no borrar el dolor pasado, de no devolver la vida a los muertos ni curar las heridas del alma y del recuerdo y de no solventar nada más que el sentido estéril de la "justa venganza", nos colocaría a la misma altura evolutiva del reo. Si actuásemos como él y su banda, nada podría cambiar en nuestra sociedad. Sería tristísimo para todos, porque las vías hacia un cambio real, pasan por anular vendettas y superar abismos. Por colocar el civismo y la misericordia donde ha habido salvajismo y odio sin sentido. Primitivismo fanático capaz de obsesionarse con una idea hasta sacrificar a ella a los seres humanos, sin los que las ideas no serían posibles. Si hemos pasado cuarenta años soportando el absurdo de un fanatismo etarra incapaz de comprender que toda España sufrió dictadura, represión, miedo y terror, y por eso ha castigado, no al dictador que arrasó el país ni a sus secuaces, sino a cualquier español indiscriminadamente, por el hecho de no haber nacido en Euskadi, ahora es el momento de terminar con esa lacra, pero no con venganza, sino con perdón. Ellos, los etarras no saben pedirlo, son esclavos de sus propias cadenas y de su propio encierro, pero los ciudadanos libres sí sabemos darlo, vemos un poco mejor y más lejos, sí podemos, gracias a nuestra libertad interior, superar las cicatrices del recuerdo doloroso y amenazante y tender la mano a un moribundo que ya está por dentro más muerto que vivo, desde el momento en que decidió asesinar, secuestrar y torturar, en nombre de una fijación, no de una patria, porque una patria es el alma común de una civilización y de una cultura, no un campo de concentración para masacrar seres humanos en su nombre. No mataban y secuestraban en nombre de la "patria vasca", sino en nombre de su crueldad y de su odio, que encontraba en la "defensa" de su patriotismo los cauces más viles para manifestarse. Ahora ese tiempo de horrores debe acabarse para siempre y no sólo lo tienen que acabar los terroristas, también nosotros, los ciudadanos-víctimas, debemos borrarlo ya de nuestro mapa personal no recurriendo a la Ley del Talión una vez más, sino trabajando la empatía humana. ¿Si tú o yo, educados en el radicalismo y en la cerrazón, sin valores humanos ni éticos, hubiésemos sido tan ciegos como para acabar asesinando por ideas, por odio, por venganza o por cualquier otro pretexto y estuviésemos en trance de morir en una cárcel donde no se nos pudiese atender adecuadamente y deseásemos morir al lado de nuestra familia para despedirnos y decirles adiós, qué nos gustaría que hiciesen con nosotros aunque no nos lo mereciésemos? Lo que quisieras para ti en tal caso, aún sin merecerlo, concédeselo al que se encuentra en ese estado. Quién sabe si al devolverle el bien por el mal, no estarás colaborando a su liberación y a la de todo su entorno. El mundo también mejora cuando alguien terrible consigue evolucionar y ver su estado, aunque sea en el último suspiro, como en un veloz efecto mariposa, y puede agradecer por fin la compasión a quienes hirió y maltrató, a quienes le demuestran que lo humano es muy superior a lo animal y puede redimirlo con un acto de amor, superando y yendo más allá de la justicia de la ley. Sobre todo cuando el individuo sabe que su conducta no merece ese amor. Pero ese amor se le da gratis.
No sé si Uribetxeberría se merece la piedad o no, de lo que estoy segura es de que los ciudadanos españoles sí nos merecemos crecer en madurez y humanidad al sentirla y regalarla in articulo mortis a quien la necesita aunque no la merezca.
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