jueves, 12 de noviembre de 2020

La voz de Iñaki | Nacida para morir antes de cumplir los 7 años

    


Quizás el fallo básico de los distintos conatos de leyes fallidas en el sector español de la Educación sea la ideologización unívoca de las soluciones a los problemas sociales, el empeño por colocar como modelo intocable el sello distintivo/hejemónico  de cada opción ideológica, que no política. Política es la gestión, no el modelo argumental de lo manipulable políticamente. Eso es cuestión de bajeza de miras porque se colocan los intereses ideológicos por encima del bien común, de las verdaderas necesidades de la población. Así fue cuando Ángel Gabilondo propuso la nueva posibilidad de reforma con una ley ejemplar que al final se rechazó porque no se puso por delante el bien de la sociedad sino el hecho de que esa buena ley era bastante mejor que lo habitual, pero...era socialista, no era de "ellos". 

En la gestión de la mediocridad política cuenta siempre mucho más la etiqueta que el contenido, en un estado inteligente sucede lo contrario: la máxima importancia y valor se vuelca en los contenidos que construyen, no en la etiqueta del envase. Pero nuestra cultura, por desgracia, es solo de facha-da, el modelo ideal es el trampantojo, o sea, parecer una cosa que tapa otra, generalmente opuesta a la que se ve. La cultura del maquillaje, de la funda bonita para el edredón hecho polvo y comido por las polillas, a pesar de apestar a naftalina. Entre nosotros la única transparencia vigente y compreobable a golpe de experiencia "normal" es la emocionalidad desaforada, que se nos tira encima y que si  no se quiere compartir en el mismo plan, se sufre sí o sí: el alegrón de la fiesta estrepitosa que no piensa en nadie ni en nada más que en su puntual derecho al berrido como gordo de la lotería, del colocón, de los triunfos aparatosos en lo que sea, negocios, votaciones, glamour y exhibición o en plan Sanfermines, Fallas, Romerías, fútbol, toros y ahora el trending topic... Y por supuesto, en paralelo, el cabreo, la rabia, la pelotera, el "¡aquí mando yo y tú te jodes porque no mandas!" La falta absoluta de atención serena, la incapacidad deseducada de escuchar para aprender del Otr@, del Nosotr@s...Por eso el golpe de estado es el líquido amniótico de nuestra eterna fetalidad social y política, (ambas facetas no son separables). No se puede ser un estado normal si la cultura es fetal, es decir , que aun no ha nacido como tal realidad de cultivo común y particular. 

Cultura en latín tiene dos acepciones muy instructivas: 

a) El hecho de trabajar cultivando los campos (colo, colere, colui, cultum)

b) Cuchillo, objeto que corta (culter, cultellus)

Cultura no es competir, no es imponer, no es manipular, no es aturdir y bloquear la mente humana con toneladas de conocimientos que sin "cultivo" de la tierra  consciente -sin malas hierbas tóxicas, limpia, arada por una voluntad y un deseo de aprender y sorprenderse, por una atención libre de engaños y una disposición para buscar y encontrar verdades antes que fraudes-  no sirven para nada, solo para hacernos más torpes y manipulables, caretas y telones decorados para el trampantojo. Y por ello "eso" de una LODE, LOMCE o lo que sea,  sin fuste no es cultivo ni cultura sino esterilidad y desierto, por el que todo pasa y nada deja huella ni raíces, ni vida asumible por la humanidad. Solo deja caos y fantasmas abortados  y encadenados por un sieteañismo infinito, en el caso español.

