jueves, 5 de noviembre de 2020

Quiero presentar este post que he encontrado buscando el libro de Alexis de Tocqueville "De la democratie en Amérique" que cita Elisa Beni en su artículo de hoy. Recomiendo la lectura comparada de ambos trabajos para sacar conclusiones interesantes que nos aclaren cómo valorar la importancia y el interés por los EEUU de América del Norte, no de América como absoluto. No olvidemos que el poder absoluto existe sólo porque millones de seres humanos lo deciden así. Y que poder como concepto inmaduro y brutal significa mandar y oprimir hasta que se cumpla lo mandado, independientemente de la catadura moral, de la humanidad , la justicia y de que se busque o no, el bien común y no los interses de un grupo empoderado al máximo, incluso por una democracia más perdida que el alambre del pan de molde, que tantas veces es solamente la tapadera de un conjunto de intereses egoístas grupales incapaces de cooperar si no llevan la batuta; la otra acepción del concepto "poder" es la capacidad para idear y realizar el bien común sin tapujos interesados y opacos de por medio, creando instrumentos y herramientas sociales, colectivas y participativas imprescindibles para esa finalidad, y que por supuesto sean los medios éticamente adecuados a la sana y justa finalidad que se pretende lograr. Que ese concepto de democracia sana no existe en el imperio de Mordor y sus orcos borderline, ya lo estamos viendo en USA como en España...En fin, leyendo a De Tocqueville se ve venir el marrón y leyendo el auto de fe de Elisa Beni, se comprueba que el marrón ya está aquí en plena epifanía postdemocrática ¡ y sin que nunca se haya sido plenamente democráticos, tomayá efectos especiales! Desde su inauguración periclera en el siglo V a. J.C, sólo a ráfagas con variedad de tiras y aflojas, el demos ha entrevisto la crathía, lo mismo en la Grecia que se cargó a Sócrates y machacó a Temístocles, que en los USA que se hicieron de oro con la esclavitud y el dogmatismo "democrático" confunciendo la velocidad del imperio con el tocino del egocentrismo geopolítico,que en España convirtiendo por arte de magia una dictadura en madre amantísima de la democracia; las taras entendidas como derechos y deberes, han sometido a las mejores intenciones.Aquí dejo estas aportaciones reflexivas. Ah, gracias a Elisa Beni, a eldiario.es y al colectivo antimilitarista La Tortuga (lenta pero segura, en fin...Ains!)

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Alexis de Tocqueville: "La democracia en América"

Lunes.3 de agosto de 2020 85 visitas 
Un libro al día. #TITRE

Título original: De la démocratie en Amérique
Idioma original: francés
Traducción: Raimundo Viejo Viñas
Año de publicación: 1835-1840
Valoración: Muy interesante

En 1831 Alexis de Tocqueville fue enviado a Estados Unidos para estudiar su sistema penitenciario. Permaneció allí solo nueve meses, pero fue tiempo suficiente para interesarse profundamente por aquel nuevo país. A su regreso continuó estudiando la cuestión, publicando en dos partes La democracia en América, un texto fundamental en las ciencias políticas, con múltiples conexiones con otras áreas, como el Derecho, la Historia o la sociología.

Estados Unidos era un país independiente desde hacía poco tiempo, y lo que encuentra Tocqueville es algo bastante insólito: un Estado democrático establecido sobre una tierra virgen de dimensiones todavía desconocidas y constituido por colonos, sin jerarquías ni clases sociales, o sea, algo tan radicalmente diferente de la vieja Europa que le mueve a intentar estudiarlo en su totalidad y deducir consecuencias. Por fijar los conceptos, hay que decir que lo que llama democracia no es exactamente lo mismo que nosotros entendemos hoy en día (una persona, un voto; un sistema representativo) sino, en términos generales, la igualdad de condiciones. Ese es justamente el corazón de la sociedad estadounidense, un colectivo de ciudadanos llegados de la metrópoli en busca de una vida mejor a la que todos tienen derecho por igual, y solo su capacidad determinará el éxito o fracaso. Se puede decir que el concepto de democracia es por tanto más sociológico que político o jurídico, y sobre ese enfoque construye Tocqueville la contraposición entre democracia y aristocracia que ocupa la mayor parte del libro.

Ese pueblo de colonos se constituye en un régimen democrático y básicamente igualitario (luego hablamos de la esclavitud), formado por unidades territoriales más pequeñas (Estados, condados, comunas). En base a sus intereses comunes, los ciudadanos delegan en un poder central algunas competencias básicas, estructurándose un sistema complejo que Tocqueville analiza en la primera parte de la obra. Se definen los contrapesos entre los tres poderes (en principio, todos electivos) que ya había definido Montesquieu un siglo antes, y entre los distintos ámbitos territoriales, con la idea básica –que de alguna manera ha llegado hasta la actualidad- de una cesión de soberanía hacia el Estado que siempre es limitada, porque el ciudadano (no olvidemos que se trata de individuos que llegaron por su cuenta y riesgo a buscarse la vida) nunca está dispuesto a perder su parcela de decisión individual.

Es el gran rasgo definitorio de la sociedad norteamericana que Tocqueville –a falta de otros ejemplos similares-extiende a todo modelo democrático: el individualismo. Un individualismo feroz cuyo objetivo fundamental es la riqueza, el bienestar material, y que apenas se compensa con cierta tendencia al asociacionismo. Individualismo y materialismo (ya se pueden adivinar algunos rasgos de la sociedad norteamericana que persisten dos siglos después) dan lugar a la valoración del trabajo como una actividad honorable, frente al desprecio que la aristocrática Europa (Inglaterra sobre todo) muestra frente al desempeño de toda actividad productiva. Esa dicotomía Europa/América (Estados Unidos), o aristocracia/democracia se convierte en el método que sostiene la muy extensa exposición de Tocqueville. Buscando siempre ese contraste se explican las múltiples perspectivas de la sociedad americana: la religión, la filosofía, el lenguaje, el arte, el comercio, la familia… No negaré que llega a cansar un poco esa contraposición permanente, además de resultar claramente forzada en algunos casos, porque da la impresión de que se empieza por las conclusiones para después encajar los motivos.

En su búsqueda de dualidades, Tocqueville encuentra por supuesto la más evidente: la condición del hombre blanco frente a los indios nativos y los negros. Es un retrato durísimo y esclarecedor en el que se describe la absorción de los indígenas por los occidentales triunfantes, el proceso de desaparición de la esclavitud y las consecuencias de ambos. Es, al margen de las reflexiones en torno a la democracia, la parte más intensa del libro. El autor francés capta con una clarividencia brutal el cambio de concepto que se opera sobre el negro, que pasa a ser un hombre libre, pero llevará para siempre el estigma de su origen y su raza: ya no es tratado como esclavo, pero siempre seguirá siendo despreciado, incluso en los Estados no esclavistas. Por cierto, que también Tocqueville anticipa la posibilidad de una guerra civil por causa de la esclavitud, lo que ocurriría veinte años más tarde.

Hay que decirlo ya: Tocqueville, buscando una obra total, quiere explicarlo todo y encajar en sus categorías cada uno de los aspectos de esa sociedad que descubre entusiasmado. Aunque su estilo es limpio y neutro, es también prolijo, detallista hasta el extremo y también bastante repetitivo, lo cual no se puede negar que abruma en ciertos momentos de libro tan extenso. Pero es indudable que se trata de un texto excepcional. Por no alargarme demasiado, lo sintetizo en tres aspectos:
- La democracia: Tocqueville cree haber encontrado la materialización de este concepto jurídico-político en un país nuevo, lo examina, estudia sus mecanismos, se asombra de hallar una sociedad igualitaria y ve en ella el camino por el que hacer realidad lo que a mediados del siglo XIX parece todavía utópico
- El liberalismo: esa sociedad norteamericana parece el sustrato perfecto para ver crecer el mundo liberal que sueña Tocqueville. Por eso subraya una y otra vez los peligros que le acechan: el despotismo (dictadura de la mayoría), la centralización y el intervencionismo, es decir, todo lo que menoscabe la libertad y la iniciativa individual
- América (Estados Unidos): se ha dicho que La democracia en América es el libro definitivo sobre este país, aun cuando era todavía un recién nacido y apenas ocupase la mitad del territorio actual. Pero sí: es realmente una obra descomunal, la definición integral y profunda de un país como seguramente será difícil encontrar otra semejante.

Claro está que estamos en la Tochoweek, que aquí van muchos cientos de páginas que no es fácil digerir a no ser que nos interese mucho. Pero quizá merece la pena intentarlo: nos esperan ideas y conceptos fundamentales en la ciencia política de los últimos doscientos años, y aspectos muy interesantes, y algunos plenamente actuales, acerca de un país y una sociedad que, nos guste más o menos, ha sido y es determinante en todos los aspectos de nuestra Historia reciente.

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Paisaje roto en el retrovisor

 
eldiario.es 

"La polarización puede despedazar las reglas democráticas (…) cuando eso sucede, la democracia está en juego"

Levitsky y Ziblatt. Cómo mueren las democracias

Aunque lo percibamos dentro de un envoltorio de show televisivo, aunque suene parecido a un minuto y resultado, lo cierto es que el gran interés de los comicios norteamericanos no es saber qué estado se decanta por uno u otro candidato, ni vivir el vértigo del último segundo en el apoyo a un candidato que nos parece más próximo, sino observar por el retrovisor de las democracias europeas cómo arde y se destroza el paisaje institucional en la que otrora fuera el espejo democrático del mundo, el adalid heredero de las antorchas griegas y una avanzadilla de las revoluciones continentales. Lo tremendo es ver si Tocqueville salta por los aires mientras ponemos nuestras barbas a remojar y observamos y analizamos los tremendos errores que no vamos a ser capaces de enmendar. 

Más allá de los aranceles a nuestros productos, de la defección del pacto climático, del Usaxit norteamericano de la OTAN, del desprecio de todo lo pactado tras la II Guerra Mundial, del hecho de que nos consideren no blancos, más allá de todo eso, lo más urgente y lo más inquietante de las elecciones norteamericanas es comenzar a ver un atisbo de lo que le queda por delante al mundo occidental. Si el pueblo americano se queda atrapado en la polarización, si la no realidad logra vencer en el espectro político, si los diques de control y de protección democrática norteamericana caen o se ven socavados, ya tendremos la respuesta a la quiebra de una civilización que no va a ser capaz de resistir en Europa mejor de lo que lo haga allí. El siglo ha despertado y ese primer desperezarse, con todas sus amenazas, lo estamos viendo adormilados y con las pestañas pegadas en una transmisión televisiva. 

Grandes politólogos norteamericanos como Levisky y Ziblatt, estremecidos por el impacto del populismo trumpista en las estructuras institucionales de un país que era el abanderado de la civilización de la democracia occidental, ya preveían que tras el primer mandato de Trump cabían tres escenarios, todos sombríos, pero alguno de una nota siniestra probablemente irreparable. Esto es lo que observamos frente a las pantallas comiéndonos las uñas y descubriendo dónde está Wisconsin. ¡Ningún programa en maratón ha podido contar con Alexis de Tocqueville entre sus comentaristas para analizar si asistimos al desmoronamiento del sistema!. 

Los tres escenarios predichos eran los siguientes: a) una rápida recuperación democrática, Trump cae o no es reelegido b) Trump gana y sigue adelante con su plan para conseguir una mayoría nacionalista blanca que impere en el país o c) Trump fracasa pero la polarización continúa y se mantiene la brecha insalvable entre partidos. Ellos mismos daban por sentado que la primera opción era imposible dado que la subversión de las reglas democráticas comenzó antes de la llegada de Trump y la destrucción de los guardarraíles democráticos también. Así que aquí estamos, periodistas exhaustos y ciudadanos ajenos, comprobando si las votaciones nos ponen en el escenario que aboca a la destrucción inmediata, el b, o en el que todavía nos dejaría unos instantes de agonía con un presidente como Biden, el c. Ninguno halagüeño. 

Todo lo que ha llevado a esta situación en Estados Unidos se ha ido reproduciendo en Europa. Mientras se producía el recuento, Le Pen se frotaba los hocicos en Twitter augurando que este recuento agónico será el próximo destino de Francia. No olvidemos que en Francia no gobierna ella sólo y exclusivamente porque las fuerzas democráticas convencionales se apearon de sus peleas y convicciones para impedirle llegar al Elíseo. Macron no es un líder sino una plegaria ante la destrucción interna. Es curioso que se trate de los dos países pioneros en el despliegue constitucional y democrático, los dos que Tocqueville estudió como paradigmáticos en Inéditos sobre la Revolución y La Democracia en América.

Todas esas tendencias, todos esos guardarraíles rotos, todas esos contrapesos y esa relevancia democrática del pueblo eligiendo lo que más le conviene, con información real, se están desmoronando también en nuestro país. Esa amenaza trumpista de parar la votación cuando a él le favorece o de cuestionar el voto por correo, institucionalmente regulado, o de hacer flotar la sombra de la duda sobre el proceso, también se han asomado tímidamente a nuestra reciente democracia.  Hemos oído hablar de mociones de censura mentirosas, de gobiernos ilegítimos y aunque no se haya conseguido nunca minar la confianza afianzada de los españoles en los mecanismos democráticos y electorales, esa amenaza continúa ahí y están prestos a usarla. Si Donald Trump carga y dispara ese arma de destrucción masiva, tal letal para una democracia como la bomba de Hirosima, si aprieta ese botón rojo, entonces estemos seguros de que esa destrucción de los principios de confianza democrática llegará hasta nosotros, como una onda expansiva retardada, y terminará por enterrar nuestras libertades en sus cenizas.

Por eso, y no por la adrenalina del minuto y resultado, estamos enganchados a un proceso ajeno, extraño y regido por un reloj enloquecido, que nos tiene en vilo.

No preguntes por quién doblan las urnas, doblan por ti. 

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