¿Panelecciones en Estados Unidos de Norteamérica?: ¿Y mi derecho a votar?
En este año de 2020 en el que cada día, a todas horas, utilizamos el término "pandemia", con ese prefijo "pan" significando "totalidad" o "conjunto", lo que sería la afectación o propagación de algo –un virus, por ejemplo– por el mundo, parece haber habido unas "panelecciones". Sí, las habría habido en los Estados Unidos de Norteamérica, con un resultado que ya conocemos y que no es ni más ni menos que el reflejo de la voluntad libremente expresada por la ciudadanía de aquel país. No menos que esto, pero tampoco más.
Ahora bien, más allá de cualquier reflexión sobre su sistema electoral, el desarrollo de la campaña, la rapidez o lentitud del recuento de votos y la determinación de la persona ganadora y otras muchas cuestiones sobre las que se ha hablado hasta la saciedad estos días y de las que yo, lo confieso, no sé más que cualquiera, me interesa plantear otro tema sobre el que no he oído comentar apenas.
Porque, ciertamente, se da la circunstancia de que este resultado, la elección de Joe Biden como presidente –o el contrario, si así hubiera sido–, parece que vaya a tener efectos en todo el mundo. Es claro que va a ser así. No se puede negar. Pero probablemente convenga reflexionar sobre su razón y su alcance. No es de dudar que no sea irrelevante a qué partido pertenezca dicho presidente ni su ideología ni quién sea concretamente dicha persona. Estos son, en efecto, factores que inciden –y mucho– en cualquier terreno, en los procesos de toma de decisión, en las decisiones mismas y, dentro de ellas, en las relaciones internacionales en todas sus dimensiones –política pura, si es que esto existe, y económica, cada una con sus múltiples derivadas– por lo que, sin duda, su influencia será notable. Como lo es la de cualquier otro Estado con un potencial similar y como debiera serlo la de cualquier otro, por pequeño, pobre y alejado –¿de dónde, de qué centro geográfico?– que sea.
Es claro que las elecciones presidenciales norteamericanas reciben una atención enorme –excesiva, en mi opinión, o al menos no fácilmente explicable–, tanto de los medios de comunicación como de los partidos políticos y sus representantes, lo que, a su vez, genera una gran expectación ciudadana y una sensación –¿cierta?– de que nuestras vidas –y haciendas– dependen de lo que allá ocurra.
Ha bastado desde hace bastantes días con leer la prensa, escuchar la radio o ver la televisión para apreciarlo. Incluso en estos momentos tan complicados en relación con la transmisión del coronavirus y las medidas restrictivas que cada día se adoptan para combatirlo y los problemas de toda índole de ello derivados, incluso ahora, esas elecciones abren y ocupan portadas y páginas y muchos minutos por delante de cualquier otra noticia. Ya he dicho que tiene su relevancia, pero creo que conviene ponerla en sus justos términos y argumentar al respecto.
Pongo un ejemplo bien revelador de lo que pretendo decir. Elijo este ejemplo únicamente por su claridad y su utilidad para lo que quiero expresar. Andoni Ortuzar, presidente del PNV, ha publicado en su cuenta de Twitter lo siguiente: "Zorionak… El mundo no puede estar en manos de populistas, negacionistas e insolidarios. Ojalá la nueva presidencia americana impulse una política exterior abierta y colaborativa que conduzca a un orden internacional más justo y democrático". Podría suscribir palabra por palabra este mensaje y tantos otros que se han pronunciado en términos más o menos similares, pero tengo alguna objeción importante sobre la idea que subyace.
Ciertamente, se nos está imbuyendo la idea de que "el mundo" depende de quién sea el presidente de aquel país, lo que solo debiera ser verdad en parte, como antes he dicho. En otra parte no menos relevante, lo cierto es que "el mundo" solamente dependerá de ello si el resto de países –o la mayoría de ellos– hacen dejación de sus ideas, compromisos, responsabilidades y obligaciones. Nunca he comprendido, porque no he querido hacerlo, las diferencias de trato entre países, las altas exigencias de calidad democrática y respeto a los derechos humanos a unos países –lo que es impecable, aunque habría de cuestionarse quién y cómo se miden– y no a otros –los Estados Unidos de Norteamérica entre ellos–, o el pavor que se siente incluso en la UE cuando allí se toman determinadas decisiones, normalmente económicas. Ya sé que si, por poner un simple y fácil ejemplo, se imponen determinados aranceles a ciertos productos, ello va a tener efectos económicos negativos por aquí, pero lo cierto es que ello debiera tener la misma respuesta que se considera adecuada para cualquier Estado.
No pretendo olvidar el gran logro que ha supuesto para la humanidad el progreso de la diplomacia y del asentamiento de relaciones internacionales cabales y, por lo general, alejadas del belicismo, pero creo que es hora de dar más pasos en este camino. Sin caer en una ingenuidad estéril, hay que preguntarse quién vigila realmente que los derechos humanos sean respetados por los Estados y qué respuesta ha de darse a vulneraciones graves de los mismos, ocurran en el "país más poderoso del planeta", como tantas veces se lo denomina, o en el más diminuto y desconocido o pobre y débil. Sin olvidar el interés que países mucho menos o nada poderosos tienen en el desarrollo de cauces novedosos para la justicia social.
Y, por todo esto, debiera ser poco o nada relevante quién ganara dichas elecciones. Porque hay logros cuya irreversibilidad debiera proclamarse o exigirse e imponerse incluso de hecho, por las vías de la respuesta política, tanto interna como internacional. O ¿qué hubiera pasado si hubiera ganado Trump como ya lo hizo hace cuatro años? ¿De verdad podemos seguir admitiendo que nuestro Estado y la UE, sin ir más lejos, consideraran que ello inevitablemente va a tener consecuencias negativas sobre nuestras vidas sin actuar en consecuencia? Pero, ¿de quién dependemos realmente?
Si mi vida y la de mis hijos, la de mi pueblo y la de tantos otros pueblos y personas del mundo, dependen irreversiblemente en gran medida del resultado de las elecciones en aquel país, como se nos dice, quiero tener derecho a votar allí y que mi voto se cuente como el resto. Si no puedo votar, no hay derecho a que se me impongan las políticas que allí se hagan ni sus consecuencias sin que mis gobernantes y representantes –estos en cuya elección sí he podido participar directa o indirectamente– tengan la posición de firmeza que ha de exigirse.
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