Cuando vamos despertando y se distingue la cultura de la cortura, entonces descubrimos la segunda acepción del término: cuchillo, objeto afilado para cortar y discernir separando el rábano de las hojas, no para apuñalar lo que no se entiende, sino para abrirlo, pelarlo y ver qué tiene dentro, estudiar lo que no se entiende fomenta la escucha y el análisis, la reflexión. El instrumento ideal para cortar el cordón umbilical cuando pasamos de la fetalidad a ser humanos completos y autónomos, naciendo al estado de consciencia y abandonando la simbiosis placentaria y totalmente dependiente del útero ppatriótico/ideológico/manipulante. Si es cierto que la patria es madre, que lo demuestre, porque hasta ahora las patrias más bien son hijodependientes a la hora de la verdad. Se trabaja para ellas, se da la vida por ellas, se las defiende y ellas, ahí, en plan consola isabelina o sillería rococó o rey escapista con pastón. Ya está bien. Es imposible que esa patria en ese plan, alcance a entender la necesidad de una Educación que espabile a sus hijos, aunque eso signifique que cambien su régimen de madre soberana, en un tiempo donde la soberanía ya debe gestionarla la familia al completo y no esa especie de Bernarda Alba insoportable, narcisa y más bien border line, obsesionada con el algoritmo de las banderas y su paripé.

Ser ministros de Cultura y de Educación requiere como mínimo ese bagaje elemental para no acabar siendo un fardo y una pesadilla en vez de un gestor adecuado y lúcido. 

El Profesor Ángel Gabilondo fue un ministro a la altura del cultivo y del corte sanador, pero la indi-gestión ideológica del momento político no alcanzó a comprender la valía de su mensaje y de sus propuestas. Cosa, por desgracia, previsible y "natural" es una sociedad culturalmente fetal, que aun no se ha estrenado como cultivadora de unos campos que solo explota, compra, vende, arruina, empobrece y vacía. Exactamente igual que hace con sus territorios y espacios naturales y rurales. 

Si no asumimos nuestra condición de agricultores vitales, nunca alcanzaremos la órbita de la cultura porque en realidad esa órbita es obra nuestra también, aunque tengamos los mejores artistas, dramaturgos, narradores, poetas, pintores, escultores, arquitectos, músicos, cómicos, científicos, pensadores y constructores. Los que  de verdad buscan cultivarse abandonarán la fetalidad de la ppatria y emigrarán a lugares donde se pueda nacer y cultivar la vida que se estrena,  si no lo hacen sufrirán muchísimo. Los que ni siquiera se cosquen de su estado, seguirán en sus plataformas "de charanga, pandereta, cerrado y sacristía" como ya los definió Antonio Machado, desechando leyes y propuestas que podrían sacarles del pozo negro, en el que no se cultiva nada, pero da mucho dinero y poder y sobre todo es una plantación inconfinable de adormidera personal y social que garantiza una estabilidad for ever. 

Si queremos ser humanos de verdad, no arruinemos el campo de cultivo de nuestra especie y aprendamos a ser agricultores de la conciencia. Además de mucho más prósperos materialmente y estar mucho mejor organizados, seremos felices de verdad sin necesidad de que las series de la tele llenen el espacio inmenso que tenemos vacío y susurrando a gritos del alma: "¡Despierta, garrulix,  cultiva el tesoro del Ser y protagonizate en el Nosotr@s!"


P.D. Al escuchar al Profesor Fernández Liria he recordado el único punto que yo no compartía con la propuesta educativa del Profesor Gabilondo: la implantación del plan Bolonia, es cierto, lo vi entonces  y lo sigo viendo ahora como un recorte muy bestia a la universalidad de la formación universitaria  y un fomento descarado de la mercantilización ultra capitalista del conocimiento. Y debo añadir que me sorprendió en el ministro de Educación, filósofo y lucidísimo sin duda,  esa postura pro desmantelamiento de la estructura didáctica universitaria en pro del negocio y la rentabilidad con detrimento de la profundización y la solidez de la conciencia tanto de profesores como de estudiantes, porque le he leído y le leo desde hace años y no me encajaba el uno con lo otro. 

Al final el plan Bolonia se ha impuesto en Europa y el patrimonio de la cultura decente se ha quedado en el trastero por lo que respecta a la imposición del nuevo sistema, no cabe duda de que es otro paradigma de ese "nuevo orden mundial" trivializador y tecnicista exclusivamente, que pende sobre nosotros, como la espada de Damocles, desde el siglo pasado. 

Orwell también se olió la tostada. Su narración en 1984,  - obra aparentemente de ciencia ficción y ahora, cada vez más real-,  recuerda las consecuencias del plan Bolonia cada día más y mucho más de lo deseable. Qué pena.

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