Tan pobre y mísero estaba
Publicada el 05/04/2020 en Infolibre
Yo no creo que todo vaya a cambiar después del coronavirus. Habrá matices, desde luego, pero con las pasiones y las luchas de siempre. El
mundo acostumbrado a convertir el tiempo en una mercancía de usar y
tirar vive la realidad cotidiana como un vértigo en lo que todo se
inventa cada día. ¡Cómo se iba a recibir la sorpresa de una
epidemia mundial en la sociedad de la prepotencia, el consumo y las
nuevas leyes del más fuerte!
Estoy aprovechando el confinamiento para releer. Privado de novedades y aburrido de las ingeniosas ofertas de la tecnología, vuelvo al placer de los clásicos. Vuelvo, por ejemplo, a La vida es sueño de Calderón de la Barca. Y me detengo en unos versos famosos: "Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de las hierbas que cogía". Más que inventar nada, la epidemia nos ha recordado que somos frágiles, que existe la muerte, que es necesario cuidarnos. Nos ha hecho más pobres. ¿Y más sabios?
Como a todo el mundo, me llega de vez en cuando la canción Resistiré del Dúo Dinámico. Las cosas van rápido, pero ahí sigue esta canción de siempre, recordándome las casetas del Corpus en la Granada de los años 60, cuando en vez de sevillanas se oían las voces de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa. El dúo se formó en el año de mi nacimiento. Hace 62.
Pedro Almodóvar rescató la canción en una película estupenda. Pero confieso que a mí me devuelve, sobre todo, a la Parroquia de San Carlos Borromeo en la que el padre Javier Baeza se dedica a proteger y compartir el pan con muchos necesitados. El dolor y la pobreza son verdades anteriores al coronavirus. Un día llevé a mi madre a misa. Se sorprendió mucho cuando vio a su hijo no creyente acercarse a comulgar después de haber cantado entre obreros en paro, inmigrantes, estómagos sin papeles, mendigos, drogadictos, madres de drogadictos y activistas de la solidaridad que es necesario resistir los golpes de la vida, que debemos ayudarnos a seguir en pie.
Vuelvo a Calderón: "¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó". Una de las mejores costumbres de la literatura es su vocación de alentar la imaginación moral, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro: lo que siente, las alegrías, el miedo del personaje de un libro. Encerrados en la desdicha de esta epidemia, supongo que, como siempre, habrá mucha gente capaz de ponerse en el lugar del otro, en la situación de aquellos que no tengan casa, o que tengan una casa sin luz, o que compartan habitación con varias familias, o que cuiden hijos con problemas, o que no sepan cómo van a vivir, de qué van a comer, en qué van a trabajar...
Habrá sabios, también como siempre, que se pondrán en el lugar del otro para tramar cómo se utiliza la desgracia en beneficio propio. Y, desde luego, no faltarán los que sólo se preocupen en conservar sus privilegios. Medios tienen para generar tensiones contra cualquier decisión que implique solidaridad con la gente en vez de con sus saldos de beneficios.
Me incomodan las voces que exigen respuestas perfectas cuando irrumpen las desgracias inesperables. Exigen soluciones inmediatas ante lo desconocido. Ese "ya lo decía yo", como la cursilería en los poetas, suele esconder a una mala persona. Creo que ayudamos a la cursilería de las malas personas cuando en vez de pensar en tiempo real, consagramos nuestras iras y nuestros miedos a la brevedad de un ripio.
Más que mundos nuevos, creo que el coronavirus reclama la necesidad de meditar sobre los argumentos neoliberales que han dominado nuestra cultura y nuestra economía. Son cosas de siempre en la sociedad contemporánea, dinámicas puestas hoy a la luz de la realidad: el valor de los servicios públicos del Estado, la importancia de que el poder institucional se consolide en organismos internacionales, la utilidad de la democratización de las fuerzas de seguridad y la significación de los hombres y mujeres que trabajan. Sin su concurso, se vienen abajo la producción y la especulación financiera. Sí, la especulación tiene un límite si se confina y se pierde el mundo del trabajo. O sea: el Estado es el marco democrático con autoridad, frente a la avaricia acomodada de las grandes fortunas, para asegurar un acuerdo entre trabajadores y empresarios que sostenga la economía real, productiva, y la dignidad cotidiana de la gente.
