Carta al G20: más de lo mismo, no
Se proponen las mismas medidas que se adoptaron frente a la crisis financiera del año 2008, que han conducido a la situación presente habiendo demostrado que los mercados no resuelven los desafíos globales
Está claro que el G20,
establecido en 2008 para aminorar el escándalo autárquico del G6, G7 y
G8, ha fracasado estrepitosamente, ampliando la brecha social y
desatendiendo a los más vulnerables. Estamos en una nueva era, frente a
procesos potencialmente irreversibles como el cambio climático, y es
necesario ahora inventar con sabiduría y firmeza nuevas medidas a escala
global.
La pandemia por el coronavirus ha vuelto a
poner de manifiesto las deficiencias y falta de medios que pudieron, si
no evitar, hacer que las consecuencias fueran de menor impacto y
causarán no sólo menos daños materiales sino, sobre todo, menos pérdidas
humanas….
Ante la actual crisis del coronavirus -Covid-19- que
estamos viviendo no se puede tolerar por más tiempo una economía basada
en la especulación, deslocalización productiva y guerra sino una
economía basada en el conocimiento para un desarrollo global sostenible,
que permita una vida digna a toda la humanidad y no excluya, como
sucede ahora, al 80% de la misma.
Cuando nos
apercibimos de la dramática diferencia entre los medios dedicados a
potenciales enfrentamientos y los disponibles para hacer frente a
recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos,
tsunamis,…) o sanitarias como la actual pandemia, constatamos, con
espanto, que el concepto de "seguridad" que siguen promoviendo los
grandes productores de armamento es no sólo anacrónico sino altamente
perjudicial para la humanidad en su conjunto, y que se precisa, sin
demora, la adopción de un nuevo concepto de "seguridad", bajo la
vigilancia atenta e implicación directa de las Naciones Unidas.
La
salud es lo más importante, y debe tratarse siempre, en sus aspectos
curativos y preventivos, con absoluta profesionalidad, dejando a un lado
cualquier otra consideración. Porque la salud es un derecho de todos.
En medicina se han realizado grandes avances pero se ha compartido poco.
El gran reto es compartir y extender.
Progresivamente,
las epidemias, que siempre han existido y existirán, pasarán a ser
graves pandemias porque el "trasiego humano" no cesará de aumentar.
Hasta hace unas décadas la difusión era muy escasa porque la gran
mayoría de la humanidad se hallaba confinada en espacios reducidos y la
posibilidad de transmisión al exterior de los mismos era infrecuente.
Se
nos presentan a diario imágenes de las acciones admirables que está
llevando a cabo el personal sanitario para atender con gran
profesionalidad y humanidad a todos los enfermos del coronavirus, a
pesar de los menguados recursos con que cuentan por el afán desmedido de
los últimos años de debilitar al Estado (así "mueren" las democracias
actuales…). Ponderamos y aplaudimos el impagable trabajo que siguen
desempeñando todos aquellos que colaboran en los sectores esenciales
(nutrición, transporte, distribución, regulación de la conducta
ciudadana, limpieza, desinfección…), así como la actividad de los
efectivos militares y de las fuerzas de seguridad en situaciones de
emergencia. Es en estas circunstancias cuando se ponen de manifiesto -y
no debe olvidarse, una vez más- los efectos de los recortes en la
capacidad investigadora, la reducción del tejido industrial y de los
distintos y tan relevantes sectores de la sanidad pública que, de ahora
en adelante, deberán siempre encontrarse preparados para contingencias
de esta naturaleza y gravedad.
