miércoles, 26 de diciembre de 2018

Un discurso que me repugna escuchar y no escucho desde hace años

El botellón del rey ‘viejoven’


El rey Felipe VI, durante su discurso de Navidad.-


Este año, Felipe VI nos ha sorprendido con una lógica -y tardía- apelación a los/as españoles más jóvenes; exactamente a aquéllos que menos comulgan con una Jefatura de Estado monárquica, según los pocos sondeos privados que manejamos y a falta de un CIS público (pagado por usted y yo) que sigue sin preguntarnos por el papel del rey y familia para hacer menos estruendoso su declive. Innegable.
Esta Nochebuena, el monarca ha salido del palacio para darse una vuelta campechana -aunque sin el gracejo de su padre emérito- por una fiesta de adolescentes, universitarios, veinte y treintañeros emigrados y primeros parados y ha entrado en un piso alquilado que comparten varios/as de ellos para tomarse una copa y hablar de esas cosas que les preocupan. A saber: “la violencia contra las mujeres”, el “futuro” poco halagüeño, las nuevas tecnologías, las “causas sociales”, “la lucha contra el cambio climático y la defensa del medio ambiente”, el paro, la cualificación sin expectativas, la conciliación o la “igualdad real entre hombres y mujeres”.
Felipe de Borbón, mirando la estancia con la misma curiosidad que el Metro de Madrid, ha trasladado a sus escépticos anfitriones que es consciente de su responsabilidad como jefe de Estado de apelar a mejores condiciones que terminen con los problemas de la juventud española. Además, les ha pedido que apuesten por un futuro de convivencia que se construya a través del modelo que dio luz verde a la Transición y a la Constitución de 1978, poniendo fin a la dictadura de Franco. Pero “sin rencor” ni “resentimiento”, que para eso gozamos de una “democracia asentada” y no queremos ver cómo renace “nuestra peor historia”.
Esa “peor historia” que los colocó a su padre y a él al frente de las instituciones tras 40 años de dictadura franquista.
Acabado su comprensivo relato, el rey ha dejado los restos del cubata sobre una mesa de Ikea y se ha despedido de la pandilla que lo escuchaba en silencio, pidiéndoles apoyo con la mirada. Este último gesto ha sido el más sincero y espontáneo de Felipe VI, aunque no lo ha verbalizado: ha cogido la puerta del piso y ha vuelto a sus jardines, su palacio, sus regias estancias, sus macizos muebles, su belén de coleccionista, su personal de servicio y de seguridad, su despensa a rebosar, sus formadísimas hijas y su impecable (y silenciosa) esposa.
La cultura del esfuerzo que impregnaba su discurso se la sacudió de encima ya en el piso mal insonorizado de los jóvenes precarios.
Cuando el jefe del Estado abandonó el botellón, los/as chicos siguieron hablando imperturbables en el punto donde el rey había interrumpido la conversación, al mismo tiempo que su privilegiada vida de monarca porque sí; porque nació así. Hablaban de ellos/as mismos, enfadados e impotentes ante los dos millones de entre 16 y 29 años que viven en la pobreza en España, 600.000 ya en un grado de “pobreza severa”, con problemas para vestir o comer (informe del Consejo de la Juventud de este mes) Hablaban del 47% de ellos/as que están en riesgo de pobreza y/o exclusión, un 20% más que el conjunto de la población española.
La mitad de los/as jóvenes españoles está en riesgo de pobreza, de ser expulsada del sistema y el jefe del Estado le habla del ejemplo de la Transición desde su atalaya real, licuando con términos eufemísticos el precariado de una realidad obscena, que nada tiene que ver con el 78, donde al menos, nuestros padres sabían que si se acababa la dictadura, solo podían ir a mejor.
La juventud clama por una vida digna mientras el rey les pide que mantengan la suya de privilegios a cambio de nada. Porque cuándo los chicos/as del botellón se preguntaron quién era ese hombre trajeado que les había hablado con una de sus copas en la mano, el veterano del grupo (35) contestó: “Es el rey: no puede hacer nada, pero puede impedirlo todo”. 

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Cuelgo aquí esta noticia por la lúcida, honesta y coherente reflexión de Ana Pardo de Vera y no por el protagonista de la perorata ritual: un rey de pacotilla que nos tocó como toca un naipe en un reparto, como nos pudo tocar el caballo de oros o de espadas, la sota, o la reina de bastos y de copas, según la mano del tahur renqueante que repartía la baraja en un momento patéticamente histórico  de aquella partida forzada y amenazante, en la que participamos acojinaos por cojines impuestos y con  nuestro voto las y los españoles, hace cuarenta años, con la amenaza a vida o muerte política como comunidad social.
  

No opino sobre el contenido del puñetero y amañado discurso de siempre, porque no lo he visto ni escuchado. Millones de españoles y yo, ya tenemos suficiente con soportar el estado agónico del Estado español todos los días, no nos hace falta el recochineo sobre-añadido por el protocolo de cada navidad falsamente campechana para camuflar la tiesura del personaje y su circunstancia, es decir, su contexto de prótesis mal puesta, que lejos de facilitar la movilidad del organismo político en tenguerengue, lo atrofia y lo estrangula cada vez más.

El contenido de cualquier cosa que diga ese hombre, y que no sea reivindicar y proponer al Parlamento, por dignidad, decencia e inteligencia la convocatoria de un referéndum que le permita conocer y asumir la  legitimidad del modelo de estado que los españoles y españolas desean implementar en su país, patria o como se le quiera llamar a esto que padecemos, me resulta insignificante, baladí, numerero, circense e insultante, por banalizar y pitorrearse sin pudor alguno de la voluntad popular y soberana, con la que SM se limpia no sólo la nariz como Dani Mateo con la bandera, sino directamente su dinástico final de espalda. Porque los reyes como todo el mundo tienen culo, esfinters y necesidades biológicas. No han bajado del cielo en parihuelas ni son producto de ningún diseño divino especial. Nacen en cueros y se mueren como todo el mundo, o sea, hechos una lástima y afrontando la miseria del finiquito con la enfermedad, la vejez, el deterioro progresivo, la debilidad, y la fecha de caducidad, despojados de rimbombancias y fanfarrias adjuntas pero con finiquito asegurado. 
En realidad sólo se diferencian de los demás seres humanos cuando tropiezan con una sociedad mentalmente perjudicadísima dirigida por las castas que fabrican reyes-paraguas para afianzar sus privilegios y tapaderas para su corrupciones y discapacidades políticas de las que, como las monarquías, se benefician a costa del mindundismo del prójimo más despistado y  dopados por una historia perversa y estúpida que nunca se ha sabido gestionar con mejores herramientas y motivaciones.

La figura y la exhibición impúdica de un rey debería ser para los pueblos libres, civilizados, adultos y democrátas, el recordatorio perenne de los fallos más garrafales de un estado y no el motivo de una celebración a toque de trompeta. Deberíamos avergonzarnos profundamente y apagar la tele cuando le exhiban  en las pantallas para recordarnos nuestras amargas y penosas discapacidades sociopolíticas, que nos impulsan a despreciar e infravalorar la dignidad de gobernar nuestra res publica y nuestra politeia ejerciendo nuestro derechos y deberes sin llevar como costaleros el paso procesional de un estado dontancredista, parásito, caciquil y aberrante para cualquier sociedad digna de una Europa sana y libre en el siglo XXI. 


Ese discurso carece de fuste y de interés para cualquiera que no sea un compiyogui del Ibex35 o un gilimoñas total, es más falso que los euros de plastilina; y el resultado lógico de un vodevil. Quien lo pronuncia lo único que siente por nosotros, -la panda de imbéciles que aparentemente le sigue el juego en puro paroxismo protocolario y estupefaciente-,  es desprecio, extrañeza, repelús y complejo de pelucón dieciochesco colocado sobre melenas, coletas, rastas, calvas, extensiones y mechas californianas de los y las paganinis que además de cargar con sus facturas van y soportan sus peroratas discurseras a las que, como es lógico y 'natural',  se siente absoluta y profesionalmente ajeno, redactadas y escritas, para más inri chupóptero, por amanuenses que también pagamos nosotras, como seguramente hemos pagado el montaje zarzuelero de los chicos y chicas que han aguantado el numerito del discurso irreal, de pantomima, que en el fondo casi nadie se toma en serio, como pasaba con los discursos de Paco el medallas, alias el mochuelo de El Pardo, y ahora reconvertido en la momia de Cuelgamuros. Cada año, tras el discurso del patriarca garciamasquesco,  aluviones de chistes y chascarrillos tragicómicos recorrían las colas del súper, del mercado de abastos, de las peluquerías, bares, tabernas, bancos en los parques, corrillos, patios del recreo, oficinas y colas del cine, etc, etc... Vamos, que seguimos en la brecha del techo de cemento.

Como no soy masoquista y las repeticiones del mismo esperpento me aburren a tutiplén, tiene toda la explicación que personalmente no tenga el menor interés ni la mínima curiosidad por escuchar ni ver el mismo bis vergonzante, año tras año y por los siglos de los siglos. Mientras me quede una chispita de conciencia y una pizca de dignidad, así seguirá siendo ¡Amén!
Lo juro por Snoopy y Copito de Nieve


P.D.

Conste que no tengo nada contra la persona del ciudadano Felipe Borbón, ni contra su parentela. Pero no soporto que se nos sigan imponiendo disfraces de personajes inaceptables, disparatados, obsoletos y abusivos empeñados en representar por fuerza a un pueblo, presuntamente en democracia, al que no se le permite expresar libremente su opción política institucional para elegir de verdad y sin presiones franquistas el modelo de estado. Y que cuando intenta pronunciarse, se le aplica un 155 , que en cambio jamás se encaloma a políticos y reyes mangantes que destrozan los valores éticos, sociales, democráticos y hasta básicamente humanitarios, protegidos nada menos que por una impunidad legal inexplicable en cualquier Carta Magna civilizada y coherente que merezca tal nombre. No se respetan los derechos si no hay libertad de expresión y de manifestación ante vulneraciones tan graves, como la que nos amputa la igualdad, ya imposible per se en una monarquía,  y el derecho a elegir en libertad cómo y por qué sistema queremos ser gobernadas, tras comprobar lo inadecuado de un sistema estatal que hace aguas por todas partes y no solo por lo precario de las normas sino porque esa precariedad legal no es legítima ni lícitamente ética, porque no  responde a la veracidad de la situación histórica que ha provocado el mismo sistema. Porque es por lo menos diez tallas más pequeña que el cuerpo social que pretende vestir. Es una chirigota. Un callejón sin más salida que votar en libertad real y no de cuento, lo que nunca se nos ha permitido: elegir claramente entre monarquía y república. Y a partir de ese punto, una lógica e imprescindible revisión constitucional  para adaptarnos al nuevo modelo de estado. Urnas ya. Y no solo en Catalunya sino  en toda España.

Ya vale de remolonear y alargar la agonía de un final sine die. Lo más sano, digno y limpio es la muerte digna de un pobre agonizante al que no se deja morir en paz: el modelo de estado español, con todo el daño que hace ese panorama desesperanzado y sin sentido a toda la sociedad, manipulada y engañada como una china de las de antes. 

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