El coronavirus, el virus que nos aísla. Así lo he vivido yo
Amar es dónde, algo lo evoca siempre:
un terrado a lo lejos, la tarima vacía
(en el suelo una rosa) de un director de orquesta,
los músicos que hoy están tocando solos.
Tu habitación al clarear el día.
Y, claro está, los pájaros que cantan
en aquel cementerio una mañana de junio.
Amar es un lugar.
Perdura en lo más hondo: es de dónde venimos.
Y también el lugar donde queda la vida.
Joan Margarit
Dame
la mano
para trazar el camino
hacia el gran lago de los sueños,
dame la mano,
hay un horizonte
que nos llama de muy lejos.
Miquel Martí i Pol
Cuando superé los fatídicos 8-10 días de Coronavirus,
estando en la segunda semana empecé a ver la posibilidad de que podía
curarme en casa con los cuidados de todos y los medicamentos.
un terrado a lo lejos, la tarima vacía
(en el suelo una rosa) de un director de orquesta,
los músicos que hoy están tocando solos.
Tu habitación al clarear el día.
Y, claro está, los pájaros que cantan
en aquel cementerio una mañana de junio.
Amar es un lugar.
Perdura en lo más hondo: es de dónde venimos.
Y también el lugar donde queda la vida.
Joan Margarit
A Arancha
El 10 de abril de 2020, Viernes Santo y Día
Internacional de la Homeopatía salí de mi aislamiento
después de 24 días de contagio y enfermedad al recibir la noticia de que la PCR
era negativa para el virus que nos aísla.
No sabemos qué mundo quedará cuando acabe todo esto.
Si nuestras vidas volverán a ver otros países, otros horizontes y si podremos
ir al cine, al teatro, a la ópera, a congresos y reuniones, a eventos
deportivos. Si podremos volver a besarnos y abrazarnos como siempre lo hemos
hecho.
Pienso ahora, en la noche del 10 de septiembre de
2001. Yo estaba sentado en un avión en el aeropuerto internacional John F.
Kennedy esperando el despegue sin saber que al llegar a mi casa de Burgos horas
después contemplaría con incredulidad y tristeza la caída de las Torres Gemelas
en las que dos días antes había estado con Arancha, Pilar y Juan. Una larga
caída narrada televisivamente por Matías Prats.
Entonces, tampoco sabíamos lo que iba a pasar en el
mundo a partir de esos atentados en pleno corazón de la civilización
occidental. Sin embargo, la vida continuó su curso, supongo que con el trabajo
y las ilusiones de los que mueven el mundo y que son mayoría, las personas de
buena voluntad.
El virus que me aisló ha sido una experiencia, un aprendizaje, pero sobre todo una lección de amor.
He estado confinado en una habitación, con la suerte
de que estaba llena de libros y un cuarto de baño anexo más de tres semanas
para comprobar algo que ya sabía; lo que cura es el afecto.
La escucha y la compasión son las llaves que abren
la puerta a cualquier remedio, sea un fármaco, psicoterapia o cambios en el
estilo de vida.
Recuerdo vagamente el día 17 de marzo. Mis
compañeros de trabajo estuvieron toda la mañana diciéndome que me fuera a casa
por esa insistente tos, y cuando llegué lo único que quería era acostarme.
Durante tres días apenas pude moverme de la cama,
con un dolorimiento general y una astenia tan intensa que pensar, comer o ir al
baño parecían un esfuerzo sobrehumano, por eso la cabeza no daba para pensar en
más.
El cuarto día, con más lucidez, llegó el miedo
que me acompañó durante varios días, controlando la temperatura y la
saturación de oxígeno y comprobando que tenía fiebre o febrícula y que no
pasaba de 90-91.
Solo deseaba quedarme en casa, no ir a ningún
hospital a hacerme pruebas o ingresarme, incluso si había llegado el momento de
mi muerte lo daba por bueno, pero nada de hospitales. Y al otro lado de la
puerta cerrada de mi habitación mi familia compartía preocupaciones y miedos y
sufría por mi estado aunque no me lo transmitía por no aumentar mis temores.
Pensar en la muerte, aunque no lo compartía con
nadie, fue una constante diaria durante al menos una semana. Podía ser el
momento, de hecho cada día aparecían en las noticias (aunque intentara no saber
de ello era prácticamente imposible) personas conocidas, y también sanitarios
que se habían ido por culpa del virus que nos aísla.
Al fin y al cabo había tenido una buena vida.
Una vida llena de lecturas, de viajes, de cine y de música. Había escuchado la
voz de Teresa Salgueiro y de Janet Baker, a mi “amigo” Mozart, a Bach, Händel,
Vivaldi, Beethoven y Mahler, el adagio de Barber, el ständchen de Schubert y el
andante con moto de su trío op 100, a los Beatles, Dylan, Santana, Queen, Supertramp,
Police, a los grupos de la movida de los 80 con esa frescura que solo puede dar
la libertad, a Louis Armstrong, John Coltrane,
Nina Simone, Pat Methenyy, Keith Jarrett, a Aute , Lllach, Serrat y a los
poetas cantados por Paco Ibáñez, la bossa nova de Jobim, Vinicus de Moraes y
Toquinho (con tantos vinilos que me había regalado mi tío), la música
minimalista de Philip Glass, Arvo Pärt, Henryk Górecki o Michel Nyman, las
óperas de Verdi, Donizetti , Puccini y los veristas. Tanta música como alimento
del alma.
Y había conocido tantas personas extraordinarias.
Desde mi abuelo, pasando por mi padre, mi tío, mi familia toda y la familia que
había fundado con Arancha. Mis hijos, que eran mi mejor obra. Y mi trabajo, un
trabajo en el que tenía la fortuna de hacer lo que amaba y amar lo que hacía.
Un trabajo que era una fiesta cada día por la ilusión con la que afrontaba cada
consulta, cada visita domiciliaria, cada encuentro con mis compañeros.
Me habían enseñado a lo largo de los años lo que era
la bondad, la generosidad, la entrega, el sacrificio, el amor.
Solo pensaba en que esta felicidad y buena vida se
había truncado con la enfermedad de mi hijo pequeño cuando aquel día 13 de
septiembre un accidente de tráfico nos arrancó de las manos a aquel capitán de
quince años. Pero aun así, estaba con nosotros y habíamos salido adelante con
la ayuda de tantas personas.
para trazar el camino
hacia el gran lago de los sueños,
dame la mano,
hay un horizonte
que nos llama de muy lejos.
Miquel Martí i Pol
Al final, gracias a los consejos de Juan y Teresa
determiné utilizar medicamentos que se estaban empleando en el hospital, hidroxicloroquina
y levofloxacino, a los que añadí algunos medicamentos homeopáticos que
seguramente habrán sido de ayuda en mi recuperación, pero el medicamento que me
ha permitido tener la sensación de que me iba a curar fue el amor.
Las llamadas frecuentes de mis amigos Juan, José
Luis, Pedro, Pilar, Carmen, Ramón y Vicente, los mensajes de apoyo de tantos
amigos, familiares, compañeros de trabajo e incluso de varios pacientes y los
cuidados de Arancha han sido para mí sin duda las medicinas que me ayudaron
a dejar de pensar en la muerte y desear vivir. Vivir para seguir
disfrutando de mi familia, de mis amigos, de la música, de la poesía, de los
paisajes y de mi trabajo como médico.
Hubo momentos de incertidumbre, esperando el
resultado de pruebas que no llegaban, mientras me sentía cada vez peor y sin
saber cómo iba a evolucionar la enfermedad. Sin ganas de nada. Ni de leer, de escuchar
música, ni siquiera de comer. Solo tenía puesto el interés en mi temperatura
corporal y en mi saturación de oxígeno, desesperándome con esas cifras tan poco
apropiadas o con la aparición de nuevo de la fiebre. Pero, incluso en los
peores momentos siempre estaba ella para darme ánimos con palabras de cariño
y de aliento, haciéndome ver que quizás estaba equivocado. Siempre llegaba
con la sonrisa en la boca (a pesar de la mascarilla), con el ánimo entero y con
comidas cada día más apetitosas, incluidas las torrijas porque se acercaba la
temporada.
Las etapas de la enfermedad por el virus que nos aísla
He vivido mi enfermedad y reclusión en cinco etapas.
En esa primera etapa, ya descrita, llegué de
trabajar el día 17 de marzo, comí y sin más pausa me acosté, permaneciendo unos
tres días en la cama sin saber quién era ni que estaba sucediendo. Solo
necesitaba descansar. No podía con mi cuerpo, de modo que acercarme al baño
era como subir a la cima de una montaña.
En la segunda etapa comencé a ser consciente de
los síntomas; astenia intensísima, dolores musculares, tos seca y fiebre o
febrícula, de modo que pedí que me trajesen el pulsioxímetro para poder
comprobar en los próximos días mi saturación de oxígeno.
La tercera etapa fue la peor, cuando a la tos, la
fiebre o febrícula y al malestar general se añadió una saturación
insatisfactoria. Fue la etapa del miedo. Miedo al hospital y miedo a la
muerte. Solo los cuidados de Arancha y de todas las personas que me escribían y
llamaban junto con el comienzo de un tratamiento que me hacía albergar
esperanzas y el empleo frecuente de Bryonia 30 CH y Gelsemium 30 CH me permitieron
seguir adelante con confianza, comprobando mi mejoría lenta pero progresiva.
Mientras tanto, seguía la evolución de la enfermedad de mi amigo Diego
felizmente recuperado tras su hospitalización y después, la de mi tío y primo
ambos ingresados que cuando escribo estas líneas evolucionan favorablemente.
En la cuarta etapa, a partir del duodécimo día, en
la que me sentía sin apenas síntomas, sin fiebre y con una saturación normal acepté
el aislamiento con la suficientes ganas y fuerza para volver a leer, estudiar,
escuchar música, escribir y disfrutar del cine y de la ópera. Los libros,
cómics, la poesía, el cine y la música me acompañaron durante muchas de las
horas de reclusión. Me encontraba bien, y esperaba solamente a que la quinta
etapa, la de curación, que se consolidase con la buena nueva de una prueba
negativa para el virus que me permitiese salir de la habitación, convivir con
mi familia y volver a trabajar.
El virus que me aisló, que está produciendo tanta
enfermedad, tanto dolor y tantas pérdidas en este país llamado España, ha sido
para mí una lección de amor.
Ahora celebro, en el salón de la casa ya sin
mascarilla junto a mi familia y pensando en todos vosotros que tanto habéis
contribuido a ello, mi recuperación y aprendizaje mientras escucho en el
vinilo el concierto para violín de Mendelssohn interpretado por una entonces
jovencísima Anne Sophie Mutter dirigida por Karajan. Un
brindis por la música, medicamento único y alimento del alma y por la vida que
nos queda. Por esos momentos que compartir con todos los que habéis estado al
otro lado del hilo, el telefónico y el que sostiene la esperanza.
Espero que en un futuro, estas semanas, estos meses,
queden en un mal sueño y una fuente de aprendizaje para todos. Aprender
para no repetir los errores. Y tener presente que hay pocas cosas importantes
en la vida y muchas accesorias.
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