viernes, 23 de noviembre de 2018

Interesantísimo. Verba volant sed facta manent (las palabras vuelan, pero los hechos se quedan). ¡Gracias, Marga Mediavilla!

Escenarios para evitar el colapso. ¡Manos a la obra!

Es urgente articular soluciones ambiciosas y que vayan a la raíz del problema: la enorme insostenibilidad de nuestra sociedad
Marga Mediavilla

<p>Cambio climático</p>
Cambio climático
Malagón
21 de Noviembre de 2018
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Cuando el señor Brufau, presidente de Repsol, empieza a decir lo mismo que Antonio Turiel,  Jean Laherrère y el modelo MEDEAS, una empieza a pensar que quizá los “agoreros” no nos equivoquemos tanto como dicen.  La semana pasada se hicieron públicas unas declaraciones del presidente de Repsol en las que aseguraba que, antes de 2020, la creciente demanda de petróleo no va a poder ser satisfecha porque las petroleras no están invirtiendo “lo suficiente” en nuevos pozos.
Esto no es nuevo: la Agencia Internacional de la Energía lleva años hablando de ello. Muchas otras personas también llevamos años diciendo lo mismo, aunque usando palabras diferentes. En lugar de hablar, como el presidente de Repsol, de “dificultades para rentabilizar las inversiones”, hablamos de descenso de la tasa de retorno energético; en lugar de hablar de “falta de inversión en exploración” hablamos de agotamiento de los yacimientos y pico del petróleo.
Es evidente que si las petroleras no invierten en nuevos pozos es porque saben que no puede haber rentabilidad económica si las cuentas de la energía no cuadran
Pero, en el fondo, hablamos de lo mismo. Es evidente que si las petroleras no invierten en nuevos pozos es porque saben que no puede haber rentabilidad económica si las cuentas de la energía no cuadran y también saben que la tasa de retorno energético de los nuevos yacimientos es muy baja. Si se necesita más energía para buscar y extraer petróleo que la energía que luego se puede vender, no es extraño que nadie se fie de las nuevas exploraciones: ni petroleras, ni inversores, ni científicos “agoreros del peak oil”. Sinceramente, me gustaría que los agoreros nos equivocásemos un poco más, porque, desde que en 2014 nuestro grupo empezó a publicar los resultados de sus modelos, hemos acertado en muchas cosas, y ninguna de ellas buena.
Los modelos de nuestro grupo de investigación (GEEDS-Uva) –que no son sino grandes conjuntos de ecuaciones simuladas por ordenador– nos permiten prever la evolución de los recursos energéticos y la economía mundial. Las primeras versiones fueron realizadas en 2011 con el modelo WoLiM y  actualmente estamos trabajando en el modelo MEDEAS, desarrollado dentro un proyecto financiado por la UE dentro del programa H2020 y realizado en colaboración  con un consorcio de 12 universidades y centros de investigación de diversos países europeos. Después de todos estos años de estudio, estamos viendo que los hechos corroboran en gran parte nuestros resultados.
Hablábamos, por ejemplo, de que la economía no iba a seguir creciendo como en décadas pasadas y también de que la adaptación exclusivamente tecnológica al pico del petróleo no iba a ser posible. La realidad de esta década confirma que los escenarios que llamábamos 1 y 2, de crecimiento y optimismo tecnológico, no se han cumplido: la economía mundial está encontrando cada vez más dificultades para mantener sus tasas de crecimiento, las energías renovables crecen a ritmos muy inferiores a los necesarios y el desarrollo de los vehículos eléctricos es ridículo frente a lo que se preveía hace una década –en 2013 la IEA estimaba que habría 20 millones de vehículos eléctricos en 20120 y a día de hoy su número apenas llega a los dos millones–.
Dado que la escasez energética es bastante evidente y las soluciones tecnológicas están fallando, es urgente articular soluciones mucho más ambiciosas y que vayan a la raíz del problema: la enorme insostenibilidad de nuestra sociedad. Si no lo hacemos, tenemos un tercer escenario de colapso asegurado: crisis económicas, guerras por los recursos, regímenes autoritarios, refugiados… Urge empezar a diseñar un horizonte a la vez posible y deseable, basado en cambios de estilos de vida, profundas transformaciones sociales y tecnologías apropiadas. Esto es lo que llamamos escenario 4 o postcrecimiento, escenario que todavía no está implementado en nuestros modelos y del que aún no tenemos resultados, pero que vemos urgente empezar a diseñar.
¿Es imposible realizar una transformación de ese calibre? Es muy fácil decir que sí y dejarse llevar por la desesperación
¿Es imposible realizar una transformación de ese calibre? Es muy fácil decir que sí y dejarse llevar por la desesperación. Pero, cuando oigo estos razonamientos, no puedo evitar pensar que los habitantes de este siglo XXI –las generaciones mejor formadas, mejor alimentadas y con más recursos que han pisado el Planeta– parecemos niños mimados cuando hablamos con ese derrotismo. Si nuestros tatarabuelos y tatarabuelas –que levantaron pueblos y ciudades trabajando con sus manos, sin ayuda de combustibles fósiles ni conocimientos científicos– nos vieran, probablemente pensarían que somos una panda de indolentes e idiotas.
Además, cuando una lee sobre cosas tan fantásticas como la agricultura regenerativa  o la bioconstrucción –capaces de producir alimentos y  construir viviendas realmente bellas, que requieren un uso mínimo de energía, muestran muy buenos rendimientos económicos y además regeneran la biodiversidad– empieza a pensar que la única razón por la cual no estamos ya viviendo un escenario 4 son todos esos cientos y cientos de ideas obsoletas que pueblan nuestras mentes y nos atrapan en modos de vida ridículos, infelices, ineficientes y antiguos.
Así que... dejemos de perder tiempo y empecemos a esbozar ya cómo sería un escenario 4, que, por ejemplo, se podría basar en cosas como estas:
