La conciencia y la ley
Luis García Montero
Las benditas rutinas de la vida se echan de menos cuando la existencia va de sobresalto en sobresalto. Cada noticia deja una sombra, una hoguera encendida, una amenaza,
el recuerdo de tiempos infernales que no van a repetirse, porque la
historia nunca se repite, pero que tampoco parecen habernos enseñado
nada.
¿Qué hacer? Si algo he aprendido es a no plegarme a la voluntad de los dioses o de los héroes. En este sentido mi experiencia cívica se acompasa bien con mi experiencia de lector, no por el acuerdo del deseo y la realidad, sino por las formas que he asumido de vivir el desacuerdo.
Platón me regaló de adolescente la alegoría del carro alado. En el Fedro, Sócrates era un auriga encargado de gobernar dos caballos. Uno encarnaba el lado irracional y nocivo de las pasiones y otro su lado ético, esos sentimientos sin los que ninguna razón puede sostenerse. La conciencia es un auriga, un lugar inhóspito, casi un descampado en medio del vértigo de un galope de caballos.
Auriga se llamaba al esclavo encargado de guiar la carroza de los jefes militares. También al encargado de sostener la corona de laurel de los generales victoriosos. En medio del triunfo tenía la obligación de susurrar "recuerda que eres solamente un hombre".
Ese tipo de susurro me lo han regalado muchos libros a lo largo de mi vida. Por ejemplo, ya en mi cincuentena, La experiencia totalitaria (Galaxia Gutenberg, 2009) de Tzvetan Todorov. Al recordar los episodios más sangrientos del siglo XX, la memoria resulta una defensa necesaria contra el mal, pero se equivoca si divide al mundo entre buenos y malos. Los dos caballos tiran del mismo coche. Los grandes asesinos nazis o los jemeres rojos de Camboya no eran monstruos, sino seres humanos igual que nosotros, gente normal que olvidó su conciencia y su capacidad de amor para ocupar el lugar de los dioses. Cuidado con nosotros mismos.
La conciencia humana es un acto de responsabilidad vital, la forma más profunda de amor a la vida, igual que el sentimiento de culpa y de pecado es, para los que tienen dioses, la respuesta última del miedo a la muerte. En cualquier caso, ¿qué va a ser de mí? y ¿qué voy a hacer de mí? Son dos preguntas destinadas a abrazarse. Si la poesía es un esfuerzo por formalizar ideas y pasiones, la conciencia nos formaliza como seres de razón y sentimiento. Es la encargada de que nuestros deseos, nuestros egoísmos y nuestros relatos no acaben separándose de la realidad, un encargo importante porque quien se separa mucho de la realidad acaba estrellándose contra ella.
Uno de los asuntos que más me encoleriza en estos días es el debate sobre los restos de Franco. Dedicado por vocación a estudiar la obra de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, María Teresa León, María Zambrano, Francisco Ayala, Miguel Hernández y Gloria Fuertes, víctimas en diverso grado de la dictadura, no comprendo cómo un país puede llevar tantos años sin resolver el destino final de uno de los dictadores más sanguinarios de la historia. Sigue en su tumba, irradia todavía su mezquina impunidad totalitaria desde un monumento de Estado. Al observar la falta de vergüenza de la familia y de la las altas jerarquías de la Iglesia, uno siente ganas de que la policía democrática entre en el Valle de los Caídos, abra la tumba, se lleve los huesos y los lance a un estercolero o a alta mar, ya que los nietos no quieren depositarlos en la intimidad de un rincón apropiado.
Lo que ocurre es que la democracia encarna su conciencia en leyes, en procedimientos, en instituciones. El auriga comprende que debe cerrar los dedos y los puños en las riendas del caballo irracional y vivir con la paciencia de los argumentos y las razones. Una democracia no puede saltarse las leyes a la torera, no puede cumplir deseos al margen de las instituciones, si no quiere degradarse en una experiencia totalitaria. Más que violar las leyes o los concordatos, conviene cambiarlos, facilitar que sus procedimientos no se separen de la vida real de una sociedad, como la razón no puede separarse de los sentimientos, ni los sentimientos de la razón.
Escribió el poeta Ángel González que Apolo y Dionisio habían convertido su espíritu en un campo de batalla. Y aclaraba: no combaten por mí, sino en mí. Las noticias y los sobresaltos alientan un combate diario dentro de nosotros. Antes de dejarse arrastrar por la velocidad, conviene que el auriga socrático se pregunte por la discusión verdadera del mundo en el que vive.
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Querido y admirado poeta:
Tu post de hoy me inspira algunas reflexiones que creo conveniente explicar.
¿Qué hacer? Si algo he aprendido es a no plegarme a la voluntad de los dioses o de los héroes. En este sentido mi experiencia cívica se acompasa bien con mi experiencia de lector, no por el acuerdo del deseo y la realidad, sino por las formas que he asumido de vivir el desacuerdo.
Platón me regaló de adolescente la alegoría del carro alado. En el Fedro, Sócrates era un auriga encargado de gobernar dos caballos. Uno encarnaba el lado irracional y nocivo de las pasiones y otro su lado ético, esos sentimientos sin los que ninguna razón puede sostenerse. La conciencia es un auriga, un lugar inhóspito, casi un descampado en medio del vértigo de un galope de caballos.
Auriga se llamaba al esclavo encargado de guiar la carroza de los jefes militares. También al encargado de sostener la corona de laurel de los generales victoriosos. En medio del triunfo tenía la obligación de susurrar "recuerda que eres solamente un hombre".
Ese tipo de susurro me lo han regalado muchos libros a lo largo de mi vida. Por ejemplo, ya en mi cincuentena, La experiencia totalitaria (Galaxia Gutenberg, 2009) de Tzvetan Todorov. Al recordar los episodios más sangrientos del siglo XX, la memoria resulta una defensa necesaria contra el mal, pero se equivoca si divide al mundo entre buenos y malos. Los dos caballos tiran del mismo coche. Los grandes asesinos nazis o los jemeres rojos de Camboya no eran monstruos, sino seres humanos igual que nosotros, gente normal que olvidó su conciencia y su capacidad de amor para ocupar el lugar de los dioses. Cuidado con nosotros mismos.
La conciencia humana es un acto de responsabilidad vital, la forma más profunda de amor a la vida, igual que el sentimiento de culpa y de pecado es, para los que tienen dioses, la respuesta última del miedo a la muerte. En cualquier caso, ¿qué va a ser de mí? y ¿qué voy a hacer de mí? Son dos preguntas destinadas a abrazarse. Si la poesía es un esfuerzo por formalizar ideas y pasiones, la conciencia nos formaliza como seres de razón y sentimiento. Es la encargada de que nuestros deseos, nuestros egoísmos y nuestros relatos no acaben separándose de la realidad, un encargo importante porque quien se separa mucho de la realidad acaba estrellándose contra ella.
Uno de los asuntos que más me encoleriza en estos días es el debate sobre los restos de Franco. Dedicado por vocación a estudiar la obra de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Rafael Alberti, María Teresa León, María Zambrano, Francisco Ayala, Miguel Hernández y Gloria Fuertes, víctimas en diverso grado de la dictadura, no comprendo cómo un país puede llevar tantos años sin resolver el destino final de uno de los dictadores más sanguinarios de la historia. Sigue en su tumba, irradia todavía su mezquina impunidad totalitaria desde un monumento de Estado. Al observar la falta de vergüenza de la familia y de la las altas jerarquías de la Iglesia, uno siente ganas de que la policía democrática entre en el Valle de los Caídos, abra la tumba, se lleve los huesos y los lance a un estercolero o a alta mar, ya que los nietos no quieren depositarlos en la intimidad de un rincón apropiado.
Lo que ocurre es que la democracia encarna su conciencia en leyes, en procedimientos, en instituciones. El auriga comprende que debe cerrar los dedos y los puños en las riendas del caballo irracional y vivir con la paciencia de los argumentos y las razones. Una democracia no puede saltarse las leyes a la torera, no puede cumplir deseos al margen de las instituciones, si no quiere degradarse en una experiencia totalitaria. Más que violar las leyes o los concordatos, conviene cambiarlos, facilitar que sus procedimientos no se separen de la vida real de una sociedad, como la razón no puede separarse de los sentimientos, ni los sentimientos de la razón.
Escribió el poeta Ángel González que Apolo y Dionisio habían convertido su espíritu en un campo de batalla. Y aclaraba: no combaten por mí, sino en mí. Las noticias y los sobresaltos alientan un combate diario dentro de nosotros. Antes de dejarse arrastrar por la velocidad, conviene que el auriga socrático se pregunte por la discusión verdadera del mundo en el que vive.
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Querido y admirado poeta:
Tu post de hoy me inspira algunas reflexiones que creo conveniente explicar.
Lo que yo entiendo por conciencia no se preocupa tanto de aclarar el "¿qué voy a hacer de mí? o "¿qué va a ser de mí?", como del "¿quién soy?","¿para qué soy y estoy?","¿a qué he venido y qué pinto aquí y sobre todo, cómo lo pinto y a favor de qué o de quién lo pinto?", porque sin ese reconocimiento previo estaremos como Tántalo o Sísifo, dando dolorosos y absurdos palos de ciego contra nosotros mismos y nuestras programaciones "sensatas". Nunca seremos sujetos que eligen la acción, sino meros complementos circunstanciales de lo primero que se le ocurra al mundo circundante, y a disposición de cualquier verbo caprichoso que nos dé el sentido y la finalidad, que a nosotros se nos escapa si pretendemos estar en misa y repicando, y así, ni nos enteraremos de la misa ni del repique. Primero una cosa y luego la otra. Para eso somos libres al elegir nuestro ritmo, nuestra música y el paso de baile adecuado a nuestra danza compartida, evitando dar pisotones, empujones, encogimientos ñoños, salidas de ritmo o exhibiciones pírricas.
El estudio y la lectura son básicos para crecer y despertar, es indudable, pero por eso mismo, lo que relatan y explican no debería ser nuestros únicos patrones de conducta porque los ha escrito alguien estupendo, ni las muestras de la pizarra para copiar caligrafía durante toda la vida, sino simples flexos que iluminan nuestro libro interior, donde nuestro ser se va escribiendo en el SER compartido, para descubrir, al paso de los años, que ya estaba todo escrito en el futuro aparente de un pasado aparente en un presente constante. En la conciencia el tiempo no existe. Eso fue lo primero que descubrieron Sócrates y Platón. La coherencia. Como Buda, La-Tse, Jesús de Nazaret, Lutero, Erasmo, Spinoza, Gandhi, o Mandela, cuyas filosofías saltaron de la praxis a los escritos, al revés que en la mayoría de los filósofos y escritores, simuladores de ilusiones que solo plasman en la escritura , mientras sus vidas, generalmente están al margen de sus discursos. Y a veces son hasta opuestas a sus convicciones literarias, artísticas, religiosos o ideológicas. Quieren un mundo más sano pero tienen dos coches y consumen como máquinas. Predican la igualdad pero son millonarios. O la justicia, y se prestan a enjuagues amiguistas que favorecen a los colegas por encima de la equidad. Gritan democracia pero besan los pies a la monarquía y se postran ante el trono si eso les ayuda a trepar.
No en vano, el propio Cervantes en su sátira quijotesca, localiza la locura de Alonso Quijano en un atracón de libros que lo saca de la realidad en vez de sumergirlo en ella y para solucionar esa carencia, decide dar el paso de hacerse caballero andante, donde acabará por comprobar que la mejor realidad acaba degradándose cuando se ha perdido entre páginas incesantes el oremus de todas todas y aun con las intenciones más nobles. Como le pasó al propio autor al intentar ser un cobrador de impuestos honesto y exigirle a la Iglesia el pago de su IBI de entonces en un convento de Sevilla (está claro que no casualmente elegida como Patio de Monipodio en otra de sus obras), aventura que a Miguel Quijote la salió carísima. Con el encarcelamiento compensatorio en las tierras manchegas de Argamasilla de Alba. Pero como no hay mal que por bien no venga, su actitud creadora, de alquimista, sano y lúcido, le dio la vuelta al marrón ,ya vemos y leemos lo que salió y germinó en esa realidad. Casi ná!
No en vano, el propio Cervantes en su sátira quijotesca, localiza la locura de Alonso Quijano en un atracón de libros que lo saca de la realidad en vez de sumergirlo en ella y para solucionar esa carencia, decide dar el paso de hacerse caballero andante, donde acabará por comprobar que la mejor realidad acaba degradándose cuando se ha perdido entre páginas incesantes el oremus de todas todas y aun con las intenciones más nobles. Como le pasó al propio autor al intentar ser un cobrador de impuestos honesto y exigirle a la Iglesia el pago de su IBI de entonces en un convento de Sevilla (está claro que no casualmente elegida como Patio de Monipodio en otra de sus obras), aventura que a Miguel Quijote la salió carísima. Con el encarcelamiento compensatorio en las tierras manchegas de Argamasilla de Alba. Pero como no hay mal que por bien no venga, su actitud creadora, de alquimista, sano y lúcido, le dio la vuelta al marrón ,ya vemos y leemos lo que salió y germinó en esa realidad. Casi ná!
Poesía y conciencia son inseparables, si de verdad son lo que se afirma que son. Si se presentan como fenómenos distintos, aislados entre sí, ambas pierden el norte y el sentido para convertirse en cháchara y especulación más o menos ética o estética. Pero cháchara al fin al cabo, porque dejan de ser cimientos de creación, ejemplos de coherencia y de honestidad intelectual práctica, para convertirse en mercadillo de dimes y diretes, cuyo timonel es un ego como la Sagrada Familia, la Giralda, la Torre de la Vela, el Miguelete o el Botafumeiro. En España nos sobran ejemplos espectaculares al respecto.Miguel pudo hundirse en la miseria que le rodeaba o convertirse en un pelota del régimen de entonces. Cualidades y curriculum no le faltron jamás para haber llegado a donde hubiese querido, pero eligió, como Quevedo o Fray Luis de León o Juan de Yepes o Teresa Cepeda, el camino nada fácil de la conciencia, tan intenso y luminoso que a todos ellos les valió la pena, como sus vidas y obras nos han dejado clarísimo.
La realidad no son solo las cosas que nos pasan, ni es un constructo independiente de nosotros mismos, sino el jugo, la síntesis de todos nosotros, de nuestros pensamientos, emociones, deseos, sentimientos, decisiones, confluyendo en hechos temporales, materializados a gran escala, que proceden de lo individual e inciden en lo colectivo, removiendo o alienando, o adormilando, alegrando, engañando o indignando, y hasta peleando y matándose sin que nadie alcance a dilucidar en qué momento se les fue de las manos, ni a quienes exactamente, la prudencia y esa sabia y lúcida humildad que puede zanjar las peores cuestiones con las mejores herramientas, y eso sucede desde siempre en nuestra especie, se quiera o no. Por lo tanto tenemos la capacidad y la responsabilidad de modificar la realidad, podemos hacernos los locos, pero en cualquier caso, también el pasotismo, la incuria y la negligencia, serán agentes de nuestra realidad, y esa realidad es implacable. Los hindúes le llaman el karma. Y en nuestra cultura siempre tan fatalista y condenadora de esperanzas equivale a llevar en el pecado la penitencia. Lo nuestro es el dramón y el culpabilisno sin remedio y a toro pasado, a ser posible, mucho mejor que a toro presente, qué le vamos a hacer...No se contempla el cambio del maldito paradigma que lleva siglos atascado en los desagües del poder y del no hacer nada por regenerar en serio la vida, los hábitos, la cultura, la convivencia. No se relaciona lo que se hace y cómo se hace, con lo que a continuación acontece. Porque eso no lo enseñan en la catequesis ni en las reuniones de empresa, ni en los programas de bricolage cotillil, ni en las clases de la Universidad, tan ocupada ella últimamente en dar títulos a diestro y siniestro al primero que se enchufa desde el poderío, que no le da tiempo para bagatelas didácticas.
La Física Cuántica hace años que lo sabe y lo investiga. Tal vez ya sea el tiempo en que la sociedad y la política se interesen por la ciencia que va más allá de las tecnologías, el negocio y la alienación pastiforme. Tiene toda la lógica que nuestra comprensión y gestión de la realidad la modifique en un sentido o en otro.
La realidad no es monolítica ni un bloque de acontecimientos zodiacales, buenos o malos, como el horóscopo de los periódicos. Es plural y variadísima, ésa es su gran virtud y su aparente complicación. De modo que si la poesía, el pensamiento, el estudio y la reflexión se apartasen de la realidad para no "contaminarse" con ella, lo que harían sería empobrecerla, dejarla por los suelos, en los que los mismos empobrecedores están incluidos. La realidad es el guiso de todos y del que todas acabamos comiendo aunque no nos guste el menú. Imaginemos su olla, todo lentejas, o todo ajos, o todo pimentón o todo agua con sal y laurel. Cada cosa cociendo aparte...Qué bazofia, ¿verdad? Pues eso sucede con las desigualdades y las injusticias y los paripés. Que desarticulan el guiso de la vida, que es la realidad. Y la dejan desprovista de alimento y de alicientes, de gracia y de verdad. Ese guiso es del que se enamoran los fascismos y como son tan machistas, solo desean apoderarse de él para cocinarlo a su bola y zampárselo cuanto antes y ellos solos, pero entonces, zás, se lo cargan matando de hambre a la mayoría y de indigestión y triglecéridos a la oligocracia. Porque la realidad no es homogénea, ni monocorde, es una coral, una orquesta sinfónica, con voces plurales y distintas, por eso suena tan bien la democracia cuando lo es, claro. No esto que tenemos aquí. Un demos soberano, pero a la vez súbdito de una familia soberana Corleone fashion, que cacarea la Constitución en la sede de Cervantes y se cisca en ella, en la sede y en la Consti para lavar la cara a su jeta real como la vida misma, y compiyogui para rematar la guinda y la copa.
