martes, 27 de noviembre de 2018

Memoria histórica


Era el año 1957. Pleno franquismo salvaje. Yo ese año cumplía los 10, eran vacaciones y pasaba unos días con mis abuelos maternos en Puertollano. 
Una mañana en el desayuno mi abuelo me propuso acompañarle al juzgado para que viese en directo como es un juicio; era el día de la sentencia de un caso raro, muy raro, entonces como ahora.
En 1940, recién acabada la guerra, mis abuelos tenían una casa propia en un barrio obrero, que adquirieron en 1935 con lo que recibieron de herencia por la parte catalana de la familia. Esa casa estaba vacía a la espera de que mi abuelo, guardia civil, se jubilase y  dejase de estar destinado de acá para allá. 
Una noche de invierno, en 1940, haciendo servicio de vigilancia en la estación de ferrocarril de Puertollano, mi abuelo encontró a una familia compuesta por un matrimonio y cuatro hijos pequeños, durmiendo en los bancos a la intemperie. Habló con ellos, y les ofreció dejarles su casa vacía, por supuesto gratis, hasta que se pudiesen pagar un alquiler cuando el padre encontrase trabajo y con tal de que eso fuese antes de la jubilación de mi abuelo porque entonces la necesitaría.Para esa jubilación aun faltaban unos años, por eso a los abuelos no les importó que aquella familia estuviese ocupando la casa. 

El abuelo se jubiló como guardia civil en 1950, pero siguió trabajando con la abuela, como administradores de una residencia del Empleados del INI en la Empresa Nacional Calvo Sotelo,(ENCASO) que ahora es Repsol. Como tenían vivienda asegurada en el trabajo, no reclamaron su casa a los refugiados, que en 17 años vivieron allí  sin pagar alquiler mientras los abuelos pagaban el IBI anual, que entonces se llamaba el arbitrio municipal.  Pensaban que a aquella familia numerosa y sin recursos no era cosa de cobrarle un alquiler si ellos ya tenían un techo y dos sueldos, más la jubilación del abuelo. Pero entonces, llegó la jubilación en la ENCASO, el abuelo ya tenía 68 años y era hora de dejar paso a la gente más joven y con más necesidades. Unos años antes de la definitiva jubilación, el abuelo fue a hablar con la familia acogida y les pidió que fuesen buscando casa porque pronto llegaría la hora de jubilarse del todo y cuanto antes avisase, mejor, para evitar agobios de última hora. La respuesta del acogido fue brutal. Aseguró que no solo no pensaba irse, sino que el estado le protegía por ley, máxime, si no había de por medio un contrato de alquiler ni un solo recibo pagado, que demostrase que la casa era de mi abuelo y no suya. 
Los abuelos tuvieron que buscar un abogado y les costó nada menos que cinco años de pleito, desde 1952 a 1957. Y además el estado obligó a los abuelos a pagar una indemnización al "perjudicado" y desagradecido jeta, con la que arreglase su problema de vivienda.

Nunca olvidaré la conversación entre el abuelo y el abogado de la familia.

- No se puede ser tan buenos, don Manuel, que la gente es mala.

- Me da igual cómo sea la gente, Pinilla. Preferiría que todos fuesen decentes, qué duda cabe. Pero una cosa le digo: si mañana me encontrase con una familia en la misma situación y yo dispusiera de una casa vacía, haría lo mismo que hice entonces.

- Pero ya ve usted que le ha tocado pagar injustamente a un sinvergüenza que no se lo merece.

- Es un riesgo más que se afronta en la vida; pero el bien estar que produce ser y sentirse  humanos de verdad, tratar a los semejantes como a uno mismo le gustaría ser tratado en casos parecidos, y tener la conciencia en paz vale más que todo el dinero del mundo.

P.D.
Cuando en tu infancia has presenciado cosas así como normalidad diaria, algo te cambia la visión del mundo para siempre y te asegura en la práctica que la decencia y la ética no son palabras ni discursos. Los abuelos las pasaron canutas en la guerra. Nunca fueron rencorosos sino todo lo contrario. Generosos y justos de verdad. Con un talante sano y lleno de esperanza en que las cosas cambian si uno se empeña en cambiar a mejor cada día. Y no lo dicen ni lo predican:lo hacen y eso basta.
Deberíamos ser más críticos con nuestra fantástica, superficial, descerebrada y cada vez más desalmada manera de comportarnos si tenemos que educar a los ciudadanos del futuro, que ahora son niños y adolescentes y aprenden de lo que ven más que de lo que se les dice. Luego nos quejamos de cómo está el percal sin mirar y revisar lo que el percal ha visto para llegar a semejante estercolero.

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