domingo, 16 de diciembre de 2018

Anquilosados por fragmentación




“Pertenezco a esa clase de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, y no ven sólo la multitud de la que forman parte, sino también los grandes espacios de alrededor(...) no sabiendo creer en Dios y no pudiendo creer en una suma de animales (la Humanidad) me encontré en esa distancia de todos que llamamos Decadencia”
Fernando Pessoa. Libro del Desasosiego

Por cuestiones de la vida, que nos alcanza a todos y nos alcanza siempre, llevo muchos días cuidando a una persona querida en un hospital. Un enorme y solvente hospital público de Madrid en el que tengo puesta toda mi confianza, como puse antes, con toda fe y toda puntualidad, mis impuestos.
Patrullo mañana y tarde los pasillos, huyendo de la heparina, con alguien que no conserva ni la mente que tuvo ni la salud que cultivó. Oigo retazos de sus frases, a veces imposibles de hilar, y los restos de la merma de un vocabulario que fue rico y profuso. “Siempre huí de la humanidad doliente” oigo sorpresivamente que dice la voz que acompaño, como si él no fuera parte de ella, de ese conjunto de animales racionales,como si no se hubiera sumergido de pleno en lo que afirma esquivar.
A nuestro lado, en efecto, abundan casos diversos, dramas hechos, dolores y diagnósticos por hacer. Y en medio de todo ello las noticias parecen lejanas e inútiles pero siguen llegando y es misión cumplida en cada pasillo sin fin recorrido, analizarlas y usar el tiempo interminable en pensar sobre ellas.
Si el momento actual de nuestro país estuviera en una de esas camas, si los médicos y los estudiantes de Medicina lo rodearan en busca de una confortante palabra técnica que revistiera de fría razón los males, quizá dirían que España está anquilosada por fragmentación, que llevamos desde 2016 dando vueltas a esa rueda y que la situación y la forma de manejarla nos ha conducido a una parálisis en la que ya sólo acallamos síntomas, apagamos erupciones.
Pero no somos en absoluto capaces de atacar ningún daño funcional o estructural que nos procure siquiera calma y sosiego sino una curación real y un cuerpo social sano y enérgico con el que avanzar hacia alguna parte.
Al principal problema que tenemos, no parece haber nadie interesado en ponerle nombre. Para eso hay que saltar sobre todo el torrente de palabras que, como las de mi familiar, pudieran parecer coherentes en el transcurso de un instante aislado pero que forman parte de un corpus confusional e insano.
No se llama nuestro problema Cataluña ni ruptura ni Constitución ni régimen del 78 ni tantas otras cosas. El problema verdadero reside en que sea cual sea el más importante de todos esos temas o de cualquier otro venidero hemos perdido la capacidad de solucionarlos. Ahí estamos, anquilosados. Es imposible porque aunque hemos llenado nuestro espectro político de más opciones, como en ese mundo de consumo de elección permanente entre ofertas inacabables. Se ha producido una situación endiablada en la que nadie puede tener el poder en solitario ni tampoco puede conseguirlo pactando con quiénes podría.
No hay otro motivo final de todo el discurso político que no sea buscar la forma de obtener el poder, o de conservarlo, y a la vez intentar diferenciarse del resto de la oferta en ese carrusel sin fin el que el votante tendrá que comprar finalmente a sus representantes. Así no compensa buscar soluciones, sino diferenciaciones.
No tiene sentido tener principios o ideologías sino adaptarse de forma camaleónica a lo que el márketing de las emociones determina que en ese momento moverá al público hacia esa opción.
Pongamos por caso el problema catalán. Un problema de por sí difícil de resolver pero que jamás avanzará mientras un fragmentado espectro de fuerzas nacionales tenga que vérselas con un fragmentado espacio del independentismo. Nadie dialoga sobre nada cuando mira de reojo a los próximos, para poder diferenciarse, y a los ajenos para ofrecer también al público en el mercado la oferta más sugerente y más emocional .
Llevamos así desde la definitiva ruptura del bipartidismo. Cada vez surgen más facciones dentro del espectro ideológico -algunas abominables- y cada vez se agrava a lucha por el espacio, por el espectro, por el votante, por la diferencia, por la neutralización de la diferencia, por el poder a fin y al cabo.
Todo esto trae caso de la crisis, de la globalización, de las nefastas políticas de austeridad, de la pérdida de pie de la izquierda a la hora de entender las necesidades de los agraviados y del empeño del Partido Popular por seguir adelante a pesar de su corrupción, así por resumir.
Y no estamos solos: “Una mayoría de ciudadanos del mundo no confía en sus gobiernos ni en sus parlamentos y un grupo aún mayor de ciudadanos desprecia a los políticos y a los partidos y cree que su gobierno no representa la voluntad popular”, escribía Manuel Castells en 2009.
Siempre vamos con retraso. “Como la democracia es una cuestión de procedimiento, si el proceso de asignación de poder a las instituciones del Estado y la gestión de las instituciones puede modificarse mediante acciones ajenas al procedimiento a favor de grupos de interés o personas concretas, no hay motivo para que los ciudadanos deban respetar la delegación de poder que hacen a favor de sus gobernantes.
Ello deriva en una crisis de legitimidad que es la incredulidad generalizada en el derecho de los líderes políticos a tomar decisiones en nombre de los ciudadanos para el bienestar de la sociedad en su conjunto”, concluye.
Esto es lo que ha sucedido con una corrupción infame campando mientras se destruía a las clases medias en nombre de un supuesto bienestar general. Este es el problema fundamental que tenemos que solucionar. Sólo volviendo a restaurar esa confianza, obtendríamos resultados electorales capaces de congregarse en fuerzas efectivas para hacer frente a los problemas reales.
No hay nada en el actual debate político que indique que alguien esté trabajando en ello. Irán logrando el poder de forma efímera unos u otros en eso que llaman política líquida. Los problemas reales seguirán ahí esperando. Hasta que todo estalle por algún lado, como ese gran absceso contra el que luchan en cualquiera de las habitaciones que permanecen precintadas en mi paseo.

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Parece que la situación que describe Elisa Beni acompañando a su familiar enfermo sea exactamente la misma que padece nuestro sistema político e institucional. Un organismo muy maltratado, seguramente por sí mismo. Muy, muy viejo. Muy gastado. Muy enfermo. Aunque rodeado de doctoras, de enfermeros, de recursos sanitarios estupendos, diagnósticos acertadísimos, medicamentos de última hornada a tutiplén, que no pueden por más que lo intentan devolver la salud ni cambiar el cuerpo desgastado por uno nuevo, que sería lo ideal para la curación completa, pero imposible para el paciente que en el caso español ya supera con exceso la edad de la normalidad en cuanto a los achaques y jamacucos. Al que seguramente solo se le puede aliviar y remediar temporalmente, y mantenerlo  vivo mediante diálisis, prótesis, implantes, operaciones constantes, marcapasos e incluso hasta transplantes de órganos, pero sanarlo completamente ya es imposible, hasta el punto de que el propio enfermo deja de valorar la vida como un don, para padecerla como un suplicio de amenazas e incertezas.  En las que ya cuando se le pregunta cómo está ni él mismo sabe si está mejor o peor, porque lo que hoy parece aliviarle, mañana ya no le hace efecto y requiere otro cambio de medicación y de tratamiento.

Así está el sistema, especialmente en España, donde en realidad nunca ha gozado de buena salud, ni de libertades adecuadas, ni de democracia verdadera ni de proyectos inteligentes de futuro, más que nada porque ya ha tenido y tiene bastante con tirar durante centurias de los pesadísimos, apolillados, y pírricamente solemnes, baúles del pasado y con soportar los retos de un presente que desde siempre ha sido para él una escalada atroz sin tregua en un tobogán de tiempos y espacios resbaladizos por el que en el mismo escalar incesante se resbala y se desliza hacia abajo sin querer, y a contramarcha. Escala medio metro echando el bofe y agarrándose adonde puede, y a continuación inexplicablemente, baja dos metros y medio de golpe. Nunca llega al final ni toca el suelo, ni tampoco llega a la cima del artefacto para acceder a la escalera y escapar de la endiablada ratonera de su propia historia sistémica, de una puñetera vez.
El sistema español, desde que yo estoy en él, es decir, desde hace 71 años, no ha conseguido nunca salir de ese tobogán. Ni por arriba, ni por abajo, ni por los lados. Por lo heredado, alucinado, vivido en directo y estudiado en diferido, en estas siete décadas me ha dado tiempo a deducir y asumir que en realidad llevamos toda nuestra historia condenados como entidad infumable a ese suplicio de Tántalo en versión tobogán, del que hemos hecho un ídolo, llamándolo patria, una, grande, mediana, canija, libre, maniatada, amordazada, apaleada, vendida, comprada, hipotecada, santa, putón verbenero, saeta y rosario, burdel y catedral, "madre", negocio, empresa, ruina, barbaridad, lugar maravilloso, cacicato infinito, reino, dictadura criminal, patio de Monipodio, caseta de feria, hoguera de inquisición, falla, cortijo, redil de las manadas, fiesta nacional a base de cuernos y estoques, vergüenza ajena, mi pueblo blanco encima de un barranco, camisa blanca de  mi esperanza y por ahí te pudras que me largo porque me obligas a elegir entre tu gloria. tu bandera y mi destrozo.
No es pesimismo, que va, es una especie de realismo como el de Antonioni, Visconti, Rossellini,Fellini, Bergman o Renoir.
Para narrar España me quedo con los realismos descriptivos del mejunje  en plan B.B. Bardem y Berlanga, que son, en mi opinión, los que más se aproximan a lo nuestro. Pero quien ha descrito como nadie este tiberio demencial ha sido Cervantes en El Quijote.

He visto que Elisa Beni tiene la misma edad de mi único hermano. 53 años. Eso quiere decir que la muerte de Franco les pilló a los diez años. Que pasaron el sarampión de los primeros tiempos de la democracia en el fin de sus infancias, pre-adolescencias y adolescencias propiamente dichas, y que llegaron a la universidad en los ochenta, pillaron las vacas gordas del sistema y no conocieron en directo los años más crudos y cañeros del tiempo dictatorial y sus interminables y tóxicas secuelas, de las que obviamente empastrando todo como un gigantesco lamparón de aceite, no se ha salvado ni dios. Sólo hay que ver la iglesia católica española para comprobarlo. De ella han salido luminarias maravillosas como  Escrivá de Balaguer marqués de Torreciudad  en pleno delirio de pobreza y humildad evangélicas, por obra y gracieta de Franco, o Kiko Argüello un fenómeno paranormal de fanatismo delirante, Rouco Varela siempre volando tan alto, Cañizares y su fe  rumbera con  bata de cola y derrochando mucho trigo limpio, los pederastas a tutiplén o la peña del Opus que se trae chicas africanas de Guinea Ecuatorial con el fin teórico de darles un provenir estudiando en España una carrera, pero que en realidad las reduce a fregonas (sin fregona, de rodillas, porque el mármol hay que fregarlo a mano según los cánones opusianos, mientras les guardan el sueldo y no se lo dan ni cuando lo reclaman para comprar medicinas que les piden sus familias y mandárselas cuando en  Malabo no se encuentran disponibles en la farmacia, así ahorran a la fuerza para poder ir a Roma a rezar en la tumba de su fundador inmarcesible y más santo que el propio dios, que comparado con san Escrivá es una insignificancia) Y todo esto son recuerdos como chispazos a bote pronto, mientras escribo, pero da escalofríos solo pensar en pararse y hacer memoria como un recuento en plan #MeToo político y social.

No es posible, querida Elisa, que un país con tanta mugre a tanto niveles, pueda desprenderse de ella sin cambiar del todo y sin que no se le mueva ni un pelo del bisoñé ya petrificado. Nuestro sistema debe ser reconocido como lo que es: un zombi. Un muerto momificado funcionando con pilas y a base de cuerda en plan las muñecas de famosa se dirigen al portal. Es decir que ya debemos reconocer su verdadero estado y firmar el acta de defunción, no para irnos al carajo de la desesperanza y el frustre, como habéis ido incubando las generaciones que ahora estáis entre los 45 y los 60. ¡Ni mucho menos! Os merecéis, todas y todos nos merecemos, esa liberación de una puñetera vez. Que os desprendáis de la capa ilusoria que percibistéis como real y estupenda cuando en realidad era un trampantojo en usufructo como muy bien estáis comprobando con el verdadero hallazgo de Cuelgamuros, y de las crisis encadenadas, que nunca han dado tregua. ¿Qué creéis que pasaba en la transición o durante el felipismo y el aznarismo? ¿Que había paz social, que la OTAN y la reconversión industrial las queríamos todos por unanimidad confundida por parte del gobierno socialista con una patente de corso electoral, con los 10 millones de votos que se les dieron esperando ese cambio que aún está pendiente? ¿Que nos volvimos locos con el AVE a Sevilla cuyo billete salía por medio sueldo de cualquier trabajador o con los JJOO a los que sólo teníamos acceso por la TV porque solo los de siempre se podían pagar las entradas si es que no se las regalaba algún organismo oficial? ¿Qué creéis que sentimos en  aquellos años con la misma  corrupción del franquismo transplantada a la supuesta democracia 'ejemplar' que nombraba en Aquisgrán a González como sucesor emblemático de Carlomagno?¿Cómo creéis que nos sentó ver el GAL como parte de un programa estatal de limpieza antiterrorista?¿Cómo creéis que nos sentó el aznarismo como recambio de la descomposición de Rinconete y Cortadillo en el Patio de Monipodio? ¿Y las burbujas peperas o zapateras una detrás de otra, que inflaron una falsa prosperidad que a su vez engendró el caos y el desastre financiero de 2008 a base de hipotecas enloquecidas, que arruinaron a más de media España? ¿Cómo os creéis que nos sentíamos cuando los peores pronósticos de Anguita, al que el establishsment llamaba "iluminado" se empezaron a cumplir uno tras otro con la precisión de un reloj, especialmente suizo, y un testaferro del rey demérito era pillado en la frontera con la pasta soberana? ¿Cómo pensáis que nos sentaron las Guerras del Golfo y de Irak a los que habíamos confiado en la democracia y en "nuevo" rumbo de la Españas? ¿Y los muertos de Atocha en el curriculum del Capitán Perejil, alias Aznar?

Mientras el curriculum del invento avanzaba, la pobreza seguía vivita y coleando; que hubiese más limosnas para los pobres seguía sin solucionar la base del problema social de la verdadera precariedad de fondo, y que esa generación no lo notase no significa que hubiese habido un cambio real y decisivo en algún momento, sino que la capa de pintura sobre el zombi aun estaba presentable y  el decorado no se había empezado a agrietar porque había pintura y aguaplast para tapar los desconchones, pero ninguna voluntad de reforma estructural auténtica, en el fondo todos sabían que era mejor no tocar al muerto para que aguantase lo más posible.

¿Qué es lo que nunca hubo en ese tiempo "maravilloso"? Valores y realidad visible a la que aplicarlos. Toda la miseria era como una perenne feria de Sevilla, una Semana Santa interminable. Una verbena de La Paloma. Farolillos constantes, copas y flamenco. La Movida.  La campechanía en un sainete de  bodeguiya y de una zarzuela tan interminable que hasta se convirtió en la residencia del Jefe del Estado. No es broma, es realidad palpable.
¿Explicaron en la escuela y en el instituto la historia reciente de España? ¿qué era una república y qué una monarquía y en qué se diferencian ambas y qué relación tiene la ciudadanía en la elección de los jefes de estado en ambos casos? ¿Sabían aquellos adolescentes que habíamos tenido dos repúblicas y que la segunda fue cortada de un tajo por un golpe de estado militar antidemocrático perpetrado por el mismo individúo que nos había dejado en herencia, por medio de un chanchullo que llamaba "ley orgánica", otra vez la misma  monarquía chupóptera que habían sustituido legítimamente por una república  nuestros abuelos en las urnas en 1931? ¿Alquien se entretuvo en explicar en clase que el Valle de los Caídos y las carreteras importantes por las que se viajaba estaban hechas por presos políticos, -como los catalanes de ahora-, cuyo único delito fue pensar distinto de un tirano, sí, solo pensar, es terrible imaginar qué les pasaba a quienes además de pensar hablaban  o escribían sobre ello. Tampoco se explicó que durante la dictadura la Iglesia Católica paseaba al genocida por los templos como al Santísimo Sacramento del Altar, porque así pagaba los privilegios y prebendas recibidas a cambio de silencio, complicidad y bendiciones. Tampoco explicaron que república no es sinónimo de caos, y que ser republicano no es ser terrorista, y que no implica ni siquiera ser de izquierdas ni revolucionario, sino simplemente preferir la libertad, la igualdad y la fraternidad como base del sistema estatal, que elige cada pocos años un jefe de estado  libre de cargas dinásticas ni hereditarias, un ciudadano de a pie, y sin que sea su apellido y pedigrí el único mérito para acceder a la máxima responsabilidad política, sin que importen las cualidades personales ni la capacidades de la salud mental y ni siquiera las condiciones normales del cociente intelectual imprescindible para distinguir una cacería de un consejo de ministros o un compromiso de estado de un sarao.

Imagino que tampoco estaban por la labor de haceros comprender que la ética no es solo la buena educación en las formas de convivir, sino sobre todo un imperativo categórico imprescindible para ser profundamente y sin mentirnos nosotros mismas mientras ayudamos a que los demás también sean ellas mismos con idéntica dignidad, derechos y respeto. Y que esa relación es imprescindible para ser personas, para ser humanidad y que eso hace posible que el mundo mejore obrando de tal manera que nuestra conducta se pueda aplicar como ley universal (lo dijo Kant).
¿Alguien os habló del peligro de las drogas en toda su gama y variedades, y lo que significa ser dependientes de una adicción y cómo una sociedad dependiente de tantos "efectos especiales" patógenos es una ruina aunque cuente con gente estupenda, si esa gente se degrada y necesita beber, esnifar, fumar, comer por ansiedad, comprar o tener sexo o querer dominar y controlar compulsivamente a otros por  cualquier método y sin reparar en los daños colaterales? ¿Alguien os explicó en clase o en casa qué es la conciencia y qué sucede cuando un ser humano o una sociedad carecen de ella? ¿Os explicaron que nada puede mejorar en un entorno social en el que solo cuenta el bien individual, el triunfo egocéntrico y la posesión de un buen estatus económico aunque sea a costa de pisar y hundir a todos los que se considera rivales y que ese modus vivendi no solo no es de "listos" sino el origen de la miseria a gran escala, que tarde o temprano acabará por salpicaros y mataros por dentro poquito a poco, convencidos de que la felicidad, la seguridad y hasta la autoestima, dependen del consumismo emocional  y material, de la imagen que dais y solo de lo que tenéis y os dan y no de lo que sois, edificáis y podéis ofrecer desde dentro de vosotras mismos?

Estoy segura que no os lo explicaron con el debido interés ni por supuesto habéis conocido paradigmas prácticos y cercanos de los que aprender (nos educa de verdad lo que vemos mucho más que los sermones, por eso la tele tiene tanto poder a la hora de desfigurarnos y configurarnos, sobre todo si  la cosa viene desde la infancia), el resultado mayoritario canta por sí mismo. La sociedad que os lleva atados como a los perros con la cadena y el bozal os da una falsa seguridad en sus tinglados "protectores" pero sin contenido esencial en sus instituciones de pacotilla,  seguramente no se os dijo donde hace aguas la falsa seguridad de la teledirección del poder de la nada (sería bueno para niños y adultos mustios y desnortadas dar un repaso sin complejos a La Historia Interminable de Michael Ende, un libro imprescindible para entender y encajar lo que no cabe en ningún esquema "filosófico" transplantado  desde fuera)  solo es el producto de lo que recibistéis esas generaciones que han creído estar educadas en la libertad y la democracia, así son los gobiernos que ahora son incapaces de arreglar nada, de entender la pluralidad cuando ya ha muerto el bipartidismo de muerte natural y los más jóvenes van descubriendo  e intuyendo y desarrollando por medio de internet esos valores universales que la educación escolar ni doméstica les ha proporcionado.


Escuchando ayer en la Sexta Noche una entrevista a Iñaki Gabilondo se veía ese paisaje desolador de desamparo y también muy lógico, explicado por alguien desconcertado que lleva años hasta profesionalmente con todo muy claro, dando pistas y advertencias para los vaivenes sociales, y  con una claridad meridiana, declarando que no tiene ni idea de qué está pasando y dando recetas de antaño a Sánchez sobre asuntos descontrolados y nuevos que ya  no encajan con lo de siempre y se escurren como el jabón.  Como si en vez de ir al dentista hubiese que ir al barbero igual que  en el siglo XVI; como lo nuevo no se entiende recurramos a lo ancestral que -se supone- siempre nos amparará mientras nos estrellamos llenos de razones para ello. Y es que este torbellino es de lo más natural cuando la vida se sacude los esquemas y nos sale al paso sin prevenirnos, nada menos que a la sociedad multiseguros del siglo XXI, que lo tiene todo previsto, atado y bien atado, que paga pólizas por moverse, por nacer, por morirse, por estar bajo techo, por tener de todo, porque la quieran, porque la tengan en cuenta, por tener un cuerpazo y por intentar ser feliz por saturación de objetos asegurables y planes previstos...


Nos enseñaron a controlar, a programar a configurar los tiempos, a inventar aparatos y proyectos "sensatos", a funcionar como aquellos franquistas "planes de desarrollo" que nos explicaban en el NO.DO con todo lujo de detalles e inauguraciones solemnísimas, pero no nos enseñaron a SER, solo a estar y a parecer. Y cuando el franquismo c'est fini, sus "valores" no desaparecieron por arte de birli-birloque, y nadie se ocupó del tema pensando que la disciplina de la agricultura solo es para el campo y no aplicable a la sociedad (roturar, desbrozar, arar, sembrar, cultivar, regar, y por fin ¡cosechar!) Un trabajazo ineludible si queremos ser humanos de verdad y no  simplemente zopencos informadísimos. ¿La conciencia, para qué, si ya no tenemos un tirano que soportar? Lo terrible es que no salimos nunca de la tiranía, sustituimos a un tirano de uniforme por un sistema tiránico complejísimo e invisible, ¡disfrazado de mocracia, para más inri, fijate!, y mucho más complejo, algo que ya nos remite directamente a Orwell más que a Pesoa y a Psoe. Y a creer en lo "seguro" o sea a tener, mandar y obedecer a quienes consideramos por "encima", como arquetipos y trasuntos  de dioses varios, directamente patriarcales, hasta desde la atalaya podemita y rancia del "arriba y abajo" ha llegado la cosa. Y ahora ese mundo in wonderland, de repente va y se descontrola y lo de abajo y arriba se confunde, más allá del dinero y del poder surgen fuentes descontroladas de energía insumisa y sorprendente para bien o para mal, hasta para los más revolucionarios. Aunque "la culpa" se ele endose a Catalunya, en realidad, la causa desborda la geopolítica y sus deiscursos. Es el fin de un mundo. No "del mundo", pero sí del sistema que ha configurado este mundo tal y como lo hemos conocido, heredado  y remodelado ad hoc. No es magia. No es un castigo divino. No es nada que nosotros mismas no hayamos provocado, sostenido y consentido. Cosido y rematado. Este desmadre es obra nuestra. Igualito que en aquella peli de Disney "Fantasía", el aprendiz de brujo la lía parda tratando de imitar a su maestro, fijándose exclusivamente en los efectos espectaculares sin atender al origen de las causas.

Quizás ahora la solución no sea fácil, pero está garantizado que será apasionante tratar de fabricarla e implementarla juntas, porque no la encontraremos solos ni fuera de nosotras, sino al calor de la conciencia colectiva, de la humildad y de la inocencia innovadora, que nada tiene que ver con ingenuidad tontorrona ni con estar en la inopia. Al contrario, la inocencia es primordial para la creación del genio humano, porque carece de prejuicios y de referentes resabiados, no desprecia lo recibido, pero sabe gestionarlo para no impedir la creación de lo necesario y urgente para cada tiempo nuevo, liberándose de fardos ya inútiles que impiden moverse donde hace falta y pararse donde toca, guiados por la luz interior y la confluencia con los demás que hace posible la civilización. Que esos "demás" son el plural de nosotras mismos, no "el enemigo" que hay que derrotar y humillar a banderazos patrioteros. No olvidemos que patriarcado y patriotismo vienen de la misma raíz indoeuropea: patér. Zeus/Deus. Iu-piter, Patér-Páter noster. Y sus derivaciones: buscar eternamente al padre construyendo sistemas "protectores" y eternamente filiales en la peor de las acepciones del término: dependientes de ese mismo sistema, que no es divino per se ni nos posee como un amo a un esclavo ("la esclava del Señor", es totalmente aberrante a estas alturas de la toma de conciencia en el espíritu universal),  sino porque nosotras y nosotros lo hemos configurado e impuesto así desde la prehistoria, íntimamente hemos "traducido" la sensación de pertenencia a la misma divinidad como una dependencia irresponsable de nosotros mismas.
De hecho el padre sano sólo protege a sus hijos en la infanciamientras son vulnerables, poco a poco va haciendo que ellos mismos aprendan a desarrollar sus cualidades y recursos, para que sean libres y responsables de su seguridad particular. Cuando eso falla, los hijos nunca se van de casa. No maduran. No son capaces de vivir sin la cobertura del móvil que les paga su padre eternamente. Y en el socialismo-comunismo mal entendidos al perder el imprescindible vínculo  con el anarquismo, la sociedad traspasa al estado esa cobertura ya convertida en poder intocable, pero a la que conviene poner límites sanos y éticos, si no queremos pasar de la dependencia paterna a la estatal, porque en ese ámbito somos nosotros mismas quienes nos impedimos crecer y madurar.
El estado no debería ser tomado como un hada madrina que tiene soluciones para todo, sino como el conjunto maduro de una ciudadanía sana, solidario y empático pero no limosnero por sistema, cooperativo, justo  y generoso pero no derrochador, igualitario en derechos y deberes, teniendo clarísimo que la libertad sólo tiene un límite: dañar al prójimo, -a todo el prójimo sin exclusiones y no solo a los afines que te caen bien-  e impedirle sus derechos y sin vulnerar la dignidad, no con raps, chistes, payasadas y comentarios, sino con leyes pésimas y enjuagues indecentes y corruptos, lesivos en tantas formas y delitos impunes por ser "estatales". La mejor metáfora del estado podría ser el viñedo, los sarmientos, los racimos, las uvas y el vino. O el trigal, la espiga, el grano, la harina y el pan. Todo un conjunto inseparable, un todo plural en la manifestación y unívoco en el sentido vital y cooperativo de construir humanidad pero nunca en modo burbuja.
El estado no es una máquina tragaperras ni un chollo para forrarse según la filosofía ppeppera sino la proyección institucional y plural de toda la ciudadanía. Así que dejemos de depositar en "partidos", en fracciones,  la responsabilidad entera del "todos"  y si no nos gusta lo que hay, cambiémoslo y no tratemos de marear la perdiz echando de menos lo que nunca hemos conocido de verdad durante más siglos aun, que ya llevamos un equipaje que no nos cabe en ningún transporte político. Probad a llevar en un vuelo un equipaje que supere los veinte kilos. No os dejarán subir al avión y si lo hicieran con todos el vuelo se anularía por la imposibilidad del despegue. Pues ahora, en este punto del finiquito de lo conocido, de la salida global de la entropía  hacia la bifurcación, es lo mismo. Y lo que nos está pasando ahora lo tenemos explicado clarísimamente hasta por un Nobel de Física, Ilya Prigogine.

"Sólo entraréis en el reino de dios si sois como niños" Ojo, niños sabios, limpios y sanos por dentro, sin telarañas ni basuras añejas. Ligeros de equipaje al máximo. No dependientes. Es la clave para quien quiera y pueda reconocerla. Un gesto semejante fue la acogida al Aquarius que abrió al mundo otra cara desconocida y admirable de España (aunque pronto los miedos de Sánchez la fastidiaron) Otro gesto definitivo en esa onda será la amnistía por sorpresa para los presos catalanes. La llave de otro mundo inesperado y nuevo que nadie podrá encontrar si no tiene alma, inteligencia y maestría del corazón que le indique la salida del laberinto como a Teseo.
Quien tenga inteligencia de verdad que la utilice para comprender los nuevos retos que de ahora en adelante serán constantes y no solo en España, pero en España especialmente porque aquí hay un proceso en marcha de muerte y resurrección social, geopolítica y renovadora, imprescindible. No queda otra. Y en la resurrección no hay nada viejo ni usado. Todo está a estrenar.

Elisa querida, no te marees inútilmente porque al pasado no volverá, si queremos seguir vivos tendremos que aceptar sí o sí lo que está sucediendo, y la reconquista es imposible al final de los tiempos conocidos y de las viejas sensibilidades acartonadas, ya no hay lugar cronológico para el círculo cerrado de Pesoa ni para la inmovilidad de Parménides, sino el momento de  poner en marcha la fluidez infinita de Heráclito de Éfeso. Panta rei. Todo fluye para seguir vivo más allá de cualquier obstáculo. No hay que resistir sino fluir. Hasta los obstáculos son arrastrados  remodelados y reubicados en la existencia como aprendizaje por el torrente vital. No lo dudes. Es muy recomendable repasarlo  para cambiar la mirada y la perspectiva.


   Epílogo


Desdeño las romanzas de los tenores huecos  
y el coro de los grillos que cantan a la luna. 
  A distinguir me paro las voces de los ecos,  
y escucho solamente, entre las voces, una.


Converso con el hombre que siempre va conmigo  
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;  
mi soliloquio es plática con ese buen amigo  
que me enseñó el secreto de la filantropía. 

Antonio Machado (Retrato)


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