Buen viaje, Luis Eduardo, hermano de especie y compañero de historia. Que el punto de luz que siempre te acompañó ahora sea el hogar y el camino en un mismo compás, en un mismo verso pasajero y sin tiempo que contar, pero cantando, eternamente cantado infinitos que tantas veces no saben que lo son...
Y como homenaje póstumo aquí va este poema, que escribí hace cuatro décadas y que incluí en un poemario que años más tarde, en 1999 y en Santander, se publicó con el título de La levedad del signo. Y que lleva el mismo título que la canción de Aute (no hay casualidades). Un canto al presente que puede trascender, si así lo queremos, asumiendo la levedad de nuestro paso por dimensiones impensables
De paso
Me abre de par en par.
Hoy el cielo me abre y me adivina.
Me destila su esencia; es un roce instantáneo,
esférico,
de profunda caricia, total, inhabitada
(y yo que estoy de paso. Y yo que también soy
el camino de vuelta...)
Se ha presentado así, sin más,
el gozo inexplicable del sentido,
el puro gozo de penetrar la luz
y el laberinto.La gracia de explorar
y descubrir el Centro de mi centro
y de reconciliar los imposibles,
de serenar en mí el totum revolutum
de un presente rebelde
sin tiempo y sin espacio.
La luz se despreocupa de las cosas
y sin embargo trama los detalles,
el brillo, los colores.
La luz, que sobrepasa el desvivir
de la melancolía, la calidez
y las fragilidades del deseo.
Me revela el fulgor de la materia
los secretos del nombre y de la cifra
que ordena, cuenta y mide,
y hasta puedo intuir el ictus primordial,
el encendido soplo, la amorosa simiente
que se cuajó planeta, atmósfera y volcán,
liquen, hormigas, mandarinas y selva.
Se han dormido los sueños
quietos en la cintura de la tarde
Como diciendo adiós,
como si adivinaran dunas blancas
y viento de Levante.
Me despierta y me envuelve
esta risa mojada
y un lenguaje de peces suave y elemental,
que armoniza las voces del silencio.
Hay un conato malva de ocasos y trasmontes,
pero la luz no se detiene ahí.
conoce su destino de savia repartida,
de canal infinito, de herida y de cauterio.
Se ha desnudado el cielo de repente
y yo lo abrazo, y me fundo en su altura
y le dejo trazar su azul sobre mi cuerpo
y me dejo en las manos de esta piadosa alquimia
que viene a liberarme de mí misma.
El cambio se hace asombro ante mis ojos,
discurre entre mis dedos
y eterna me devuelve a las aceras,
eterna me dibuja en los cristales,
mientras todo es exilio en cada esquina
como un absurdo rojo de lunas y semáforos
que se vuelca de pronto en la resignación
de los mendigos
y en el fraude procaz de todas las mentiras anunciadas.
Luego regresan voces de lejos y de siempre
programadas en lunes y en penumbra;
emergen en mi boca, me sorprenden las sienes
y son gritos de antaño.
Los olvidados reinos de la noche,
la dispersión corsaria del nunca, nunca, nunca.
Pero es el cielo al fin, quien tiene la palabra
y aclara esa coral disfónica y continua
hasta recomponerla en claridades.
Y mi cuerpo calado por la luz que regresa
deriva en otro cuerpo,
idéntico a sí mismo y diferente:
células que transmutan el barro en energía,
el plasma sosteniendo la conciencia,
el pulso contenido en sencaciones
y punzadas exactas
(la eternidad a golpe de neurotransmisores
rebobinando el cosmos en mi carne)
El cielo ha vuelto a mí,
-¡quizá nunca se fue sin que yo lo supiese!-
Paciente y sosegado me impregna, me completa,
y en las notas perdidas de un vals lento
hoy viene a recordarme su estatura de luz...
Por eso me regala la gracia de este instante:
El gozo de saber que estoy de paso.
Y como homenaje póstumo aquí va este poema, que escribí hace cuatro décadas y que incluí en un poemario que años más tarde, en 1999 y en Santander, se publicó con el título de La levedad del signo. Y que lleva el mismo título que la canción de Aute (no hay casualidades). Un canto al presente que puede trascender, si así lo queremos, asumiendo la levedad de nuestro paso por dimensiones impensables
De paso
Me abre de par en par.
Hoy el cielo me abre y me adivina.
Me destila su esencia; es un roce instantáneo,
esférico,
de profunda caricia, total, inhabitada
(y yo que estoy de paso. Y yo que también soy
el camino de vuelta...)
Se ha presentado así, sin más,
el gozo inexplicable del sentido,
el puro gozo de penetrar la luz
y el laberinto.La gracia de explorar
y descubrir el Centro de mi centro
y de reconciliar los imposibles,
de serenar en mí el totum revolutum
de un presente rebelde
sin tiempo y sin espacio.
La luz se despreocupa de las cosas
y sin embargo trama los detalles,
el brillo, los colores.
La luz, que sobrepasa el desvivir
de la melancolía, la calidez
y las fragilidades del deseo.
Me revela el fulgor de la materia
los secretos del nombre y de la cifra
que ordena, cuenta y mide,
y hasta puedo intuir el ictus primordial,
el encendido soplo, la amorosa simiente
que se cuajó planeta, atmósfera y volcán,
liquen, hormigas, mandarinas y selva.
Se han dormido los sueños
quietos en la cintura de la tarde
Como diciendo adiós,
como si adivinaran dunas blancas
y viento de Levante.
Me despierta y me envuelve
esta risa mojada
y un lenguaje de peces suave y elemental,
que armoniza las voces del silencio.
Hay un conato malva de ocasos y trasmontes,
pero la luz no se detiene ahí.
conoce su destino de savia repartida,
de canal infinito, de herida y de cauterio.
Se ha desnudado el cielo de repente
y yo lo abrazo, y me fundo en su altura
y le dejo trazar su azul sobre mi cuerpo
y me dejo en las manos de esta piadosa alquimia
que viene a liberarme de mí misma.
El cambio se hace asombro ante mis ojos,
discurre entre mis dedos
y eterna me devuelve a las aceras,
eterna me dibuja en los cristales,
mientras todo es exilio en cada esquina
como un absurdo rojo de lunas y semáforos
que se vuelca de pronto en la resignación
de los mendigos
y en el fraude procaz de todas las mentiras anunciadas.
Luego regresan voces de lejos y de siempre
programadas en lunes y en penumbra;
emergen en mi boca, me sorprenden las sienes
y son gritos de antaño.
Los olvidados reinos de la noche,
la dispersión corsaria del nunca, nunca, nunca.
Pero es el cielo al fin, quien tiene la palabra
y aclara esa coral disfónica y continua
hasta recomponerla en claridades.
Y mi cuerpo calado por la luz que regresa
deriva en otro cuerpo,
idéntico a sí mismo y diferente:
células que transmutan el barro en energía,
el plasma sosteniendo la conciencia,
el pulso contenido en sencaciones
y punzadas exactas
(la eternidad a golpe de neurotransmisores
rebobinando el cosmos en mi carne)
El cielo ha vuelto a mí,
-¡quizá nunca se fue sin que yo lo supiese!-
Paciente y sosegado me impregna, me completa,
y en las notas perdidas de un vals lento
hoy viene a recordarme su estatura de luz...
Por eso me regala la gracia de este instante:
El gozo de saber que estoy de paso.
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