miércoles, 1 de abril de 2020

Nada volverá a ser como antes, eso es seguro, Isaac, ahora se trata de que los diablillos de ambas orejas se vayan al paro y dejen paso a nuestra conciencia, ni las ataduras del ayer que no volverá ni las fantasías ilusorias sobre el mañana que no sabemos si lo llegaremos a ver, nos van solucionar el PRESENTE,la única realidad de que disponemos. El parón forzoso del confinamiento, puede ser el foco necesario para que nos aclaremos desde la conciencia inmediata, la que de verdad activa nuestro cambio y nos abre a la construcción tanto de nuestra existencia como de nuestra esencia. En su artículo de hoy Ximo Bosch cita a Gandhi, un verdadero maestro del Presente, desde el que la India pudo decir adiós al pasado para hacer posible el futuro. ¿Dónde y cómo logró Gandhi modificar su visión y crear el camino de la noviolencia? En el confinamiento de sus largas temporadas en la cárcel. Allí, en los parones forzosos, vio con claridad que solo SU cambio personal podría abrir la puerta a un gran cambio colectivo. Y así fue. Un bajito, enclenque y flaquito pero inagotable, lúcido y coherente, abogado hindú, sin riquezas ni blasones, solo con una conciencia lúcida por delante, honesta y tan sencilla como respirar, fue capaz de despertar con su actividad consciente a millones de seres humanos para que lograsen derrotar un a imperio sin disparar un solo tiro en respuesta a la agresión constante de los invasores. La India perdió al miedo y ganó su alma, su conciencia. Gandhi no se dejó entretener por los diablillos; sabía que esos impulsos somos nosotros mismos contándonos milongas sobreseídas, pero archivadas en el depósito más primitivo del cerebro.El límbico. El de las pulsiones 'logicas'. Ellos son los señores de las moscas. No aportan nada, pero entretienen y contaminan. Bloquean el proceso cognitivo con sus "a prioris", sus mantras y rutinas mentales.Este confinamiento puede ser nuestra salida del túnel si conseguimos que sea nuestra conciencia la coach de la terapia, la que nos ayude a despertar como adultos en un nuevo plano del Ser, que no solo es existir. Ánimo, querido Isaac, hermano, ya queda menos que cuando empezamos...Y cada una de nosotros está decidiendo a cada minuto, en la realidad, cómo quiere asumir y gestionar su presente, conditio sine qua non esencial que hace posible el futuro. El pasado no tiene remedio, pero solo desde el presente, tu futuro eres tú. No podrás controlar los acontecimientos que nos superan, pero tienes el poder único de elegir cómo vivirlos y canilizarlos desde tu esencia única. No lo olvides si quieres que este tiempo sea una ganancia y no una pérdida, para ti y tu entorno. Como dice Gandhi, y transcriba Ximo, comienza tú a ser ya el mundo que deseas y ese mundo se hará presente donde tú estés. Es el único modo de cambiar algo de verdad. El universo inteligente -que es conciencia cuántico/cualitativa- hace el resto, a lo que individualmente y solo desde nuestro ego con sus tembleques, miedos y arrebatos, no llegaríamos nunca, tenlo por seguro. Tenemos que pulirnos en privado y por dentro, para ser riqueza comunitaria en la acción fraterna y social. Esta soledad confinadora por obligación que nos coloca frente a nosotras mismos, y que en el trajín habitual nunca alcanzamos a "disfrutar" con el estrés y la forma de vida, puede ser ahora la mayor riqueza para todos en el peor momento, si la sabemos gestionar adecuadamente. Un abrazo!




Nada volverá a ser como antes. El coronavirus supone un antes y un después. El mundo va a cambiar. Va a cambiar radicalmente. Fin de época. Punto de inflexión. Se avecina un nuevo tiempo con nuevas reglas. Nada será igual. Adiós al mundo tal como lo conocíamos. Bienvenidos al futuro.
Venga, sed sinceros: ¿qué os produce la lectura del párrafo anterior? ¿Ilusión o miedo? ¿Qué sentís cada vez que estos días encontráis esos mismos vaticinios en artículos, entrevistas, tertulias y análisis de expertos? ¿Os ilusionáis, repetís las frases en voz alta, las compartís en vuestros grupos de whatsapp y salís al balcón para mirar el horizonte? ¿O más bien os echáis a temblar, os escondéis bajo la cama y miráis compulsivamente fotos antiguas (fotos de hace dos semanas)? ¿Queréis que el mundo se dé la vuelta cual calcetín, o daríais un pulmón y parte del otro por regresar aunque fuese un ratito a la semana previa al estado de alarma?




Quizás las dos cosas. Yo, por ejemplo, voy por días, o por horas. Hay ratos en que me entusiasmo pensando en esta posibilidad imprevista de transformación social, y enumero las muchas cosas de ayer que querría dejar atrás para siempre. Pero hay otros momentos (el día del confinado es muy largo) en que me repito eso tan viejo de no hacer mudanzas en tiempo de tribulación, y firmaría con los ojos cerrados por conservar intacto ese ayer que hoy vemos alejarse, incluso con todo lo que no iba bien, para intentar cambiarlo pero por otras vías, sin confinamiento, miles de muertos y ruedas de prensa con generales.
El diablillo optimista me susurra en un oído: tranquilo, Isaac, nada volverá a ser igual porque nosotros no seremos los mismos, esta experiencia nos va a transformar, nos cambia prioridades y necesidades, nos rehumaniza, genera formas de comunidad y apoyo mutuo, y nos permite aquello que hace dos semanas era inimaginable: parar, detener la máquina, paso previo para reprogramarla. Pero en la otra oreja el diablillo pesimista me relee fragmentos subrayados de La doctrina del shock, me recuerda lo mal parados que salimos de anteriores crisis que también iban a cambiar el mundo (incluso iban a cambiar el capitalismo, ¿recordáis?), y me muestra por la ventana las posibles primeras señales del nuevo tiempo: autoritarismo, disciplinamiento social, militarización, excepcionalidad, alabanza del modelo chino…
No sé. Supongo que una vez pase la urgencia extrema (pero mientras ya se producen cambios que pueden ser irreversibles) tendremos que encontrar un equilibrio entre dos tareas simétricas y necesarias por igual: empujar hacia el futuro sin soltar la cuerda del pasado. Dedicar tanta energía a crear un mundo nuevo como a conservar todo lo que queremos salvar del “viejo mundo” y que hoy está amenazado.
Con tanto entusiasmo por saludar la nueva época se nos olvida que venimos de un tiempo de profunda incertidumbre, y esta no ha hecho más que agudizarse en esta crisis: si hasta hace unos días no éramos capaces de pensar nuestras vidas a un año vista, de pronto no sabemos qué será de nosotros la semana que viene. Y la emoción dominante hoy, pese a tanto arcoíris en los balcones, seguramente es el miedo. Antes de soñar el futuro necesitamos asegurar el presente, en términos de supervivencia en muchos casos. No sea que corramos tan deprisa hacia el nuevo mundo, que al mirar atrás descubramos que nadie nos sigue.

No hay comentarios: