domingo, 5 de agosto de 2012

EL PLANETA DE LOS NECIOS

Qué notición. La Tierra dentro de unas horas, "invadirá" Marte. Sólo nos queda una duda:  si la misión interplanetaria estará controlada por el ínclito bosón de Higgs o sólo por los habituales enlatados y acústicos patos Donald de la NASA. Es patético. Término que, precisamente, no se deriva de "pato", sino de pathos. Golpe emotivo, no siempre trágico ni desgarrador, sino que, frecuentemente,  mezclado con un halo de irrealidad y torpeza envuelve la experiencia vivida como tal en un matiz más ridículo que interesante, más esperpéntico y estrafalario que conmovedor y dramático. Más cerca de lo estéticamente insoportable que de lo verdaderamente  trágico. Un fifty-fifty entre el exceso grandilocuente y su peso escénico.  Una especie de Chiquito de la Calzada ultraligero de la dramaturgia humana. Pero sin acento malagueño. Sino de Kansas City. O del Llano Estacado.
Poco importa que el sistema se esté yendo al carajo. Y mucho menos que las guerras, el hambre, la enfermedad, la muerte, la injusticia y la miseria se paseen a sus anchas por el Planeta; poco importa saber que los millones incontables que se derrochan en tales experimentos pírricos, bastarían para refundar la economía del mundo y reconvertirla en justicia y bien común. Siempre, claro está en manos de personas honestas y éticas, capaces de resistir las tentaciones de los escrúpulos a la baja y la ambción en alza. 
¿De qué le sirve al hombre explorar el sistema solar si no sabe siquiera vivir sobre la Tierra, después de millones de años en el tajo? ¿Qué pretende, ir rompiendo juguetes hasta que no le quede ni uno sano, como hacen los niños curiosos, que los destrozan para ver qué tienen dentro? Así está funcionando la medicina de laboratorio farmacéutico. Así funciona la economía de la chapuza mercantil. Así funciona la empresa que sólo pretende crecer para sí misma sacrificando trabajadores y crecimiento real. Así funciona la banca negociando deuda impagable constantemente, excepto para pagar a sus ejecutivos y desguazadores profesionales. Así funcionan los políticos, huyendo a otros planetas, para aislarse de sus consecuencias. Es decir al planeta del cinismo. Al Marte de la componenda. Al asteriode de la pocavergüenza. Al cometa de la mentira crónica y al meteorito del despiste monumental. 

Hubo un tiempo en que la literatura y el cine de ciencia-ficción fabulaban inventando el revival imaginario de un planeta dominado por los simios. Pero equivocaban las previsiones. Porque es muchísimo peor la constatación diaria y real de que existe un planeta de los necios. Con la tragedia que eso conlleva. El peligro del necio, es precisamente que su misma necedad le impide comprender su condición de necio. Y como según parece además tiene debilidad por trepar a los puestos de mando, en todos los ámbitos, de los que los lúcidos huyen como de la quema, el resultado no puede ser más desolador. Ahí tenemos la evidencia. En medio del caos planetario y de la caída en picado de los recursos y de la hegemonía de la aberración globalizada, se emplean los millones  que deberían arreglar el desaguisado mundial, en "invadir" Marte. O en buscar la pulga de la Chelito en un acelerador de partículas. Suponemos que con el fin de dominar la capacidad manipuladora de la misma conciencia universal, que "ellos" los necios, venderían al mejor postor que ya les paga para obtener el control sobre la materia y la energía. Mientras los pobres son cada vez más numerosos y más pobres, los derechos son papel mojado, la libertad y la democracia han alcanzado el estatus de cuento chino y la miseria es el único dividendo que se multiplica en progresión geométrica. 
Hay que seguir la senda de la independencia vital y solidaria y reinventarnos al margen del imperio de la necedad. Fomentando lo contrario. Es decir, le inteligencia emocional que es la clave del presente, la clausura del pasado y la puerta del futuro. Viviendo al revés. Y saber de buena tinta que la evolución y la resistencia pacífica no es cosa de "los jóvenes" ni de los marginales ni de los neohippies, sino la necesidad inapelable de una supervivencia digna y justa. Humana y no dinosáurica.


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