Más que inventar cosas nuevas, el coronavirus pone al descubierto las mentiras ocultadas por la ideología neoliberal y sus políticas. Más que inventar cosas nuevas, los que no quieran perder sus privilegios buscarán disfraces nuevos para sus recursos de siempre: desprestigio de la política, destrucción de lo público y modos autoritarios o manipuladores para seguir manteniendo una desigualdad inhumana. Para convivir con lo misterioso no hace falta preguntarse por el futuro. Basta con el presente ¿En qué mundo vivimos?
:::::::::::::::::::::::::::::::::::
Un par de puntualizaciones:
Estoy aprovechando el confinamiento para releer. Privado de novedades y aburrido de las ingeniosas ofertas de la tecnología, vuelvo al placer de los clásicos. Vuelvo, por ejemplo, a La vida es sueño de Calderón de la Barca. Y me detengo en unos versos famosos: "Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de las hierbas que cogía". Más que inventar nada, la epidemia nos ha recordado que somos frágiles, que existe la muerte, que es necesario cuidarnos. Nos ha hecho más pobres. ¿Y más sabios?
Como a todo el mundo, me llega de vez en cuando la canción Resistiré del Dúo Dinámico. Las cosas van rápido, pero ahí sigue esta canción de siempre, recordándome las casetas del Corpus en la Granada de los años 60, cuando en vez de sevillanas se oían las voces de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa. El dúo se formó en el año de mi nacimiento. Hace 62.
Pedro Almodóvar rescató la canción en una película estupenda. Pero confieso que a mí me devuelve, sobre todo, a la Parroquia de San Carlos Borromeo en la que el padre Javier Baeza se dedica a proteger y compartir el pan con muchos necesitados. El dolor y la pobreza son verdades anteriores al coronavirus. Un día llevé a mi madre a misa. Se sorprendió mucho cuando vio a su hijo no creyente acercarse a comulgar después de haber cantado entre obreros en paro, inmigrantes, estómagos sin papeles, mendigos, drogadictos, madres de drogadictos y activistas de la solidaridad que es necesario resistir los golpes de la vida, que debemos ayudarnos a seguir en pie.
Vuelvo a Calderón: "¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó". Una de las mejores costumbres de la literatura es su vocación de alentar la imaginación moral, la posibilidad de ponerse en el lugar del otro: lo que siente, las alegrías, el miedo del personaje de un libro. Encerrados en la desdicha de esta epidemia, supongo que, como siempre, habrá mucha gente capaz de ponerse en el lugar del otro, en la situación de aquellos que no tengan casa, o que tengan una casa sin luz, o que compartan habitación con varias familias, o que cuiden hijos con problemas, o que no sepan cómo van a vivir, de qué van a comer, en qué van a trabajar...
Habrá sabios, también como siempre, que se pondrán en el lugar del otro para tramar cómo se utiliza la desgracia en beneficio propio. Y, desde luego, no faltarán los que sólo se preocupen en conservar sus privilegios. Medios tienen para generar tensiones contra cualquier decisión que implique solidaridad con la gente en vez de con sus saldos de beneficios.
Me incomodan las voces que exigen respuestas perfectas cuando irrumpen las desgracias inesperables. Exigen soluciones inmediatas ante lo desconocido. Ese "ya lo decía yo", como la cursilería en los poetas, suele esconder a una mala persona. Creo que ayudamos a la cursilería de las malas personas cuando en vez de pensar en tiempo real, consagramos nuestras iras y nuestros miedos a la brevedad de un ripio.
Más que mundos nuevos, creo que el coronavirus reclama la necesidad de meditar sobre los argumentos neoliberales que han dominado nuestra cultura y nuestra economía. Son cosas de siempre en la sociedad contemporánea, dinámicas puestas hoy a la luz de la realidad: el valor de los servicios públicos del Estado, la importancia de que el poder institucional se consolide en organismos internacionales, la utilidad de la democratización de las fuerzas de seguridad y la significación de los hombres y mujeres que trabajan. Sin su concurso, se vienen abajo la producción y la especulación financiera. Sí, la especulación tiene un límite si se confina y se pierde el mundo del trabajo. O sea: el Estado es el marco democrático con autoridad, frente a la avaricia acomodada de las grandes fortunas, para asegurar un acuerdo entre trabajadores y empresarios que sostenga la economía real, productiva, y la dignidad cotidiana de la gente.
