(Infolibre. 28-8-2016)
Veo en el jardín una rosa seca. Siento enseguida que agosto se
acaba igual que una rosa seca. Un minuto después me da vueltas en la
cabeza la idea de que la democracia española es una rosa seca.
Tengo la costumbre de convertir en imágenes los sentimientos y las
reflexiones. De esa manera puedo verlas con más objetividad, fuera de
mí. Puedo también hacerle preguntas, porque ellas me ayudan a murmurar
mis respuestas.
¿Por qué es la democracia una rosa seca? La verdad es que esta imagen conserva una carga grande de amor; no se trata de ningún desprecio. Después del largo invierno democrático vivido en Europa (racismo, injusticia social, impunidad, machismo, violación de derechos humanos, vergüenza en las fronteras, leyes mordazas, impunidad del dinero…), hay otras imágenes quizá más contundentes para hablar de democracia: el cadáver de un ahogado, la calavera en un desierto, el ataúd después de un bombardeo, los colmillos de un banquero, la reja oxidada de una cancillería.
Pero yo nací bajo una dictadura, envuelto con el papel de periódico de los años 50, y conservo por la democracia un amor melancólico que me impide usar estas imágenes degradantes. Prefiero la dignidad de la rosa seca. No está desde luego en un buen momento, pero arrebatarle toda la belleza no es una salida razonable. No lo ha sido nunca.
¿Entonces? ¿Qué hacer para mantener el respeto por las urnas? Pues no separar los resultados electorales de los problemas de la calle y tener muy en cuenta las medidas que puede adoptar un Gobierno. Yo no voto para que haya Gobierno, sino para que el Gobierno que haya represente y cumpla una política determinada. Las discusiones sobre votos, diputados y pactos son hojarasca de despacho si no nacen de una preocupación por las condiciones laborales de la gente, por la sanidad y la educación de la ciudadanía, por la igualdad y la libertad de las personas, por la transparencia de las instituciones… El voto es sólo un acto más de la convivencia democrática. Los resultados no pueden separarse de la reivindicación cotidiana y la movilización. Somos una ciudadanía, no un electorado o una ensalada de encuestas.
¿Y tú qué puedes hacer? Querida rosa seca, lo poco que yo puedo hacer es no dejar que me asusten con palabras. Te lo digo porque últimamente hay 3 palabras que me provocan muchos sobresaltos: intransigencia, responsabilidad y buenismo.
¿Eres intransigente? Si por intransigente te refieres a que niego a los demás su derecho a opinar, no, no soy intransigente. Y fíjate que digo opinar, no pensar, porque el pensamiento es un ejercicio que se practica poco en esta sociedad de telebasura. El pensamiento está más seco que tú, querida rosa democrática. Pero si intransigente significa defender mi derecho a opinar de acuerdo a mi conciencia, sin traicionarme, soy muy intransigente. Creo que la mayor amenaza para la España de hoy es un Gobierno del PP.
¿Es que no sabes ceder? No he hecho otra cosa en mi vida, pero cedo para construir con los demás un mundo más justo, no para facilitar que Rajoy siga liquidando el derecho laboral, el sistema público de pensiones, la educación y la igualdad. Que lo apoyen los que piensan y opinan como él. Si yo no lo apoyo, creo que, más que intransigente, soy coherente.
¿Y la responsabilidad? Todos somos responsables cuando decidimos, cuando nos callamos o cuando miramos hacia otro lado. Por eso me niego a que se identifique la condición de responsable con la persona que se somete a los intereses de una dinámica injusta. Yo me siento responsable ante los periodistas que no pueden ejercer su profesión con dignidad en RTVE o en Telemadrid, con las personas que soportan un trabajo indecente y un salario indigno, con las niñas segregadas en una educación machista, con los enfermos empujados a la sanidad privada por falta de inversiones, con… Para mí la verdadera irresponsabilidad es no buscar una alternativa al Gobierno de Rajoy.
¿Tú eres un buenista? No tengo por qué renunciar a la palabra bueno. Resulta significativo cómo se convierten en motivo de desprecio las buenas intenciones. Entre las élites hay muchos que no sólo opinan, sino que también piensan. Y el pensamiento reaccionario prefiere ridiculizar a sus adversarios en vez de enorgullecerse de sus canallerías. No afirman que la democracia y los parlamentos deben someterse a las exigencias salvajes de los especuladores. Prefieren llamarnos ingenuos o buenistas a los que buscamos alternativas políticas a las corrientes impuestas por los magnates del dinero. Me parece mucho más respetable el joven inexperto de buena voluntad que el viejo de los colmillos retorcidos que se ha acomodado en la mala sangre. Aunque no me olvido de que los viejos han sido jóvenes y de que son tan peligrosos los jóvenes sin memoria como los viejos cascarrabias. Hay también mucho joven retorcido. Y aquí me callo.
Ya está, querida rosa seca. No me hagas hablar más de la cuenta. Tengamos en paz tú y yo este final de agosto. Como soy buenista, siento que la democracia eres tú, una rosa seca. Si escribiese calavera, cadáver o ataúd, la cosa ya no tendría remedio. Pero una rosa es una rosa, nace de un rosal, y con un poco de abono y de riego hasta pueden surgir rosas nuevas de pétalos rojos, amarillos y morados.
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¿Por qué es la democracia una rosa seca? La verdad es que esta imagen conserva una carga grande de amor; no se trata de ningún desprecio. Después del largo invierno democrático vivido en Europa (racismo, injusticia social, impunidad, machismo, violación de derechos humanos, vergüenza en las fronteras, leyes mordazas, impunidad del dinero…), hay otras imágenes quizá más contundentes para hablar de democracia: el cadáver de un ahogado, la calavera en un desierto, el ataúd después de un bombardeo, los colmillos de un banquero, la reja oxidada de una cancillería.
Pero yo nací bajo una dictadura, envuelto con el papel de periódico de los años 50, y conservo por la democracia un amor melancólico que me impide usar estas imágenes degradantes. Prefiero la dignidad de la rosa seca. No está desde luego en un buen momento, pero arrebatarle toda la belleza no es una salida razonable. No lo ha sido nunca.
¿Entonces? ¿Qué hacer para mantener el respeto por las urnas? Pues no separar los resultados electorales de los problemas de la calle y tener muy en cuenta las medidas que puede adoptar un Gobierno. Yo no voto para que haya Gobierno, sino para que el Gobierno que haya represente y cumpla una política determinada. Las discusiones sobre votos, diputados y pactos son hojarasca de despacho si no nacen de una preocupación por las condiciones laborales de la gente, por la sanidad y la educación de la ciudadanía, por la igualdad y la libertad de las personas, por la transparencia de las instituciones… El voto es sólo un acto más de la convivencia democrática. Los resultados no pueden separarse de la reivindicación cotidiana y la movilización. Somos una ciudadanía, no un electorado o una ensalada de encuestas.
¿Y tú qué puedes hacer? Querida rosa seca, lo poco que yo puedo hacer es no dejar que me asusten con palabras. Te lo digo porque últimamente hay 3 palabras que me provocan muchos sobresaltos: intransigencia, responsabilidad y buenismo.
¿Eres intransigente? Si por intransigente te refieres a que niego a los demás su derecho a opinar, no, no soy intransigente. Y fíjate que digo opinar, no pensar, porque el pensamiento es un ejercicio que se practica poco en esta sociedad de telebasura. El pensamiento está más seco que tú, querida rosa democrática. Pero si intransigente significa defender mi derecho a opinar de acuerdo a mi conciencia, sin traicionarme, soy muy intransigente. Creo que la mayor amenaza para la España de hoy es un Gobierno del PP.
¿Es que no sabes ceder? No he hecho otra cosa en mi vida, pero cedo para construir con los demás un mundo más justo, no para facilitar que Rajoy siga liquidando el derecho laboral, el sistema público de pensiones, la educación y la igualdad. Que lo apoyen los que piensan y opinan como él. Si yo no lo apoyo, creo que, más que intransigente, soy coherente.
¿Y la responsabilidad? Todos somos responsables cuando decidimos, cuando nos callamos o cuando miramos hacia otro lado. Por eso me niego a que se identifique la condición de responsable con la persona que se somete a los intereses de una dinámica injusta. Yo me siento responsable ante los periodistas que no pueden ejercer su profesión con dignidad en RTVE o en Telemadrid, con las personas que soportan un trabajo indecente y un salario indigno, con las niñas segregadas en una educación machista, con los enfermos empujados a la sanidad privada por falta de inversiones, con… Para mí la verdadera irresponsabilidad es no buscar una alternativa al Gobierno de Rajoy.
¿Tú eres un buenista? No tengo por qué renunciar a la palabra bueno. Resulta significativo cómo se convierten en motivo de desprecio las buenas intenciones. Entre las élites hay muchos que no sólo opinan, sino que también piensan. Y el pensamiento reaccionario prefiere ridiculizar a sus adversarios en vez de enorgullecerse de sus canallerías. No afirman que la democracia y los parlamentos deben someterse a las exigencias salvajes de los especuladores. Prefieren llamarnos ingenuos o buenistas a los que buscamos alternativas políticas a las corrientes impuestas por los magnates del dinero. Me parece mucho más respetable el joven inexperto de buena voluntad que el viejo de los colmillos retorcidos que se ha acomodado en la mala sangre. Aunque no me olvido de que los viejos han sido jóvenes y de que son tan peligrosos los jóvenes sin memoria como los viejos cascarrabias. Hay también mucho joven retorcido. Y aquí me callo.
Ya está, querida rosa seca. No me hagas hablar más de la cuenta. Tengamos en paz tú y yo este final de agosto. Como soy buenista, siento que la democracia eres tú, una rosa seca. Si escribiese calavera, cadáver o ataúd, la cosa ya no tendría remedio. Pero una rosa es una rosa, nace de un rosal, y con un poco de abono y de riego hasta pueden surgir rosas nuevas de pétalos rojos, amarillos y morados.
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A veces solo un verso
y su respiro
nos otorgan el eco
del consuelo
que guarda la palabra
y su grandeza.
Y en contemplar consiste
el peculiar oficio de poeta
que siente estremecida la carne
en la trinchera de los días,
y el alma en el andén
de la evidencia
oculta en el zurrón de la poesía.
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