No sé si les ha pasado, pero en casa este verano
hemos hablado muy poco de política. Casi nada. Y lo mismo en la playa,
en la piscina, de cañas con amigos o en reuniones familiares. Las pocas
veces en que alguien sacaba “el temita”, se producía la típica espantada
de fumadores a la terraza y de no fumadores al baño. Y si ponías la
tele, cambiabas de canal a poco que asomase un portavoz político.
Qué diferente a los dos veranos anteriores, en los que no sabíamos
hablar de otra cosa. No queríamos hablar de otra cosa. No había otra
cosa de que hablar.
Verano de 2014: recientes la abdicación del rey y las
Europeas en que irrumpió Podemos, recorría el país un aire fresco tras
tres asfixiantes años de crisis, recortes y corrupción. La telepolítica
ganaba parrilla en todas las cadenas, surgían nuevos protagonistas
(Iglesias, Sánchez, Rivera), y en el paseo marítimo hablábamos con
soltura del fin de la Transición y la inminencia de un proceso
constituyente. ¿Lo recuerdan? Fue antes de ayer, pero ya da hasta
nostalgia.
Verano de 2015: tras el terremoto de las
municipales y los “ayuntamientos del cambio”, teníamos encima las
Catalanas plebiscitarias, y en pocos meses unas Generales donde moriría
el bipartidismo y todo era posible. Las tertulias no descansaron en
agosto, y nosotros mantuvimos la pasión política todo el verano.
¿Desconectar en vacaciones? Ni hablar, quién quería perderse unos
momentos tan decisivos para la historia de España.
Normal que el verano de 2016 nos pille ya cansados. Tres veranos de alta
temperatura política no hay cuerpo que lo aguante, después de seis
procesos electorales en dos años, con sus seis larguísimas campañas
electorales y sus seis pactómetros del día después. Así que este año,
sí, hemos desconectado en vacaciones. Aunque las tertulias televisivas
han intentado mantener la tensión y los periódicos se han resistido al
adelgazamiento veraniego, nosotros ya no queríamos saber nada del
“temita”.
Ahora acaba el verano y no nos dan ni un
día de tregua: en la semana más cuesta arriba del año, con el bajonazo
de la vuelta al trabajo y el susto de los gastos escolares, nos reciben
con una investidura “prescindible”, el mismo bloqueo institucional de
hace ocho meses, y la amenaza de terceras elecciones nada menos que el
día de Navidad. Lo poco que nos quedaba de pasión política, por los
suelos.
Parece que esta es la vía elegida por la clase dirigente para resolver la crisis política española: por agotamiento.
Agotamiento de las nuevas fuerzas políticas, que a base de repetir
investiduras y elecciones se van dejando las ganas por el camino. Pero
sobre todo, agotamiento de los ciudadanos, que nos habíamos politizado
peligrosamente, pusimos todas nuestras energías en la vía electoral y
nos creímos que las cosas se podían cambiar votando, y que el
multipartidismo y la regeneración traerían un nuevo tiempo a la
anquilosada democracia española.
Si lo que quieren es
que desconectemos, este verano lo han conseguido. Si pretenden
desinflarnos, poco nos falta. “Qué coñazo”, “qué aburrimiento”, “qué
hartura”, eran las respuestas cuando alguien preguntaba en el
chiringuito por las opciones de Rajoy o la abstención del PSOE.
Pero si ese es el plan, dejarnos fuera de juego por agotamiento y que
echemos de menos los tiempos del bipartidismo y el santo consenso, habrá
que resistir, ¿no? El hartazgo no deja de ser otra manifestación de la
profundidad de la crisis política. No digo que recuperemos la pasión del
último verano, pero cuidado con bajar demasiado la guardia, que vienen
curvas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario