RAFAEL GÓMEZ GORDILLO | CTXT
ANÁLISIS
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No se trata de obligaciones. Se trata de coherencia, de humanidad, de sensibilidad ética, de una responsabilidad personal que nace de la propia conciencia, de llevar o no llevar en el alma, en la mente y en el corazón ese código íntimo, ese imperativo categórico que nadie te impone porque para una misma es como respirar en decente y en solidario, sin que nadie te lo imponga ni nadie te lo exija. Se trata de un estado personal más que de una normativa moral o legislativa, que también puede tomarse por ahí, pero no necesariamente. Y sobre todo cuando uno va de salvador socio-político.
Nos estamos quejando constantemente de la incapacidad de nuestros políticos para arreglar las cosas. Y se presentan varias reflexiones simultáneas al respecto.
Por un lado consideramos que cuando alguien se coloca en política como candidato a la gestión de la cosa pública y como portavoz de una cantidad determinada de ciudadanas, es porque tiene claro un ideal del tipo que sea, pero un ideal positivo que implica propuestas de mejora y cambio regenerador acerca de todo aquello que funciona mal o no funciona. Por otro lado está claro que no siempre, y a veces casi nunca, esos candidatos se miran por dentro, ni revisan sus propias conductas y criterios programados ni son capaces de aplicarse los mismos baremos críticos y exigentes que aplican a sus rivales de competición trepa. Se limitan a ser pegatinas ideológicas, a ir trampeando consigo mismos, incapaces de verse a través de la misma lupa que aplican a los "enemigos". Todo confluye en rebuscar en la basura del otro los residuos de la propia miseria. Es el sacro imperio del Ytumásh.
Es evidente que si un equipo de jóvenes políticos preparadísimos en titulogía, irrumpe con fuerza en la sociedad, acusando de corrupta a la casta dirigente, es porque tiene muy clara la ética y su ejercicio moral en la sociedad. Y se convierten automáticamente en una referencia, en una esperanza de que los valores éticos en la política y en la sociedad, no solo son posibles, sino también eficaces y saneadores ambientales de un constructo histórico desquiciado y enfermo de ambición y de justificaciones propias a tutiplén.
Y entonces aparece un Monedero lleno de billetes que la política de allende los mares ha donado para la regeneración política de la desgraciada y averiada "madre patria" y ese Monedero, no solo no pone ningún pero ético a que un país tercermundista con un montón de carencias básicas, al que en teoría, él ha ido a ayudar, le dé un donativo tan abundante, sabiendo que ese dinero hace más falta en Venezuela que en España, y se presta al juego sucio, no quedándose el dinero, sino incluso pagando multa por él, y en esas, el aparato que se creó y se benefició de esa donación, con una ética sin precedentes, vuelve la espalda y se hace el loco, dejando a Monedero tirado por "el bien de la causa". Ahí ya, quien tenga puestas las gafas de ver, se daría cuenta de la catadura regeneradora' y 'transparente' del nuevo invento viejoven.
La noria sigue girando y entonces aparece Errejón, haciendo a distancia y para la universidad de Málaga un trabajo remunerado que es necesariamente presencial, pero que, por ser vos quién sois, se rebaja la exigencia y se inventa la excepción y el privilegio de la distancia. No es un delito. Es una injusticia y una desigualdad superzafias y superfeas, que denotan una carencia básica de ética en la gestión de la Universidad y en el código personal de Errejón, el cerebro táctico de las estrategias podemitas. Una forma sutil de mantener la corrupción y el caciquismo clientelista en alza y precisamente demostrando el poder infiltrador de las castas en el poder. Tanto, que hasta los denunciantes de "la casta" son casta a su vez.