– Se implementan cambios radicales en la concepción de la economía. Los países tienen como primer objetivo de su política la consecución del máximo bienestar humano dentro de los límites de la sostenibilidad. El PIB deja de ser una medida de la marcha de la economía y es sustituido por indicadores como la huella ecológica, la felicidad interna, la TRE (Tasa de Retorno Energético) y la conservación del capital natural.
– Se emprenden ambiciosas campañas de concienciación para conseguir que cada profesional, cada familia, cada campesino y cada empresa piense en las posibilidades de ahorro energético en su actividad diaria. Se habla ampliamente de los límites del crecimiento y se consigue, en pocos años, cambiar la mentalidad consumista. Vivir en armonía con la naturaleza y tener modos de vida de austera abundancia se convierten en motivos de prestigio social.
– Se establecen fuertes impuestos sobre la energía. Esto permite reducir impuestos a la contratación de personas, lo que baja el desempleo.
– Las ciudades se transforman radicalmente. El automóvil privado desaparece de las calles y es sustituido por todo tipo de vehículos ligeros, algunos de ellos eléctricos: bicicletas, triciclos, patinetes... Los vehículos pesados sólo son permitidos en entornos rurales, normalmente alquilados. Se fomenta la migración hacia ciudades de tamaño mediano y pueblos, donde el transporte y la alimentación es menos problemática.
–  Los estados financian planes de reforma de las viviendas para hacerlas energéticamente eficientes. Los tejados y fachadas de las casas se llenan de captadores solares para calefacción, agua caliente, cocina y electricidad.
– Las huertas urbanas reciclan los residuos orgánicos, las aguas fecales se tratan con filtros verdes. Los residuos plásticos se eliminan con fuertes impuestos al uso de envases y la aplicación de severas políticas de separación de basuras.
–La agricultura se transforma completamente hacia el modelo ecológico, regenerativo y local, lo que consigue unos ahorros energéticos enormes en todo el sector alimentario. La adopción de la agricultura sin laboreo y el manejo holístico del ganado consiguen revertir la desertización y la pérdida de suelos de amplias regiones del planeta.
– La presión de un enorme movimiento de consumidores vegetarianos y los peligros asociados a la resistencia a antibióticos hacen que se prohíban las prácticas de cría industrial del ganado. La ganadería queda restringida a los métodos extensivos, preferentemente con manejo holístico y pastoreo racional. Esto reduce la presión de la soja sobre las selvas tropicales, libera una gran cantidad de tierras para bosques y aumenta la cantidad de alimentos disponibles en los países empobrecidos.
– La agricultura urbana y periurbana consigue satisfacer gran parte de las necesidades de alimento de las ciudades y crean numerosos puestos de trabajo. Esto compensa la pérdida de empleos causada por la quiebra de los grupos empresariales ligados a la industria química y el automóvil.
– Las industrias ven claramente que no basta con utilizar energías renovables para los mismos procesos obsoletos del siglo XX: es preciso repensar todas las actividades para adaptarlas a la eficiencia energética, el reciclado total de minerales y el uso directo del calor solar. La producción se relocaliza, se pierde en eficiencia y aumentan los costes de producción, pero se generan más puestos de trabajo, lo que termina equilibrando el poder adquisitivo de los trabajadores.
– Los planes de I+D+i se orientan hacia la solución de los principales problemas de la humanidad: reverdecimiento del planeta y adaptación al cambio climático, protección de la biodiversidad, reciclado de los minerales claves para la tecnología, almacenamiento de energía, sustitución de compuestos tóxicos, eliminación de residuos plásticos, recuperación de pesquerías, ahorro de agua, etc.
– La competitividad, el individualismo y el consumismo dejan de ser valores socialmente aceptados. La cooperación se convierte en el valor básico en las relaciones humanas. El arte, la ciencia, la espiritualidad y las religiones hacen de la armonía entre la humanidad y la biosfera su principal interés.
– Se revaloriza y se da poder real a las Naciones Unidas, encargadas de coordinar la transición ecológica de la humanidad. Las guerras y los conflictos internacionales disminuyen enormemente porque se llega a la conclusión de que la guerra por los recursos gasta más energía de la que consigue.
– Los cinturones de miseria de las ciudades del Sur desaparecen, se vuelven a poblar las zonas rurales y se prima la producción de alimentos para el consumo local frente a la agricultura de exportación y los biocombustibles (sólo autorizados para vehículos especiales). Las políticas de regeneración de suelos, apoyo a la agricultura campesina y reverdecimiento del planeta consiguen que la desnutrición y la pobreza severa desaparezcan. La población humana se consigue estabilizar en un número sostenible mientras crece en todo el planeta la cantidad de animales, plantas y vida silvestre. La biodiversidad se recupera después de la Sexta Gran Extinción que, oficialmente, ya se da por concluida.
En fin, quizá es excesivamente utópico este escenario 4 pero, para eso sirve la utopía, como decía Galeano, para ser inalcanzable y obligarnos a caminar.
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Marga Mediavilla es doctora en Ciencias Físicas y profesora de la Escuela de Ingenierías Industriales de la Universidad de Valladolid. Pertenece al grupo de investigación en Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid (GEEDS-Uva). Es miembro de Ecologistas en Acción y escribe regularmente en la Revista 15/15/15, el blog Última Llamada de El Diario y su blog personal Habas Contadas.

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