Lo de la tumba apócrifa del genocida vocacional, no tiene nombre, pero que esa casquería mediática no nos distraiga del verdadero origen del problema, porque si no, nunca,mejorará la salud política y social de los españoles: ¿habría sido posible la misma realidad que ahora nos aprisiona si antes de diseñar la Constitución en manos de un consenso derivado de y diseñado por el mismo sistema franquista, se hubiese convocado un referendum por medio del cual el pueblo expresase qué modelo de estado prefería, entre monarquía y república? ¿Acaso el hecho de que lo ilegítimo se haya disfrazado de legal por unas leyes ad hoc que garantizan, -no la decencia institucional, sino la permanencia de la misma ralea de caciques en el poder, absolutamente de espaldas al pueblo-, puede convertir en moral e incluso en jurídicamente aceptable esta situación depravada e hipócrita?
Cuando se acepta un atropello así, por muy republicano que uno se proclame, no se está diciendo viva el pueblo, ni tampoco libertad, igualdad ni fraternidad, sino que se está proclamando, como Casado:viva el rey. Algo que se puede afirmar con palabras y con actos de acatamiento.
Si un sistema se degrada y degenera de tal modo, que un comunista acabe por decir con su actitud, viva el rey, ya cualquier cosa inimaginable puede suceder. Es un daño, ética, social y políticamente demoledor. Una realidad delirante como mínimo. Se ha elegido qué cariz dar a la realidad, se ha empleado libertad legalmente, pero en conciencia ¿es legítimo? Recordemos que la legitimidad es la corroboración sinónima de veracidad, de autenticidad. ¿Quién ha dejado de ser auténtico, quien de los dos personajes finge: el comunista o el monárquico? Porque es una verdadera contradictio in terminis.
Obviamente, querido poeta, lo que conciencia no da, Salamanca no lo presta. Más bien, se diría que lo resta. Y Cervantes lo sabía perfectamente.
Obviamente, querido poeta, lo que conciencia no da, Salamanca no lo presta. Más bien, se diría que lo resta. Y Cervantes lo sabía perfectamente.
Y yo, en mi modesta y sentida opinión lo siento de veras, por todos y todas, también por ti, hermano poeta. Especialmente, Por Cervantes, por Calderón, por Machado, por Lorca, por Juan Ramón, por María Zambrano, por Mª Teresa León y Rafael Alberti, por Gloria Fuertes, y muy especialmente, por ese Miguel Hernández, tan hermano del alma, hermano. como Juan de Yepes,,,que en mi adolescencia, junto a Unamuno, Baroja, Pepe Huerro, Vicente Gaos, Eladio Cabañero, y a tantos y a tantas, que me abrieron la conciencia, la mente y el corazón, como mis abuelos maternos, junto a unos profesores/as heroicos/as de verdad, que se jugaron la carrera, la cátedra y hasta el cuello, por explicarnos la verdadera historia y el significado revolucionario de los libros como inspiración para la vida sobre todo, y más aun para la escritura, ante una realidad vergonzante que en la calle era un falsete y un escarnio, muy similar a lo que ahora tenemos, no en las formas, sino en el fondo.
Afortunadamente la realidad tiene innumerables ventanas, y por ello los paisajes y la visión pueden ser tan distintos...afortunada y libertariamente. Y sin embargo, siempre paisajes hermanos. Aunque, sin duda, unos más cercanos que otros. Es inevitable.
Y gracias al gran Todo que lo hace posible pasito a paso. Golpe a golpe, verso a verso, cara a cara, vida a vida...
Afortunadamente la realidad tiene innumerables ventanas, y por ello los paisajes y la visión pueden ser tan distintos...afortunada y libertariamente. Y sin embargo, siempre paisajes hermanos. Aunque, sin duda, unos más cercanos que otros. Es inevitable.
Y gracias al gran Todo que lo hace posible pasito a paso. Golpe a golpe, verso a verso, cara a cara, vida a vida...
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