Y ahora, también Echenique nos llega con su vuelta de tuerka. De 2012 hasta 2016 ha durado su affair laboral con el personal cuidador que le atiende. Tampoco es delito ni un desacato. Es simplemente, lo mismo: falta de sensibilidad humana, falta de ética, de areté, diké (diría Sócrates por boca de Platón), de feeling solidario y moral, diría Stuart Mill, el liberal. Pero el estro podemita se ha quedado enganchado en la 'ética de la razón pura', según la peculiar y estrafalaria cita de Pablo Iglesias sobre la obra de Kant. golpe semántico en el que se define por sí solo el estilo 'podemos'. Patchwork. Parches de colores diversos, retalitos recortados de aquí y de allá. Principios marxistas, de Groucho, of course. Y en ese tris se nos han quedado los principios éticos en modo pre-borrador, por la movilidad intempestiva de lo transversal.
No son delitos. No son faltas graves. Son graves decepciones que produce un fundamento sin valores. Son carencias, desde las que resulta imposible cambiar nada en realidad. Por eso se busca el sorpasso aplastante del no pensar, del seguir la ruta de la Mesta, del ganado secular, detrás de los pastores hegemónicos que más alzan la voz y más se prodigan en la majada mediática. Comprobar que quien ni siquiera se ve a sí mismo ni ve necesario su cambio personal pueda cambiar nada a mejor en el alma colectiva.
Y por último otra reflexión: ¿qué nos pasa?, ¿qué nos falta y qué nos sobra como sociedad, para que la inmensa mayoría de nuestros portavoces y representantes estén tan en precario en el nivel fundamental de la ética? No han llegado de Marte en un nave espacial. No han nacido por esporas como las setas, ni se han educado en otra galaxia. Al contrario, proceden de una muy digna clase media, tirando a élite ideológica, con padres y madres de izquierdas, instruidos en varias especialidades, cultos y con estudios varios. Los chicos y chicas han salido aplicados y listísimas para el alpinismo político y social, con unas dotes estupendas para el liderazgo y el activismo, brillantez y de pensamiento veloz, sagacidad indiscutible para lo más inmediato, capacidad de improvisación y de trabajo intenso. Y sin embargo, ¿qué falla en toda esa construcción del hijo perfecto y con futuro? Posiblemente, el ejemplo que han tenido más cerca o más lejos, por carencias parentales no siempre en presencia física. Hay padres, madres y educadores ausentes presenciales por naturaleza. No nos educa para despertar aquello que nos cuentan y nos predican, ni las habilidades necesarias que usamos como herramientas con las que una se acaba por identificar si no puede descubrir más sustancia ontológica en sí misma y en el nosotros. Nos educa lo que vemos y lo que nos resulta amable, querible, ejemplar. Como también nos educa lo contrario: lo ingrato, hostil y negativo. También lo genial y lo mediocre, lo generoso y lo miserable, ejerce su influencia pedagógica en nuestra educación e higiene psicoemotiva.
Por carencias a ese nivel, el ser no se vislumbra, ni siquiera se presiente, disuelto en el hacer, en el conseguir, en el llegar, en el ganar, en el poder, en el tener...Por eso no se dice "yo soy" haga lo que haga, sino "yo soy" mi trabajo, mi oficio, mi estatus, mis posesiones, mis títulos, mi glamour, mi personaje, y lo que los demás opinan sobre mí; si me quitan todo eso, "yo" se nos queda en nada. "Yo no soy". Sólo existo en el mismo plano que los muebles, la casa o el coche. Soy un objeto vacío y obediente a todas las inercias e impulsos que manejan este saco de necesidades básicas muchas veces inducidas e impuestas, pensamientos fugitivos y de emociones desconcertantes, lleno de ecos ajenos que retumban en mí, soy un baffle, vuelto a todo lo demás (alia) y dependiente de ello por completo, o sea, alienado, fuera de mí, puesto que ese "yo" ni siquiera lo intuyo. Todo se queda en "lo mío". Pero debajo de ese adjetivo o pronombre posesivo, no hay nada que se pueda poseer a sí mismo desde la conciencia missing porque aun no hay alguien. O sea, sólo hay nadie.
Llegar a tener conciencia de ese estado es imprescindible para salir del bucle autómata que Platón localizaba en la metáfora de la caverna. Y se puede identificar con lo que los místicos definen como "la noche oscura" y la psiquiatría como "depresión endógena". Ese quedarse suspensos en un vacío de todo, sin asas a que agarrarse porque nada tiene sentido ni valor necesario para un dolor mucho más intenso y extenso que cualquier penalidad física o dolencia corporal o pérdida emocional. Un estado que ni mucho menos es una desgracia, sino el despojamiento natural de toda le mentira que nos hace tomar la apariencia por la esencia. Lo superfluo por lo fundamental, lo falso por lo auténtico. Y viceversa. Un estado para el que no valen los chupetes de la religión ni las piruletas de la ideología y que deja al descubierto nuestra carencia básica, nuestro drama y nuestro vacío insaciable: somos amor, pero no lo sabemos y buscamos ansiosamente el apego en plan limosna posesiva. Lo reducimos al deseo, al instinto y a la pertenencia egocéntrica a la que se le ha colgado el eufemismo de "fidelidad", algo imposible si ni siquiera se ha tejido una esencia común que unifica mucho más que el "roce" y los vínculos del consenso racional de lo convenido.
Sin conciencia de la esencia nunca se manifiesta el ser. Que es tan simple y tan reconfortante como la brisa que nos refresca, el agua que nos quita la sed y el alimento que nos nutre o el perfume que acaricia los sentidos o la suave luz que nos revela el perfil de la evidencia, de una verdad tan viva que nada la puede devaluar, sin ser un dogma ni una teoría, sino la fragilidad teofánica de un koan o de un verso brevísimo escrito en el libro interior. El leve haiku que nos besa en un aquí y ahora.
Esa educación no es accesible en una cultura como la nuestra donde todo es artificial, sobado y precocinado por la vieja experiencia de los otros, aparente, veloz y con fecha inmediata de caducidad, con prisas para llegar los primeros a ningún sitio, (desoyendo al poeta que avisa de que los caminos no están establecidos, porque solo son posibles al andar) y para colmo donde el discurrir común de la polis está colocado sobre una tarima histórica carcomida y mal montada, en un escenario pomposo y vacío, pero lleno de trampas y estructuras mal ensambladas entre la memoria confusa y un presente aun más deslavazado, donde lo más "normal" es el estado de amenaza constante y una imagen bien planchada y pintarrajeada como bálsamo de Fierabrás.
Mirando este panorama nos volvemos más comprensivos con esas criaturas herederas de tanta cutrez y aprendemos a compadecerlas y a ayudarlas a liberarse en lo posible del fardo hereditario, diciéndoles lo que vemos y echando una mano para que no se hundan cuando pierdan pie en el océano de la inseguridad. Quizás no hayan aprendido a ser éticos porque no han visto a su alrededor ejemplos referentes. Sino todo lo contrario. O bien por el lado de los "ganadores" franquistas, cuyo legado ha sido la dureza, la venganza, la represión, la obtusez, el abuso del cacique y la peor forma de entender a Maquiavelo. O bien del lado "perdedor" con el miedo amargo y el rencor plañidero y frustrante de unas víctimas domesticadas por la tiranía de gobiernos sociópatas y perversos, convencidos de merecer eternamente tener la sartén por el mango y la bota en el cuello de una ciudadanía-felpudo resignada y fiel al disparate instituido como Carta Magna que ni siquiera tiene recursos para afrontar una situación como actualmente es la de Rajoy y su república bananera pequeñonicolás fashion, en la que es fundamental saber la diferencia entre un plato y una taza y entre un alcalde que elige a los vecinos y unos vecinos que son el alcalde.
Pobrecicos míos; se entiende todo lo de Monedero, lo de Errejón, lo de Echenique, lo de los principios mutables a gusto del comprador. Todo. Lo mismo que se entiende a c's y al pp, desde el trampolín de los hábitos des-educativos. Se entiende al psoe, limitado aún al Patio de Monipodio felipista y desnortado por completo. El ejemplo que llevan viendo desde chicos es demoledor.
Y desde luego, lo que merece un monumento es la paciencia de la izquierda real, culta, sensata, limpia de miras, modesta, sana, paciente y luchadora desde la paz, la cultura sin aspavientos ni exhibiciones, y el respeto, capaz de sacrificar todo por el bien común y de llevar sobre sus hombros la cruz a cuestas de un país hecho puré, acompañada del despotrique y la descalificación porque "nunca gana", algo imposible, por otra parte, en un medio tan torpe, cegato y estéril. En España la izquierda es el equivalente sufridor a Sócrates en la Atenas ya degenerada por una mal enfocada democracia, en la que unas leyes infames y más demagógicas que democráticas, se hacen las amas del cotarro civil y se arrogan la potestad de eliminar a un ciudadano excelente con conciencia y ética, que no coincide en su visión de la polis y que con su ejemplo de libre pensador está nada menos que "corrompiendo" la corrupción mayoritaria, al espabilar a los ciudadanos que le escuchan y despiertan del sopor pseudo-democrático en que se degrada la ciudad. Hasta en la antigua Grecia había un pp que no pasaba por el aro del logos ni del ethos. Como aquí, exactamente. Parece que la barbarie se repite a sí misma, era tras era, siglo a siglo, en una endogamia descaradamente degenerativa, entre deficiencia ontológica y precariedad cognitiva, que a base de repetir genes de lo mismo, ha llegado a convertir en un fenómeno global las miserias de la vieja Atenas.
Ahora le toca mover pieza a esa Izquierda siempre rehén de la injusticia, -una Tántala, una Sísifa o una Prometea, eternamente castigada por el Olimpo de la desvergüenza y del Cottolengo mano a mano- en este ajedrez del absurdo político, para poner en marcha otro horizonte más hospitalario y fraternal. Más libre e igualitario. Más justo y más valiente. Y hasta mucho más optimista y feliz. Esperemos que se libere ya mismo de tapujos y melindres miserables siempre zancadilleada por lo más mediocre del conjunto perjudicante, y lo consiga antes de que sea demasiado tarde para todas. Que así sea!
No son delitos. No son faltas graves. Son graves decepciones que produce un fundamento sin valores. Son carencias, desde las que resulta imposible cambiar nada en realidad. Por eso se busca el sorpasso aplastante del no pensar, del seguir la ruta de la Mesta, del ganado secular, detrás de los pastores hegemónicos que más alzan la voz y más se prodigan en la majada mediática. Comprobar que quien ni siquiera se ve a sí mismo ni ve necesario su cambio personal pueda cambiar nada a mejor en el alma colectiva.
Y por último otra reflexión: ¿qué nos pasa?, ¿qué nos falta y qué nos sobra como sociedad, para que la inmensa mayoría de nuestros portavoces y representantes estén tan en precario en el nivel fundamental de la ética? No han llegado de Marte en un nave espacial. No han nacido por esporas como las setas, ni se han educado en otra galaxia. Al contrario, proceden de una muy digna clase media, tirando a élite ideológica, con padres y madres de izquierdas, instruidos en varias especialidades, cultos y con estudios varios. Los chicos y chicas han salido aplicados y listísimas para el alpinismo político y social, con unas dotes estupendas para el liderazgo y el activismo, brillantez y de pensamiento veloz, sagacidad indiscutible para lo más inmediato, capacidad de improvisación y de trabajo intenso. Y sin embargo, ¿qué falla en toda esa construcción del hijo perfecto y con futuro? Posiblemente, el ejemplo que han tenido más cerca o más lejos, por carencias parentales no siempre en presencia física. Hay padres, madres y educadores ausentes presenciales por naturaleza. No nos educa para despertar aquello que nos cuentan y nos predican, ni las habilidades necesarias que usamos como herramientas con las que una se acaba por identificar si no puede descubrir más sustancia ontológica en sí misma y en el nosotros. Nos educa lo que vemos y lo que nos resulta amable, querible, ejemplar. Como también nos educa lo contrario: lo ingrato, hostil y negativo. También lo genial y lo mediocre, lo generoso y lo miserable, ejerce su influencia pedagógica en nuestra educación e higiene psicoemotiva.
Por carencias a ese nivel, el ser no se vislumbra, ni siquiera se presiente, disuelto en el hacer, en el conseguir, en el llegar, en el ganar, en el poder, en el tener...Por eso no se dice "yo soy" haga lo que haga, sino "yo soy" mi trabajo, mi oficio, mi estatus, mis posesiones, mis títulos, mi glamour, mi personaje, y lo que los demás opinan sobre mí; si me quitan todo eso, "yo" se nos queda en nada. "Yo no soy". Sólo existo en el mismo plano que los muebles, la casa o el coche. Soy un objeto vacío y obediente a todas las inercias e impulsos que manejan este saco de necesidades básicas muchas veces inducidas e impuestas, pensamientos fugitivos y de emociones desconcertantes, lleno de ecos ajenos que retumban en mí, soy un baffle, vuelto a todo lo demás (alia) y dependiente de ello por completo, o sea, alienado, fuera de mí, puesto que ese "yo" ni siquiera lo intuyo. Todo se queda en "lo mío". Pero debajo de ese adjetivo o pronombre posesivo, no hay nada que se pueda poseer a sí mismo desde la conciencia missing porque aun no hay alguien. O sea, sólo hay nadie.
Llegar a tener conciencia de ese estado es imprescindible para salir del bucle autómata que Platón localizaba en la metáfora de la caverna. Y se puede identificar con lo que los místicos definen como "la noche oscura" y la psiquiatría como "depresión endógena". Ese quedarse suspensos en un vacío de todo, sin asas a que agarrarse porque nada tiene sentido ni valor necesario para un dolor mucho más intenso y extenso que cualquier penalidad física o dolencia corporal o pérdida emocional. Un estado que ni mucho menos es una desgracia, sino el despojamiento natural de toda le mentira que nos hace tomar la apariencia por la esencia. Lo superfluo por lo fundamental, lo falso por lo auténtico. Y viceversa. Un estado para el que no valen los chupetes de la religión ni las piruletas de la ideología y que deja al descubierto nuestra carencia básica, nuestro drama y nuestro vacío insaciable: somos amor, pero no lo sabemos y buscamos ansiosamente el apego en plan limosna posesiva. Lo reducimos al deseo, al instinto y a la pertenencia egocéntrica a la que se le ha colgado el eufemismo de "fidelidad", algo imposible si ni siquiera se ha tejido una esencia común que unifica mucho más que el "roce" y los vínculos del consenso racional de lo convenido.
Sin conciencia de la esencia nunca se manifiesta el ser. Que es tan simple y tan reconfortante como la brisa que nos refresca, el agua que nos quita la sed y el alimento que nos nutre o el perfume que acaricia los sentidos o la suave luz que nos revela el perfil de la evidencia, de una verdad tan viva que nada la puede devaluar, sin ser un dogma ni una teoría, sino la fragilidad teofánica de un koan o de un verso brevísimo escrito en el libro interior. El leve haiku que nos besa en un aquí y ahora.
Esa educación no es accesible en una cultura como la nuestra donde todo es artificial, sobado y precocinado por la vieja experiencia de los otros, aparente, veloz y con fecha inmediata de caducidad, con prisas para llegar los primeros a ningún sitio, (desoyendo al poeta que avisa de que los caminos no están establecidos, porque solo son posibles al andar) y para colmo donde el discurrir común de la polis está colocado sobre una tarima histórica carcomida y mal montada, en un escenario pomposo y vacío, pero lleno de trampas y estructuras mal ensambladas entre la memoria confusa y un presente aun más deslavazado, donde lo más "normal" es el estado de amenaza constante y una imagen bien planchada y pintarrajeada como bálsamo de Fierabrás.