En la "Carta al G20",
que acaba de ser firmada por "líderes mundiales para dar una respuesta
global a la crisis del coronavirus", se proponen las mismas medidas que
se adoptaron frente a la crisis financiera del año 2008, que han
conducido a la situación presente habiendo demostrado que los mercados
no resuelven los desafíos globales. Frente a amenazas de ámbito mundial
se requiere una reacción proporcional de "Nosotros, los pueblos". No es
la plutocracia -que representa en realidad la fuerza de un solo país-
sino el multilateralismo democrático el que puede estar a la altura de
las circunstancias. ¿Por qué 20 países deben tener las riendas del
destino común cuando en estos momentos hay en el mundo 196 países? No es
el "gran dominio" (financiero, militar, energético, mediático) el que
va a solucionar los problemas sino la voz y manos unidas de todos los
pueblos. La Carta debería ser dirigida a las Naciones Unidas, para dar
un renovado vigor al multilateralismo y no a su principal oponente.
Ha
llegado el momento –que la irreversibilidad potencial hace apremiante-
de reducir las sombrías tendencias actuales propias de la deriva
neoliberal, que ha desoído los llamamientos de la comunidad científica
para la oportuna adopción de medidas contra el cambio climático y la
puesta en práctica sin dilación de los ODS (Objetivos de Desarrollo
Sostenible, Agenda 2030) adoptados por la Asamblea General de las
Naciones Unidas en noviembre de 2015 "para transformar el mundo".
La
ciencia debe ayudar al ciudadano para que no quede a merced de unos
grandes consorcios internacionales y de unos pocos gobiernos. Es,
preciso, verificar bien las informaciones tan rápidamente asequibles en
la actualidad, para que, en breve plazo, sean los conocimientos y no los
intereses los que orienten la brújula del mañana.
La
sabiduría se halla hoy en favorecer la evolución de la gobernanza de tal
modo que no sea necesaria la revolución. Volver a soluciones
periclitadas y parciales sería dar la razón a la excelente viñeta publicada por El Roto en el periódico "El País" el día 5 de abril: "Cuando todo esto pase nada volverá a ser igual… ¡menos lo de siempre, claro!".
El
progreso que ha alcanzado la medicina en los últimos años
–vacunas,antibióticos, prácticas quirúrgicas, conocimiento profundo de
la fisiopatología, de los reguladores moleculares, de los mecanismos de
expresión genética y de los condicionamientos epigenéticos, de la
señalización celular, del diagnóstico enzimático y la introspección
física…– ha logrado mejorar la calidad de vida y la longevidad de la
población. Se han realizado grandes avances, pero no han sabido
aportarse los medios de su aplicación a todos los seres humanos, iguales
en dignidad.
El gran reto ahora es compartir y
extender el progreso. Hasta hace unas décadas, no sabíamos cómo vivían
la mayoría de los moradores del planeta. Ahora lo sabemos y, por tanto,
si no contribuimos a facilitar el acceso de todos a niveles razonables
de bienes y servicios nos convertimos en cómplices.
La
atención debe ser integral y dirigida a toda la población. El tiempo de
la pasividad y del temor ha concluido, y hay que decir alto y firme que
la sociedad no transigirá en cuestiones de las que depende, con
frecuencia, la propia existencia.
El por-venir está
todavía por-hacer. Y la democracia está en peligro. El futuro que
anhelamos emergerá de la conciencia global, de la ciudadanía mundial,
con una equidad progresiva, capaz por fin de expresarse y dejar de ser
invisible, silenciosa, sumisa. Por fin, la ciudadanía podrá,
presencialmente y en el ciberespacio, manifestarse sin cortapisas. Por
fin, la fuerza de la razón en lugar de la razón de la fuerza. Por fin,
todos y no unos cuantos. Por fin, la implicación ciudadana. Por fin, la
palabra esclareciendo los hoy sombríos caminos del mañana.
FirmantesFederico Mayor Zaragoza, Presidente de la Asociación Española para el Avance de la Ciencia
Roberto Savio, Presidente de Other News
Rosa María Artal
Emilio Muñoz, Socio Promotor de AEAC
María Novo, Catedrática de Desarrollo Sostenible UNESCO/UNED
Vicente Larraga, Socio Fundador de AEAC
Enrique Santiago, Jurista experto en Derechos Humanos y Derecho Internacional
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