Más que inventar cosas nuevas, el coronavirus pone al descubierto las mentiras ocultadas por la ideología neoliberal y sus políticas. Más que inventar cosas nuevas, los que no quieran perder sus privilegios buscarán disfraces nuevos para sus recursos de siempre: desprestigio de la política, destrucción de lo público y modos autoritarios o manipuladores para seguir manteniendo una desigualdad inhumana. Para convivir con lo misterioso no hace falta preguntarse por el futuro. Basta con el presente ¿En qué mundo vivimos?
:::::::::::::::::::::::::::::::::::
Un par de puntualizaciones:
1. Para ser sabio y merecer ese concepto calificativo es condición imprescindible que haya una conciencia previa y que la ética presida en las acciones prácticas el eje de esa conciencia; y que la conducta no desmerezca las opiniones ni los argumentos que se comparten en la teoría y en el peor de los casos, solo se exhiben; de lo contrario el presunto "sabio" sin poderlo evitar queda en evidencia, reducido por sí mismo y sin ayuda de nadie, a mero estafador cantamañanas, amante de las poses y de los paripés. A personaje lleno de serrín y vacío de sustancia. A máscara quiero y no puedo. A un hipócrita de manual, al mejor estilo Tartufo.
La sabiduría no es información ni capacidad archivera de la memoria, ni talento específico para determinadas especialidades, -eso ya lo hace mucho mejor cualquier programa informático-, es la sencilla capacidad de digerir y metabolizar la vida hasta convertirla en bien común sin dejar residuos tóxicos que puedan ser nocivos para nadie.
La sabiduría en realidad es un servicio público, no 'el marco incomparable' de un ego bulímico de escaparate y publicidad. Usar conocimientos para sacar tajada, echarse incienso, atribuirse laureles, o llevárselo crudo, es otra cosa muy distinta: miseria sin más. Y no haber entendido nada, a base de "saber" tanto y asimilar tan poco. Confundir la velocidad con el tocino, en román paladino...
2. En cuanto a la necesidad urgente de ir creando parámetros nuevos en un mundo que ya es un escombro descarado, gracias a la dormición y a la falta de lucidez que domina el mapamundi, no hay mucho que añadir, las circunstancias hablan por sí mismas y lo harán con más crudeza y frecuencia si el rumbo hacia el precipicio no varía. Si tras esta hecatombe no cambiase nada y todo quedase intacto en lo que se refiere a la falta de conciencia y actitudes aberrantes , que nos han traído hasta aquí, y la cosa queda en plan anécdota superada por "los plenos poderes de siempre", apaga y vámonos, porque eso sería ya reconocer del todo que ni el evangelio, ni la reforma, ni la revolución, ni el marxismo, ni el socialismo, ni el esfuerzo de millones de seres humanos por mejorar este pingajo de mundo, ha servido para nada, y que la peor pandemia es el propio ser humano cuando no da la talla de su presunta "humanidad" y se deja arrastrar por el engaño del ego en sus múltiples versiones, por el flautista de Hamelin de los imperios y sus tres Ps: Poder, Pánico y Placer inmediato, que son eslabones mortales de necesidad. Y entonces, no habrá otra salida que el finiquito, que por desgracia no va a ser colectivamente en plan eutanasia, sino un sufrimiento demoledor, que la misma torpeza falsamente humana está creando, con las mismas energías con las que podría hacer lo contrario: regenerarse y evolucionar a mucho mejor. Pero sobran sofistas y faltan sabios. Sobra morralla y falta sustancia. Cuando la enfermedad no se reconoce, no pude curarse.
A pesar de todo no quiero tirar la toalla. Sigo sintiendo y pensando que hay demasiado bueno en nuestra naturaleza como para suicidarse en masa de un modo tan imbécil. Los 144.000 que según La Revelación salvarán el Nuevo Pueblo y La Nueva Tierra suman 9 (1+4+4), y ese es el número de la Humanidad completa. Ahora solo nos queda pasar el test personal: ¿somos humanidad 9, o nos hemos quedado en su revés de bestia,6? (la bestia es 6+6+6 =18, 1+8=9, o sea, el 6 debe evolucionar hasta ser el revés de sí misma, y sí se puede, como el 15M ya aseguraba.
Nosotros mismas somos el examinando, el examen y el tribunal, para eso está el libre albedrío. Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga y quien tenga luces que las aproveche, porque es el tiempo de elegir. Y no se repetirá porque ya no hay recursos. Se han destrozado. No, nada será lo mismo cuando esto acabe,porque "esto" no ha hecho más que empezar. Esperemos que sea del mejor modo posible. Eso depende de nosotros, de nuestra percepción, entendimiento, disposición y de la gestión personal y colectiva que hagamos del problema, que no es un castigo ni mala suerte, sino el resultado de un modo de vivir repitiendo durante centurias y milenios los mismos tics, en círculo vicioso. Sin corregir el rumbo, por más que los síntomas se han ido agravando a velocidad exponencial especialmente en el último siglo. El XX.
La pelota está en el tejado. Y todo lo más importante, por hacer.
2. En cuanto a la necesidad urgente de ir creando parámetros nuevos en un mundo que ya es un escombro descarado, gracias a la dormición y a la falta de lucidez que domina el mapamundi, no hay mucho que añadir, las circunstancias hablan por sí mismas y lo harán con más crudeza y frecuencia si el rumbo hacia el precipicio no varía. Si tras esta hecatombe no cambiase nada y todo quedase intacto en lo que se refiere a la falta de conciencia y actitudes aberrantes , que nos han traído hasta aquí, y la cosa queda en plan anécdota superada por "los plenos poderes de siempre", apaga y vámonos, porque eso sería ya reconocer del todo que ni el evangelio, ni la reforma, ni la revolución, ni el marxismo, ni el socialismo, ni el esfuerzo de millones de seres humanos por mejorar este pingajo de mundo, ha servido para nada, y que la peor pandemia es el propio ser humano cuando no da la talla de su presunta "humanidad" y se deja arrastrar por el engaño del ego en sus múltiples versiones, por el flautista de Hamelin de los imperios y sus tres Ps: Poder, Pánico y Placer inmediato, que son eslabones mortales de necesidad. Y entonces, no habrá otra salida que el finiquito, que por desgracia no va a ser colectivamente en plan eutanasia, sino un sufrimiento demoledor, que la misma torpeza falsamente humana está creando, con las mismas energías con las que podría hacer lo contrario: regenerarse y evolucionar a mucho mejor. Pero sobran sofistas y faltan sabios. Sobra morralla y falta sustancia. Cuando la enfermedad no se reconoce, no pude curarse.
A pesar de todo no quiero tirar la toalla. Sigo sintiendo y pensando que hay demasiado bueno en nuestra naturaleza como para suicidarse en masa de un modo tan imbécil. Los 144.000 que según La Revelación salvarán el Nuevo Pueblo y La Nueva Tierra suman 9 (1+4+4), y ese es el número de la Humanidad completa. Ahora solo nos queda pasar el test personal: ¿somos humanidad 9, o nos hemos quedado en su revés de bestia,6? (la bestia es 6+6+6 =18, 1+8=9, o sea, el 6 debe evolucionar hasta ser el revés de sí misma, y sí se puede, como el 15M ya aseguraba.
Nosotros mismas somos el examinando, el examen y el tribunal, para eso está el libre albedrío. Quien tenga ojos que vea, quien tenga oídos que oiga y quien tenga luces que las aproveche, porque es el tiempo de elegir. Y no se repetirá porque ya no hay recursos. Se han destrozado. No, nada será lo mismo cuando esto acabe,porque "esto" no ha hecho más que empezar. Esperemos que sea del mejor modo posible. Eso depende de nosotros, de nuestra percepción, entendimiento, disposición y de la gestión personal y colectiva que hagamos del problema, que no es un castigo ni mala suerte, sino el resultado de un modo de vivir repitiendo durante centurias y milenios los mismos tics, en círculo vicioso. Sin corregir el rumbo, por más que los síntomas se han ido agravando a velocidad exponencial especialmente en el último siglo. El XX.
La pelota está en el tejado. Y todo lo más importante, por hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario