Filósofos contra la corrupción: “Tener un Estado decente es un derecho humano central”
02 agosto 2016 . La Marea
Sesión del Parlamento ucraniano.
Esta entrevista está incluida en #LaMarea39
“Las agencias internacionales buscan recetas rápidas y
uniformes a los problemas de corrupción: purgas masivas, políticas de
tolerancia cero, penas más duras. Pero las soluciones generales no
existen. La corrupción es diferente en todas partes y exige métodos
hechos a medida para cada caso. No funciona de la misma manera en Grecia
que en Ucrania, pero incluso en Ucrania no opera del mismo modo en la
policía de tráfico que en la agencia tributaria o en los ayuntamientos”.
Habla Frans Geraedts (Holanda, 1956), filósofo y socio
fundador de Governance & Integrity (Gobernanza e Integridad,
www.gi-nederland.com), una pequeña empresa que lleva más de 20 años
trabajando por la democracia y la integridad de los servicios públicos
en Holanda, Bélgica, el área del Caribe y Ucrania, entre otros lugares. A
Geraedts y los otros dos fundadores, Ruud Meij y Leonard de Jong,
también filósofos, les mueve la convicción de que todos los ciudadanos
del mundo se merecen un Estado honesto y eficaz. “Disponer de un Estado
decente es un derecho humano central”, dice Geraedts. “Al fin y al cabo,
sin un buen funcionamiento del Estado sus ciudadanos difícilmente
pueden hacer valer todos sus demás derechos”.
La empresa de los tres pensadores, que cuenta con casi 20
empleados, combina una actitud idealista —son hijos de los años 1970—
con un pragmatismo feroz. Por un lado, creen que el cambio siempre es
posible y que incluso los Estados más corruptos pueden transformarse
con tal de que haya una voluntad colectiva en ese sentido. Por otro,
saben que esa labor de transformación exige un gran esfuerzo, una amplia
inversión de recursos y, sobre todo, un profundo conocimiento de las
circunstancias e historia locales, del funcionamiento de las
organizaciones y de la naturaleza humana.
Su método de trabajo es lento y detallado. Operan a ras de
suelo, empezando por los individuos —funcionarios, políticos,
concejales—, a los que reúnen en pequeños talleres para que hablen de su
experiencia diaria y aprendan a analizarla desde un punto de visto
moral: ¿qué decisiones toman?, ¿cómo llegan a ellas?, ¿son moralmente
buenas o malas?, ¿cómo se pueden mejorar? Al mismo tiempo que inician
este proceso de concienciación, los filósofos trabajan con
organizaciones y autoridades locales para implementar sólidas
estructuras de prevención y penalización.
Parece que les mueve una fe en la bondad del ser humano. O al menos, en su potencial para el razonamiento moral.
Supongo que sí. Pero además nuestra experiencia nos ha
demostrado que tenemos razón. Hemos comprobado que todo el mundo, sea
basurero o concejal, tiene la capacidad de evaluar sus propias
decisiones desde un punto de vista moral. En los años 90 comenzamos
trabajando en cuestiones de integridad en la agencia tributaria
holandesa. Desde entonces hemos colaborado con gobiernos locales y
nacionales, el sistema educativo, la industria financiera, el sistema
sanitario y partidos políticos. Llevamos más de 20 años haciendo un gran
experimento, formulando y comprobando hipótesis. Lo que hemos aprendido
en Holanda nos ha permitido diseñar soluciones para otros lugares, como
Ucrania, donde llevamos una década trabajando en la ciudad de Lviv, o
en Thessaloniki, en Grecia, donde todavía estamos en fase de
exploración. ¿Por qué allí? Preferimos trabajar en ciudades de tamaño
mediano que tengan una universidad con la que podamos colaborar. Después
fundamos, con personal del lugar, una empresa y una ONG locales.
¿Cómo deciden adónde van? ¿Se les invita?
No, decidimos nosotros. Nos interesa trabajar en lugares
donde haya una auténtica voluntad de cambio. En Grecia, por ejemplo,
durante mucho tiempo el mal funcionamiento del Estado no les parecía
importar demasiado a los propios griegos, incluso pensaban que les
convenía. Esto ha cambiado con la crisis. Ahora muchos griegos están
convencidos de que quieren un Estado menos corrupto. Así como en
Ucrania, empiezan a entender que la corrupción no es un mal menor o
inocente, sino que un Estado de baja integridad es también un Estado
poco eficiente, lo cual daña el desarrollo de la nación entera.
¿Los aprendizajes de un país son aplicables a otro?
Ucrania no sólo es más corrupta que Holanda, sino que tiene una cultura
completamente diferente. También supongo que habrá ucranianos que
simplemente no crean en la posibilidad de que las cosas puedan mejorar.
Claro. Para empezar, los servicios públicos en Holanda ya tienen un alto nivel de integridad. Es lo que llamamos una high trust society:
por razones históricas hay niveles muy altos de confianza entre las
personas, y entre los ciudadanos y el Estado. Por tanto nuestro trabajo
aquí se ha limitado más bien a labores de mantenimiento. En Ucrania, la
situación es completamente diferente. La confianza interpersonal e
institucional es casi nula. Y hay muchos que no creen que la situación
pueda mejorarse. Lo cual es completamente lógico si consideras la
historia del país. En Ucrania se ha conservado la estructura del Estado
soviético, profundamente centralista y vertical, pero ahora la controlan
los oligarcas. Éstos compran a los políticos, a modo de inversión, con
el fin de poder saquear el país impunemente. Mientras tanto, una ciudad
como Lviv, en la Ucrania occidental, tiene una historia traumática de
ocupaciones violentas y genocidios de mano de los estalinistas y de los
nazis. Es normal que la gente no crea en la posibilidad de mejora. ¿Cómo
se la convence, entonces? Demostrándolo en la práctica, a nivel local,
para contrarrestar ese fatalismo que en el fondo es un déficit de
imaginario político.
¿En qué sentido es un déficit de imaginario político?
Para la voluntad de cambio es muy
importante que una población se pueda imaginar una democracia que
funcione. Que eso les cueste a los ucranianos, sobre todo a los mayores,
es normal. Dada su historia y el carácter rural de la cultura, durante
mucho tiempo su imaginario político era más bien predemocrático y se
limitaba a la idea del buen líder. En Grecia, nos estamos dando cuenta
que el imaginario democrático tiene como referencia principal la
democracia ateniense, o la imagen que los griegos actuales tienen de
ella. Pero, claro, la democracia europea moderna no tiene nada que ver
con Atenas.
¿Qué papel tiene el apoyo de gobiernos extranjeros y agencias internacionales?
En Ucrania es importante. Por razones
geopolíticas ha habido mucho interés por mejorar el funcionamiento de la
democracia allí. Pero las medidas que se proponen suelen ser muy
generales: reglas más estrictas, una fiscalía independiente dedicada a
la lucha contra la corrupción, expansión del cuerpo policial,
implementar leyes de transparencia o crear organizaciones de la sociedad
civil que puedan monitorear al Estado. Son todas medidas buenas y
necesarias, pero no bastan. De por sí no cambiarán mucho. Y algunas de
las propuestas pueden además resultar contraproducentes. Las purgas o
los castigos ejemplares pueden hacer que todo el sistema funcionarial se
te vuelva en contra. Lo importante es crear una auténtica voluntad de
cambio, no sólo en la población o en los encargados de vigilar y
castigar, sino en los propios funcionarios y políticos. La historia de
los países europeos demuestra que la mejor garantía de la integridad del
Estado a largo plazo es el ethos del funcionariado.
Un funcionario corrupto, ¿cómo va a querer cambiar un
sistema que le rinde beneficios? ¿Qué incentivos se le puede ofrecer
para limpiar su práctica?
Los incentivos funcionan muy bien para
mejorar el rendimiento de una organización. Pero si hablamos de
integridad, en el fondo no se pueden ofrecer otros incentivos que la
integridad misma. Ésta tiene que ser su propia recompensa. No puedes
premiar a un funcionario simplemente por hacer su deber. Eso sí, se
puede apelar a la misión del funcionario, que es trabajar por el interés
de la población. Partiendo de esa noción, los funcionarios son capaces
de desarrollar una capacidad de razonamiento y evaluación moral. Donde
hay mucha corrupción, los actos corruptos producen poca vergüenza. Pero
sí pueden generar culpabilidad. Casi todos los funcionarios tienen una
conciencia moral, aunque no todos se van a dejar guiar por ella.
También es importante crear una cultura
en que discutan y evalúen los retos morales en el propio seno de la
organización, lo que ayuda a establecer cultura de control y apoyo
mutuos. Y desde luego es esencial que las violaciones se castiguen. Pero
los castigos tienen que ser justos y proporcionales, y a ser posible
tienen que implementarse dentro de la propia organización antes de que
se involucre el derecho penal. Si no, es fácil que el cuerpo
funcionarial se una contra la instancia disciplinaria. Nunca hay que
olvidar que la corrupción es un sistema y que los sistemas, de por sí,
harán todo lo posible por conservarse. Por fortuna, en todos los cuerpos
funcionariales, incluso los más corruptos, siempre hay una minoría que
está harta de la corrupción. Parece mentira, pero existe siempre. Y esa
minoría se convierte en tu aliado.
En España, las medidas que se proponen para acabar con
la corrupción política incluyen limitar el salario de los cargos
electos, implementar una cultura de transparencia, ampliar los periodos
de prescripción penal y reforzar la Fiscalía Anticorrupción para acabar
con la impunidad.
Son casi todas medidas razonables y necesarias. Pero repito que no son suficientes si no se logra cambiar el propio ethos
de la cultura política y de los cuerpos del Estado. Personalmente no
creo que limitar el sueldo de los políticos sirva como medida
anticorrupción, aunque entiendo su valor simbólico. De hecho, se puede
argüir que políticos con sueldos bajos están más tentados de buscar
otros ingresos.
¿Cuál es el mayor reto para países como España o
Grecia, donde crece la voluntad de cambio al mismo tiempo que la
corrupción está muy arraigada en todas las esferas sociales?
Uno de los grandes desafíos es aceptar
que erradicar la corrupción lleva mucho tiempo. Claro que es posible
lograr avances importantes en plazos relativamente breves. Pero los
sistemas son muy resistentes. Si la corrupción está realmente arraigada,
incluso con las mejores medidas y entrenamientos tarda una generación
en desaparecer. Ahora bien, si no se asume este hecho básico, se crean
expectativas falsas que a su vez generan decepciones altamente
contraproducentes. Si se pierde la fe en la lucha contra la corrupción,
se fomenta el fatalismo y se acaba deshaciendo todo el esfuerzo
realizado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario