Las vocaciones, Calderón, el bonsái y los palos del sombrajo
¿Qué quieres ser de mayor?, preguntan los mayores a los jóvenes, casi siempre para evitar preguntarse cómo eran ellos en su juventud. ¿Qué voy a ser de mayor?, se preguntan los adolescentes más serios cuando dejan que la responsabilidad entre poco a poco en los ingenuos deseos infantiles.
La vida, por mucho que esté rodeada de circunstancias, es siempre una responsabilidad. El maravilloso narrador peruano Julio Ramón Ribeyro, meditando sobre su tabaquismo, confesaba que había empezado a fumar para vivir más intensamente y, sin embargo, había acabado viviendo para fumar. No es un proceso extraño. La perversión del deseo y las ambiciones está a la orden del día cuando los días se desordenan. Pasan los años, y el patriota conservador que quiso dedicarse a la política para servir a España es capaz de causarle cualquier daño para seguir cultivando su soberbia en la política. Y también hay izquierdistas, vocingleros o no, que acaban hermanados con los poderes más prepotentes y clasistas, sacrificando el pudor a su engreimiento.
¿Hay remedios para estos procesos? Desde el punto de vista social, el tiempo pasa rápido y pone a todo en mundo en su lugar. No hay otro peligro que el de algún espectáculo patético de viejo con puro, yate y novia. Desde el punto de vista personal, todo depende de la raíz. Si las ilusiones nacieron de la ambición del poder y del deslumbramiento ante el dinero, es inevitable una deriva en las aguas sucias. Pero si en la raíz estaba el amor a la patria o a la justicia social, es posible cultivar el pudor y mantener la responsabilidad personal que evite convertirnos en unos viejos traidores de nosotros mismos.
No se trata de seguir teniendo 20 o 30 años toda la vida. Muy necio es el que se vanagloria afirmando que piensa lo mismo que pensaba hace 40 años. Eso supone que vivir no le ha servido de nada y que la experiencia de la realidad le ha aprovechado poco. Pero también es muy estólido en el pudor y su propia dignidad quien se convierte en lo contrario de lo que quiso ser, humillando por soberbia a su propia familia, a los suyos, a los que intentan defender hoy sus valores de ayer. Tenía razón Ortega y Gasset cuando sostenía en las Meditaciones del Quijote aquello de que “yo soy yo y mis circunstancias”. Pero hay algún yo tan Yo que es capaz de llevarse todo por delante en cualquier circunstancia.
La verdadera vocación suele ser un buen remedio de honestidad para tratar con uno mismo. Yo me sentí poeta al final de mi infancia y he tenido suerte en la vida porque he podido dedicarme a la poesía. Mis deseos y mi responsabilidad se han tejido en esa raíz a la que respondo con un egoísmo sano para estar a bien con el paso de mis circunstancias y mis días. La misma ilusión con la que un día descubrí a García Lorca, Alberti, Cernuda, Ángela Figueras, Gloria Fuertes, Ángel González o Jaime Gil de Biedma, busca hoy a los poetas más jóvenes para ver por dónde va este género al que he dedicado la vida. El amor por la poesía me salva de convertirme en un viejo cascarrabias porque descubre siempre voces nuevas que admirar más allá de los debates coyunturales y los prejuicios.
Hace unas semanas leí un tuit de Rosa Berbel, una poeta nacida en 1997, autora de Las niñas siempre dicen la verdad (Hiperión, 2018), un libro que me gustó mucho. En el tuit celebraba la concesión de un premio a otro poeta joven, Javier Calderón (1995), alumno de doctorado en la Universidad de Granada. Enseguida sentí interés en leer Los adioses del trigo (Hiperión, 2020). Pregunté por él en algunas librerías y no se había distribuido aún. Celebré después la llegada a casa de un sobre de Hiperión, pero se trataba del envío de otro libro. Volví a preguntar, hasta que una mañana aproveché el tiempo del café en el trabajo para acercarme a buscar los poemas de Javier Calderón a la Librería Hiperión.
Me han gustado mucho. Los adioses del trigo aborda desde una experiencia joven la complejidad de la vida, la lentitud y la prisa, la inmovilidad y el tiempo, la inteligencia y la sensualidad, el proceso de hacerse y deshacerse. El libro es también una invitación a este hacer de la propia escritura porque empieza en el poema 37 y acaba en el 1. ¿Cómo entender el orden al revés? ¿Los poemas del final son el origen en busca de conclusión? ¿O se trata de empezar por lo logrado finalmente y mantener la memoria de los principios? Yo veo en los poemas de los primeros números un deseo de ser original y en los últimos, es decir, los que están al principio del libro, la capacidad de contar la propia verdad, de sentir la originalidad personal de la propia poesía, sin necesidad de ocurrencias de estilo. Hermoso pedaleo, hermosa mandarina…
Es un buen libro que habla de un amor, una forma de entender la vida y una meditación lírica sobre el proceso de la escritura. 23 años tiene Javier Calderón. Y estoy aquí, leyéndolo en este fin de semana de un difícil otoño madrileño, recordando feliz mis inicios de poeta granadino y admirando su vocación, su apuesta. Se me ha ocurrido contarlo por si a alguien le sirve este consejo pudoroso y modesto del respeto a las vocaciones más profundas, por ejemplo cultivar con cariño un bonsái, planta ornamental atrofiada mediante una técnica de origen japonés, y evitar así que la soberbia le derribe los palos del sombrajo.
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