Democracia en tiempo de coronavirus
Sobre el deterioro de la democracia en los países más reconocidos como tales se reflexiona desde hace más de un decenio. La pandemia por la Covid-19 confirma que la reflexión alertaba sobre un problema real
Desde hace algo más de un
decenio se viene advirtiendo de un fenómeno aparentemente
contradictorio: la expansión cuantitativa de la democracia y su
deterioro cualitativo. Hay más países democráticamente constituidos que
nunca, pero la calidad de la democracia de dichos países y singularmente
la de aquellos que habían sido los modelos de referencia hasta el
momento, como el Reino Unido de la Gran Bretaña y los Estados Unidos de
América, o los países europeos occidentales que iniciaron en los años
cincuenta del siglo pasado el proceso de construcción de lo que acabaría
siendo la Unión Europea, se ha ido deteriorando de manera perceptible.
La
reacción ante la pandemia desatada por el coronavirus lo está
confirmando. El año pasado "The 2019 Global Health Security Index"
(GHSI) situó a Estados Unidos en el primer lugar y al Reino Unido en el
segundo en lo que a la preparación para hacer frente a una crisis
sanitaria internacional o global se refiere. España ocupaba el número
15, precedida por los países europeos occidentales que iniciaron el
proceso de construcción de la Unión Europea. La correlación entre
democracia consolidada y capacidad para hacer frente a una crisis
sanitaria internacional era absoluta.
La crisis desatada por la Covid-19 ha venido a poner de
manifiesto que en la confección del GHSI no se tomó en consideración el
deterioro de la democracia en esos países democráticamente consolidados
sobre la que se venía advirtiendo desde casi los primeros años del siglo
XXI. El GHSI 2019 se confeccionó como si Donald Trump no fuera el
presidente de los Estados Unidos y como si no se hubiera producido el
Brexit con el consiguiente impacto para el Reino Unido y para los demás
países de la Unión Europea. Nada de eso afectaba, por lo visto, al nivel
de preparación de esos países para hacer frente a una crisis sanitaria
global.
En 2020 estamos comprobando el error
descomunal de planteamiento que dicha ceguera ante el deterioro de la
democracia supuso. El sistema político de Estados Unidos no es el mismo
con Donal Trump que con Barack Obama de presidente, de la misma manera
que tampoco lo es el del Reino Unido antes del Brexit que después del
Brexit y, frente a una emergencia sanitaria internacional, la Unión
Europea no es la misma si reacciona como tal Unión Europea que si no lo
hace. No es la posición de cada uno de los Estados miembros lo que pone
en cuestión, sino su propia supervivencia.
La ceguera
de los autores del GHSI ante el deterioro de la democracia no ha podido
ser mayor. Sin esa perspectiva política concreta se desinforma más que
se informa. Ed Pilkington y Tom McCarthy lo explicaban admirablemente
bien en un artículo en The Guardian el pasado 28 de marzo: "The missing
six weeks: how Trump failed the biggest test of his life".
El
20 de enero de 2020, escribían, quedará en la historia como una fecha
decisiva. En ese día se diagnosticó el primer caso de Covid-19 en
Estados Unidos (Seattle) y en Corea del Sur. El mismo día. En los dos
meses posteriores la respuesta de ambos países fue no distinta, sino
diametralmente opuesta. La democracia más poderosa y más consolidada del
mundo ha fracasado estrepitosamente en su reacción frente a la
Covid-19, calificado como "virus chino" por Donald Trump, mientras que
un país muy recientemente constituido democráticamente y que nunca ha
figurado como modelo democrático para casi nadie, lo ha hecho mejor que
todas las democracias "occidentales" y ha conseguido evitar la pandemia.
Tampoco
el sistema político del Reino Unido ha estado a la alturas de las
circunstancias. La respuesta de la "herd immunity" que puso en práctica
el Gobierno presidido por Boris Johnson, apartándose de la que ya se
estaba dando en todos los países que se estaban enfrentando seriamente
con la pandemia, ha tenido que ser rectificada rápidamente, pero ha
hecho perder el elemento más importante en la reacción frente a la
misma: tiempo.
El fracaso, esperemos que sea por el
momento, de la Unión Europea para entender que no se está ante una
crisis de cada uno de los países que la integran, sino ante una crisis
global que tiene que tener una respuesta "europea", supone una amenaza
no solo para dichos países individualmente considerados, sino para el
conjunto de todos ellos que se supone que la Unión Europea debería ser
en un momento de crisis de esta naturaleza. Porque si la Unión Europea
no reacciona como Unión Europea en este momento, ¿para qué sirve? Si el
principio de legitimación democrática no es capaz de hacerse visible a
escala europea frente a una situación tan dramática como la que estamos
viviendo, ¿en qué momento será capaz de hacerlo? ¿Habrá otra
oportunidad?
Todos los sistemas políticos se retratan
en los momentos de crisis. La que ha generado la Covid-19 va camino de
convertirse en una amenaza para la democracia superior a todas las que
se han conocido con anterioridad. Ni el nacional-socialismo ni el
comunismo soviético pueden comparársele. Aquellas eran amenazas
externas. Eran guerras de verdad: caliente la primera y fría la segunda.
Esta no es una guerra. Nadie nos está atacando. No es la destrucción
por un ataque desde el exterior, sino el "colapso" por no ser capaces de
enfrentarnos con un problema sanitario lo que nos puede conducir a la
descomposición. Lo que la Covid-19 pone en cuestión no es solamente la
recuperación económica, sino también y, sobre todo, la forma de
organización político-jurídica de nuestra convivencia.
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