Mirando este panorama nos volvemos más comprensivos con esas criaturas herederas de tanta cutrez y aprendemos a compadecerlas y a ayudarlas a liberarse en lo posible del fardo hereditario, diciéndoles lo que vemos y echando una mano para que no se hundan cuando pierdan pie en el océano de la inseguridad. Quizás no hayan aprendido a ser éticos porque no han visto a su alrededor ejemplos referentes. Sino todo lo contrario. O bien por el lado de los "ganadores" franquistas, cuyo legado ha sido la dureza, la venganza, la represión, la obtusez, el abuso del cacique y la peor forma de entender a Maquiavelo. O bien del lado "perdedor" con el miedo amargo y el rencor plañidero y frustrante de unas víctimas domesticadas por la tiranía de gobiernos sociópatas y perversos, convencidos de merecer eternamente tener la sartén por el mango y la bota en el cuello de una ciudadanía-felpudo resignada y fiel al disparate instituido como Carta Magna que ni siquiera tiene recursos para afrontar una situación como actualmente es la de Rajoy y su república bananera pequeñonicolás fashion, en la que es fundamental saber la diferencia entre un plato y una taza y entre un alcalde que elige a los vecinos y unos vecinos que son el alcalde.
Pobrecicos míos; se entiende todo lo de Monedero, lo de Errejón, lo de Echenique, lo de los principios mutables a gusto del comprador. Todo. Lo mismo que se entiende a c's y al pp, desde el trampolín de los hábitos des-educativos. Se entiende al psoe, limitado aún al Patio de Monipodio felipista y desnortado por completo. El ejemplo que llevan viendo desde chicos es demoledor.
Y desde luego, lo que merece un monumento es la paciencia de la izquierda real, culta, sensata, limpia de miras, modesta, sana, paciente y luchadora desde la paz, la cultura sin aspavientos ni exhibiciones, y el respeto, capaz de sacrificar todo por el bien común y de llevar sobre sus hombros la cruz a cuestas de un país hecho puré, acompañada del despotrique y la descalificación porque "nunca gana", algo imposible, por otra parte, en un medio tan torpe, cegato y estéril. En España la izquierda es el equivalente sufridor a Sócrates en la Atenas ya degenerada por una mal enfocada democracia, en la que unas leyes infames y más demagógicas que democráticas, se hacen las amas del cotarro civil y se arrogan la potestad de eliminar a un ciudadano excelente con conciencia y ética, que no coincide en su visión de la polis y que con su ejemplo de libre pensador está nada menos que "corrompiendo" la corrupción mayoritaria, al espabilar a los ciudadanos que le escuchan y despiertan del sopor pseudo-democrático en que se degrada la ciudad. Hasta en la antigua Grecia había un pp que no pasaba por el aro del logos ni del ethos. Como aquí, exactamente. Parece que la barbarie se repite a sí misma, era tras era, siglo a siglo, en una endogamia descaradamente degenerativa, entre deficiencia ontológica y precariedad cognitiva, que a base de repetir genes de lo mismo, ha llegado a convertir en un fenómeno global las miserias de la vieja Atenas.
Ahora le toca mover pieza a esa Izquierda siempre rehén de la injusticia, -una Tántala, una Sísifa o una Prometea, eternamente castigada por el Olimpo de la desvergüenza y del Cottolengo mano a mano- en este ajedrez del absurdo político, para poner en marcha otro horizonte más hospitalario y fraternal. Más libre e igualitario. Más justo y más valiente. Y hasta mucho más optimista y feliz. Esperemos que se libere ya mismo de tapujos y melindres miserables siempre zancadilleada por lo más mediocre del conjunto perjudicante, y lo consiga antes de que sea demasiado tarde para todas. Que así sea!
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