Tenía 93 años y siempre vivió en su pueblo, en la provincia de Lleida. Estaba bien, dada su edad, pero debía ir al hospital comarcal periódicamente a recibir su tratamiento de Sintrón, para cuidar y regular el sistema circulatorio. La semana pasada su esposa, la tía Marieta, con su hermano y cuñado Quim, le llevaron al hospital para el tratamiento de siempre. Lo recibió y al regreso a casa se le declaró una infección: el coronavirus. Murió en 48 horas, y ahora Marieta y Quim están hospitalizados en la UCI con ventilación asistida. Por cumplir un protocolo rutinario, el contagio ha entrado a saco en una familia que estaba bien, se ha llevado al más vulnerable y ha dejado destrozados y al borde de lo peor a los que estaban sanos.
Surgen muchas preguntas ante una situación tan delirante. ¿Son recomendables los tratamientos hospitalarios indiscriminados en una situación tan caótica, en la que se mezclan enfermos crónicos, pacientes quirúrgicos y patologías diversas, con los infectados de covi-19? ¿No deberían los servicios sanitarios habilitar espacios solo para infectados, fuera de los hospitales, o asistir en otros espacios sanitarios a los enfermos de patologías no relacionadas con la infección por el virus? El mismo personal sanitario es, inevitablemente, portador del virus aunque no lo padezca personalmente, lo lleva en la ropa, en el calzado, en la piel, en las gafas, en el pelo, en la respiración, en los objetos que maneja. ¿No habría forma de encontrar el sistema de que el médico se comunique previamente por teléfono con los pacientes habituales y que , tras valorar la gravedad de cada patología, se aplicase un tratamiento a distancia, eligiendo los cuidados de menor riesgo de contagio, teniendo en cuenta el historial, la edad y las condiciones incompatibles en caso de hospitalización?
La verdad es que de nada sirve el confinamiento por un lado, si por otro se extiende la epidemia al compartir espacios los enfermos contagiosos con el resto de pacientes, como ha sucedido en estos conocidos y familiares de Lleida. Es fácil entender que ese caso se esté repitiendo por toda la cobertura sanitaria del estado. Y que no sea solo por falta de medios sino también por exceso de agobio, de miedos y de desconcierto. El sentido común y la lucidez también se ven afectados por los estados de tensión, en los que debería haber un equipo organizador, cabeza pensante, que sin presiones urgentes y directas, se haga cargo de la gestión de riesgos, espacios, tiempos y distribución de servicios. Es posible que entre los millones de confinados especialistas en organización, se puedan formar equipos de voluntarios que ayuden gestionando la adecuada aplicación de los recursos, que exige unas normativas claras y estables dentro de la mayor flexibilidad posible. Que cada centro de salud comarcal disponga de ese equipo sería lo mejor, porque en problemas locales y concretos la generalización de las normativas es más un obstáculo que una ayuda. Dice el refrán que es más útil el tonto en su casa que el listo en la ajena.
Aplicar los mismos protocolos sanitarios sin tener en cuenta nada más que la mecánica autómata, en Barcelona que en Mollerusa, por ejemplo, es posible que sea muchas veces un error evitable.
Si el tratamiento hipotensor del tío Joan se le hubiese hecho a domicilio, seguramente que a estas alturas estaría vivo y su mujer y su cuñado no estarían en la UCI.
No olvidemos que para evitar desastres como para gestionar las soluciones el elemento básico es la Conciencia despierta y la estabilidad que ese estado proporciona. Es decir, la serena capacidad de ver y comprender la realidad objetiva sin que la subjetividad y las alteraciones emocionales nos confundan y alteren la percepción de esa realidad que tenemos delante. Sin perder el Norte, sin que ideas preconcebidas nos nublen la originalidad particular de cada problema y al mismo tiempo sin que esa "originalidad" nos aturda y nos impida relacionar causas y efectos, similitudes y diferencias.Ese plano cognitivo es el que nos facilita la clarividencia para afrontar lo mejor posible cada dificultad sea cual sea su gravedad. No es el fenómeno que afrontamos lo que va a determinar la solución o la debacle, sino el modo en que decidamos canalizar nuestras reacciones cognitivas,emocionales y técnicas, por ese orden. La mejor tecnología y ciencia, aplicadas sin conciencia ni discernimiento, puede ser, por ejemplo, los imperios ideológico-financieros de los siglos XX-XXI, dos guerras mundiales en serie, Hiroshima y Nagasaki, la gestión del tema nuclear, el derroche esperpéntico de los viajes al espacio mientras se destroza el mundo que los hace posibles, los desastres de Chernobil y de Fuskushima, la guerra de Irak, las crisis financieras de 1929 y de 2008, el destrozo de la inteligencia humana al servicio alucinado y obtuso de "la inteligencia artificial", la locura del cambio climático, el covi-19,la enfermedad y los conflictos como negocio. Ejemplos tangibles nos sobran para sacar conclusiones acertadas.
La humanidad no dará nunca una sola puntada saludable sin el hilo de la Conciencia consciente. Sin ella todo acabará siempre fatal por mucho que se quiera adornar, pelear, arriesgar, creer e intentar.
No confundir la Conciencia con la clase social, las ideologías y las religiones, por favor. Que dogmatismo y conciencia son incompatibles.
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